Destrucción de la Columna Vedome durante la Comuna de París / ANDRÉ ADOLPHE EUGÈNE DISDÉRI

Destrucción de la Columna Vedome durante la Comuna de París / ANDRÉ ADOLPHE EUGÈNE DISDÉRI

Democracias

La Comuna de París, memoria y polémica

La ‘tercera revolución francesa’, un hito histórico del movimiento obrero, divide a la Francia de Macron, que asume la herencia de Napoleón pero se distancia de su legado

4 julio, 2021 00:10

En mayo de 1971, el presidente de la República, el gaullista Charles Pompidou, acudió al cementerio Père-Lachaise a inclinarse ante el Muro de los Federados, donde un siglo antes habían sido fusilados 146 combatientes de la Comuna. El lugar, que a sus pies alberga una fosa común, se convirtió casi inmediatamente en el símbolo del brutal aplastamiento de la revolución que durante 72 días gobernó París tras la derrota frente Prusia, debacle militar que puso fin al Segundo Imperio de Luis Napoleón. 

La durísima represión sobre miles de personas, llevada a cabo por la naciente III República bajo las órdenes de Adolphe Tiers, fue aplaudida en toda Europa por una burguesía asustada ante el primer gobierno obrero de la historia, que se sostuvo sin grandes líderes, casi sin ninguna estructura de poder y que abolió las jerarquías. La imagen de Pompidou rindiendo honores a los communards ejecutados ha sido evocada en diferentes ocasiones por el reputado historiador Pierre Nora, quien en los años ochenta acuñó el concepto “lieux de  mémoire” (lugar de memoria), situando en el centro del debate historiográfico francés la construcción de la memoria nacional. 

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Para Nora, el gesto del entonces presidente expresaba dos cosas. Que la clase obrera ya no daba miedo como sujeto revolucionario y que Pompidou quería integrar la memoria de la Comuna dentro del relato colectivo de la nación. En 1971, la izquierda francesa se había lanzado de nuevo a la calle de forma masiva y unitaria, con cortejos de miles de personas desfilando hasta Père-Lachaise, un ritual que había tenido su momento cumbre en 1936, con la participación de más de medio millón de personas, pero que empezaba a resultar ya algo anacrónico después de Mayo del 68.

A principios del pasado marzo, en una entrevista en France Inter, ante la pregunta sobre las conmemoraciones que se presentaban problemáticas en 2021, el nonagenario historiador respondió con un categórico y llamativo, “sí a Napoleón, no a la Comuna”. El aval al emperador se justificaba, según Nora, por su indudable trascendencia histórica, en tanto que fundador de instituciones que todavía sobreviven en la Francia actual, como el código civil, aún reconociendo que en su política había aspectos negativos y censurables desde el punto de vista de la dignidad humana. 

Comuna

En cambio, la exclusión de la Comuna se justificaba porque, si bien sirvió para alimentar la identidad de la clase obrera, no refundó la memoria nacional y apenas impactó en la III República, según Nora. Meses antes, el presidente Emmanuel Macron también sorprendió con la misma elección, hiriendo la sensibilidad de la izquierda para quien esa revolución, pese a sus insuficiencias y fracaso, fue considerada desde el día siguiente de su aplastamiento –y a lo largo de todo el siglo XX– como un episodio fundacional en la historia del movimiento obrero y socialista. 

Para Karl Marx, la importancia de la Comuna fue su propia existencia, no como un hecho del pasado, sino sobre todo de futuro, como “un nuevo punto de partida cuya importancia histórica es universal”, escribió en La guerra civil en Francia (1871). En el marco de la tradición revolucionaria francesa que nace en 1793, y como contrapunto a la conmemoración elitista del Elíseo, la alcaldesa socialista de París, Anne Hidalgo, sí quiso esta primavera celebrar con decenas de actos, conferencias, exposiciones, visitas guiadas, un acontecimiento que la izquierda todavía reivindica, aunque ya sin desfiles ante el Muro de los Federados

Decreto de la Comuna de París

Decreto de expropiación de la Comuna de París

Sorprendentemente, un siglo y medio después, la Comuna ha generado más polémica y división en Francia que en otras fechas. La oposición de derecha republicana en el Ayuntamiento criticó fuertemente que se celebrase un acontecimiento que había significado “un triste momento de guerra civil entre parisinos”, y en su argumentación retomó algunos de los clichés de la leyenda negra contra la Comuna, como la quema y devastación de la ciudad, que ya parecían superados.

