Juan Francisco Ferré

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Letras

Juan Francisco Ferré: "El hombre ya ha cumplido su papel y está en liquidación"

El escritor malagueño explora en su última novela –Todas las hijas de la casa de mi padre (Anagrama)– la sociedad española de finales de los años setenta y principios de los ochenta a través de la mirada desinhibida de una adolescente

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“La Transición fue construida por grandes intelectuales, por grandes profesores, por grandes filósofos, pero la democracia se ha asentado sobre esa mediocridad fundamental que ocupan las instituciones”, sostiene Juan Francisco Ferré. En Todas las hijas de la casa de mi padre (Anagrama) mira hacia atrás, a finales de los años setenta y principios de los ochenta para contarnos ese periodo de ruptura y búsqueda de libertad desde la mirada de una adolescente. La protagonista, que vive en una urbanización burguesa, busca satisfacer sus deseos a través del sexo y sacudirse los corsés sociales para construir su propia libertad. “Quería contar la Transición desde una perspectiva diferente, nueva, inédita”, prosigue Ferré, que señala que estamos viviendo “nuevas formas de servidumbre y miseria social, moral y política". Y agrega: "Nuevas formas de dictadura, porque la cárcel digital existe, existe la cárcel burocrática y la tecnocrática, Nuestro mundo no es tan feliz como algunos pretenden y, curiosamente, se parece a lo que era la China comunista o la Rusia soviética”.

En Revolución narraba un futuro próximo, mientras que en Todas las hijas de la casa de mi padre vuelve la mirada al pasado. ¿Qué relación tienen estas dos novelas? ¿Funcionan como díptico?

La pregunta está bien tirada. Revolución era una novela en la que apostaba por ir a un futuro cercano para ver de qué manera iba a ser la vida de la gente que había nacido a finales del siglo XX o principios del XXI. Quería ver de qué manera esta generación iba a enfrentarse a la edad adulta. Por tanto, era una novela sobre la edad adulta. Todas las hijas de la casa de mi padre es un viaje en el tiempo: está escrita desde el presente, pero mirando al pasado para, luego, regresar al presente. Es una novela que he podido escribir mirando hacia atrás, de ahí que la defina como una obra sobre el siglo XXI, pero que mira hacia atrás.

Juan Francisco Ferré

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Vuelve a un periodo en el que la juventud quería libertad, experimentar, construir algo nuevo.

A mí este tipo de juegos literarios con los tiempos me interesan mucho, porque creo que los tiempos en nuestras cabezas están más confundidos de lo que creemos. En el fondo vivimos muchos tiempos a la vez y, en ese sentido, la libertad es uno de esos conceptos que desde el romanticismo en adelante es ineludible a la hora de definir lo que somos como individuos. En el caso de las mujeres esta reflexión se vuelve especialmente relevante a partir del siglo XX, si bien la idea sobre la libertad comienza antes. Podríamos decir que es a partir del XVIII y, sobre todo, en el XIX cuando el hombre conquista su libertad frente a los dogmas y las creencias establecidas por el poder. En esta novela quise llevar la idea de libertad a un terreno nada romántico; no me interesaba lo estrictamente realista. Lo que quería era explorar el concepto de libertad a través de lo vivencial. Quería demostrar qué significa ser libre; mejor dicho, intentar ser libre y escapar de las determinaciones que nos acechan desde que nacemos hasta que morimos para hacer lo que nos apetezca, lo que deseamos, lo que nos pide el cuerpo. En la novela el deseo es muy importante.

¿El hecho de elegir una mujer como protagonista le permitía explorar más el deseo de libertad puesto que, secularmente, las mujeres han tenido más corsés?

Creo que en la elección de una protagonista femenina ha jugado un papel clave la mirada desde el presente, el hecho de que escribiera la novela hoy y reflexionara sobre el pasado. Quizás, si hubiera escrito este libro en los mismos años en los que se desarrolla no hubiera sido capaz de comprender ciertos matices. También es cierto que a partir del siglo XIX las novelas más interesantes han tenido a las mujeres como protagonistas, si bien escritas por hombres. Lo que sí diría es que esta novela es un homenaje de un sexo en decadencia, un sexo decrépito, como es el mío, a otro, el femenino, que ha demostrado que va a tener más futuro y va a saber instalarse mejor en la historia de lo que lo hemos hecho los hombres. Creo que el hombre ha cumplido su papel y que ya está en liquidación. Me paece absolutamente válida esa afirmación que dice que el futuro es mujer o que el futuro es de las mujeres.

