Xavier Pericay: "El periodismo solo puede funcionar si la empresa gana dinero"
Pericay, autor de 'Las edades del periodismo', denuncia la "autocensura" de los profesionales de la información y la "cobardía intelectual" frente al poder político
12 julio, 2021 00:10Xavier Pericay (Barcelona, 1956) habla con enorme fluidez. La conversación transcurre de una cuestión a otra, pero el hilo principal no se pierde. Y versa sobre el periodismo, sobre sus dificultades en relación a la presión política y a la competencia que le ha caído encima desde hace ya unos cuantos años a partir del llamado periodismo ciudadano y las redes sociales. Pericay ha ejercido de profesor de Periodismo en la UAB y en la Universidad Ramon Llull, y es autor de una extensa obra, en la que sigue destacando Verinosa llengua, junto a Ferran Toutain, una auténtica referencia para una generación de profesionales de la información. Colaborador en prensa, y que ha experimentado el gusanillo de la política, como miembro de Ciudadanos, ha publicado Las edades del periodismo, dentro de la colección Breviarios, de la editorial Athenaica, “preciosa”, como él mismo describe. Su idea es clara y contundente: “El periodismo solo puede funcionar si la empresa gana dinero”, pero también incide en esta entrevista con Letra Global en el proceso independentista y en cómo la sociedad, en este caso la catalana, se ha dejado influir sin oponer resistencia, por los postulados de unos pocos dirigentes, algo que le sigue sorprendiendo.
--Pregunta: La censura en los medios ha sido una tónica a lo largo de la historia. Usted sostiene que también durante la II República, aunque esa visión no se ha difundido mucho. Al revés.
--Respuesta: Con la República ha habido mucho mito. Hubo cosas muy buenas, claro, pero con la Ley de Defensa de la República se cerraron muchos periódicos. La República trató de blindarse ante cualquier tipo de crítica.
--Hoy, ¿qué se debe entender por censura? ¿Cómo se manifiesta?
--Lo que doy a entender en el libro es que más que una censura externa, lo que existe es la autocensura, que, de hecho, ya existía. Hago referencia a un texto de Fernández Flórez, que es estupendo sobre esa autolimitación. También Orwell lo explica. Lo que se produce es una adaptación al medio. La mentalidad del periodista se adapta al patrón ideológico del medio y a la empresa que está detrás del medio. Ha ocurrido siempre. El periodista ya no ve la realidad. La ve con anteojeras, pese a que es cierto que todos tenemos nuestros propios prejuicios. No hay censura y todo medio puede publicar lo que entienda que debe ser publicado, sabiendo que luego estarán los tribunales, si alguien recurre a ellos. Lo que pasa realmente es que hay una falta de filtro, con mucha competencia entre medios. Y cuesta desbrozar lo que es el campo informativo del opinativo. Luego está la hegemonía que todavía mantiene la televisión, aunque es verdad que no en todas las franjas de edad.
--¿La televisión lo marcó todo y mantiene esa influencia?
--Antes de esa hegemonía lo único que había era una información que había pasado un filtro periodístico. Pero ahora se compite, además, con el llamado periodismo ciudadano. Algo que parece que ha visto alguien y que se relata. Y toma un cariz de noticia sin un procedimiento periodístico previo. La verdad es que para el periodismo, competir con eso no es fácil. No se puede competir con distintas reglas.
--Los años 20 son para usted los momentos de oro para el periodismo español, con unas características que se darán también en los cincuenta y sesenta en países como Estados Unidos, con buena circulación de ejemplares de periódicos y un alza en la publicidad. En esos años, sin embargo, España estaba en otra situación, con una dictadura, poco proclive para el periodismo.
