Manuel Cruz: “Ser víctima no te concede la razón, de ninguna de las maneras”
El filósofo, autor de 'El gran apagón', reclama que cada uno sea responsable y actúe desde cada ámbito para proteger la democracia liberal frente a los populismos
10 diciembre, 2022 20:00Manuel Cruz (Barcelona, 1951) desgrana las palabras y se anima a medida que avanza la conversación. El filósofo, catedrático de Filosofía en la UB, senador del PSOE, y ex presidente del Senado, acaba de publicar El gran apagón (Galaxia Gutenberg), un libro que sirve como antídoto para todo lo que ha sucedido. Es su explicación –el crecimiento de los populismos—pero también el que aporta salidas, que pasan por la asunción de responsabilidades por parte de todos los ciudadanos. Cruz, en esta entrevista con Letra Global, considera que en España se han confundido los términos, y que creerse víctima de algo, sea un ataque político o una situación personal, no tiene por qué comportar tener la razón. “Ser víctima no te concede la razón, de ninguna de las maneras”. Y denuncia que un sector de "la izquierda se agarra como un clavo ardiendo a banderas que pueden tener fechas de caducidad", en alusión al feminismo o al ecologismo, al entender que también la derecha está interesada en defender esas causas.
--Pregunta: ¿Por qué ese título, El gran apagón?, ¿es irremediable?
--Respuesta: Es una cuestión que planteo y que he pretendido destacar desde el título, jugando con el siglo de las luces. La racionalidad, la razón, como categoría básica, es algo que hemos valorado, pero ahora asistimos a un apagón. Por diversos factores. Uno de ellos es teórico o doctrinal y tiene que ver con lo sucedido en el siglo XX. Se dijo que fue un siglo corto, entre 1917 y 1989, desde la revolución soviética a la caída del muro. Se trataba de un proyecto emancipador, en todos los países socialistas. Un modelo de sociedad tutelado por una visión del mundo, la de Marx. La lucha de clases y el progreso. Ese era el modelo. Pero queda falsado, utilizando el término de Popper. Porque esas sociedades se hunden y el otro modelo que existía era una moneda con dos caras: la producción capitalista y la democracia liberal. Ese modelo se queda solo, y eso es lo que explicó Fukuyama. No había un sistema alternativo a la producción capitalista, unida a la democracia liberal. Durante 20 años ha sido hegemónico, con modalidades, incluso, más extremas. Pero también se hunde, con la crisis de 2008. Se hunde la economía y el modelo de sociedad. Ni siquiera es eficaz desde el punto de vista económico. Surgen las tesis de la refundación del capitalismo, que señala Sarkozy. Y comienza una década tremenda, en la que aparecen palabras como populismo, sobre todo en Europa, con un gran malestar e insatisfacción social con el sistema político. De forma errónea se atribuyen cosas a la política que no le corresponden. Lo que tenemos es una doble crisis, porque los dos modelos que teníamos han pinchado.
--¿Y hay reacción?
--La situación que tenemos es esa, sin nada en el horizonte. Los políticos no se refieren a una determinada concepción del mundo. No hablan del futuro. El largo plazo es vaporoso y a corto se toman medidas particulares. No hay un horizonte ambicioso. Son conceptos que han desaparecido del lenguaje y de la propia mente de los políticos.
--Usted habla de responsabilidad, de la renuncia de colectivos y de individualidades a ser responsables en cada uno de sus ámbitos.
--Hay una serie de conceptos que se han dejado a un lado. Uno de ellos es la responsabilidad, sí, tras un mayo del 68 mal entendido. Un progresismo que excluyó, al entender que estaba contaminado, el discurso conservador. La autoridad es otro concepto que ha quedado aparcado. Los sectores progresistas, de izquierdas, temen utilizan esos conceptos. Y han abrazado algo que es más cuestionable, como la ejemplaridad, que ya sé que está en Kant y en Arendt, y que no banalizo. Pero en el espacio público se ha utilizado de una manera que usurpa el contenido de la responsabilidad. Se usa de forma insoportablemente paternalista. Me recuerda a aquella canción de Soy rebelde porque el mundo me ha hecho así y no tengo responsabilidad. Es que yo no quiero que me den ejemplo. Yo hago lo que tengo que hacer. Hay que recuperar ese concepto de forma útil. A veces se utiliza como la tinta del calamar, con esa frase muy manida de ‘todos somos responsables’. Pero está en relación a cada cual. No es responsable en la misma proporción el que utiliza un aerosol para pintar no se sabe qué, que una gran empresa de productos tóxicos. Se dice que todos somos responsables de la inflación. Oiga, no. Tendría que pensar mucho en mi caso en qué grado lo soy. Podemos generalizarlo, pero hay que ponderar bien, con la responsabilidad de cada uno.