Como espectadores de los intensos debates que sobre la historia y la memoria agitan recurrentemente el país vecino, que bajo la presidencia de François Mitterrand se centró en el periodo de Vichy y que desde hace unas décadas recae particularmente sobre la guerra de Argelia, resulta chocante la exclusión de la Comuna bajo el argumento de que se trata de un episodio que divide o de poca importancia en la historia colectiva. La profunda carga ideológica que tiene esa elección se ve de forma muy clara cuando se observa que uno de los momentos más llamativos de la Comuna fue el derribo, ordenado por la Comisión de Bellas Artes presidida por el pintor Gustave Courbet, de la columna Vendôme, erigida para celebrar la victoria napoleónica en la batalla de Austerlitz contra las tropas ruso-austriacas, éxito que sentó la bases de la dominación militar francesa durante una década. 

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Inspirada en la columna romana de Trajano, hecha construir por el propio Napoleón a mayor gloria, el movimiento communard la derruyó en tanto que símbolo de la barbarie militar y de la violación del derecho internacional. Esa confrontación entre Comuna y Napoleón, que se cruzó en 1871 y se repite 150 años después, expresa dos formas de entender la nación y la construcción del Estado. Frente al imperialismo napoleónico, el elitismo y la retórica de la grandeur, las ideas que sostuvieron a los federados fueron las del romanticismo proudhoniano, es decir, la espontaneidad, el mutualismo, la democracia directa, la desaparición del Estado sustituido por comunas que se federarían libremente, el desprecio por el dinero (hasta el punto que los communards no ocuparon el Banco de Francia), el rechazo hacia la guerra y del orden publico. En la Declaración al pueblo francés del 20 de abril de 1871, se lee: 

La Revolución Comunal, iniciada por la iniciativa popular del 18 de marzo, inaugura una nueva era de política experimental, positiva y científica. Es el fin del viejo mundo gubernamental y clerical, del militarismo, del funcionarismo, de la explotación, de la especulación, de los monopolios, de los privilegios, a los que el proletariado debe su servidumbre y la Patria sus desgracias y desastres.

El presidente de la República francesa Emmanuel Macron / CG

El presidente de la República francesa Emmanuel Macron / CG

La negativa de Macron a conmemorar el legado de la Comuna, mientras en cambio asume la herencia de Napoleón, con matices, pero “sin negar ni renegar de nada”, afirmó en el solemne discurso que pronunció el 5 de mayo pasado en el Instituto de Francia, le ha valido bastantes reproches, sobre todo teniendo en cuenta que llegó a la presidencia tras haber sido ministro de un gobierno socialista y que el movimiento En Marche! nació para superar las diferencias entre derecha e izquierda. Su negativa a conmemorar la Comuna cuadra muy mal con su voluntad de “integrar las memorias” en otros asuntos como la descolonización. 

El pasado 3 de junio en el diario Le Monde, George Serignac, gran maestro del Gran Oriente de Francia, hizo pública su protesta en nombre de todos los francmasones porque la insurrección parisina, dijo, “expresa un ideal de igualdad y justicia, de república democrática, laica y social”. Recordaba también que a lo largo de aquella primavera, la municipalidad de París decretó la separación entre Iglesia y Estado, el fin del sostenimiento público del culto religioso, la laicización de los hospitales y las escuelas, el derecho de las mujeres a la educación, pero también a la igualdad salarial y al divorcio, y que incluso planteó la abolición de la pena de muerte, la gratuidad de la justicia o la reducción de la jornada laboral, entre otros proyectos. 

Le Proletaire Le Prolétaire, órgano de reivindicaciones sociales y del Club de los Proletarios

Ejemplar de Le Prolétaire, órgano de prensa que expresaba las reivindicaciones sociales del Club de los Proletarios

Es innegable que los avances sociales y en libertades públicas que se darían a lo largo de la III República con la llegada al poder de los republicanos radicales  y socialistas son deudores de los anheles emancipadores del movimiento de la Comuna, la revolución de sola una ciudad, que se enfrentó al Estado, pero que soñó con fundar la república universal. El alzamiento popular del 18 de marzo de 1871 fue espontáneo, improvisado, aunque hubiera sido imposible de ejecutar satisfactoriamente sin la audacia del libertario Louis Auguste Blanqui y sus seguidores, partidarios de hacer primero la revolución y luego discutir qué hacer, como buenos anarquistas. 