--Lo que ocurre en España en esos años es muy importante, en 1927, por ejemplo, con la labor de Chaves Nogales, con el Heraldo de Madrid. España llega tarde, sin embargo. En Europa ya funcionan muchos periódicos. En Estados Unidos también, con pioneros como Pulitzer. Empresa y periodismo van a la par. Si no se gana dinero, es difícil que un periódico crezca. La Vanguardia, por ejemplo, empieza a ganar dinero en la I Guerra Mundial. El capital invierte en la prensa española y eso tiene mucho que ver con los contendientes en la guerra, los pro aliados y los germanófilos, que se promocionan a través de los periódicos. En España, sin embargo, el gran problema es el analfabetismo, aunque se producen cambios en los años 20. Por eso son importantes. Cuando se dice que en la etapa de Primo de Rivera no se avanzó es falso. Hubo avances, aunque con libertades limitadas. Con Primo de Rivera colaboró el PSOE de Largo Caballero. Esos avances estaban relacionados con la tecnología. Toda la historia del periodismo está conectada a la técnica. Y se implantan en esa época las rotativas que permiten la producción. Ahora, con Internet, la técnica es también crucial, pero se añade otra cuestión: la necesidad de crear negocio. El periodismo solo puede funcionar si la empresa gana dinero. Y la falta de adaptación a lo digital, el no haber recuperado nunca la misma inversión publicitaria anterior, es lo que provoca una doble crisis entre 2000 y 2008: de modelo y de negocio.
--Esa viabilidad de la empresa es crucial, pero usted apunta también otra cuestión que debilita al periodismo: la ‘cobardía intelectual’, le llama.
--Considero que la cobardía intelectual a veces no se centra en lo que se está escribiendo, si no en la incertidumbre que se genera. Es decir, la autocensura que el propio informador se impone, y que es fruto, en parte, de la relación de los medios con el poder. Los gobiernos tienen una relación inconfesable con los medios y éstos la tienen porque les interesa. En el caso catalán se ha visto con el agravante de la lengua, que se utiliza como arma política. El Periódico o La Vanguardia recibieron ayudas por sus ediciones en catalán, por parte de la Generalitat. Y eso tiene sus peajes. Da igual si gobierna el tripartito o Junts per Catalunya o Esquerra. Después hay una cosa de los propios profesionales, pero que también dicen los políticos: decir que tal cosa se señala a título personal. Y no, siempre se debería decir cuál es la posición, ¿no? ¿Qué quiere decir a título personal, en el caso, por ejemplo de un ministro que participa en un acto precisamente porque es ministro? Lo que ocurre ahora es que lo digital es ingobernable, con muchos actores, con muchos medios. Tuvo razón Julián Marías, cuando, tras el 11-S en 2001 señaló que se había producido un cambio importante y que lo tecnológico iba a ser decisivo y que se iba a ir en contra de la verdad, que es lo que hace ahora el Gobierno de España, mentir sin ningún problema.
--¿Mentir?
--Sí, aunque en Cataluña es mucho más grave, donde el nacionalismo gobierna y rige un totalitarismo hegemónico. Por mucho dinero que pueda repartir la Moncloa, nunca repartirá tanto como ha repartido la Generalitat. Ahora se llama sociedad civil a algo que no lo es en absoluto. Es un escándalo. No hay asociaciones que no tengan la dignidad de no ser financiadas. Apenas las hay. Y es que si no quieres aceptar esas ayudas, tu actividad será muy limitada. A no ser que tengas un empresario que te ponga el dinero.
--¿Sólo queda en Cataluña la salida de la filantropía para plantar cara?
--Sí, sería una idea, pero el dinero siempre tiene algo detrás. Es decir, si encontraras algún filántropo te pediría cuentas en algún momento. En todo caso, se pueden encontrar para financiar una ópera o una colección de clásicos, que no comprometen en el día a día. Pero si pides ayudas para acciones que vayan en contra del poder constituido, entonces será muy difícil. Se lo querrá cobrar.
--¿El modelo de Cataluña se extiende?