--¿La moral lo impregna todo y se debería separar de la política?
--El problema de la moralización de la vida pública es un asunto delicado en una sociedad heterogénea, con códigos éticos diferentes. Hay muchas discrepancias. Pero, si las grandes concepciones del mundo se volatilizan, ¿en qué se ancla lo bueno y lo malo? Se transforma todo en una dimensión emotiva, y si el victimismo funciona es que ha suplantado al discurso moral. Damos por descontado que la víctima representa el bien y que si apoyamos a las víctimas entonces estamos del lado del bien. Y al revés. Es un concepto como poco inútil. Todo el mundo puede reclamarse como víctima. No es algo nuevo. En contra de lo que la gente piensa, el discurso nacionalsocialista triunfó tras posicionarse como víctima, tras presentar al pueblo alemán como víctima. El discurso trumpista es descaradamente victimista, al colocar como víctima al ciudadano blanco, protestante y heretosexual. Ha hecho ver a esa parte de la población que el resto se aprovechaba de ella. Todo eso es disparatado. Ser víctima te hace, si acaso, merecedor de exigir alguna ayuda, pero ser víctima no te concede la razón, de ninguna de las maneras. He escuchado a una periodista importante decir en una tertulia al resto de compañeros: ‘desengáñate, las víctimas siempre tienen razón’, algo que es un auténtico disparate. Es más bueno el que más ha sufrido, según esa concepción. Todo ello ha empobrecido el debate.
--Que haya ahora esa apuesta por la identidad, que todo sea identidad, ¿es fruto de una apuesta excesiva anterior por lo neutro, por ese estado neutral, siguiendo a Rawls?
--Es un debate sobre el universalismo que conecta con la cuestión de la sentimentalización de la vida política. No es casual que los identitarismos remitan constantemente al vínculo emotivo y sentimental con una determinada realidad. En el nacionalismo catalán es permanente y es legitimador. Pero no debería haber, en principio, una contradicción insalvable entre la perspectiva universalista y otra razonablemente comunitarista. Buscamos constantemente el cobijo de nuestros iguales, en un club, en una comunidad religiosa, en un partido político o en una asociación. No tiene por qué ser malo. En Europa y en Estados Unidos hay diferencias. En Europa se vehicula a través de los partidos políticos, que asumen la tarea de recoger las peticiones. En Estados Unidos hay una participación más micro, de carácter permanente. No hay problema en eso. Lo que preocupa es la identidad que excluye, no la que cohesiona. La trampa que se ha hecho, en tiempos de déficit de discurso, es que se ha aprovechado esa identidad para dar un salto que la legitima políticamente. Es una exageración que hemos vivido de forma particular en Cataluña. Se dice ‘yo no me siento español, por tanto, no soy español. Me siento catalán, entonces soy catalán’. Pero hay cosas que no dependen de cómo se sienta usted. Yo me siento porteño, pero no lo soy. Soy barcelonés, no de Buenos Aires. Sin embargo, esa conexión ha tomado carta de naturaleza. La nacionalidad no la define un sentimiento. Porque lo contrario, supondría que la percepción funda derecho. ¿Nos damos cuenta de eso? Es una barbaridad.
--Entonces, ¿no se puede hacer política hoy?
--Eso es lo que está pasando.
--¿Pero eso pasa más en la izquierda?
