Portada de un ensayo académico sobre Literatura Prohibida / NORDIC ACADEMIC PRESS

Portada de un ensayo académico sobre Literatura Prohibida / NORDIC ACADEMIC PRESS

Democracias

Literatura y represión política

La responsabilidad social del escritor es una tarea urgente en Occidente, donde la frivolidad domina el espacio cultural, porque la libertad también es mucho más ilusoria

13 julio, 2021 00:00

“Un gran escritor no necesita la Historia”, le espeta Joseph Brodsky a George Steiner en una conversación televisiva que los dos mantuvieron con Mary McCarthy, moderados por el poeta Al Alvarez, en 1982. Por desgracia, en youtube sólo se encuentra un fragmento de unos veinte minutos, suficiente, en cualquier caso, para disfrutar de lo que fue la inteligencia crítica de Occidente en aquellos años. El debate se tituló Do repressive systems produce greater literature? (¿Producen los sistemas represivos mejor literatura?). 

Tras la presentación de Alvarez, Steiner abre fuego con una larga disquisición, una pieza magistral de oratoria en la que defiende que la mejor literatura del siglo procede de países sin libertad, sometidos a la censura y la represión, tales como los de la URSS, muchos de América latina o Sudáfrica. Bajo el yugo totalitario, sostiene Steiner, la literatura no puede distraerse y se concentra en lo esencial, en la defensa del sí más vibrante frente a la oscuridad pública. En el entonces llamado mundo libre, por el contrario, se había producido un fenómeno de trivialización. La democracia habría propiciado una especie de olvido ético en los escritores, más preocupados por los aspectos frívolos y comerciales de su oficio.

George Steiner

George Steiner

Lo primero que sorprende del video es el silencio reverencial con que los tres contertulios se escuchan, sin interrumpirse, prestándose una atención exquisita. Cuando llega su turno, sin embargo, tanto McCarthy como Brodsky no dudan en atacar la tesis de Steiner, con tanto respeto como contundencia. La primera en contestar es Mary McCarthy –de quien Gabriel Ferrater, que la conoció y la tradujo, ya decía que era una mujer capaz de emitir los juicios más severos con la más encantadora de las sonrisas–, que le reprocha al crítico su concepción mecanicista del arte, que a su entender no se puede explicar mediante un proceso de causa y efecto, porque eso excluiría el misterio de la creación artística. Con una gran perspicacia, la novelista estadounidense le dice que su argumento le recuerda al mito de la herida y el arco, tal y como lo reformuló quien fuera su primer marido, Edmund Wilson, en un ensayo clásico. Apoyándose en el Filoctetes de Sófocles, Wilson trató de demostrar que los grandes escritores sufren una profunda herida personal por la que a cambio reciben un don. McCarthy dice que la tesis de Steiner es la misma de Wilson aunque “actualizada y politizada”.

Por su parte, Brodsky, un poeta que había huido del comunismo, empieza afirmando que “la libertad es en sí misma la mayor obra maestra y de algún modo es el resultado de los esfuerzos de los mejores escritores”. A su juicio, además, “el poeta es como un pájaro, que no importa en qué rama se pose para cantar, pues de algún modo la poesía es un fenómeno anterior a la fundación de cualquier Estado”. Por otro lado, Brodsky sostiene que en términos de trash –de basura literaria–, la URSS es superior al Occidente liberal y que nada de lo que ellos han hecho puede compararse a Proust, Joyce o Rilke. Los poetas rusos que Steiner cita como prueba –Ajmátova, Tsvetáyeva, Madelshtam– obtuvieron reconocimiento mucho antes de ser reprimidos por el régimen soviético. Y es aquí cuando Brodsky pronuncia la frase que citaba: “Un gran escritor no necesita la Historia, esos poetas hubieran sido grandes en cualquier circunstancia”, una afirmación que deja perplejo y descolocado a Steiner: “That is I think an extremely vast and challenging proposition” (“Esa es, me parece, una declaración extremadamente amplia y desafiante”). 

Joseph Brodsky

Joseph Brodsky

Aunque el debate era muy propio de la época, cuando Occidente aún vivía dividido en dos grandes bloques ideológicos, el fondo de la cuestión sigue siendo concerniente para nosotros, ciudadanos del mundo posterior a la caída del Muro de Berlín. La pregunta de Steiner se parece mucho a la que se había formulado Lionel Trilling en 1950 cuando publicó La imaginación liberal. Según Triling, su país, a pesar de las conquistas sociales y políticas, de su calidad democrática, no había producido nada comparable a lo mejor que se había concebido en Europa en la primera mitad del siglo, en condiciones mucho más duras y gracias a escritores que en muchos casos tenían una ideología contraria al credo liberal. De alguna manera estaba exigiendo a los novelistas de su país una ambición que sería puesta en práctica por los autores de la escuela judía, cuyo esplendor no llegó a conocer. Bernard Mallamud, Saul Bellow, Philip Roth o Cynthia Ozyck fueron capaces en sus novelas de juzgar con gran lucidez las miserias de su sociedad, a menudo con una clarividencia que hoy nos sirve de faro. 

