Caricatura sobre las etapas del Sexenio Democrático (1874) / TOMÁS PADRÓ

Caricatura sobre las etapas del Sexenio Democrático (1874) / TOMÁS PADRÓ

Democracias

El verano cantonal de 1873

En el estallido localista de la Primera República influyeron las ideas de la Comuna de París, pero su fracaso respondió a la inmadurez del proyecto federal español

22 agosto, 2021 00:10

Recientemente traté de la negativa de Emmanuel Macron a conmemorar esta primavera el 150 aniversario de la Comuna de París, una revolución social que se alimentó de dos grandes corrientes, socialismo y federalismo, que tuvo un fuerte impacto en toda Europa y que, pese a su brutal aplastamiento manu militari, fue celebrada durante décadas por el movimiento obrero y socialista internacional como un hito histórico. Al final del artículo La Comuna de París, memoria y polémica anunciaba que iba a dar continuidad a este tema para, primero, analizar su repercusión en una España que entonces se encontraba inmersa en un proceso de cambio político, también revolucionario, tras el derrocamiento de Isabel II en septiembre de 1868. Y, segundo, para preguntarnos hasta qué punto el estallido cantonal de mediados de 1873, una vez Amadeo I abdica del trono y se proclama la Primera República, respondió a la influencia de la Comuna. 

A partir de la década de los setenta del siglo pasado, una parte de historiografía universitaria en nuestro país, siguiendo el trabajo precursor del hispanista Alistair Hennessey con su estudio sobre Pi y Margall y el movimiento republicano federal, puso la mirada en la intensa etapa del Sexenio (1868-1874), así como en la eclosión del anarquismo, el  movimiento obrero, o en las diversas corrientes del republicanismo, particularmente federal. En esta línea hay que citar los trabajos de  autores ya clásicos como José Álvarez Junco, José María Jover Zamora, Antonio Jutglar, Mª Victoria López-Cordón o Josep Termes.

Caricatura de la I República publicada donde se representa a Pi i Margall desbordado por el federalismo, representado por figuras contrajes regionales (1873) / TOMÁS PADRÓ

Caricatura de la I República publicada donde se representa a Pi i Margall desbordado por el federalismo, representado por figuras contrajes regionales (1873) / TOMÁS PADRÓ

Desde entonces, el interés por este período ha ido decayendo hasta casi el olvido, un silencio que se hizo muy evidente en 2018 cuando el 150 aniversario de la Gloriosa fue olímpicamente ignorado, también en los medios de comunicación. Un hecho llamativo porque la Constitución española de 1978 tiene en cuanto a la forma de Estado un claro precedente en el texto de 1869, que por primera estableció una monarquía parlamentaria en el marco de un sistema democrático donde la soberanía nacional recaía en el pueblo, había una amplía carta de derechos y libertades (asociación, reunión o imprenta), sufragio universal (entonces solo masculino), y consagraba la libertad de cultos, entre otros elementos que la situaban a la cabeza de las constituciones liberales europeas. 

La historiadora argentina Clara Lida, docente en varias universidades norteamericanas, en su pionero trabajo Anarquismo y Revolución en la España del XIX (Siglo XXI, 1972) afirmó que “un aspecto casi desconocido de la revolución cantonal, pero que sin duda desempeña un papel importante en su gestación y desarrollo, es la influencia de la Comuna francesa de 1871.” En paralelo a la investigación de Lida, José Álvarez Junco dio cuenta en La Comuna en España (Siglo XXI, 1971), publicado con ocasión de su centenario, tanto de los debates que suscitó la insurrección parisina en las Cortes como de las repercusiones en la prensa española. Su conclusión es que, a excepción de los medios federales, las interpretaciones del resto de periódicos fueron miopes e interesadas, carentes de una explicación sociopolítica del fenómeno revolucionario francés, substituyéndola por otras de carácter psicológico, providencial o conspiranoico.

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Para el liberalismo español, que hasta aquel entonces había observado con mucha cautela la guerra franco-prusiana, pues no olvidemos que su desencadenante fue la oposición de Luis Napoleón III a la candidatura del príncipe Leopoldo de Hohenzollern al trono español, los acontecimientos revolucionarios en el país vecino significaron “el descubrimiento de un enemigo nuevo, misterioso y amenazador.” Por primera vez, la clase obrera apareció organizada –en la Internacional– y actuando, escribe Junco. 

La reacción de la prensa liberal monárquica, portavoz de la burguesía que se había sumado a la Gloriosa, fue defensiva y de justificación de los fusilamientos masivos del ejército de Versalles contra los communards, dando pábulo a las muchas exageraciones sobre la violencia en esos meses de gobierno obrero en París, particularmente sobre los pavorosos incendios, las destrucciones de edificios históricos, los asesinatos y las profanaciones religiosas. Entre abril y mayo de 1871, los acontecimientos en la capital de Francia dieron lugar a durísimas intervenciones del ministro de Gobernación, Práxedes Mateo Sagasta, afirmando que habían llegado más de “trescientos enviados de la Internacional, procedentes de la Comuna”, que “no son emigrados, sino pertubadores”.

