Una escena de 'The Wonder', de Sebastián Lelio / NETFLIX

Una escena de 'The Wonder', de Sebastián Lelio / NETFLIX

Cine & Teatro

Las mujeres valientes de Sebastián Lelio

El director chileno, cuya filmografía cuenta historias de mujeres en busca de su propia libertad en un contexto opresivo, deslumbra en Netflix con 'The Wonder', una fábula sobre lo sagrado

24 enero, 2023 19:30

La carrera internacional del chileno Sebastián Lelio (nacido en Mendoza, Argentina, en 1974) despegó con su cuarto largometraje, Gloria (2013), protagonizado por una cincuentona (Paulina García) que decide vivir y gozar pese a que las convenciones sociales la encasillan en un papel muy diferente. Producida por su compatriota Pablo Larraín, no solo le facilitó el acceso al mercado anglosajón (fue candidata al Oscar a mejor película de habla no inglesa), sino que marcó las líneas maestras de lo que iba a ser su cine posterior: personajes femeninos atrapados en un contexto opresivo que tratan de conquistar espacios de libertad.

Vino después Una mujer fantástica (2017), sobre una transexual (Daniela Vega) que después de morir inesperadamente su pareja, reivindica sus derechos frente a la familia de este, y con la que, esta vez sí, ganó el Oscar. Esto le permitió rodar ya en inglés Disobedience (2017), centrada en una judía lesbiana (Rachel Weisz) que se distanció de su familia ortodoxa londinense y se marchó a Nueva York para poder vivir abiertamente su sexualidad; sin embargo, cuando regresa para el entierro de su padre, se ve arrastrada a una pasión que cuestionará todos los tabúes. Un año después Lelio estrenó Gloria Bell (2018), remake americano de Gloria, que trasladada la acción a Los Angeles y está protagonizada por Julianne Moore.

Gloria, sebastián Lelio

El prodigio (The Wonder, 2022), producida por Netflix, podría conectarse con las anteriores porque de nuevo cuenta con protagonista femenina y el entorno en el que se mueve resulta opresivo. Sin embargo, trasciende este planteamiento porque aborda un doble tema de gran ambición: la presencia de lo sagrado en la realidad –a través de un milagro– y la necesidad que tenemos como seres humanos de contarnos historias, ficciones, para tratar de entender esa realidad. Se basa en una novela de la irlandesa residente en Canadá Emma Donoghue –está traducida al castellano: El prodigio (Ediciones B, 2017)–, autora también de La habitación (Alfaguara, 2010), historia de una madre secuestrada por un psicópata que da a luz a un hijo de este y debe criar al niño en la habitación en la que está encerrada (fue llevada al cine en 2015 con el mismo título por Lenny Abrahamson).

La película de Lelio arranca y se cierra con un toque de distanciamiento brechtiano y ruptura de la cuarta pared que no está en la novela y puede descolocar de entrada al espectador. El primer escenario que muestra la cámara es un estudio cinematográfico con un decorado y una voz en off nos anuncia: “Este es el principio. El principio de una película titulada El prodigio. Los personajes que estás a punto de conocer creen en sus historias con total devoción. Sin historias no somos nada. Por eso te invitamos a creer en esta. Corre el año 1862, dejamos Inglaterra para poner rumbo a Irlanda. La Gran Hambruna sigue causando estragos…”.  En la escena final se retomará ese escenario y descubriremos quién es la narradora. Este artificio podría parecer prescindible, pero no lo es, porque muestra los mecanismos de las ficciones que necesitamos para explicarnos el mundo y la idea de que la fe en lo trascendente es otro modo de construir ficciones redentoras.

Sebastián Lelio, the wonder

El motor de la trama es verificar o negar un posible milagro. La protagonista es una enfermera inglesa (Florence Pugh, actriz en alza, capaz de llenar la pantalla con su sola presencia) a la que piden acudir a un remoto pueblo irlandés para hacer una guardia por turnos con una monja. Deben vigilar las veinticuatro horas del día a una niña que supuestamente lleva cuatro meses sin comer y está como una rosa. Deben dilucidar si se trata de un milagro o de una impostura. La niña es hija de una familia muy pobre que vive en una casa apartada. Los padres son creyentes fervorosos, incluso fanáticos, y la supuesta santa está imbuida de esta fe y vive su ayuno como una penitencia para salvar el alma de su hermano muerto.