--En Cataluña esa característica que apuntamos es exponencial. También se da en el País Vasco o en Mallorca, pero no al nivel de Cataluña. En Mallorca se parece, pero es una sociedad muy distinta de la catalana. Lo que realmente me sorprende es Cataluña. A pesar de que el independentismo ha tenido altavoces muy potentes, cuesta entender que la sociedad catalana se haya tragado esos planes, con manifestaciones masivas propias del franquismo. Es cierto que en Mallorca han pasado cosas curiosas. Con la huelga de profesores que se organizó, en contra del Gobierno del PP, se llegó a pedir a las familias que no enviaran a sus hijos a las escuelas para que ellos pudieran hacer huelga, pero cobrando, porque iban a los centros. La mayoría obedeció las indicaciones, para no tener problemas.
--Entonces, ¿el periodismo no tiene el músculo suficiente para provocar una reacción social ante esas situaciones?
--No debemos generalizar. Hay medios que dan la cara. Otros no. Pero también los partidos políticos tienen su responsabilidad. Me di de baja de la primera línea de Ciudadanos, pero seguí como afiliado para ver qué pasaba. Y lo dejé de forma definitiva cuando el partido daba por bueno el último estado de alarma que había solicitado el Gobierno. Y es que estaba negociando los presupuestos, o no se sabe qué otra cosa más. Un partido que quería singularizarse era capaz de negociar eso, a cambio de un presupuesto, de un futuro, que, tras lo de Murcia, se fue al garete. Si esa irresponsabilidad la tienen los políticos, ¿cómo no la van a tener los medios? En todo caso, respecto al periodismo, habría que desconfiar más, ser más escéptico, que no se traduce en maldad, sino en poner en tela de juicio todo aquello que no es evidente. En Baleares el seguimiento al Gobierno autonómico es total. Es una obscenidad. Luego está la condición humana, y es que hay un porcentaje de estúpidos, en su sentido literal, que no es capaz de entender lo que está ocurriendo. Y es un índice altísimo.
--¿El periodismo guarda relación con su formato físico? ¿Peligra si el diario de papel vive sus últimos días?
--Lo que ocurre, y eso es una evidencia, que a mí me pasa, es que hay una dificultad para leer un libro de papel. La forma continuada que se tenía antes, hace unos años, ha derivado en otra en la que tenemos el móvil al lado. Para hacer consultas, cuando aparece un determinado personaje que queremos descubrir o para conocer el último mensaje recibido. Ya no se lee igual, sea en el formato que sea. Y lo que ha pasado también es que los diarios de papel presentan unos vericuetos gráficos que también despistan. Ya no parecen un periódico. Lo cierto es que la lectura tiene que ver con el ordenamiento de la información. Y eso se ha ido perdiendo. El papel seguirá siendo importante para unas determinadas generaciones, que también seguirán valorando el libro en papel. La transformación ha sido enorme. Y es lo que he intentado reflejar en el libro, más allá de aquellas diferenciaciones entre viejo y nuevo periodismo, a partir de clásicos como Josep Pla, Mailer, Talese o Wolf.
--Los nuevos medios son híbridos, donde también tiene cabida el entretenimiento.
--Pero el entretenimiento ha existido siempre. La lectura, además, se ha considerado para muchos un momento de ocio. Se disfruta leyendo. Es una actividad placentera y la del periódico especialmente. Reporta información sobre la actualidad, sobre la vida, que, si está bien escrito, te lo pasas muy bien. Ahora todo se ha mezclado. Y con la pandemia hemos aprendido que se puede ver más cine en casa, por ejemplo. Es difícil salir de ese mundo que hemos creado sobre el ocio. Pero lo fundamental del periodismo, en todo caso, es su función como relato de la historia. El arte del periodista, de Rafael Mainar, explica esa idea, el concepto de la historia que pasa, de la fijación del presente que ya es pasado. Eso es lo fundamental. Y ese relato del presente que ya es pasado se ha ido al traste, porque ese presente es ahora anticipo del futuro. Es la transformación que experimentamos. Pese a todo, hay que señalar que la información debe ser información y no un complemento de la opinión. Y que las opiniones no se pueden presentar sin haber informado previamente de lo que se opina.