'Revolución'

'Revolución' ANAGRAMA

Usted considera que toda lectura, incluso del pasado, es una lectura hecha desde el presente.

Para mí el pasado solo tiene interés en la medida en la cual nos enseña algo sobre el presente. Yo quería escribir una novela ambientada en una época tan turbulenta, caótica, libertina y libertaria como los años setenta y ochenta, pero quería hacerlo desde una mirada que fuera estrictamente contemporánea: no quería hacer una antigualla ni una obra que mirara con nostalgia al pasado, que pretendiera de alguna forma presentarlo como algo significativo que se han perdido. A mí me parece que las lecciones que se extraen del pasado siempre deben aplicarse en presente de indicativo o al presente subjuntivo, que también es un presente importante, sobre todo en el terreno del deseo. Diría que una novela como esta hubiera sido imposible sin esta sensibilidad contemporánea hacia todo lo que significa la fluidez, sin tener presente la redefinición hoy se está produciendo en torno a la sexualidad o a la identidad. Todas las hijas de la casa de mi padre es una novela que he escrito como hombre pero que he disfrutado como mujer. Y eso es mucho más importante de lo que parece.

La bisexualidad es vivida por la protagonista como algo natural, instintivo, sin teorizaciones ni reivindicaciones ideológicas.

Una de las intenciones que tenía a la hora de escribir era mostrar el deseo desde lo vivencial, lo existencial y lo vitalista. Separándolo de la ideología o de lo que tú llamas, adecuadamente, la teoría, que no deja de ser también ideología en el sentido en que la pensamos como una categoría racional a través de la cual se nos imponen conductas o comportamientos que no nos llevan ni a la felicidad. Se nos impone un programa al que debemos responder y poco más. Yo quería escribir una novela empírica, pues me considero muy pasoliniano: me interesa todo aquello que se vive a través del cuerpo, los sentidos, sin negar que, evidentemente, el cerebro también participa de la experiencia. Sin embargo, no puedo pensar en ninguna vida concebida en términos ideológicos. Me parece que una de las grandes aberraciones de nuestro tiempo es la de imponer como única forma de relación con la realidad, como única forma de interacción con otros, la cuestión ideológica.

El escritor Juan Francisco Ferré

El escritor Juan Francisco Ferré JAIMEPHOTO

El cuerpo es un espacio donde las experiencias se fijan.

El cuerpo es nuestro único campo de experimentación. Si lo pensamos bien, encontramos, como decía Octavio Paz, una ración de paraíso cuando dejamos que nuestro cuerpo se relacione con otros que también buscan esa ración de paraíso. Y estos paraísos no los construye ni la ideología ni los programas teóricos; los construyen los cuerpos: la sensualidad, la sexualidad, el amor, la pasión, la atracción…. Me interesa reivindicar este aspecto corporal y físico que nos define como seres humanos en un momento en el que nos enfrentamos a un porvenir en el que –creo– vamos a dejar de ser humanos en sentido literal. Probablemente nos convirtamos en algo posthumano, con máquinas o programas que nos dicten cuáles deben ser nuestros deseos. Piensa en lo que ya está pasando con estos adolescentes que se enamoran de imágenes en 3D, de chicas totalmente inventadas que nunca han tenido una existencia real y que, por supuesto, no saben lo que es sudar, ni tener una regla y, menos aún, vivir un orgasmo. Esto me parece terrible, pero como novelista uno no debe estar en contra de nada. Debe explorar, desde la ambigüedad, la pluralidad y las posibilidades de la vida. Pero estamos en una época limítrofe, terminal como diría Milan Kundera, en la cual nos podemos enfrentar definitivamente a lo que somos como seres humanos porque nos enfrentamos a un horizonte que nos va a superar y va a convertirnos en carcasas viejas.

