Extraños en un laboratorio
La ciencia, que puede ser dura y desoladora porque exige autodisciplina y método, está sometida a interpretaciones alternativas y a exigencias de producción similares a una cadena de montaje
25 enero, 2023 19:30La ciencia enseña a no divagar, a ser concisos y rigorosos. Pero no siempre son así los científicos, a veces les ganan otras pasiones. Para avanzar en los conocimientos hay que imaginar diferentes puntos de vista, integrarlos o desecharlos, ensayar cambios de perspectiva o del centro de atención que se siga. Los profesores e investigadores experimentados tienen sus moldes característicos y sus límites particulares. ¿Les importa fomentar entre sus allegados la iniciativa individual y la independencia de juicio? Dos aspectos que encarecía Santiago Ramón y Cajal, igual que el respeto que debe prevalecer en cualquier rivalidad científica.
El trabajo científico puede ser realmente duro y áspero, francamente desolador, comenzando por una tesis doctoral; sobre todo, en algunas fases de ella. Se requiere tener una buena guía, confianza, paciencia, perseverancia, estímulos para mantener la atención y verdadero interés en el empeño. Hace falta autodisciplina y desarrollar metódicamente el trabajo propuesto, por aproximaciones sucesivas, dispuestos a superar el probable desaliento. Y sabiendo que hay exigencias imposibles de cumplir, pero que a veces nos las imponen.
Hablemos de la construcción de los hechos científicos. En 1979, se publicó un original estudio sobre el trabajo rutinario que se desarrolla en un laboratorio: La vida en el laboratorio (Alianza). Durante casi dos años, desde octubre de 1975 hasta agosto de 1977, los sociólogos de la ciencia Bruno Latour y Steve Woolgar se instalaron como espectadores en el californiano Instituto Salk de estudios biológicos. Un trabajo de campo, un estudio sociológico de la biología.Eso fue poco antes de que su director, el endocrinólogo francés Roger Guillemin, recibiera el premio Nobel de Medicina en 1977, compartido, por sus descubrimientos sobre la producción de la hormona peptídica (cadenas cortas de aminoácidos) del cerebro.
Latour, fallecido en octubre de 2022, fue uno de los iniciadores de la Teoría Actor-Red que da cuenta de la acción conjunta de los seres humanos y la tecnología, organizada y ensamblada de diferentes formas dinámicas, y donde no se hace distinción entre personas y máquinas. La realidad de la práctica diaria indica que, tras un experimento, por elemental que sea, se pueden obtener datos erróneos, mal medidos o no concluyentes, ya sea por emplear aparatos defectuosos o inapropiados o bien por seguir un criterio inadecuado al interpretarlos. Los datos son objetos de construcción dentro del laboratorio; en todo caso, hay que decidir cuándo considerar unos y cuándo descartar otros.
La actividad científica es inseparable de un sistema de ideas y de creencias, de tradiciones y usos recibidos. Importa estar dispuestos a no seguir la ortodoxia establecida; por esto hay controversias en los laboratorios, igual que las hay en la vida cotidiana. Se debe discernir, por consiguiente, cuál es el sentido de nuestras observaciones y, bajo un principio de organización, ordenarlas de forma sistemática. La realidad se construye a partir del desorden. Latour y Woolgar se sumergieron en las actividades habituales de los científicos en su centro de trabajo. Y glosaron la importancia que tienen las comunicaciones informales entre ellos: “Una característica central de la actividad científica es la eliminación de interpretaciones alternativas de los datos científicos y la consideración de que estas alternativas son menos plausibles”. Y se fijaron en las explicaciones que los científicos daban a los visitantes al enseñarles el laboratorio.
Hay una mitología en torno a la ciencia, de la que ésta no puede sustraerse y con la que hay que contar. Ambos sociólogos destacaban que no tiene sentido contrastar los componentes materiales de la actividad del laboratorio con los componentes intelectuales. La especificidad de aquel laboratorio de California estaba en la neuroendocrinología, un injerto ensayado al acabar la Segunda Guerra Mundial entre la neurología (ciencia sistema nervioso) y la endocrinología (ciencia sistema hormonal).
Entre 1968 y 1975, los artículos de investigación en neuroendocrinología se duplicaron. Es común el recuento estadístico del impacto de las publicaciones en que participa un laboratorio. “La actividad científica se rige por normas y la aplicación de esas normas conlleva la existencia de un sistema especial de regalos. Pero los participantes nunca hacen mención de este sistema”, dicen Latour y Woolgar. Es más, ante la recompensa y el crédito puestos a disposición detectaban un interés patológico: “Los científicos ocultan rutinariamente sus motivaciones reales cuando no revelan un interés explícito por el crédito y el reconocimiento”.
Al estar atrapados por un doble sistema de presión, los grupos de trabajo están organizados como una cadena de montaje. Hay que destacar el papel fundamental de la industria en el diseño, desarrollo y fabricación de prototipos científicos para que un público amplio disponga de ellos. Y poner en consideración las cargas de un inversor que se ve obligado a reinvertir para no perder su capital. Para evitar el descenso de estatus científico, los líderes del laboratorio han de entrar en el juego de seguir acreditándose con información original y hacer constar el número de citas y referencias que reciben.
Hay que inscribir, establecer y afirmar, escribir y publicar. Proceder a una imperiosa petición de subvenciones, con la tediosa obligación de dar cuenta con absoluto detalle de todo lo hecho con respecto a lo prestado. Digo tediosa y habría que añadir agotadora y abrumadora, porque las exigencias de justificación son interminables y obligan al abandono de la actividad que de veras importa. El dilema de ser un empleado, un hombre de negocios o un investigador no ofrece salida y es desquiciador. “Como artesanos que trabajan para producir sus datos, les preocupan de un modo más o menos exclusivo sus propios intereses”.
Se podrían formular las siguientes preguntas: “¿Qué lleva a los científicos a establecer aparatos de inscripción, escribir artículos, construir objetos y ocupar diferentes puestos? ¿Qué hace que un científico emigre de una materia a otra, de un laboratorio a otro, que elija este o ese método, este o ese grupo de datos, este o ese estilo, este o ese camino analógico?”. Ante el desengaño de sentirse quemado por tan poderosos despropósitos, una alternativa es abrirse a otro campo de trabajo y hacerse miembro de un colegio invisible y nuevo. Ahí entra en liza la importancia de las relaciones personales que se hayan cultivado en otras áreas de trabajo científico. Audacia y ánimo son entonces imprescindibles para saltar de área, también lo es saber adaptarse a un nuevo quehacer y no quedar paralizado en la añoranza. ¿Una nueva identidad o una nueva manera de indagar?
Preocupada por el interés de sentirse en casa, la novelista Rachel Cusk se opuso activamente al Brexit y, al imponerse éste, decidió abandonar el Reino Unido e irse a vivir a Francia, en la Unión Europea. Ha hablado de quienes dicen tener un problema con su identidad, nadie puede encontrarla porque no está ahí y ha dicho: “He perdido todo interés en tener un yo”; se entiende que el yo que se exige desde afuera y donde vivía. Así que se fue hacia otro lugar donde poder sentirse en casa. Pero, por desgracia, no todos pueden hacerlo. Y deben vivir extrañados y alienados en el laboratorio de la vida.