En 'Revuelta' se reflexiona sobre la falta de niños, que son sustitutos en la aldea de Nagoro, en Japón, por muñecos / EP/ YOUTUBE/VIDELO/TOKYO LENS

En 'Revuelta' se reflexiona sobre la falta de niños, que son sustitutos en la aldea de Nagoro, en Japón, por muñecos / EP/ YOUTUBE/VIDELO/TOKYO LENS

Democracias

Rebeldes: con causas y dispersos

Nadav Eyal lanza la tesis sobre el malestar mundial en ‘Revuelta’, con el mundo desarrollado en contra de que los países emergentes coman en la misma mesa

17 septiembre, 2022 20:24

Muñecos. En las calles, sentados en los bancos, en la escuela, en el transporte público. Hay pocos niños. Nagoro, en la isla de Shikoku, en Japón, ilustra la decadencia de Occidente, todavía fuerte, pero con indicadores preocupantes. La población envejece, y los fallecidos son más numerosos que los que nacen. Algo sucede. Ayano Tsukimi, de sesenta y seis años, es la creadora de los muñecos que han logrado la atención de los turistas, que suben hasta la aldea de Nagoro, en las montañas, y muestran su perpejidad. Tsukimi asegura que echa de menos el sonido de los niños, pero que sus creaciones no buscan superar la soledad: “Es simplemente agradable hacerlas”. Pero el caso japonés muestra en toda su crudeza el problema demográfico de Occidente, y así lo recoge Nadav Eyal, uno de los periodistas más incisivos de Israel, que presenta un fresco del malestar existente en todo el planeta, en Revuelta, (Debate) una obra que golpea al lector, pero que, al mismo tiempo, sugiere respuestas poderosas.

Japón importa. Forma parte del corazón de la globalización. Un país industrial que resurge tras la II Guerra Mundial al transformar toda su economía y encauzarla hacia la exportación. Como Alemania, --el mismo caso, país derrotado, beneficiado por Estados Unidos con políticas favorables a la exportación— Japón crece, se beneficia del sistema, y es víctima de sus propias políticas nacionales: el rechazo total a la inmigración. Ahora se muere. La población japonesa se prevé que caiga en el 2065 hasta los ochenta y ocho millones, desde los 125 de 2019. Con la actual tendencia, en menos de cien años, sólo vivirán en Japón 50 millones de personas. Y en una situación similar figuran muchos países europeos, entre ellos España y Alemania. El cálculo es que Europa solo podrá mantener su población a través de unos niveles de inmigración “sin precedentes”, como apunta Lord Jonathan Sacks, y recoge Eyal.

Comprender el nacionalismo

Esa es una situación de partida. Pero, ¿qué denominador común explica las distintas “revueltas” de las clases medias y medias-bajas en gran parte del mundo? ¿Es un momento distinto respecto a las últimas décadas, de cambio decisivo que afectará la forma de entender la gobernanza, con las democracias liberales en peligro? El método de Nadav Eyal parece ser el más efectivo: el reportaje periodístico, con trabajos de campo, a partir de entrevistas, junto con el análisis cultural y sociológico, y siempre con un pie en la historia reciente. Lo que sostiene Eyal, algo que se intenta explicar en los últimos años desde diferentes campos, es que los protagonistas de las revueltas están dispersos, y tienen muchas causas. No hay una que las aglutine, ni ideologías que busquen una idea global del mundo. Son ‘malestares’ que se deben entender, porque ignorarlos supondrá un cambio, sí, mucho más brusco, un desorden internacional en el que cada uno busque su salvación a cualquier precio.

El libro de Nadav Eyal

El libro de Nadav Eyal

En un contexto de guerra, con el ataque de Rusia en Ucrania, y con la mirada atenta de China y la India, que ya recriminan a Putin sus excesos, Eyal no rehuye su condición de ciudadano israelí. El nacionalismo es siempre un parapeto, pero es mejor no despreciarlo. Hay que empatizar con él para saber qué verdades esconde. Y una de ellas es que la globalización no puede considerarse como un éxito colectivo. No lo ha sido. Hay perdedores en ese proceso, y la paradoja es enorme: son los trabajadores y profesionales medios de los países occidentales lo que o han perdido más o tienen la percepción de que perderán con creces en el futuro inmediato. Lo más alarmante es que sí ha fucionado, y de qué manera, para los colectivos que están en la franja alta: un enorme beneficio para los que ingresan más, para las grandes corporaciones, que no han interiorizado que, tal vez, deberían contribuir al sistema para que éste no acabe estallando.

Occidente se baja del tren

Las palabras de Eyal son cruciales, porque a su juicio es Occidente quien quiere ahora cerrar fronteras, tras comprobar que a los países emergentes les ha ido mejor, y que quieren participar de igual a igual en las mismas mesas de negociación. ¿Es, a ese respecto, comprensible que Naciones Unidas mantenga a los mismos países que ganaron la II Guerra Mundial con capacidad de veto? ¿Qué pasa con Brasil, con India, con Indonesia, con Corea del Sur o con Nigeria? ¿Cómo se cede poder en beneficio del conjunto?:

“Estamos presenciando una deserción. Son los europeos y los estadounidenses quienes introdujeron las ideas modernas de supranacionalismo y universalismo. A medida que el mundo no blanco, China y el sur global se embarcan en la nave de la globalización, la gente de los países desarrollados está saltando del barco. Lo cual suscita la pregunta de si su apoyo previo a la globalización no era en realidad una manera de mantener la supremacía del norte global. Cuando vieron que la globalización se estaba volviendo realmente global, empezaron a marcharse. Cuando resultó que la globalización estaba emancipando a los otros del mundo, que gracias al sudor de su frente estaban abandonando la cuarta clase y exigían llevar el timón, grupos enteros de personas prefirieron subirse a los botes salvavidas e irse”.