Comuna

Una vez aplastada la revolución en París, y frente a la petición de los federales de dejar entrar a los exiliados en calidad de refugiados políticos, de acuerdo con la legalidad de los tratados internacionales, Sagasta no solo negó tal condición, sino que los calificó de “delincuentes”, a quien se entregaría a las autoridades. Seguidamente, el Congreso aprobó una moción en que se condenaba la Comuna como "acto delictivo”, y en cuya votación los republicanos se dividieron. Así pues, concluye Junco, “la Comuna aterrorizó también a buena parte de la fracción más avanzada de la burguesía”. Finalmente, una segunda reacción gubernamental llegó en otoño de 1871 con la prohibición de la Internacional por las Cortes, e incluso yendo más allá en esta política de orden, el Gobierno español propuso en febrero de 1872 a los otros países europeos una acción conjunta contra esta asociación obrera.

No hay duda de que el gobierno del general Francisco Serrano, nombrado por Amadeo I tras el asesinato del general José Prim a finales de 1870, observó con preocupación no tanto la posibilidad de que la Comuna se reprodujera de forma inmediata en España, como las consecuencias a medio plazo del crecimiento de la Federación Regional Española de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) . Según Lida, esta contaba en 1871 con unos veinticinco mil asociados y había probado con éxito su fuerza en esporádicas huelgas y manifestaciones. Sin embargo, en esas fechas la Internacional española estaba muy lejos de poder llevar a cabo una insurrección que emulara a la francesa. Tampoco los republicanos federalistas, que en otoño de 1869 habían protagonizado acciones armadas,particularmente en Valencia, estaban en condiciones de tomar la Comuna como punto de partida para un alzamiento cantonalista en la primavera de 1871.

El historiador José Álvarez Junco considera que todos los nacionalismos quieren eliminar las otras lenguas

El historiador José Álvarez Junco considera que todos los nacionalismos quieren "eliminar" las otras lenguas

El Partido Republicano Federal atravesaba en aquel momento una profunda crisis por la división interna entre los denominados benévolos (bajo el liderazgo de Pi y Margall, Emilio Castelar o Nicolás Salmerón), partidarios de colaborar con el régimen de la monarquía constitucional, y los sectores intransigentes (sin un líder claro, con referentes como el histórico dirigente del partido José María Orense, el militar y después ministro de la República, Nicolás Estévanez, o el diputado y futuro cabecilla del cantón de Cartagena, Roque Barcia). Todos estos seguían defendiendo la vía insurreccional como forma de proclamar la república, que solo podía ser federal, para lo cual empezarían a crear sus propios comités y clubs al margen del partido.

A pesar de que ni los obreros internacionalistas ni federalistas intransigentes habían respondido al alzamiento parisino con una insurrección, en la prensa española en general, tanto en la conservadora católica, como en la liberal monárquica, había inquietud por la agitación que se estaba produciendo en las fábricas de Jerez, Cádiz, Valls, Barcelona, Valencia o Madrid. En cambio, en los círculos federales había entusiasmo por lo que estaba sucediendo en Francia con declaraciones y demostraciones de apoyo, como fue el encuentro que reunió a unas doscientas personas el 2 de mayo en el café Internacional de Madrid, y que acabó disuelta por la acción violenta de un grupo reaccionario conocido como la partida de la porra.

Federalismo españolAhora bien, como ha escrito la historiadora López-Cordón, cuando los republicanos federales españoles proclamaban su identidad de miras con la Comuna lo hacían poniendo el énfasis en el republicanismo y federalismo, pero sin tomar en consideración la otra corriente que impulsó la revolución de París, el socialismo, o a verlo solo como un mero agregado del republicanismo. Una lectura que evidentemente era fruto de la situación peninsular. La caída de París, el 28 de mayo, seguida de la fuerte represión que se desencadena contra los communards, puso fin a la inquietud entre los moderados que corrieron a aplaudir la prohibición de toda actividad proselitista en España. No obstante, como escribe Lida, los ecos de la Comuna van a mantenerse vivos no solo por la proliferación de panfletos y estudios, sino también por la continua presencia de refugiados franceses en nuestro país desde a finales de 1870 y principio del año siguiente, después de las derrotas de las insurrecciones en Lyon, Marsella y Toulouse, y sobre todo tras la capitulación en París, a finales de mayo de 1871. Así pues, para la historiadora argentina la importancia de la Comuna es doble. Como ejemplo inmediato y utopia disponible para refundar el poder desde el municipio. Pero también en la medida que la presencia en España de communards contribuiría, escribe, “a mantener vivo el espíritu federalista peninsular en su forma más extrema: el cantón”.