En Revolución ya aparecía esta idea de la sexualidad mediada a través de la pantalla.

Sí. En Revolución pretendía abordar lo humano en su límite enfrentándolo a una inteligencia artificial que, a su vez, no ve con sentido su propia existencia. En esa novela aparece una supercomputadora que no entiende muy bien qué papel podía jugar en un mundo como el de los humanos. Es una novela sobre los límites y el horizonte posthumano y tecnológico. Sin embargo, en este último libro –dado el tiempo en el que se desarrolla– no hay móviles, ordenadores ni inteligencia artificial. Me parecía un paraíso que, de pronto, los personajes tuvieran que relacionarse por teléfono en el sentido más convencional de la palabra, como lo hemos hecho quienes ya tenemos cierta edad, sin depender de una tecnología que han terminado por apoderarse de nuestra vida.

'Todas las hijas de la casa de mi padre'

'Todas las hijas de la casa de mi padre' ANAGRAMA

Los personajes se relacionan dentro de una urbanización cerrada que funciona como un microcosmos.

Es una urbanización real en la que viví. Casas cerradas sobre sí mismas donde viven familias y que retrataba muy bien lo que fue la burguesía de la Transición, una burguesía periférica, pues no era la de Madrid, pero con rasgos parecidos. Era una clase formada a la sombra del franquismo y que tenía unos valores tradicionales pero que, a la vez, intentaba abrirse a otros aires más modernos, más contemporáneos. Por ejemplo, tenían a California y a Francia como referencias.

Su novela me ha hecho pensar en Teorema, la película de Pasolini sobre la crisis de los valores burgueses en los años setenta.

Teorema no solo es una grandísima película. Es un referente de la novela, donde aparece un personaje –Carlos, el pintor– que es una especie de figura totémica que altera el ecosistema en el que se inserta, suscitando los deseos homosexuales y heterosexuales. Él actúa como un fetiche y su referente está en Teorema, en el sentido de que es ese tipo de personaje que extrae de los demás algo que no estaba previsto. Me ha divertido mucho escribirlo porque creo que todo lo que altera las condiciones de normalidad y convencionalidad es lo que da vida a una novela.

Juan Francisco Ferré

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Como en Teorema, indaga en la doble moral burguesa, esa oposición entre lo que se muestra y lo que se practica en privado.

Lo privado y lo público siguen funcionando como una dimensión problemática para muchos individuos. Vivimos en una sociedad donde aparentemente todo es transparente, aunque no es verdad, pues hay oscuridad dentro de tanta transparencia. Vivimos en la ideología de la transparencia, pero la experiencia empírica no lo es. Por lo que se refiere a la doble moral recuerda la frase: vicios privados, virtudes públicas.  A mí me parece una de las ideas más peligrosas que se han formulado nunca, pero describe lo que somos como especie e individuos. No soy ni pesimista ni optimista, pero creo que no tenemos arreglo y que en el futuro nos pondremos en manos de máquinas que habremos creado para resolver nuestro caos. Sin embargo, creo que cualquiera que pretenda cambiarnos y crear una sociedad utópica en la cual todos podamos alcanzar la felicidad y la satisfacción es un fraude.

La crítica ha subrayado en muchas ocasiones el elemento erótico de su narrativa. ¿Hay poco erotismo en la literatura española contemporánea?

Hay poco erotismo en la narrativa española y poco conocimiento del erotismo. Los escritores, más que las escritoras, se han cohibido a la hora de escribir sobre sexo, quizás por el hecho de no mirar la sexualidad de la mujer desde la perspectiva masculina. Para mí ha sido divertido adoptar el punto de vista de una mujer. Evidentemente, se trata de reinventar el deseo: no de escribir sobre el deseo, sino de inventarlo en términos novelísticos. No nos olvidemos que se trata de una novela: no es un testimonio ni una autobiografía. Soy crítico con esta especie de moda de lo autobiográfico, de la sinceridad y de la honestidad. Soy de la escuela de Nabokov: lo que me interesa es la invención y  la fabulación. Quien leyendo Lolita se pierde en los aspectos biográficos o referenciales hace una mala lectura. A mí me interesan los novelistas como Borges o Pynchon, que no se privan de inventar continuamente la realidad a la que se enfrentan. Ya puede venir cualquiera y decirme que estoy falseando la realidad, pero es que la literatura, que yo sepa, ha sido siempre, desde los mitos bíblicos y la Odisea, fabulación. No entiendo por qué el escritor tiene que apegarse a la realidad, que, por otra parte, me parece bastante mediocre.