Trabajadores de Amazon en Estados Unidos / EFE

Trabajadores de Amazon en Estados Unidos / EFE

Ese ‘irse’ de la globalización ha llevado al apoyo a los partidos de extrema derecha, al auge de los populismos y a la sensación de que las democracias liberales no son capaces de ofrecer respuestas adecuadas, porque, en gran medida, son impotentes para reequilibrar los desmanes económicos: sea a través de sistemas fiscales más atrevidos a nivel nacional, o para exigir que las multinacionales de diferentes sectores paguen algo de sus extraordinarios beneficios.

Ilustra ese cambio de paradigma, impensable hace unas décadas, las palabras de Donald Trump, en las que atacaba a cuatro congresistas de familias que habían inmigrado una generación o dos antes. Si Estados Unidos ha sido el referente de la pluralidad, de la democracia liberal que ofrecía oportunidades, de la república basada en valores, ahora eso ha cambiado. Y lo ha hecho por el malestar creciente que la globalización ha causado. “Esos lugares --los de origen de los congresistas—necesitan desesperadamente vuestra ayuda, estáis tardando en marcharos”, aseveró Trump.

Los que se 'evaporan'

La frase explica el momento actual. El mundo se cierra, pero, al mismo tiempo, no podrá funcionar con las compuertas bloqueadas. Occidente pierde población a raudales, y los principios de la Ilustración se amarillentan, y cada vez menos gente los reivindica. Esa parte del mundo, sin embargo, es la que más se ha beneficiado en los últimos 70 años, que nunca habría pensado adquirir el nivel de bienestar del que ha gozado. Pero ahora, ¡vaya!, se atrinchera con dirigentes que no quieren implementar nada que implique una mirada a medio o largo plazo, pese a que fenómenos como el cambio climático exigen medidas inmediatas y duraderas en el tiempo.

El expresidente de Estados Unidos Donald Trump en una imagen de archivo - EFE/EPA/ADAM DAVIS

El expresidente de Estados Unidos Donald Trump en una imagen de archivo - EFE/EPA/ADAM DAVIS

Los muñecos de Naguro siguen ahí, ocupando espacios para ofrecer la sensación de que en los pueblos hay vida, hay calor humano. Japón expresa lo más extremo del sistema capitalista, con jóvenes enamorados de chicas virtuales, con las que hablan, mostrando “racionalidad”, porque son perfectamente conscientes de sus elecciones, como apunta Eyal. El último fenómeno consiste en desconectarse: la gente evaporada, la llamada Johatsu. Son personas que cambian de identidad, de repente, y corta todos sus vínculos familiares y profesionales. El cálculo es que lo hacen unas cien mil personas cada año. Simplemente, se ‘evaporan’. Es una especie de protesta sutil, una revuelta subterránea.

Lo que plantea Nadav Eyal es una gran guía por el desorden mundial, con una mirada empática y con recetas para lograr un planeta más racional y justo. Una de sus aportaciones –hay datos, entrevistas, análisis y comparaciones internacionales—es que la cerrazón nacional no tiene justificación. No han sido los tratados comerciales de Estados Unidos con México o con Canadá, o las barreras abiertas –cerrando los ojos—a la inmigración lo que ha perjudicado al trabajador blanco y negro industrial. Lo ha sido la enorme transformación tecnológica, la tecnificación extrema, la que ha echado a millones de personas del proceso productivo. Y todo ese fenómeno no se ha explicado. Al revés. Se ha silenciado, con una gran parte de las sociedades occidentales empujadas hacia la nada.

Los muñecos de Nagoro y Ayano Tsukimi, en la escuela / BBC

Los muñecos de Nagoro y Ayano Tsukimi, en la escuela / BBC

Hay, sin embargo, una ventana de oportunidad. El modelo, el que conocemos tras las grandes guerras del siglo XX, tras las divisiones marcadas por las grandes ideologías, arrastra los pies, pero se mantiene en pie. Es el momento de las reformas, de la implicación de las grandes corporaciones, de sistemas fiscales globales, de políticas conjuntas para salvar el medio ambiente, o para paliar los efectos del cambio climático.

Conflicto local o global

Lo que sucede, a juico de Eyal, es que la revuelta contra la globalización –en parte, justificada—“se está transformando en una cruzada contra el propio progreso, por lo que la ventana de oportunidad para hacer esas reformas se cerrará pronto”.

Y si se cierra, el control de las revueltas o conducirlas de forma satisfactoria, será imposible. “La próxima vez podría ser un conflicto local que acabe conviertiéndose en global. Vivimos una era de globalización, pero no contamos con la responsabilidad global y el poder necesarios para gestionarla”.

En la escuela de Nagoro, los muñecos siguen con atención las palabras de Nadav Eyal, convencidos, sin embargo, de que tendrán en breve más compañeros: nuevos muñecos diseñados por Ayano Tsukimi. A no ser que se produzca una ola de natalidad, que sea producto de un optimismo vital que hoy no existe, por lo menos, en Occidente.