'El juicio final' (1435), una obra de Stefan Lochner que representa el poder omnímodo de Dios frente al miedo del hombre

'El juicio final' (1435), una obra de Stefan Lochner que representa el poder omnímodo de Dios frente al miedo del hombre

Democracias

Diálogos sobre el poder y el miedo

Rafael Argullol, en conversación con Fèlix Riera, razona sobre las pasiones humanas, entre las que destaca la obsesión por el dominio como coraza frente al miedo

27 diciembre, 2020 00:10

Un salón amplio y minimalista. La decoración puede variar en función del inquilino. Pero en las instancias del poder el gobernante sabe que estará solo. Es el último dique. Ha consultado, ha escuchado. Muchos otros han querido influir en sus decisiones, pero la última palabra la tiene él, o ella. Y en ese instante asume qué implica haber alcanzado el poder. Sin embargo, ¿cómo es esa pasión por el poder? Lo más importante es conocer la fibra del ser humano, al que se le puede definir de muchas formas, pero hay una, diáfana, precisa, que señala el narrador, poeta y ensayista Rafael Argullol. Se puede definir a partir de una duplicidad: “esperanza + miedo”. Y para escapar de ese miedo, para defenderse, el hombre “normalmente lo hace a través de la posesión y el poder”.

Lo razona Argulloll en el libro Las pasiones según Rafael Argullol (Acantilado), en conversación con el editor Fèlix Riera. Se trata de 34 pasiones que son el resultado de esos diálogos entre los dos, a partir de un programa radiofónico en Catalunya Ràdio. Como señala Riera, se trataba de un tour de forcé intelectual para compartir el enorme caudal de significados que “habitan en las pasiones”. Y, como indica Argullol, “sin las pasiones caemos en la apatía y en la indiferencia” y “no merece la pena vivir”.

El escritor Rafael Argullol / ACANTILADO

El escritor Rafael Argullol / ACANTILADO

Con todos los ojos puestos en los gobernantes, con una actitud de clara indignación frente al poder, en una crisis sin precedentes provocada por la pandemia, desgranar esa pasión por el poder invita a un viaje hacia el interior del género humano. En la definición del hombre destaca ese primer elemento: la esperanza, que ha “desempeñado un papel ambivalente en la condición humana, a veces ha ayudado al hombre --de ahí la expresión tener esperanzas-- y a veces ha hecho todo lo contrario, puesto que conservar la esperanza a menudo también conlleva hacerse ilusiones”. Pero el componente decisivo es el miedo, a partir del juicio de Argullol. Un miedo que se muestra ahora, con millones de personas pendientes de una pandemia que ha reducido la movilidad, que obligará a cambios en las relaciones familiares y laborales, y que obligará a interiorizar la posibilidad de que lleguen otras pandemias en un horizonte cercano. Argullol señala que el hombre “está continuamente asustado y, si no lo está, suscita oleadas de miedo. Podemos verlo perfectamente en el mundo contemporáneo, donde a menudo se generan epidemias de terror colectivo”, argumenta.

La respuesta a ese miedo es una búsqueda del poder. Frente a situaciones que le provocan ese temor, “el hombre ejerce una variante aún más agresiva del poder porque este atributo se convierte en una coraza con la que intenta defenderse”. Y, llegados a ese punto, el camino se bifurca: “Si el hombre no ejerce el poder de manera violenta, sino a través de la ley, necesita llevar esa coraza. Sin la regulación del poder hay una desprotección general”. Y en ese sentido Argullol considera que “la aplicación estricta de la ley de la selva sería tan grave como una selva sin ley”.

Las pasiones de Argullol

Lo que provoca una gran congoja es la necesidad de asumir un comportamiento concreto ante ese poder. ¿Es necesaria una autocontención individual para que ese poder no entienda que debe ser despótico? Ha ocurrido en todos los meses de pandemia, en España y en todos los países occidentales, que mantienen un escrupuloso respeto y admiración --por ahora-- por los propios valores que han permitido la construcción de una civilización occidental. No es el caso de Oriente, con códigos distintos y con una apreciación de lo colectivo que se impone frente a lo individual.