'Karnaval'

'Karnaval' ANAGRAMA

A diferencia de lo que sucede en Lolita, en su novela es una mujer la que toma la palabra. En este sentido está mucho más cerca de la Molly Bloom que Joyce.

Es cierto. Los personajes que me han inspirado son los mismos que a mí me descubrieron cómo tener relaciones con mujeres en mi juventud. Para mí fue clave leer el monólogo final de Molly Bloom hablando tan deslenguada y desvergonzadamente de lo que le gusta, de lo que desea; fue también clave leer El amante de Lady Chatterley de D.H. Lawrence o En busca del tiempo perdido y descubrir a Albertine, un personaje de una ambigüedad extraordinaria, al que también reivindico. Si yo no hubiera leído a estos autores nunca hubiera podido concebir la posibilidad de apropiarme de una voz femenina para contar cómo veo yo a las mujeres, siendo algo opuesto o, aparentemente opuesto a lo que ellas son. Y digo aparentemente porque creo que, en el fondo, dentro de toda mujer hay un hombre y dentro de todo hombre hay una mujer. Deberíamos aprender a hablar de lo masculino y femenino como dos dimensiones que están inscritas en nuestra psique. Yo no me considero tan hombre como algunos creen y, a lo mejor, en ciertos momentos, me puedo considerar mujer.

Usted dice que entiende la literatura como una herramienta contestataria.

Cuando digo eso me refiero a que la literatura tiene que ser ese espacio en el que puedo tomarme todas las libertades que se supone que debo tener como ciudadano. En ningún momento, al escribir este libro, he sentido que debía respetar un tabú, ni cohibirme a la hora de llevar al límite determinadas situaciones. He tenido la inmensa fortuna de que la editorial tampoco me ha puesto límites. Precisamente lo que defiendo en la novela es la idea de ejercer la libertad de manera absoluta, con el cuerpo y con la mente, pero también con la escritura. Y eso es algo a lo que no estamos acostumbrados; aceptamos que la literatura sea anodina, convencional, previsible, que no perturbe ni altere, que no nos diga gran cosa. Se leen novelas y se destaca si enganchan o no, si cuentan una buena historia o no, pero la literatura es perturbación, trastorno, alteración. Una buena novela te cambia y te lleva por un terreno determinado. Si la novela no te cambia la vida no merece la pena ni leerla ni escribirla.

¿La narrativa está demasiado adocenada por el mercado?

Algunos ingenuos me han reprochado que yo tengo al mercado como enemigo, pero no es así. Lo que pasa es que el mercado bendice el producto más mediocre. A mí me gusta el fútbol y veo que, cuando un equipo juega mal y pierde, se le critica. Sin embargo, en literatura esto no pasa: estamos acostumbrados a ver a escritores sin talento ninguno siendo aplaudidos y celebrados por una masa de ignorantes, gente que realmente no tiene ningún conocimiento de lo que es la literatura y que lo único que espera es ver respaldados en los libros sus lugares comunes, tópicos e ideas.  Y no me refiero solo al premio Planeta, sino a un sistema narrativo asentado. Yo, sin embargo, trabajo con otros planteamientos, tratando de romper los estereotipos y de irrumpir en la representación para demostrar que hay otras cosas que se pueden mostrar. Algunos dicen con malicia que el tiempo para transgredir y para provocar ha muerto y que ahora hay que hacer una literatura que llegue a todo el mundo como gesto democrático. ¿Consideramos democrático que la gente lea basura? ¿Intentar que la gente literatura de calidad no es democrático? Esta es la gran perversión en la que vivimos.