Ahora bien, como ha escrito la historiadora López-Cordón, cuando los republicanos federales españoles proclamaban su

Retrato de Amadeo I VICENTE PALMAROLI

Retrato de Amadeo I VICENTE PALMAROLI

La proclamación de la República en febrero de 1873 no fue la consecuencia de la presión de las masas republicanas, sino que el nuevo régimen llegó para llenar un vacío de poder tras la renuncia de Amadeo de Saboya. La abdicación del rey no dejó otra salida a los radicales monárquicos para evitar el retorno de los borbones, por lo que de forma coyuntural pactaron con la minoría federal una salida de emergencia, la proclamación de la República, que constitucionalmente no estaba contemplada. Pero el objetivo de fondo era mantener los principios de 1869, unitarios en cuanto a la organización del Estado. Por su parte, los republicanos apostaron porque tras unas Cortes Constituyentes se establecería la República federal desde la legalidad. Esta fue la estrategia de Estanislao Figueras, Pi y Margall o Nicolás Salmerón, un pragmatismo que les disoció de una parte de las masas de su partido que creían en la imperiosa necesidad de proclamar de forma inmediata la federal, y empezaron a actuar por su cuenta, tratando de construir el nuevo Estado de abajo a arriba. En julio, los diputados intransigentes abandonaron el Congreso e invitaron a la inmediata formación de cantones

La actitud de Pi negándose a validar la substitución de los ayuntamientos monárquicos por otros republicanos, a excepción de Madrid que había estado implicado en un intento de golpe de Estado en abril, “decepcionó”, como ha escrito  López-Cordón, “a muchos de los que aplaudían con entusiasmo sus teorías”, y que decidieron llevarlas a la práctica. El cantonalismo sigue siendo uno de los fenómenos más complejos del Sexenio, y se ha de entender como un federalismo espontáneo. Cartagena fue el primer cantón que decidió declarare independiente del poder central y, sin duda, el más famoso, ya que por sus circunstancias geográficas, su fortaleza amurallada y el hecho de apoderarse de la flota le permitió prolongar su resistencia desde el 12 de julio de 1873 al 11 de enero de 1874. El objetivo era político, autonomía municipal frente a poder central y la implantación de las reformas sociales defendidas por los federales. Cartagena trascendió lo local porque se constituyó un gobierno provisional de la federación, presidido por Roque Barcia, para intentar articular el Estado federal de abajo a arriba después de que en Madrid se difuminara un intento de formar un Comité de Salud Pública para dirigir la revolución cantonal. 

Francesc Pi i Margall y las buenas intenciones

Francesc Pi i Margall

La caída de Pi, el 18 de julio, que se negaba a intervenir militarmente, dio más alas al cantonalismo un fenómeno que se extendió por Murcia, Andalucía y todo el Levante. La  excepción fue Cataluña, pese a los intentos previos por declarar el Estado catalán por parte de los núcleos intransigentes desde meses atrás. Seguramente la razón de esta relativa calma catalana en medio del conflicto, también por parte de clase obrera y de núcleos internacionalistas, sea porque todos los actores vieron claro el mayor peligro que suponía el carlismo, que avanzaba posiciones en la montaña catalana por aquellas fechas.

Aunque sociológicamente el cantonalismo fue protagonizado por los núcleos exaltados del federalismo intransigente, en el caso de la insurrección de Alcoy, importante centro textil, fue diferente al resto. Aquí lo que hubo fue un levantamiento obrero promovido por los internacionalistas, principalmente bakunistas, cuya actuación en esos meses recibió una durísima descalificación de Federico Engels en un texto que se ha hecho célebre (Los bakunistas en acción. Memoria sobre el levantamiento en España en el verano de 1873). Como concluye Lida, “mientras el cantonalismo representó el último intento federalista de consolidarse en el poder por medio de una insurrección popular, Alcoy marca la culminación de la AIT española en su lucha contras las clases dominantes”.

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Así pues, si bien es cierto que se puede establecer una relación entre los alzamientos federalistas y su predecesora de la Comuna, y apuntar la influencia que pudieron tener los refugiados franceses, es imposible de desligar el estallido cantonal de las especiales circunstancias en las que proclamó la República en España en el marco del Sexenio, así como de la sólida tradición anticentralista y antiautoriario del federalismo español. La Comuna influyó como referente, pero no fue determinante ni precipitó nada en 1871. Lo cierto del todo es que ese verano cantonal de 1873 contribuyó de forma determinante al fracaso de la Primera República, a su desprestigio posterior, y al descrédito de idea de una insurrección espontánea como factor de cambio revolucionario, ya que tanto en el caso de la Comuna como del cantonalismo fueron derrotados militarmente en poco tiempo.