Estados Unidos: la democracia rota por sus ‘salvadores’
Josep María Colomer analiza en 'La polarización política en EEUU' cómo la obsesión por los controles ‘democráticos’ ha paralizado el país, mientras China refuerza su desdén hacia Occidente
1 abril, 2023 20:00“Me informaron mal”, dice Rick en Casablanca. El personaje que interpreta Humphrey Bogart responde que ha viajado a la ciudad para “tomar las aguas”. Pero, claro, ¿en Casablanca? A Montesquieu, el gran referente de las democracias liberales, basadas en la separación de poderes, también le informaron mal. O él no supo interpretar bien lo que señalaban sus interlocutores ingleses en Londres. Quiso saber, con un trabajo de campo, cómo funcionaba el sistema político inglés, y, como no dominaba la lengua inglesa, se dejó aconsejar por conservadores ingleses que sí dominaban la lengua francesa. Su idea, la de que todo se basada en una estricta separación de poderes, con duros contrapesos, plasmada en su principal obra, El espíritu de las leyes, fue defendida con pasión por parte de los padres fundadores de Estados Unidos, y, en especial, por el más importante de todos ellos, James Madison, en los debates de la Convención de Filadelfia que darían lugar a la Constitución del país.
¿Error? Un gran error, porque aquella obsesión por evitar la autocracia, en realidad, ha llevado a la parálisis del país, con una enorme polarización, con pocas salidas institucionales y sin que sea posible, a corto o medio plazo, un consenso que posibilite reformas de calado. ¿Una exageración que procede de algún autor que se ha caracterizado por su odio a Estados Unidos? Todo lo contrario. Lo expone Josep Maria Colomer, politólogo y economista, que ejerce de profesor de Ciencia Política en la Universidad de Georgetown, en Washington D.C. en su nueva obra: La polarización política en Estados Unidos, orígenes y actualidad de un conflicto permanente (Debate).
El análisis sobre ese aparato institucional en el país que se ha considerado como la gran democracia occidental es pertinente, porque demuesta cómo hasta el mejor diseño puede quedar herido de muerte si falta el consenso político, que solo se consigue si hay voluntad, si se establecen químicas personales, si se respetan leyes no escritas, basadas en la lealtad y el respeto. Y eso ha saltado por los aires.
Gobierna el gobierno, surgido del Parlamento
Con un ex presidente imputado, como Donald Trump, que ha provocado una de las máximas polarizaciones que ha vivido Estados Unidos, es necesario ahondar en lo que defiende Colomer, porque es extensivo a otros países como España. En la Constitución española de 1978, también pervive en gran medida el espíritu del ‘equivocado’ Montesquieu. La exigencia de grandes mayorías, de pactos amplios, marcada en el texto constitucional, impide que se afronten reformas profundas, porque se ha roto la confianza entre los dirigentes políticos. Esa es una de las críticas al sistema político español que nace de la transición que formula Ignacio Varela, en su libro centrado en el PSOE, Por el cambio, y que se puede leer ahora en paralelo al estudio de Colomer.
Pero, ¿qué le ocurrió a Montesquieu? Su interlocutor más importante en Inglaterra fue Henry St. John, vizconde de Bolingbroke, que, como explica con gracia Colomer, “hablaba un francés fluido tras haber pasado ocho años de exilio en Francia”. ¿Su delito? Había defendido una rebelión jacobita para restaurar la antigua dinastía de los Estuardo en 1715. Bolingbroke buscaba un “rey patriótico”. Y ofreció una interpretación del modelo inglés a Montesquieu que no era real, una especie de versión “edulcorada de la monarquía medieval atemperada por ‘poderes intermedios’ de los privilegios feudales y comerciales”. Lo que asumió Monstesquieu era un modelo que ya no regía, que era otro, donde el parlamento ya dominaba la escena, con un gabinete surgido de la cámara legislativa y con un papel secundario por parte del rey.
Lo señaló alquien que sigue ‘viviendo’ para una publicación tan prestigiosa como The Economist: Walter Bagehot, un analista cuyas obras de mediados del siglo XIX siguen siendo una referencia. Por eso, en la ‘biblia liberal de Occidente’, cada semana se publica una columna de análisis de la política británica con el seudónimo de Bagehot. Y lo que dijo en su momento es necesario desmenuzarlo ahora: “Los americanos de 1787 pensaban que estaban copiando la Constitución inglesa, pero estaban ideando un contraste con ella. Las teorías acreditadas (una alusión a Montesquieu) decían que la Constitución inglesa dividía la autoridad soberana, y por imitación los americanos dividieron la suya. Ahora el verdadero poder no está en el Soberano, está en el Primer Ministro y en el Gabinete nombrado por el Parlamento”.
Esa cuestión es crucial, porque, a menudo, se sostiene esa frase de “Ha muerto Monstesquieu, pobre democracia”, destinada a un país concreto. Pero es que lo que defendía el autor francés ya había fenecido. La evolución natural del gran sistema político de referencia, el británico, se había decantado a favor de un gabinete, de un ejecutivo, que surgía de un parlamento. Bagehot lo formulaba de esta manera, siguiendo la excepcional explicación de Colomer: “Una fusión casi completa de los poderes ejecutivo y legislativo, siendo el vínculo de conexión el Gabinete”. Y añade Colomer: “No es solo que el Gabinete deba ser apoyado por el partido mayoritario en el Parlamento, sino que el primer ministro y los ministros del Gabinete deben ser también, personalmente, miembros del Parlamento”.
