Jon Lee Anderson: "En Latinoamérica el narcotráfico ha suplantado al Estado"
El periodista, que repasa el último decenio en Iberoamérica en ‘Los años de la espiral’, explica el auge del populismo por la ausencia de verdaderas instituciones democráticas
15 marzo, 2021 00:10Es uno de los cronistas más destacados de la actualidad. Colaborador del The New Yorker, ha firmado artículos y perfiles para los diarios The New York Times, The Guardian o Le Monde. Jon Lee Anderson es uno de los máximos especialistas en la política de Latinoamérica, así como en los conflictos posteriores al 11-S. Desde su casa de Inglaterra, y tras regresar de Washington, donde ha asistido a la investidura de Biden, el periodista, nacido en California, contesta a algunas de las cuestiones en las que profundiza en los reportajes y textos reunidos en Los años de la espiral. Crónicas de América Latina (Sexto Piso), donde recorre la última década de este continente.
–¿Qué posibilidades tiene Joe Biden de restaurar la política internacional y las relaciones con Latinoamérica que había establecido Barack Obama?
–He estado en Washington para la investidura de Biden y decidí quedarme una semana más para ver a gente, algunos obamistas y otros que no lo son, que se han unido al nuevo presidente. Todos ellos repetían que no estamos en 2016, cuando Trump reemplazó Obama con todas las consecuencias que hoy conocemos. El mundo ha cambiado y también América Latina. Y esto implica que habrá cambios con respecto a la política de Obama. No se va a priorizar ni Cuba ni Venezuela, sino México y, en parte, todo ese triángulo formado por Guatemala, El Salvador y Honduras, que son los países desde donde salen principalmente las caravanas de inmigrantes. También Brasil. ¿La razón? Bueno, el caso de México es obvio: su cercanía con Estados Unidos y el hecho de que es el país a través del cual llegan todo los inmigrantes provenientes de América Latina. Además es un país que, aparentemente, ha sucumbido a la fuerza del narcotráfico y cuyo presidente, López Obrador, es visto como un populista que, aunque supuestamente era de centroizquierda, hizo migas con Trump y actuó con cierto recelo hacia Biden. México es visto como un país problemático al que poder manejar, pero saben que no pueden dejar que sus relaciones vayan a mayores, así que necesitarán ejercer una diplomacia canchera.
El periodista Jon Lee Anderson / DAVID DE MONTELEONE
–¿Por qué Brasil?
–Porque está en manos de un populista de ultraderecha, un tipo nefasto más trumpista que cualquier otro político del hemisferio. Y por la cuestión del Amazonas. La gran política de Biden más allá de lo más inmediato –solucionar los problemas derivados de la pandemia– es el cambio climático. Esto me lo dijo un asesor muy cercano a él. Evidentemente, además de la crisis provocada por el Covid, lo primero que deberá hacer es reestablecer las alianzas internacionales y la democracia en Norteamérica, pero tiene claro que su mandato deberá distinguirse por la lucha contra el cambio climático, negado repetidamente por Bolsonaro. Para ello, va a intentar lidiar con él a través de un acercamiento multilateral, proponiendo una política conjunta de todos los países para salvar el Amazonas.
–¿Con el resto de los países de Latinoamérica no va a haber una política concreta?
–Habrá más reclamo de derechos humanos. Se hará un esfuerzo para consolidar las democracias, teniendo en cuenta que las latinoamericanas son muy frágiles. Y en cuanto a los países pseudomarxistas o revolucionarios, es decir, Cuba, Venezuela y Nicaragua, la política de Biden no será tan de centroizquierda como la de Obama. Y es que, como me dijo un asesor, Biden es izquierda del centro, pero a la derecha de Obama. Teniendo en cuenta el factor tiempo y el capital político que posee, Biden, va a centrarse en los asuntos prioritarios. Y Cuba no es visto como un tema principal. Eso sí, se dejará que lleguen las remesas y se permitirán los viajes de los norteamericanos a la isla. En el terreno económico, veremos una apertura, mientras que en el terreno político se estará atentos a cualquier señal de La Habana, esperando que desde Cuba se mueva ficha. Una vez que se marchó Obama, no solo por Trump, sino también por la actitud de los ortodoxos de La Habana, las relaciones se volvieron frías y violentas y los diálogos previos se paralizaron.
–¿Cuál será la actitud con Venezuela?
