Ignacio Peyró, director del Instituto Cervantes en Londres

Ignacio Peyró, director del Instituto Cervantes en Londres

Democracias

Retrato íntimo de la 'nouvelle droite'

Ignacio Peyró resucita en sus dietarios el ‘momentum catastrophicum’ de la política española que discurre desde el fin del 'zapaterismo' al inicio del 'marianismo'

1 noviembre, 2020 00:20

Julio Camba, maestro del ingenio en corto, lo dejó dicho con una sencillez pasmosa: “Los chinos son muy viejos y lo saben todo”. Ignacio Peyró (Madrid, 1980) no es oriental, sino un gentlemen de tradición más bien castiza, de esos que buscan –inútilmente– los ecos de la alta cultura británica en la capital de España y que, desde hace algunos años, dirige el Instituto Cervantes de Londres con éxito y sin perder el punto exacto de nostalgia elegante de sus años madrileños, que son casi todos, a excepción de algunos desvíos rurales extremeños en busca del bucolismo de los clásicos. Suponemos que estos años fueron los que le hicieron llegar (muy pronto) a sitios que se nos antojan similares a los viejos asientos de cuero y madera ancestral del mandarinato cultural. La suerte es así de justa o de caprichosa.

Peyró, que acaba de cumplir los cuarenta, una edad indefinida donde si has logrado subir a algún atrio puedes bajar (de golpe) o, si no lo has hecho aún, debes enfrentarte a algo todavía peor: la emergencia de la decepción vital, esa dama irremediable, ha escrito un estupendo volumen de diarios --Ya sentarás cabeza (Libros del Asteroide)-- que comprende un periodo temporal que va de 2006 a 2011, el quicio de nuestra historia más reciente que discurre entre el colapso del zapaterismo y la llegada a la Moncloa del marianismo, descabalgado por una moción de censura cuya mayoría rige desde entonces la excepcional catástrofe española

El escritor madrileño no presenta su libro como unas memorias políticas, sino periodísticas, con pasajes previos de su infancia y batallitas de adolescencia, pero su mayor mérito como memorialista literario está en fijar espléndidamente el cuadro sociológico de las derechas españolas, que, antes de regresar al poder, competían entre sí mientras la crisis destrozaba el país y ponía fin a los años dorados de prosperidad y especulación, antesala de nuestra decadencia contemporánea. “España necesita un centro-derecha fuerte y yo apoyaré cuando pueda para conseguirlo”, confiesa Peyró.

Ya sentarás cabeza, Ignacio Peyró

Procedente de una familia acomodada, el escritor hizo el cursus honorum de rigor: educación conservadora, impronta religiosa, formación opusina, indolencia sin excesiva culpabilidad, amor por la buena mesa y devoción mayor por los alcoholes egregios. Comienza, según relata, como alevín de periodista en medios inequívocamente conservadores --El Confidencial Digital, la revista Alba-- y, deslumbrado por ese cogollito madrileño donde se cocinan todas las conspiraciones políticas, y también nacen los lamentos de la vanidad herida, contempla, igual que Velázquez desde el Alcázar de los Austrias, el panorama de esa fascinante corte de apellidos compuestos. 

No tarda mucho en meterse dentro del cuadro --un riesgo que acecha a cualquier periodista, pero que sólo sortean los auténticos fronteras-- y termina, ¡qué derroche de talento!, como escritor de discursos de Rajoy, el hombre de fin de la cita, primero de forma más o menos externa --compatibilizándolo con sus tareas como editorialista de La Gaceta de los Negocios en los tiempos de Intereconomía--, y, algo más tarde, formando parte del cuerpo de asesores de la Presidencia del Gobierno. “Estoy dentro”, dice al explicar ese instante.

Que Peyró soñase con ser un dilecto periodista conservador, dada la remotísima posibilidad de ganarse la vida con la literatura, su verdadera pasión, nos parece verosímil. Es un sueño de muchos al alcance de muy pocos. Que la crisis de la prensa se lo impidiera --“el periodismo es una de esas pasiones que es mejor recordar que vivir”, explica en el prólogo-- también, aunque tales circunstancias, y menos con una década escasa de carrera profesional, no tenían necesariamente que cristalizar, como parece que ha sido su caso, en la vocación (confesa) de convertirse en el oráculo de la derecha, un puesto para el que --entonces y ahora-- hay bastante competencia. Causa perdida, por descontado, como revela, no sin cierto humor, el yo de sus diarios cuando escribe: “Lo bueno de ser un escritor conservador es que los contrarios no te quieren y los tuyos te detestan”. 

zapatero y rajoy

José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy / EFE

Desayuno en el Ritz, un diputado de CiU que me saluda y me dice te he leído; este era el Madrid con que soñaba”. Esta confesión, incluida en un pasaje del libro, nos sitúa in media res ante la ingenua naturaleza del dietarista, que, sin dudar, toma por cierto dicho comentario y no parece sospechar en ningún momento que dicha frase --“te he leído”-- la usan los próceres incluso el día que no has escrito nada. El halago, dijo alguien, debilita. A veces, sin embargo, salva. Por otra parte, los políticos no suelen leer y tienen a quienes leen y escriben por ellos. Este episodio, en todo caso, evidencia el hambre de balón del joven de la nouvelle droite, predispuesto a vivir para siempre una vida de cócteles, conciliábulos, recepciones y saraos que no puede costear con su propio bolsillo. Por suerte, le invitan. 

