'Simios apóstoles'

'Simios apóstoles' DANIEL ROSELL

Letras

Las etimologías de Juan Bonilla

El escritor jerezano reúne una colección de ensayos culturales, aforismos y sabrosas anotaciones acerca de la lectura, la creación y el arte en Simios apóstoles (Athenaica)

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Se puede escribir con método y hacerlo por placer. Los autores inseguros y los cerebrales suelen incurrir en lo primero, mientras que los desordenados acostumbran a practicar la segunda opción para justificar sus caprichos. Sin embargo, no se reivindica lo suficiente esa capacidad –tan extraña– de hacerlo simultáneamente en ambos registros sin descartar ninguno de ellos. Esto es: con un método tan estricto que la única poética a tener en consideración sea el arte de la diversión, esa sensación de inmensa felicidad que da empezar la siguiente línea y llegar a la próxima página. 

Simios apóstoles (Athenaica), el último libro de Juan Bonilla (1966), donde el escritor jerezano reúne una colección de ensayos, aforismos, fragmentos, reflexiones, anotaciones y hasta una conferencia, pronunciada en 2021 en la Sala de las Columnas del Círculo de Bellas Artes de Madrid, en unos Encuentros sobre Ciencia, Arte y Humanidades, es una buena muestra de que las fórmulas retóricas que –de partida– pudieran parecer antagónicas terminan inevitablemente por cohabitar sin problemas cuando uno escribe –y sobre todo lee– sin tomarse dichas tareas como obligaciones y trabajos. 

Juan Bonilla

Juan Bonilla

No hacer nada con un fin preciso –el viaje es el camino, al margen de cuál sea el destino– siempre es una labor colosal, del mismo modo que escribir un verso libre bueno es más complicado que componer otro que esté sujeto a un orden métrico. La preceptiva, incluso cuando pueda ser objeto de sana heterodoxia y disidencia, es una piadosa red de seguridad. Andar suelto es un regalo, pero entraña innumerables peligros, lo mismo que la libertad supone tener que pagar un precio. Siempre.

¿De qué trata exactamente este nuevo libro de Bonilla? ¿Qué misterio sugiere su título? Basta abrir la elegante edición de la editorial (sevillana) que lo acoge en su catálogo para reparar en que su asunto no es ninguno en particular, nada en concreto, lo que implica que puede ser –y de hecho es– cualquiera. De eso justo se trata. Esta obra de Bonilla responde a uno de los principios genéricos del noble arte del ensayo: la vocación de indagación sin regla que seguir ni escuela a cuyos preceptos acogerse. 

'Simios Apóstoles'

'Simios Apóstoles' ATHENAICA

Esto es lo que hace Bonilla en esta varia colección de prosas de ocasión. Si tuviéramos que buscarle un sentido, al margen de la summa de textos con orígenes y motivaciones ajenos a su nueva anatomía editorial, diríamos que se trata de un libro de etimologías, a la manera de San Isidoro, ilustre obispo sevillano –Bonilla lo es también por libre elección– que reunió en una magna compilación todo el conocimiento de su tiempo, salvando así de la duradera oscuridad de la Edad Media parte de la herencia de la cultura clásica. Una enciclopedia antes de la Enciclopedia. 

Simios apóstoles, por supuesto, tiene un fin más humilde: agavillar, acaso para que perduren y no duerman sepultadas para siempre en unas hemerotecas que ya son arqueología, las reflexiones de un escritor, cercano ya a los sesenta años, que se nos presenta en el autorretrato indirecto de la nota preliminar como un joven de provincias que en 1988, hace cuatro décadas, entró por vez primera en la redacción de un diario de provincias junto a un amigo –José Mateos– gracias al fiero salvoconducto de Francisco Bejarano, poeta de Andalucía la Baja, accediendo, como de matute, al periodismo cultural. Así se hacían las cosas entonces: sin facultades. Quien lo vivió, lo sabe. 