Muchos en la izquierda la consideraron demasiado radical para la Francia de aquel momento, o la juzgaron inoportuna o prematura, como Víctor Hugo o Giuseppe Mazzini. Pero la unanimidad fue casi absoluta en reivindicar su herencia y denostar la feroz represión desencadenada por el Gobierno de Versalles, que se inventó un relato de terror rojo, incluyendo técnicas de manipulación fotográfica, como coartada para la masacre que llevó a cabo contra miles de federados. La controvertida construcción de la Basílica del Sacré-Coeur de Montmartre, que se comenzó a edificar en 1875 y se erigió en el mismo lugar de los hechos del 18 de marzo, fue no solo relacionada como la derrota de Francia contra Prusia sino también con los hechos de la Comuna, cuyo recuerdo el pueblo parisino debía expiar. 

Comuna Marx

Las reacciones adversas fueron muchísimas en toda Europa y no se escatimaron adjetivos a la hora de censurar un episodio que había hecho estremecer a la clase propietaria. La fiebre anticommunard se manifestó por doquier y no solo a nivel político. Por ejemplo, también a nivel literario, algo que retrató Paul Lidsky en su clásico Les écrivains contre la Commune (del que contamos con una edición castellana de 2016 en Traficantes de Sueños), un estudio que repasa la genealogía de la retórica antisubversiva de la que también participaron escritores que se adscribían a la tradición laica y republicana, como Émile Zola, George Sand o Gustave Flaubert. Un rechazo que refleja las muchas paradojas de un sector intelectual profesional que veía la acción política directa de las clases populares desde la desconfianza y el miedo. 

Con el rechazo a conmemorar su 150 aniversario, Macron ha dado la espalda a una larguísima tradición republicana que en 2016 llevó a la Asamblea Nacional votar una resolución pidiendo la rehabilitación de los federados asesinados durante la llamada semana sangrienta de finales de mayo de 1871. Como le han criticado las asociaciones de memoria histórica (Les amis et amies de la Commmune), al despreciar esa herencia popular, el Elíseo ha optado por identificarse con el poder de Versalles, que es donde se instaló el Gobierno de Defensa Nacional presidido por Thiers tras las elecciones legislativas en las se impuso una mayoría monárquica que capituló frente a Prusia, cedió Alsacia y Lorena y aceptó pagar fuertes reparaciones de guerra. 

En realidad, la insurrección estalló justamente por la oposición de los sectores populares y de la pequeña burguesía que integraban la Guardia Nacional a entregar al ejército las cañones instalados en la colina de Montmartre, una negativa que expresaba tanto el rechazo a aceptar la humillante derrota como la voluntad de que la nueva república fuera democrática y social. Así pues, ¿de qué valores es hoy más deudora la República Francesa, de la Comuna o de Versalles?

La Comuna es la tercera revolución francesa del siglo XIX, tras 1830 y 1848, y cuenta con una bibliografía que supera los 5.000 títulos. Sus ecos traspasaron Francia de inmediato y como ha estudiado el historiador Quentin Deluermoz en Commune(s) 1870-1871. Une traversée des mondes au XIX siècle (Seuil, 2020) se produjo una reapropiación en muchas partes del planeta, no solo en Europa, de manera que se puede trazar una historia mundial de este acontecimiento, de las diferentes formas como fue percibido y vivido en tiempo real, ya que en ese momento nacen las agencias de noticias, como Reuters, Havas o Favas. 

Federalismo españolParís, la segunda ciudad tras Londres en número de habitantes del planeta, se conviertió de inmediato en el centro mediático mundial. Como ha escrito la profesora María Victoria López-Cordón en su ya clásico estudio El pensamiento político internacional del federalismo español (Planeta), “la Comuna fue glorificada y execrada, presentada como simbolismo de la anarquía y el terror, y como modelo de idealismo revolucionario (…), desencadenó millares de escritos en su condena o defensa, despertó innumerables polémicas, pero pocas veces fue entendida y reducida a sus justos términos”. Fue ciertamente episodio fracasado y aplastado (hasta el punto que los vencedores construyeron un gran monumento para remarcarlo: la basílica del Sacré-Couer), pero que perduró en los debates de la izquierda, no como un modelo revolucionario a seguir, pues careció de auténtica voluntad de poder, sino como una experiencia a aprovechar para el futuro, y que inspiró a otros movimientos comunales, como en España fue el fenómeno cantonal impulsado por el federalismo intransigente. Pero esta es otra historia que merecía también muchos matices. 

París, la segunda ciudad tras Londres en número de habitantes del planeta, se conviertió de inmediato en el centro mediático mundial. Como ha escrito la profesora