En esta franqueza del quiero y no puedo es donde reside el gran hallazgo retórico de Ya sentarás cabeza: en la construcción de un voz narrativa fragmentaria, algo difusa, que, con independencia de lo que cuenta en cada momento, expone sus vivencias con una sinceridad que va contra sí mismo y, de esta forma, se convierte en creíble. Es el flujo de conciencia de un letraherido conservador, pero no rancio, que encarna una forma de picaresca elegante, estilo sección de caballeros de El Corte Inglés, cuya ambición juvenil va menguando ante la cruda realidad, pero que, en lugar de incurrir en la soberbia, se torna cada vez más frágil y humana. 

Los últimos días de La Prensa, Bayly

El Peyró de estos dietarios, más que a Pla, que es sin duda el maestro del género en España, nos recuerda al narrador de Los últimos días de la Prensa, de Jaime Bayly, una novela divertidísima sobre las sombras del oficio, o a la voz de Julius, el personaje de la novela de Bryche Echenique, cuyas confesiones familiares entreveran el humor con la melancolía y el ingenio con el desamparo que uno percibe sobre todo entre aquellos que considera los suyos. Peyró adoba su errancia por redacciones, tribunas parlamentarias, restaurantes y otras parroquias del Foro demorándose en su afición por los restaurantes, la gastronomía, el vino y los lingotazos de whisky o ginebra, haciéndonos ver que la sobriedad (aparente) sólo es una forma educada de controlar las debilidades humanas, entre las que --bien sûr-- se encuentra el intenso deseo por el sexo contrario. 

Un mundo para Julius, Bryche EcheniqueEl dietarista, emulando la célebre frase del Conde de Buffon, es el dietario. En este caso, se trata de un escritor in fieri, con aspiraciones, que quiere ascender mucho y rápido, y a ser posible sin dolor, que sabe bien del oro en paño que socialmente implica tener contactos en un Madrid donde todos los favores se devuelven --antes o después--, y que, a medida que va madurando (esto es, envejeciendo) descubre que la independencia únicamente puede ser íntima. El personaje de estas confesiones, en lugar de ver el espectáculo de la política desde fuera, decide experimentarlo en primerísima persona porque --como se describe en un pasaje del libro-- descubre que en el Congreso de los Diputados los próceres cuentan con retratos egregios mientras que los cronistas parlamentarios --Azorín, Luis Carandell o el grandísimo Víctor Márquez Reviriego-- no pasan, y con suerte, de ser inmortalizados en una caricatura

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Mariano Rajoy junto a Jorge Moragas, su jefe de gabinete :EFE

Mariano Rajoy junto a Jorge Moragas, su jefe de gabinete / EFE

Peyró tiene la honestidad de admitir este deseo de conocer el monstruo desde dentro. No es un mérito menor teniendo en cuenta que lo habitual es que el personal intente nadar en todas las aguas posibles. Esta elección de bando le permite, como escritor, retratar con maestría a algunos personajes del bestiarium conservador: desde Julio Ariza, dueño de Intereconomía, a Carlos Dávila, director de La Gaceta --los perfiles de ambos personajes son impagables--, pasando por otros actores principales y secundarios del endogámico universo de Génova y la FAES, como Cospedal (y su marido), Soraya Sáenz de Santamaría, Carlos Aragonés, Alejo Vidal Cuadras, Jaime Mayor Oreja, “felino y patriarcal”, Esperanza Aguirre, “¡qué presencia, qué potencia!”, Gabriel Elorriaga, José María Lassalle o Jorge Moragas (retratado con sus zapatitos italianos, a 6.000 euros el par). 

Pablo Casado y AznarDe entre todos, destaca el perfil de Pablo Casado, el heredero tardío del aznarato: “Tiene veinticinco años, una cotización ascendente, la mejor posición en el trampolín y un trato de tanta naturalidad con el poder como con las groupies de su gabinete de prensa (…) Es listo, aunque no intelectual, con un superávit de energía que le lleva a fatigar por la mañana en Pinto y por la tarde en Valdemoro cuando a su misma edad otros seguimos con las copas”. Y, por supuesto, el natural dedicado a Mariano Rajoy, por el que su speechwriter parece sentir un cierto síndrome de Estocolmo --“se nota, se siente, Mariano es presidente”-- fruto de la cercanía. “Rajoy es un temperamento conservador que huye del reaccionariado por la melancólica necesidad de hacer política, por la cautela, por ese pesimismo antropológico que lleva en sí la fatalidad de la Historia, por la desconfianza hacia las grandes construcciones y los grandes proyectos políticos acabados, por una mezcla de patriotismo y conciencia de los déficits de España”. Peyró es totalmente subjetivo, por supuesto. En eso consiste el arte de escribir diarios privados. En hacerlos públicos para dar testimonio de su evangelio.

De entre todos, destaca el perfil de

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