–Con Caracas se intentará una política de acercamiento a través de la ayuda humanitaria. Propondrán algo grande al gobierno venezolano para ver si muerde la manzana y coopera en aras de una reparación humanitaria del país. Personalmente, me parece una decisión sensata visto que nada de lo demás ha funcionado. Y es que son bastante cínicos acerca de lo que pueden lograr con diplomacia y diálogo.
–Junto al coronavirus hay dos factores que, como señala, han hecho mucho daño a Latinoamérica: Trump y el populismo
–Yo diría que los tres factores están ligados, si bien no puedo responsabilizar por completo ni a Trump ni a Bolsonaro por el coronavirus. Pero sí que creo que la pandemia no estaría tan desatada como lo está ni en Estados Unidos ni en México ni en Brasil si no fuera porque estos países se encontraron con líderes que actuaron en gran medida de manera política ante una cuestión de salud pública. El papel más nefasto lo ha jugado Bolsonaro en Brasil, donde la negligencia es casi malvada.
Dejando la pandemia de lado, está claro que el trumpismo caló hondo en América Latina y los líderes de turno, con excepción de los contestarios, que son pocos, han aprendido a relacionarse con la forma y el tono que se usa en Washington. Bukele, el tiranito de El Salvador, con una popularidad cercana al 99%, replica las formas y los códigos del trumpismo. Ya ni habla, solo tuitea. Incluso decreta leyes a través de su cuenta en Twitter. Ha militarizado el país a expensas del Congreso y de la Asamblea Nacional. Se ha ido reforzado en esta última década el populismo, tendencia que ya estaba, en países donde la democracia era frágil. Y los años de Trump no hicieron más que empeorar la situación. Si miras a Bolsonaro, su imagen, sus exabruptos. Es una copia fiel de Trump, pero, como me decían algunos amigos brasileños, Trump se va, pero Bolsonaro se queda. Por lo menos en Estados Unidos las instituciones, aunque muy desgastadas aguantan, pero en Brasil no hay institución. Es un país en manos de los militares con un exmilitar loco, malvado y gansteril al mando.
–¿La pandemia ha azotado igual a los países donde el populismo todavía no había calado?
–Hay países donde no ha calado pero la pandemia está causando estragos que serán más que evidentes en las zonas más pobres. Ahí donde ya había mucha gente subempleada o desempleada, habrá muchas más una vez que la pandemia pase. Otro riesgo es que la corrupción imperante en casi todo el continente haga que se desvíe el presupuesto de las vacunas, como ya ha sucedido con los ventiladores importados. Hay que tener presente que las vacunas llegarán de forma tardía a la población de Latinoamérica y esto es algo muy grave desde el punto de vista sanitario y epidemiológico.
Ya sabemos que hay mutaciones del virus, ahí están la cepa británica, la brasileña o la sudafricana y, si en América Latina no se vacuna con la misma eficacia que en otros países, lo que puede suceder es que el virus encuentre un lugar donde sobrevivir y seguir mutando. Los países ricos tienen que hacer una especie de Plan Marshall para los países más necesitados a través, quizás, de la OMS para asegurarles la llegada de la vacuna. Si bien no me lo dijeron de forma explícita, creo que Biden y su equipo son muy conscientes de esta situación y, aunque ahora no puedan de forma inmediata, creo que de aquí a cuatro o cinco meses empezarán con propuestas en este terreno.
–Leyendo su libro se intuye que en los 150 años de independencia en América Latina no se han constituido instituciones democráticas sólidas.
–Sí, diría que sí. El proceso de independencia de América Latina duró casi un siglo, siendo México uno de los primeros en obtenerla y Cuba y Brasil los últimos, además de ser también los últimos en abolir la esclavitud. Brasil tuvo cuatro veces más esclavos provenientes de África que Estados Unidos, el gran país esclavizador del hemisferio Norte. Muchos de los problemas que tiene Brasil tienen que ver con esa injusticia nunca reparada. En los otros países donde no importaron esclavos de África se esclavizó a la población indígena que, en determinados casos, fue exterminada. Volviendo a tu pregunta: al final de XIX, el siglo de la independencia, llegó al poder de los distintos países la élite criolla, es decir, o los tataranietos de los conquistadores o los militares; y ninguno de ellos tenía tras de sí la tradición liberal y protestante anglosajona, que es el germen de los Estados Unidos.