'Academia Zaratustra'

'Academia Zaratustra'

De aquel impulso súbito el tiempo acabaría haciendo un oficio y, tras pasar por las aulas de Bellaterra, donde le hablaban en catalán, el joven diletante acabaría convirtiéndose en un profesional. Sus artículos forman parte de una antología encadenada de títulos de la que este libro es el penúltimo clavo. Bonilla escribe sobre el alma de las palabras –desentrañar su origen y comentar sus sentidos es una de sus formas preferidas de entrar en materia–, de fotografía y fotógrafos, de ciudades, de vivencias, lecturas, libros y algunas otras cosas más. Por supuesto, no agota ninguno de estos asuntos. Sencillamente los enuncia, esboza, plantea y formula a su aire, tanteando las dimensiones de una topografía de inmensas rocas de hielo sumergidas en alta mar. 

En cierto sentido, Simios apóstoles tiene también algo de dietario secreto, con la única salvedad –categórica, por otra parte– de que carece de fechas expresas y su calendario está omitido. Una decisión nada casual: “Todo libro se escribe en un tiempo y un espacio determinados, es decir, un tiempo y un espacio que lo determinan, pero sólo el libro que es capaz de liberarse del tiempo y el espacio en el que fue escrito y por lo tanto puede vivir con igual fuerza en cualquier tiempo, en cualquier otro espacio, incrustarse en otras generaciones, en otras lenguas, sólo ese pertenece de veras a la populosa categoría de el mejor”, escribe Bonilla. È vero, è ben trovato.

'Teatro de variedades'

'Teatro de variedades' RENACIMIENTO

La ausencia total de disciplina y de obligaciones es lo que dota a este libro de su encanto: una prosa amena, llena de sagaz ingenio y humor meridional, donde en algunos pasajes resuena la dicción de Ramón Gómez de la Serna y el tono de Julio Camba –“todos somos iguales en el hecho de creer que somos distintos”–, y que aspira, como todos, a ser (único), después de haber estado (en otros lugares mudables). 

Asoman, claro es, muchos de los temas habituales de Bonilla –la práctica literaria, el arte contemporáneo, la devoción por determinadas vanguardias, algunos memoriales íntimos– y un gusto, felizmente maduro, por las paradojas, como cuando declara –en oposición a la creencia común– que si el tiempo tiene alguna misión, más que poner las cosas en su sitio, es justamente el contrario: quitárselo. O cuando reflexiona sobre la curiosa fórmula catalana de medir las horas, basada en contar por cuartos las que todavía no han pasado en lugar de reseñar las que sí se han cumplido. 

Amén de estos pasajes, que dotan de variedad y ligereza a esta antología, encontramos el sustrato (camuflado) de teorías estéticas (léase su defensa del arte emocional frente al conceptual), una inteligente noción de la crítica literaria (que, en efecto, como defiende Bonilla, puede y debe ser, a su vez, literatura), finas estampas sobre escritores –Cervantes, Galdós, Unamuno, Borges, Cansinos Assens, Kafka o Nabokov– y algunas miniaturas memorables, como la endecha (escrita quizás para sí mismo) dedicada “al vacío de una vida gastada en pos de libros”, junto a un retrato de un editor –nada anónimo– que espera, como Shylock en El mercader de Venecia, su correspondiente libra de carne y que los derechos de autor de un escritor muerto hace 80 años pasen a ser de dominio público para no tener que pagar regalías a más herederos que no sean los suyos (propios).

El escritor Juan Bonilla

El escritor Juan Bonilla @JAIMEFOTO

También se confrontan algunas verdades y mentiras acerca del periodismo, como ese principio –indiscutible– de que de una noticia lo importante no es el titular que se le asigna, ni el sitio donde se difunde, sino la fecha –el contexto temporal con sus consecuencias derivadas– en la que sucede. El misterioso título, tan sugerente, tiene que ver con otro de los dilectos motivos del novelista jerezano: la lectura, ese hábito, dicen que en franca decadencia e inquietante agotamiento, que ha dado forma al mapa de nuestra existencia, porque, igual que la geografía de los lugares donde hemos viajado es asimétrica –el capítulo que Bonilla dedica a recorrer las ciudades de su vida es un excelente colofón–, también tienen trascendencia diferente las literaturas que nos han hecho felices, como ésta.

“Los libros son espejos. No puede un simio que se asoma a ellos esperar que quien salga reflejado sea un ángel. Lo dijo Lichtenberg y, sin embargo, quizá los grandes libros son precisamente antiespejos: muestran a los simios que se asoman que en todos ellos hay algo de ángel, y sobre todo les recuerdan a los ángeles que van a contemplarse que al fondo de sus ojos sigue habitando un simio”.