En 1982, Steiner aún no podía apreciar quizá la fuerza y la contundencia de esa literatura escrita en el mundo libre, con la que, por otra parte, acabaría teniendo serios  problemas, puesto que para él esos novelistas habían frivolizado un tanto su condición de judíos, olvidando el destino trágico de su estirpe. En ese sentido, el debate con McCarthy y Brodsky es elocuente porque pone de manifiesto las distintas formas de pensar del crítico, la novelista y el poeta. Steiner, que se proclamó superviviente de la extinta cultura judía europea, siempre privilegió la dimensión fatídica y profética de la literatura, con lo que, en el fondo, estaba subyugando a los escritores frente a la Historia de la que habían tratado de huir.  

Mary McCarthy

Mary McCarthy

Intentando explicarse la grandeza de una determinada literatura a la luz del destino de sus autores, el crítico no se daba cuenta de que con ello ahogaba el carácter con que el escritor se había opuesto al poder represivo. McCarthy da en el clavo cuando acusa a Steiner de tener una visión mecanicista del arte, puesto que esa fue a menudo la inercia de su método. Encerrado en una visión teológica y a la vez postreligiosa del arte, Steiner era incapaz de apreciar nada que no estuviera sujeto a esas leyes, que condenaban a la literatura a una sentencia de muerte irrevocable, a ser el testimonio de su propia y continua extinción.

El poeta Paul Celan

El poeta Paul Celan

Su defensa a ultranza de Paul Celan, como ejemplo de último poeta posible, ignoraba que, al otro lado del océano y de la Historia, había podido surgir alguien como Wallace Stevens, cantor de la felicidad, de la plenitud, de la fusión con esa misma naturaleza cuyo desahucio europeo Celan certificó en su poesía. La propia McCarthy, en su obra narrativa y ensayística, se enfrentó con valentía y ambición al mundo católico que le tocó vivir. Steiner hablaba de la obra literaria como un fenómeno consumado, adaptando sus conclusiones a las pruebas. De alguna manera, era él quien necesitaba la Historia. McCarthy y Brodsky, en cambio, no podían sino ofrecer su testimonio como escritores de una tradición viva y por tanto mucho más difícil de analizar y segregar.

Cuando Brodsky afirma que el gran escritor no necesita la Historia está en realidad pronunciando el alegato más contundente contra la opresión y la censura que pueda formularse. En realidad, toda gran literatura busca zafarse de las constricciones históricas. Brodsky añade que, a lo sumo, el escritor necesita una “historia de la sensibilidad y del gusto”. Como poeta, Brodsky se sitúa en ese espacio inexpugnable de la memoria donde la poesía ocurre y es sólo una “forma de acontecer, una boca”, como decía su maestro Auden. 

La alabanza, el recuerdo de todo aquello que no es manipulable ni cuantificable, es siempre el verdadero cometido de la poesía. Para decirlo con Shakespeare, “The poet’s eye, in fine frenzy rolling, / Doth glance from heaven to earth, from earth to heaven; / And as imagination bodies forth / The forms of things unknown , the poet’s pen / Turns them to shapes and gives to airy nothing / A local habitation and a name”. (“El ojo del poeta, moviéndose con maravilloso delirio / va del cielo a la tierra y de la tierra al cielo; / y mientras la imaginación moldea / las siluetas de cosas ignotas, la pluma del poeta / las convierte en formas y da a la nada aérea / un nombre y una morada terrena”). 

De todos modos, a pesar de su falta de ironía y de sentido del humor, Steiner advertía un peligro que no ha dejado de crecer en el mundo global, cada vez más complacido consigo mismo, cada vez más amnésico y esclerótico. Quizá su tesis, al proponer una división maniquea y demasiado simple, no estaba bien formulada, pero no hay duda de que su llamada a la responsabilidad de los escritores con su sociedad sigue teniendo vigencia y se ha ido haciendo cada vez más urgente en el orbe occidental y postsoviético, precisamente ahí donde la libertad es cada vez más ilusoria. Y su denuncia de la frivolidad imperante en las sociedades liberales hoy sería mucho más severa y oportuna. Como decía Bellow, Steiner era “a pain in the ass”, pero a veces hacen falta ese tipo de centinelas incordiantes para que una cultura no baje la guardia. Cada uno a su manera, los tres tenían razón. Hay que ver cuánto podían dar de sí veinte minutos de televisión hace cuarenta años.