--A las dos visiones del mundo se les cayó el muro. Pero el efecto no ha sido el mismo. El neoliberalismo ha sufrido una sacudida brutal. Ahora nadie se atreve a reducir el gasto en sanidad o en educación después de la pandemia. Pero el capitalismo no ha desaparecido. Lo ha hecho el socialismo, que ha desaparecido. El orden del mundo es capitalista. Y ahí tiene más dificultades la izquierda que la derecha. A la izquierda le cuesta mucho encontrar las banderas alternativas. La bandera roja de la transformación del modelo de producción, del orden económico, se ha dejado de lado. No se habla de ella, y se refugia en el ecologismo, o el feminismo, que son banderas de sustitución. Sin embargo, hay que ser cuidadoso, porque esas cuestiones no tienen por qué ser de izquierdas. No son patrimonio de la izquierda. Es cierto que algunas, como el ecologismo, partieron de la izquierda. Recuerdo a Manuel Sacristán hablando del ecologismo en los años setenta. Y la izquierda fue también la primera que habló en contra de la energía nuclear. Lo curioso es que muchos de los que se oponen a la nuclear, desde la izquierda, lo hacen a partir de criterios económicos, diciendo que no es eficiente. Pero pensar que el ecologismo siempre va a ser de izquierdas es un error. Hay muchas empresas verdes. De la misma manera que había empresas que reconstruían un país después de una guerra, las hay y las habrá para descontaminar. En el caso de los coches eléctricos, ¿es que se cree que se fabricarán para perder dinero? No, se harán para tener beneficios. Sobre el feminismo ha pasado lo mismo. La derecha pregunta por el coste de su masa salarial, y si es la misma, pagará igual a un hombre que a una mujer. La izquierda se agarra como un clavo ardiendo a banderas que pueden tener fechas de caducidad. Y por eso se sentía incómoda cuando en la manifestación del día de la mujer aparecieron dirigentes y militantes de Ciudadanos.
--¿La derecha les deja ese discurso, para asentar las diferencias?
--Hay confrontación en esos temas, sí, pero otro de los errores que comete la izquierda es dar por descontado la ‘estupidez’ de la derecha y su supuesta torpeza. La derecha se ve obligada a hacer equilibrios. Pero tomemos el ejemplo de Nuñez Feijóo. Ha señalado que está de acuerdo con las feministas históricas del PSOE. Digiere ese discurso. Hay una encuesta en los países nórdicos según la cual la igualdad en todos los ámbitos se apoya en un 90%. Pero esos mismos encuestados solo se consideran feministas en un 8%-10%. Son países como Dinamarca, Francia o Suecia. ¿Qué quiere decir? Que esas ideas-fuerza del feminismo ya están presentes, ya han permeado en la sociedad.
--Entonces, lo que sucede, es que ¿esa izquierda se pasa de rosca?
--Lo que ocurre es que hay poca capacidad para matizar y todo se polariza. Cuando tienes que plantear un debate se hace de forma irreconciliable. Si no aceptas una determinada posición, entonces te instalas en el franquismo. Ha pasado, por ejemplo, con la última ley sobre el aborto. No puedes decir que no te gusta. Y lo curioso es que puedes estar en contra de esa ley en nombre de la misma posición política que tenías. Damos por descontado que el adversario político es el enemigo, ¡o el socio de gobierno! ¿Existe un problema en España sobre un sector de identidad de género, sobre los trans? Que yo acepte que existe el problema no implica que esté a favor de la respuesta que se le da. ¿Verdad que no? Pues es lo que sucede. Los trans lo pasan mal, sí. Yo no digo que no, pero, ¿debo de estar a favor de la autodeterminación de género para los menores de 16 años? Lo que sucede es que hay sectores de la izquierda que creen tener una bandera, y que piensan que cuando la suelten perderán especificidad. Porque, entonces, piensan, ¿cuál será la bandera?
--Usted dice que la izquierda ya no quiere confrontar argumentos, que ha renunciado a ello.
--¿Por qué no se habla del ámbito del trabajo? No hace falta ser marxista para hacerlo. La cuestión económica solo aparece en términos técnicos. No se cuestiona el orden del mundo. Cuando hay cosas muy importantes que se deberían debatir, porque sobre el trabajo se ha constituido la identidad. Y, en cambio, es muy precario, y debería llevar a una enorme reflexión y a políticas concretas sobre el mundo laboral. Solo se señala el antifascismo, se da la alerta antifascista, se dice. ¿Dónde se va con eso?