El escritor en Bonn (Alemania) / GUILLAUME BONN
Precisamente a finales del XIX Estados Unidos se apodera de algunas colonias españolas, como Puerto Rico, se convierte en un país marcial, activa la doctrina Monroe y empieza a hacer incursiones en otros países, sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial. Con la Guerra Fría se impuso en los dos bloques la lógica del ajedrez: había que agarrar ficha. Y como América Latina era su patio trasero, con la excepción de Cuba, Norteamérica pudo exigir a los distintos países que se alinearan a su favor, pero sin promover la consolidación de la democracia. Todo lo contrario, Estados Unidos se quedó y apoyó a los militares. La Guerra Fría acabó en los noventa y a finales de esa misma década concluyeron muchos de los conflictos abiertos en Latinoamérica, litigios que, dicho sea de paso, se cerraron con pactos de silencio similares al de España en la Transición. Esto tuvo unas graves consecuencias y solo con una demora de más de una década algunos países han juzgado a aquellos militares que, en su momento, quedaron absueltos. Ante todo esto, Estados Unidos miró hacia otro lado. Lo que yo le critico es no haber puesto el empeño ni la atención moralmente necesaria en fomentar la democracia en toda esa región en la que se impuso durante décadas.
–¿Qué papel puede jugar España en Venezuela, que se ha convertido casi en parte del debate político nacional?
–Ojalá España tuviera más potestad moral en cuestiones de memoria histórica. Fíjate lo que hicieron con Baltasar Garzón, cuyo gran mérito histórico fue lograr disminuir la fuerza autoritaria de un exdictador como Pinochet. No es casual que Chile sea uno de los países que más logros ha conseguido en términos de democracia y de memoria histórica. Además, gracias al reciente estallido social ahora ha decidido redactar una Constitución nueva, pero no sé si esto hubiera sido posible sin esa ficha que logró mover, primero, el juez Juan Guzmán y, luego, Garzón, quien consiguió el arresto en Londres de Pinochet. Por tanto, la gran crítica que le hago a España es de no hacer en su propia casa lo que exige que se haga en la ajena.
En la era posterior a la Guerra Fría, durante la década de las grandes privatizaciones, España se lucró muchísimo a través de empresas como Iberia. Sin embargo, este enriquecimiento empobreció a su vez a muchos países de Latinoamérica y se podría decir que fue el detonante de los populismos de izquierda de finales de los noventa. Creo que España tiene que mirarse al espejo antes de poder ser un intermediario más. Es lógico que, como madre patria o como país depositario de la cultura de muchos países latinoamericanos, juegue un papel importante, pero antes debe reconocer sus flaquezas y atenderlas. No creo que con Vox y ese mini Franco en el escenario, y con un interesante gobierno de coalición progresista, pero quizás precario, España esté en posición de hacer de intermediario. Tiene demasiados problemas propios para hacerlo. Quizás suene a herejía, pero lo que está haciendo Chile es lo que seguramente debería hacer España: redactar una nueva Constitución, puesto que la actual es heredada de una dictadura.
–Usted dedica un capítulo a Gabriel García Márquez, que tuvo un papel clave como intermediario entre Cuba y los Estados Unidos de Clinton. ¿Podemos hablar, actualmente, de un declive de la figura del intelectual latinoamericano?
–No se puede decir que estemos privados de intelectuales; allí están Alma Guillermoprieto, Juan Gabriel Vásquez o Leonardo Padura, por ejemplo. Dicho esto, la pregunta es muy válida en cuanto todos ellos no tienen ni la potestad ni la influencia que tenían los intelectuales en los años del boom: estaban Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y, evidentemente, Gabo, que fue el que más destacó entre todos y jugó un papel político hasta casi el final de su vida. Y, si bien eran polos opuestos, tanto Gabo y Vargas Llosa fueron dos actores que buscaron, cada uno a su manera, fortalecer la democracia. Hoy en día no tenemos figuras de este tipo. Tenemos voces emergentes que seguramente incidirán positivamente en países como El Salvador, Cuba o Venezuela, pero están atomizadas. También en Guatemala hay un grupo de jóvenes más que destacable, lo que sucede que tanto ahí como en los otros tres países se enfrentan a leyes que los silencian, a presiones para que se exilien o, incluso, corren el riesgo de ser apresados.