Como es obvio, a su alrededor se mueven los intereses –algunos nobles, otros espurios– de las fuerzas vivas del lugar. El alcalde ve el potencial promocional del milagro; el médico cree que puede tratarse de una suerte de fotosíntesis humana procesando la luz del sol como alimento, lo cual en una Irlanda que acaba de pasar por la Gran Hambruna sería esperanzador; y el cura vive con fervor la posibilidad de contar con una futura santa local. Frente a ellos, un periodista llegado de Londres, pero nacido en el pueblo y que perdió a parte de su familia en la hambruna, considera que todo son patrañas y que se está poniendo en riesgo la vida de la niña, cuya salud se empieza de pronto a deteriorarse, pese a lo cual se niega a comer.

Aquí merece la pena hacer un apunte: más allá de Florence Pugh, El prodigio se beneficia de un sobresaliente plantel de actores secundarios: el periodista es Tom Bruke (el novio dandi y yonqui de The Souvenir, la película autobiográfica de Joanna Hogg que aquí se puede alquilar en un par de plataformas de streaming), mientras que el médico es Toby Jones y el cura Ciarán Hinds. A estos dos actores los he visto sobre las tablas en teatros de Londres y doy fe de sus portentosas dotes: a Jones en The Birthday Party, una de las mejores piezas de Harold Pinter, y a Hinds en Girl from the North Country, maravilloso y nada ortodoxo musical de Conor McPherson ambientado en la Gran Depresión americana y construido con canciones de Bob Dylan.

Al trabajo actoral se une una impecable fotografía de la joven camarógrafa australiana Ari Wegner, responsable también de El poder del perro de Jane Campion, y una osada, rompedora y envolvente banda sonora de Matthew Herbert. El prodigio podría haberse quedado en la simple denuncia de la patraña milagrera y las maquinaciones interesadas que ponen en riesgo la vida de una niña. Pero el impecable guión, sin eludir este tema, va más allá. Los actos de la niña obedecen a una fe basada en la culpa y el pecado que cree estar expiando, porque avanzada la trama se desvelará un secreto atroz. También la enfermera arrastra una herida abierta y una culpa, y este detalle –sugerido a pinceladas a lo largo de todo el metraje– ayuda a construir un personaje complejo que acabará encontrando la redención.

Al final, el milagro estudiado desvela su tramoya, pero se produce otro –una resurrección nada menos, aunque no según los cánones cristianos– que acaba dando sentido a la ficción que se nos ha estado contando. La escena de la resurrección es portentosa. Hay otra en la que aparece un taumatropo que al girar permite ver al mismo tiempo a un pájaro libre o enjaulado. ¿Sobre qué construimos nuestras creencias y nuestras ficciones? Dentro, fuera, dentro, fuera… nos dice la narradora retomando esa imagen engañosa o seductora de la ilusión óptica. Lelio explora la relación entre la fe y la ciencia, entre la fe y el fanatismo, pero sobre todo entre la fe y las ficciones inspiradoras, unidas ambas por el concepto de suspensión of disbelief que acuñó en su día Coleridge y por el empeño en dotar de sentido al sinsentido de la existencia.

No es fácil abordar la búsqueda de lo sagrado en el cine. Son pocos los cineastas que se han adentrado en este territorio: el milagro es abordado en Ordet de Dreyer, en El manantial de la doncella de Bergman y, en su versión contemporánea y brutal, en Rompiendo las olas de Lars von Trier; la presencia de lo sagrado impregna el cine de Tarkovski –Andrei Rublev, Stalker, Sacrificio–, de Malick, sobre todo en El árbol de la vida, y del tailandés Apichatpong Weerasethacul; la fe, sus dudas y sus tormentos asoman en la llamada trilogía del silencio de Dios de Bergman –Como en un espejo, Los comulgantes y El silencio-–y en Silencio, la excelsa adaptación que hizo Scorsese de la novela de Shusaku Endo; el amor que trasciende la muerte lo encontraos por ejemplo en Retrato de Jennie de William Dieterle, que no por casualidad fascinaba a los surrealistas, y en Vértigo de Hitchcock; mientras que la santidad retadora en un mundo contemporáneo asoma en Teorema de Pasolini. 

También en Lazzaro feliz de Alice Rorhwager (por cierto, una recomendación: no se pierdan el mediometraje Le pupille de esta cineasta italiana que acaba de estrenar Disney +. Se basa en la historia de un orfanato y una tarta que Elsa Morante le contó a su amigo Goffredo Fofi en una felicitación navideña y es, en su sencillez, una delicia). El prodigio de Sebastián Lelio está emparentada con todas estas películas mencionadas, porque explora con inteligencia y sutileza la búsqueda de sentido a través de la fe y de las ficciones.