En Estados Unidos Montesquieu triunfó, con las lecciones interiorizadas del vizconde de Bolingbroke. Madison, en la Convención de Filadelfia, resumía el modelo: “El magistrado (rey) en quien reside todo el poder ejecutivo puede poner una negativa absoluta (veto) a toda ley y nombra a los que administran la justicia”. Colomer constata los errores: “Con esta afirmación, Madison reunió tres grandes errores en pocas palabras: del hecho, el rey no era el ejecutivo, no ejercía veto sobre la legislación y no nombraba a los jueces”.
Un Ejército fuerte y expansivo
La cuestión es que el sistema norteamericano ha bebido de aquellas fuentes, y los poderes del presidente, elegido a través de los colegios electorales –una forma indirecta, aunque se considere directa--, chocan con los poderes del Congreso y del Senado. Con dos grandes partidos que buscan sus propios intereses, y con un sistema electoral superado por los tiempos, el país se bloquea constantemente. Es imposible alcanzar consensos y la válvula de escape, ya desde el primer día, es la política exterior. ¿Es hoy, en 2023, Estados Unidos, una referencia para poder ser considerada una democracia plena? Si lo fue, hoy ya no lo es, siguiendo el análisis de Josep Maria Colomer.
El autor lanza una primera idea, que ha tenido vigencia durante muchos años, y que percute en la mentalidad de los norteamericanos. “Si lo que realmente deseaban era tanta separación de poderes y tantos controles como para paralizar el gobierno, ¿para qué querían un gobierno nacional? La respuesta más lógica es que el objetivo principal del plan era construir una defensa nacional frente a los enemigos extranjeros mediante un nuevo y poderoso ejército, así como la administración nacional o los impuestos para mantenerlo. Desde este punto de vista, los Estados Unidos de América siguieron siendo un ‘imperio’ durante mucho tiempo, a pesar de la Constitución federal, en el sentido de que la médula del sistema político e institucional sería la expansión territorial, las fronteras y los asuntos exteriores”.
La visión de esa democracia, que ha presumido de poseer elementos de gran sofisticación, con un bloqueo constante en los últimos decenios, ha provocado un distanciamiento sobre su posible superioridad moral. Así lo entienden los países que se han dejado iluminar por la autocracia que representa China. El analista Julio Ceballos lo ha plasmado en su libro Observar el arroz crecer, al insistir en el aspecto cultural, en la idiosincrasia de China: un sistema que ofrece avances sociales, que no tiene la libertad como estandarte, y busca, en todo momento, que funcione. ¿Es un peligro para Occidente? Dependerá de la reacción de democracias como la norteamericana. Es la propuesta de Colomer, que sugiere cambios, reformas, para mejorar esa democracia, que ahora se muestra agotada por los déficits institucionales.
“El desempeño deficiente de las instituciones crea una ‘democracia negativa’, centrada en la preservación de derechos individuales y minoritarios a costa de una agenda federal estrecha, con pocos beneficios públicos”, asegura el profesor de la Universidad de Georgetown.
Las elecciones primarias, que, a priori, podían ser un ejemplo de transparencia y de democracia interna, son, en realidad, un foco de conflicto enorme. En esas primarias cerradas de los partidos, para elegir a sus candidatos, “la baja participación está muy sesgada hacia posiciones extremas en temas sin consenso social o político. Los participantes suelen ser las personas más activas y motivadas ideológicamente de todo el electorado, por lo que suelen favorecer a candidatos extremos propensos a fomentar el antagonismo y la polarización”, indica Colomer.
¿Que resuelvan los jueces?
Hay fórmulas alternativas, elecciones de segunda vuelta, posibilidad de votar dos, tres o cuatro candidatos, en función de la identificación de cada elector. La ciencia política tiene remedios. La confrontación y la parálisis no es una condena divina. Pero falta voluntad política. En caso contrario, sin embargo, si persiste el 'no hacer nada', la democracia irá perdiendo adeptos, porque se ha convertido en un bloqueo permamente. No se gobierna. Se discute.
Con el ojo puesto en España, o se debería, a medida que los lectores avancen en el libro de Colomer, es necesario detenerse en otro comentario del profesor: “Una de las consecuencias del conflicto sostenido entre el Congreso y la Presidencia, y la consiguiente parálisis legislativa, es que muchas cuestiones controvertidas se envían al Tribunal Supremo para que las resuelva. Los casos recientes del Tribunal Supremo sobre el reparto de competencias entre los distintos niveles de gobierno han asignado con acierto a la jurisdicción federal unos cuantos asuntos de alta eficiencia, como algunos relacionados con el medio ambiente, la inmigración o los viajes, y muchos relativos a diversos derechos de los ciudadanos”. Es decir, que el mensaje está claro: es asunto de cada jurisdicción federal, ¡resuelvan ustedes antes los problemas!
La separación de poderes, para que entre ellos se bloqueen, no es el adalid de la democracia. Montesquieu no hablaba inglés, y no se enteró. Y Madison compró la mercancia averiada. ¿Dirá alguien otra vez que Montesquieu ha muerto?