--Hay antifascistas de derechas?
--Claro. En Francia la bandera la ha cogido Macron y ha dejado a la izquierda en pelotas. Pero está la vieja consigna, desde la izquierda, y se llama antifascista a cualquier cosa. Desde el orden económico, ¿qué ha hecho ese supuesto fascismo? No estamos muy seguros de que haya cambiado cosas, ¿no? Miremos a Meloni en Italia. ¿Qué ha cambiado, más allá de una cierta retórica? Sobre los inmigrantes ya ha dicho que sí se acogerá a las embarazadas y a los niños que lleguen a los puertos. ¿Draghi ha visto en Meloni un peligro real? Se ha cogido la bandera antifascista y mientras lo seas, parece que todo vale.
--¿Cómo se logra el consenso? ¿Se ha idealizado esa idea, en España por ejemplo?
--Habría que distinguir el consenso en cuestiones estructurales de otros asuntos. Cuando existe la normalización política, aspirar al consenso sería como acabar con la diferencia. Pero si hay elementos estructurales, sobre la convivencia, lleguemos al consenso. En una reforma constitucional está claro que sería deseable ese consenso. Algo que no se ha producido en Cataluña, con una división que ha sido terrible, donde se ha planteado todo en términos de la mitad más uno. Y eso siempre es disparatado. No es casualidad que el último ejemplo que utilizaba el independentismo ahora haya caído, con el rechazo del Reino Unido a que se produzca un nuevo referéndum en Escocia. Ahora nadie se plantea esas cosas. Nadie plantea solventar una cuestión básica con una votación de mínimos.
--¿Ahora sería más asumible que PSOE y PP llegaran a grandes consensos, cuando ya no suman un 70% o un 80% del conjunto y no ahogan la pluralidad?
--El matiz sería en qué pueden pactar. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de pactos? Pero sí podrían llegar a acuerdos y sería lo más normal del mundo, sobre cuestiones concretas. No sería un escándalo, no habría traición. Pero ha calado la consideración del adversario como enemigo, y si pactas algo hay traición. El PP es un partido perfectamente democrático, y también Vox. Y no se puede decir que es inaceptable que un partido apueste por un estado centralista. Ahora bien, en lo que habrá que entrar es en la calidad de los posibles acuerdos. Se decía que en ausencia de violencia se podía hablar de todo. Pero eso tampoco quiere decir que te incluya en el gobierno.
--¿Es una cuestión de cultura política, como ha podido pasar en Cataluña?
--Lo que pasado es que el debate público se ha enrarecido notablemente. Y que hoy el mero hecho de no ser independentista ha sido causa de que te tachen de derechista o facha. Se ha despreciado la ley, porque ha ido, se dice, en contra de lo que el pueblo decide. Es un debate extremadamente pobre. Ha ocurrido también con la monarquía, que se contrapone a la democracia, cuando el mismo país que servía de modelo a los independentistas, el Reino Unido, es una de las monarquías de referencia en el mundo. Se puede discutir sobre la monarquía, pero no en los términos en los que se ha presentado ese debate. Es desolador, porque la antipolítica se ha convertido en el nuevo sentido común. Deberían sonar todas las alarmas cuando en el CIS se sitúa a los políticos como el principal problema. Y es que se los ha situado como el chivo expiatorio, que nos deja a los demás a salvo.
--¿Menos cultura política, entonces, en Cataluña?
--Hemos empobrecido el debate. En Cataluña de forma notable. El independentismo no tiene nada que ver con el nacionalismo, se defendía. Y lo que vemos antes de cada Telenotícies de TV3 es un anuncio sobre la lengua catalana. Todo se ha convertido en un entramado de tópicos y se mantiene el valor de que es deseable enriquecerse de forma rápida. Recuerdo el anuncio de las loterías catalanas, en el que uno se levantaba de mala gana con el sonido del despertador para volver a trabajar. Para ‘poder tirar el despertador y no trabajar’ se aconsejaba comprar lotería. ¿El mensaje es que cuando menos trabajes mejor? Eso tiene repercusión en la cultura política y cívica de un país.