El mundo de Bruno Schulz según los hermanos Quay
Tras 19 años de trabajo, los famosos y excéntricos cineastas de animación estrenan 'El sanatorio de la clepsidra', recreando el mundo onírico del escritor y dibujante polaco
Aparecieron los hermanos Quay al pie de la pantalla, y saludaron al público con estas palabras:
--Van ustedes a ver esta película que es nuestra exploración del universo del escritor y dibujante Bruno Schulz. Nos ha llevado diecinueve años preparar esta película. La hemos rodado en diez días, en Londres y en Varsovia. Hacer la animación [pues es una película en stop-motion, o foto a foto, o sea, animada fotograma a fotograma] nos ha llevado 3.800 días de trabajo. Ustedes la van a ver en 75 minutos”.
Sí, cierto. Pero también podrían haber añadido que, si algunas películas alcanzan la eternidad, esta rareza estará entre ellas.
Esto fue el lunes pasado. Se presentaba en la Cineteca de Matadero de Madrid la joya del festival de cine de animación Animario, que dirige Carolina López: El sanatorio bajo la clepsidra.
Es la última y turbadora película de Stephen y Timothy Quay, hermanos gemelos de origen norteamericano, que trabajan juntos desde siempre, tienen la misma sensibilidad y los mismos gustos, residen desde hace treinta años en Londres y están fascinados por la literatura centroeuropea, que informa sus películas: Walser, Kafka, especialmente los narradores polacos (y la estética de sus famosos artistas del cartel y del cine de animación), y más concretamente por los relatos de Schulz, al que ya dedicaron su versión de La calle de las tiendas color canela.
A lo mejor el lector recuerda a los hermanos Quay, que no sólo por sus obras, sino también por su aspecto físico –dos norteamericanos pálidos, altos y grandes, con despeinado cabello canoso, impregnados por un aire de lejanía y de fantasía infantil entre inocente y mórbida: criaturas que parecen haber llegado hasta nosotros procedentes de la misma atmósfera sonámbula de sus películas— de niños ya muy entrados en años.
Hace ahora diez años el CCCB les dedicó, a ellos, al polaco Ladislas Starewitch 1882-1965) y al checoslovaco Jan Svankmajer (1934), como ellos exploradores de mundos paralelos, mundos oníricos, de cuentos infantiles de turbias atmósferas, de criaturas desvalidas y monstruosas, de historias fantasiosas en ambientes crepusculares y confusos, aquella maravillosa exposición titulada Metamorfosis.
Quien la vio la recuerda. Comisariada también por Carolina López, Metamorfosis fue una coproducción entre el CCCB y La Casa Encendida, de Madrid, cuando las exposiciones de la institución barcelonesa las dirigía Rosa Ferré y las de la madrileña las pilotaba el añorado José Guirao, que luego sería durante un par de años ministro de cultura --despertando en el sector grandes esperanzas que serían brutalmente defraudadas por su cese –caprichoso e imperdonable-- y su prematuro fallecimiento. Descanse en paz.
El relato de Schulz El sanatorio de la clepsidra cuenta la historia, en primera persona, de Jósef, que se traslada en un tren nocturno vacío, un tren de metales roídos por la humedad, de ventanillas rotas, por territorios yermos, lunáticos, por un paisaje fúnebre, al sanatorio presidido por la clepsidra –un reloj de agua-- para ver a su padre, un comerciante que ha muerto ya pero resulta que aún no: allí el tiempo se retrasa y se disloca, de manera que el pobre viejo se aburre tanto que incluso para entretenerse –sin saber que está muerto—ha abierto una tienda en la ciudad contigua al sanatorio.
Veo ese relato como un precedente de Pedro Páramo de Juan Rulfo, sólo que en vez del desierto mexicano está ambientado en las brumas de las tierras no menos desdichadas de la Galitzia, entre Polonia y Ucrania.
Hermanos de Schulz
La película es un hechizo de ausencias y de ecos, en un laberinto hospitalario desierto, salvo por el doctor Gotard, su enfermera con una gran jeringa, y unas presencias huidizas entre las puertas numeradas de las habitaciones vacías, que baten empujadas por corrientes de aire.
Maravillosamente los extraños hermanos Quay, cineastas peculiarísimos, han recreado en espacios minúsculos, filmados pacientemente, su sensible, encantador, angustioso homenaje al pobre Bruno Schulz: esa historia atmosférica, de raíz claramente kafkiana (Schulz tradujo al polaco El proceso), que acaba con Józef escapando del sanatorio, su tiempo dislocado, sus figuras monstruosas, y subido a un tren del que ya no se bajará nunca: “Desde entonces viajo, viajo continuamente, de algún modo he elegido un domicilio en la vía férrea, en la que se tolera mi presencia y se permite que deambule de vagón en vagón…”
Los Quay son tan rigurosamente respetuosos con la obra de Schulz como creativos en su trasposición al cine de animación. Son hermanos de Schulz. Sus hermanos y herederos.