En algunos casos, sus palabras y sus manifestaciones se atenúan por su deseo a permanecer en su país de origen y no exiliarse. Entiendo su decisión, pero estas circunstancias limitan su capacidad de denuncia. Al final, ciertas denuncias solo tienen lugar en internet, pero no tienen reflejo en las calles. Y es que lo que han aprendido los nuevos tiranos como Putin es que lo que debe hacerse es dejar que se distraigan con su smartphone y que critiquen y protesten por las redes, puesto que, una vez que salen a la calle, son presos del Estado. Esto es lo que está pasando en Venezuela, en Rusia o en Cuba. En todos aquellos países donde hay un autoritarismo impuesto de forma tajante. Si pensamos en otros países supuestamente democráticos, como Colombia o México, cuidado con lo que dices, porque si vives en la provincia fácilmente te van a matar. La criminalidad que hay en el escenario político es mucho mayor que la que había en la década de los sesenta, cuando el narcotráfico no era un asunto relevante. Hoy todo es narcotráfico, todas las instituciones, desde la política o la policial, están atravesadas por la corrupción. En este contexto los intelectuales viven intimidados.
–¿Cómo afecta esta situación al periodismo?
–Cuando hablo de intelectuales me refiero a los periodistas y a los novelistas que tienen una voz política. Por esto citaba a Juan Gabriel Vásquez, en cuyas novelas habla de la guerrilla y del paramilitarismo. No es el único escritor con voz política, pero es el más destacado, junto a Juan Villoro, aunque opere más en el ambiente académico que político, y a Alberto Barrera Tyszka, escritor y columnista venezolano que vive en México. Más allá de estos nombres no ha cuajado un movimiento político-intelectual fuerte.
–Ha citado el narcotráfico. ¿Es la causa y la consecuencia de la situación que se vive actualmente en Latinoamérica?
–El principal problema es la falta o ausencia del Estado. Cuando vas a Brasil o a Colombia te preguntas dónde está el Estado. Te alejas de Bogotá y te das cuenta de que en la provincia no existe. El gobierno se mueve en su cuartel, figurativo y literal, y lo que hay fuera no importa. Los ricos están en sus casas-fortaleza y los demás en sus chozas. Ellos en sus torres de Miami con su servicio doméstico en las favelas. Hay una falta de humanidad arraigada, casi inconsciente. ¿Cómo vas a elevar el estatus de tus conciudadanos si le pagas 100 dólares mensuales por limpiar tu casa? En Estados Unidos deberías pagarles como mínimo 4.000 dólares. Lo peor es que los ricos latinoamericanos son tan ricos como sus prójimos de Nueva York. Les crítico precisamente por esto, porque no pagan lo suficientemente a su gente, pero se suben en un jet y van a París cuando quieren.
Volviendo a tu pregunta, el narcotráfico ha suplantado al Estado y se ha constituido en un poder económico y, por ende, político y social. El Chapo pudo vivir en su pueblo natal de México durante años después de su última fuga. Todos sabían dónde estaba. Yo también lo sabía gracias a algunos amigos míos del D.F. ¿Cómo fue posible? Fácil: cuando sales de Sinaloa te das cuenta de que estás en tierra de los cárteles y, si te encuentras con un control de policía, no sabes para quién trabajan. Lo más probable es que estén al servicio del cartel. Y esta suplantación se vio durante la pandemia: la hija del Chapo, por ejemplo, posteó videos de ella y de su familia entregando a los pobres del interior del país cajas de ayuda a humanitaria con el sello en homenaje a la figura de su padre, un sello que, además, produce camiseta y todo tipo de merchandising.
Jon Lee Anderson en Kiev en 2014 / DAVID DE MONTELEONE
–Algo similar a lo que hizo Pablo Escobar.
–Igual. Luego, el cartel Nueva Generación, que es de los más sanguinarios que hay, también publicó videos de algunos de sus miembros encapuchados distribuyendo cajas de ayuda a ancianos que viven en casuchas abandonadas. Hablamos de lugares donde no está el Estado y el narcotráfico lo suplanta. En Colombia, Venezuela, El Salvador, México, Honduras o Brasil, pero también en algunos barrios de Buenos Aires donde no entra la policía. De la misma manera que el rico no es capaz de pensar que debería elevar el estatus económico y social de sus sirvientes, el Estado tampoco piensa que es responsable de buena parte de su población que vive en situación de miseria. Si te mueves por las afueras de Lima o de Buenos Aires lo que ves es una gran miseria completamente ignorada por el Estado. No hay programas de ayuda duraderos ni nada. Por esto, el narcotráfico se convierte en la única salida para esta gente.
–¿Esto no era así hace algunas décadas atrás?
–Para nada. Hace sesenta años, cuando empezó la guerrilla, si eras hijo de un machetero en cualquier país de América Latina o trabajabas con tu padre y ganabas un dólar al día, que es lo que todavía ganan los campesinos en Nicaragua, te ibas con la guerrilla a construir un mundo mejor. Ese mundo mejor no llegó, pero llegó el narcotráfico.