Un paseo de Mircea Eliade
Las anotaciones del escritor rumano en 'Diario portugués' deslumbran ahora, con pensamientos sobre la deriva de la Segunda Guerra Mundial y siempre con el recuerdo de su juventud y de las decisiones que tomó en aquellos momentos
Sorprendido por el reportaje de The Spectator que comentábamos esta semana en Habla el extranjero, La sorprendente verdad sobre el revival cristiano en Occidente, de Justin Brierley, según el cual se observa en los países anglosajones –Gran Bretaña, Australia, Estados Unidos, y también en Francia--, de una renovada e insólita asistencia de jóvenes ciudadanos a los rituales cristianos, a la celebración de la Misa y otras liturgias, y más allá, en fin, a las tradiciones espirituales de sus mayores, he estado releyendo el Diario Portugués de Mircea Eliade (1907-1986), que como es sabido es el mayor historiador de las religiones, y autor de varios ensayos que interesaron –no llegaré a decir que “marcaron”-- a mi generación, especialmente El mito del eterno retorno.
El Diario Portugués es un libro extraordinario, pero para entenderlo bien hay que conocer un poco la deriva vital y los avatares políticos del autor rumano, que en su juventud estuvo muy cerca de la “Guardia de hierro” (una especie de Falange española en los Balcanes), y con un curriculum impresionante –más de treinta libros publicados antes de cumplir los cuarenta años-- obtuvo un cargo en la embajada de su país en Lisboa, donde asistió desde lejos a la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial y finalmente se instaló en Boston, alejado para siempre de la política, imposibilitado de volver a Rumanía, convertida en un País comunista, donde hubiera muerto en alguna sórdida prisión, trabajando hasta su fallecimiento en la universidad, como profesor e investigador, respetado pero también oscuro.
Por cierto que Eliade murió en Boston de un ataque al corazón mientras estaba leyendo el muy elogioso retrato que de él hace Cioran en su libro Ejercicios de admiración: de modo que se puede decir que sucumbió a la alegría de la amistad y a los recuerdos de su juventud, cuando ambos eran jóvenes efervescentes, que habían venido a llevarse el mundo por delante. (sucedió al revés, claro, como siempre pasa).
Leyendo a Kierkegaard
No alcanzó a leer otro texto, de voluntad contraria, que es el demoledor ensayo Felix Culpa (1997) de Norman Manea, donde su compatriota le reprocha, con hostil contundencia, aquellos pecados políticos, suyos y de casi todos los miembros de una generación intelectual rumana brillante pero cegada por el patriotismo y la ambición, y el hecho de que no los reconociera jamás: Eliade, si acaso, hablaba de su cercanía al fascismo rumano como de una “culpa feliz”, un pecado le había imposibilitado volver a su patria y allí soportar el comunismo, o sucumbir a él, como tantos intelectuales.
Sobre este tema es muy interesante la entrevista que Félix Romeo le hizo a Manea en Letras libres, de lectura gratuita en la Red.
El Diario Portugués, que me pareció insignificante en mi primera y apresurada lectura de hace muchos años, ahora me ha parecido un texto excepcional. Desde lejos, desde la neutralidad de Portugal, contempla Eliade la deriva de la Segunda Guerra Mundial, lamenta discretamente las derrotas de los ejércitos alemanes y lo que significa para el mundo, y especialmente para Rumanía, la victoria del ejército Rojo, piensa en la posibilidad del suicidio, asiste a la lenta agonía y muerte de su querida esposa Nina –sin que esta tragedia le impida ligar con una atractiva investigadora española ni deslumbrarse por la belleza de otras mujeres--, intenta concentrarse en la escritura de una novela aunque sólo sea para evadirse de la depresión, piensa en cómo podrá ganarse la vida cuando las nuevas autoridades en Bucarest le cancelan el empleo y sueldo, lee a Kierkegaard, se entrega a meditaciones sobre la trascendencia, asiste a congresos filológicos en Andalucía…
Anotaciones enigmáticas
“No quiero vivir más esperando, es decir, no quiero morir insensiblemente, esperando un acontecimiento, algo que tiene que venir, que ha anunciado su llegada y que nos impide existir hasta su aparición”, anota ante los nubarrones que se van cerniendo sobre su vida acorralada. En cuanto a Kierkegaard: “Siempre le estaré agradecido por el valor que tuvo de confesar en pleno 1848 [año de la guerra entre Dinamarca y la Confederación Germánica] que sólo conoció un peligro: el de la religiosidad, y haber dicho que su ruptura con Regina Olsen era un acontecimiento mundial infinitamente más importante que la aparición de Alejandro Magno”.
También él, Eliade, en octubre de 1944, cuando su porvenir no podía parecer más negro, hallándose en un congreso en Córdoba anota: “El Guadalquivir por la noche, a la luz de la luna. La excursión con el chófer. El taxi. El garaje”. Anotación, como propia de los diarios, fragmentaria y un punto enigmática. A saber ahora, 84 años después, qué pasaría en aquella excursión, en aquel garaje, y porqué valía la pena aludir a ello…