Viaje de regreso a la cultura conservadora
Los nuevos tiempos del capitalismo, marcados por el dogma tecnocrático y la ausencia de unas reglas del juego claras, auguran un retorno a la tradición
22 noviembre, 2020 00:10¿Cómo poner de moda a Sun Tzu? Los referentes en el actual mundo tecnocrático, que reclama la máxima productividad, son otros. Los nombres de Elon Musk o Peter Thiel brillan con luz propia. Han revolucionado el mundo con una palabra que se ha sacralizado: innovación. Pero se trata de dos emprendedores que quieren acabar con un modelo que consideran inoperante, poco práctico, porque la democracia liberal es lenta, demasiado deliberativa para sus intereses. Musk, al frente de Tesla, ha dado un vuelco a la movilidad y se muestra como el nuevo hombre que salvará el medio ambiente, capaz de impulsar viajes al espacio exterior porque el planeta Tierra se ha quedado pequeño. Y Thiel, fundador de Paypal y confundador de Facebook, que arropó desde el inicio a Donald Trump, se ha desentendido de los rituales de la democracia: ¿cómo esperar que se apruebe una ley, con todo el proceso que comporta, cuando de lo que se trata es de dar rienda suelta a la innovación?
Sin embargo, habrá que volver a Sun Tzu, quien advertía que “la guerra es una contienda moral que se gana en los templos, antes que en los campos de batalla”. Esa es la impresión de Esteban Hernández, un analista económico y político, que está convencido de que se deberá dar un paso atrás. Josep Pla lo verbalizaba con aquella apuesta por el “regreso”, en lugar de por el “progreso”. Y de eso se trata en estos años, de ser “culturalmente conservador”. ¿Por qué?
Hernández lo señala al considerar que hace falta en estos momentos de incertidumbre “solidez, estructura y límites frente a un orden que genera vidas inestables, precarias y sin poder de decisión sobre el porvenir”. Lo explica en su obra Así empieza todo (Ariel), en la que destaca la voluntad del nuevo capitalismo de “derribar lo sólido”. Sólo de esa forma tiene capacidad para reinventarse y mantener la extracción de beneficios, en un movimiento constante hacia arriba, a pesar de las bajas que pueda causar.
Es la cultura, como un instrumento que permite repreguntarse el pasado y conectar al individuo con lo que fue lo que puede permitir una mejor navegación en tiempos tan convulsos y sin certidumbres. El relato, en todo caso, tiende a banalizar y a caricaturizar esa apuesta por lo conservador. Se malinterpreta a conciencia y en eso caen también las llamadas fuerzas progresistas. Y es lógico que se haga esa valoración, desde ese ángulo, cuando lo conservador se limita a una serie de mandatos que se repiten una y otra vez: reducción de impuestos, una concepción nacional para rechazar la inmigración, o la religión católica como bandera para rechazar la libertad de costumbres de los llamados progres, además de alabar un mercado dirigido por el poder financiero. Hernández considera que “nada de conservador hay en ello; más bien son posiciones políticas que desorganizan aún más las sociedades”.
Se trata de repensar la sociedad desde postulados previos al liberalismo económico extremo. La cultura y el pensamiento son relevantes: “Frente a un mundo que se sustancia en un documento Excel, introduce una dimensión trascendente; frente a un sistema que sólo toma en consideración aquello cuyo valor puede medirse y multiplicarse, subraya la existencia de aquello que no puede subsumirse en un número, desde el amor hacia la pareja o los hijos, la belleza, los lazos que nos unen a los demás, el sentido de la historia, el rechazo de la injusticia, el deseo de un futuro mejor, la intuición de lo eterno y tantos otros valores que van más allá del ser humano individualmente considerado”. El pensamiento y la cultura, por tanto, “rompen esa perversión que detiene el tiempo, y nos arrojan a otras épocas, nos unen a otros seres humanos y nos conducen hacia otras posibilidades personales y sociales”.
Todo eso se puede traducir en la práctica por una vuelta a lo local, que se asimilará a lo conservador, al llamado terruño, pero que no implica una cerrazón ni una negación de la modernidad, sino una especie de salvación ante el precipicio que ha significado para amplias clases sociales la globalización. Musk y Thiel, como fieles representantes de la supuesta apertura total de nuestras sociedades, se situarán en contra. Querrán intensificar el camino recorrido, pero esa es la disyuntiva, en tiempos de pandemia, que debe ocupar a los pensadores para dibujar un horizonte posible.
La vuelta a modelos anteriores, sociales y económicos, puede ser una quimera, pero dependerá de la intensidad de la actual crisis, provocada por la pandemia y de que el relato se refuerce en esa dirección. Lo que hace Esteban Hernández es presentar la dualidad, o Sun Tzu o un señor como Thiel, sudafricano de origen, que vivió en una sociedad polarizada por la segregación racial, y que vio en Estados Unidos, y en la acogedora California un mundo nuevo que permitía una especie de sueño libertario, sin reglas, donde todo dependía del ingenio y de esa manida capacidad de innovación.
La transformación ha sido notable, vertiginosa. Lo plasma Branko Milanovic en Capitalismo, nada más, cuando sitúa esas diferencias a partir de los modelos existentes. En los últimos cuarenta años todo ha cambiado, lo que obliga a esa actitud conservadora, para guarecerse en los pocos valores que nos queden. Tras la Segunda Guerra Mundial, obligados todos por las circunstancias, se constituyó un modelo inclusivo. Y la gran pregunta es si fue, en realidad, un periodo excepcional en el tiempo. Lo normal, lo que le toca al ser humano, es la intemperie, la incertidumbre, se podría decir a partir de los acontecimientos de las últimas décadas, marcadas por la financiarización de la economía. Milanovic señala el movimiento a favor de la participación de las rentas del capital en el producto neto de los distintos países del capitalismo occidental. Eso, en cambio, no ocurría en todo el periodo que transcurre entre la Segunda Guerra Mundial y finales de los años setenta del pasado siglo.
Branko Milanovic
Otra de las diferencias es que los individuos con rentas más altas lo eran antes por las rentas de capital, pero ahora son también ricos por las rentas del trabajo. Es decir, han copado los mejores puestos de trabajo. Y otro hecho paradójico, y es que esos individuos tienen a relacionarse solo entre ellos, y contraen matrimonio. Con ello se agranda la distancia entre una capa social muy privilegiada y el resto.
Unos se van, y, de hecho, quieren viajar al espacio exterior, como si dispusieran de un taxi particular. Es el caso de Elon Musk, obsesionado, además, con trascender a la muerte. Y otros se quedan, escondidos en sus casas, cabreados, y acusados, además, de no entender el mundo. Esa es la dualidad que se produce, y que exige el retorno a los templos, para pensar, para interiorizar esos cambios y proponer otros modelos, y para buscar también la trascendencia, porque somos humanos.