Detalle del libro 'Rusia contra Napoleón. La batalla por Europa'

Detalle del libro 'Rusia contra Napoleón. La batalla por Europa' Acantilado

Letras

La verdad sobre Bonaparte y Alejandro I

Dominic Lieven, autor de 'Rusia contra Napoleón. La batalla por europa', cuenta con detalle cómo los rusos lograron parar a a un aventurero que fue tratato con una magnanimidad absurda e irresponsable por parte de los monarcas vencedores

Orlando Figes: "El ferrocarril contribuyó al nacimiento de la conciencia europea"

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Si alguien me preguntase qué novela del siglo XIX habría que leer, cuál es el logro más grande, le diría “lee Madame Bovary”. Y si volviera al cabo de quince días diciéndome “ya he leído Madame Bovary. ¿Y ahora qué?”, yo le diría: “Pues ahora, Guerra y paz”.

Sí, la novela de Tolstói es una obra maestra, lo tiene todo, de manera que no a humo de pajas se jactaba el autor: “Con perdón, pero es La iliada.” La Iliada moderna, quería decir, la Ilíada novelesca.

Dicho lo cual hay dos pasajes, dos, en esa obra maestra, que me irritan tanto y por los mismos motivos, como las primeras páginas de La cartuja de Parma, donde Stendhal explica la gran alegría con que los italianos recibieron a las alegres, desenvueltas y jóvenes tropas francesas que venían a liberarles del yugo austríaco. ¡Menudo falseamiento de la historia, Henri!

Una es el famoso “baile de Natacha”. Orlando Figes la eligió precisamente como título de su amena y muy celebrada historia de la cultura rusa. Natacha Rostov, una condesita educada con todos los refinamientos de la aristocracia y cuyo contacto con el pueblo era mínimo, estando en el campo se deja arrebatar por una tonada popular y baila como si fuera una campesina, con la gracia y la autenticidad de éstas. “¿Dónde había aprendido aquellos gestos –pregunta el novelista-, que hubieran tenido que sucumbir hacía ya años ante el pas de châle?”.

De ahí se deriva un discurso sobre la esencia del alma rusa, una rusicidad trascendente que late más allá de las clases sociales. Las tonterías nacionalistas de siempre, también en Tolstoi.

Hábiles espías

Sabrá el lector que Guerra y paz cuenta la resistencia de los rusos a la invasión de Napoleón y su formidable ejército, en 1812. Concluida la novela, con las peripecias de muchos personajes, Tolstoi sostiene que si Rusia pudo vencer a Napoleón no fue por sus generales ni sus ejércitos, sino por el patriotismo de los campesinos: sencillamente, cuando los ejércitos enviaban destacamentos a las aldeas a comprar vituallas para los soldados y forraje para los caballos, pagando buen dinero por ello, el campesino prototipo sencillamente dijo “no”.

Portada del libro 'Rusia contra Napoleón. La batalla por Europa'

Portada del libro 'Rusia contra Napoleón. La batalla por Europa'

Y ese “no” de la gente humilde es lo que derrotó a Napoleón. Muy bonito y reconfortante, pero las cosas no suceden así.

Es muy generoso por parte de Dominic Lieven, autor de Rusia contra Napoleón. La batalla por europa (1807-1814) (ed. Acantilado, intachable traducción de J. M. Álvarez-Florez) no reprocharle ese sesgo al gran novelista. “Es absurdo considerar a Lev Tolstói el principal responsable de ese malentendido: un novelista no es un historiador. Tolstói describió mentalidades, valores y experiencias de individuos en 1812 y antes, pero sin duda Guerra y paz ha influido más en la percepción popular de la derrota de Napoleón a manos de Rusia que todos los libros de historia que se han escrito. A negar que los acontecimientos de 1812 pudieran explicarse a partir de las decisiones racionales de ciertas personas concretas”. (página 830).

Sostiene (y documenta) Lieven que esas “personas concretas” que derrotaron a Napoleón fueron el zar Alejandro I, los hábiles espías que supo colocar en París para enterarse con antelación de las intenciones del tirano corso, y los generales de su Estado Mayor, especialmente Kutuzov y Barclay de Tolly. Alejandro sabía ya dos años antes que Napoleón planeaba invadir Rusia; fijó y mantuvo la estrategia para derrotarle en 1812 (retirar al ejército al paso del invasor sin plantearle batalla frontal, hostigamiento permanente, política de tierra calcinada para matarle de hambre) resistiendo las presiones de algunos consejeros; y, conociendo la naturaleza engañosa y traicionera de Napoleón y la capacidad de la bien poblada Francia para formar nuevos ejércitos, determinó que la guerra no acabaría cuando los jirones del ejército invasor derrotado abandonasen Rusia, sino cuando cayese París, y éste fuera depuesto.

En caso contrario, en caso de fijar una paz prematura y quedarse los rusos tras sus fronteras, el corso se vengaría en cuanto pudiera y hasta entonces Rusia seguiría amenazada. Entre Bonaparte y Alejandro había ya una cuestión personal: como en la canción, “se me lleva él o me lo llevo yo, pá que se acabe esta vaina”.   

Un aventurero irresponsable

Fue también el zar Alejandro I el ideólogo y tejedor de la difícil alianza con Austria, Prusia y la Suecia de Bernadotte, y de su mantenimiento durante dos años –hasta la decisiva victoria en la batalla de Leipzig--, superando con paciencia y habilidad diplomática las grandes tensiones y intereses diversos de esas potencias y a pesar de los celos, envidias y en algunos casos incompetencia militar de algunos generales. Sin esa alianza, el derrocamiento de Napoleón hubiera sido imposible.

Portada del libro de Orlando Figes

Portada del libro de Orlando Figes

Es un libro apasionante, para quien le interesen estas cosas. Batalla tras batalla, historias particulares y anécdotas, la personalidad de los diferentes generales... Esta interpretación de la guerra en Rusia y su continuación en Europa parte, por primera vez, de documentos precisamente rusos. Sostiene el autor que “ningún militar o investigador occidental han estudiado jamás esos años desde la perspectiva rusa, a partir de documentos rusos. Inevitablemente, interpretar el esfuerzo bélico de cualquier país a través de los ojos de sus enemigos o de sus aliados resulta problemático”.

Lieven pone el acento no sólo en la magnífica formación bélica y el heroísmo y desprecio de la muerte de sus soldados y oficiales, sino también en aspectos que las historias militares no suelen tener tan en cuenta: el número y la calidad de los caballos a disposición de cada ejército, el impecable sistema de abastecimiento que permitió trasladar desde Rusia a París, y mantener al ejército ruso bien armado, vestido y alimentado durante tanto tiempo –al margen, claro está, de lo saqueado o comprado en el camino—. Es divertida esta frase de la página 675: “En septiembre de 1813 había muy pocas herraduras en Bohemia”.   

Como sabe el lector, cuando París capituló Napoleón fue confinado a la isla de Elba… desde la que volvería a las andadas al año siguiente, para ser definitivamente derrotado en la batalla de Waterloo y morir al cabo de unos años en la lejana isla atlántica de Santa Helena.

La magnanimidad, caballerosa pero absurda e irresponsable, de los monarcas vencedores con aquel aventurero tan dañino que durante tantos años había llevado a la guerra a toda Europa es algo inexplicable para una mentalidad actual.