La precisión llega de la mano de Fèlix Riera, quien, a lo largo del libro, incita con referencias culturales constantes para que Argullol aporte mayor complejidad a la narración de sus pasiones. Riera señala, citando a Étienne de la Boétie, quien lo plantea en el Discurso sobre la servidumbre voluntaria, que solo puede haber una estructura de poder construida de abajo arriba, con la premisa de que la parte inferior de la pirámide está dispuesta a aceptar la posición de fuerza del que está arriba.

Argullol acepta el reto, y modela dos posibilidades. En la primera, “toda libertad colectiva implica una necesidad de moderar la libertad individual, algo que ya se comprobó durante la democracia de Pericles”. Es decir, y siguiendo al gobernante de Atenas, si queremos tener una ley que nos haga libres colectivamente, “cada uno de nosotros debe tener cierta capacidad de contenerse a sí mismo”. Y esa sería la limitación del ciudadano. Es un presupuesto que se ha pedido en todos estos meses a los gobernados. Un esfuerzo individual para permitir una salida colectiva.

Monumento dedicado a Étienne de La Boétie (1892)

Monumento dedicado a Étienne de La Boétie (1892)

La otra posibilidad que ofrece Argullol es que, de las enseñanzas de La Boétie, se puede derivar la limitación del súbdito. Ello significa que ese súbdito no obedece para que el colectivo salga adelante, sino para “delegar su destino a un poder superior”. Y la conclusión de Argullol, para mirar a la contemporaneidad, es que “uno de los grandes peligros de nuestra sociedad es haber sustituido al ciudadano por el súbdito, esto es, contar con sistemas supuestamente democráticos en los que los habitantes de un lugar se comportan como súbditos antes que como ciudadanos”.

Con la figura ya en juego de Maquiavelo, --sigue siendo el gran referente para entender el poder, cómo alcanzarlo y cómo mantenerlo, a través de El Príncipe-- aparece la necesidad de regular el poder, una vez asumimos que está en todos nosotros, que es una pasión, y que será mejor minimizar sus posibles daños. Se trata de admitir que en un naufragio tendremos más posibilidades de sobrevivir si, por lo menos, sabemos nadar. La idea llega, de nuevo, a través de ese fructífero diálogo entre Argullol y Riera, y hace relación no sólo al mundo público, sino también al privado. “El poder está en el puesto de trabajo, en la familia, en las relaciones amorosas, y va siempre acompañado de una ilusión de posesión. El poderoso se manifiesta porque cree que posee más que quien no lo es, y eso hace que se sienta seguro”.

Silencio, se vota, Gabriel Colomé

El conocimiento de esa pasión, de considerar que todos la tenemos, aunque se desarrolle de forma distinta, nos permite entender las luchas partidistas y esa paradoja que domina en las democracias liberales: quiero alcanzar el poder, pero, ¿para hacer luego qué? El politólogo Gabriel Colomé se adentra en ello, en su libro Silencio se vota (Comares), admitiendo que se pueda discrepar. A su juicio, y frente a la pregunta clásica sobre si la política es la lucha por el poder o por las ideas, Colomé responde que “no son dos conceptos antitéticos en la definición de política como la lucha por el poder para llevar a cabo las ideas”, y que depende de la vocación de gobierno de los distintos partidos políticos. Sin embargo, eso puede obedecer a una concepción de la política que ha quedado superada por el dominio de los políticos, es decir, de los individuos que, realmente, tienen una pasión por el poder mucho más desarrollada. Son personajes concretos, líderes individuales, los que arrastran, a partir de la concepción de La Boétie, a ciudadanos, que, como indica Argullol, son cada vez más súbditos que individuos conscientes de que se debería trabajar por el bien del colectivo.

Argullol prosigue, con un diálogo humanístico con Riera, que le lleva a otros campos: el amor, la belleza, el juego, el arte, la ira, la bebida, la verdad, el más allá, los lazos de sangre o el odio, y así hasta 34 pasiones, las nuestras, las de usted y yo.