Lucas Villavecchia: "Las editoriales deben apostar por un catálogo exquisito, pero sin renunciar a llegar a todos los lectores"
El editor de Gatopardo, un sello barcelonés con un catálogo original centrado en autores internacionales del siglo XX que no han sido publicados en español, reflexiona sobre las claves del negocio editorial y el criterio a la hora de seleccionar sus títulos
Lucas Villavecchia tomó las riendas de Gatopardo en plena pandemia. La editorial había nacido cinco años antes, en 2015, de la mano de sus abuelos. Han pasado casi diez años desde entonces y el sello bsrcelonés se ha consolidado como una editorial con un catálogo exquisito, donde hay una gran presencia de literatura del siglo XX que, por distintas razones, no había circulado en el ámbito literario español. Es el caso de autoras como Barbara Pym, Elisabeth Taylor, Barbara Comyns o Charmian Clift. Las ansias por encontrar nuevos hallazgos han llevado a Villavecchia a interesarse por la literatura nórdica contemporánea y, de esta manera, descubrirnos a los lectores nombres como Linda Boström Knausgård, Linn Ullmann o Thorkild Bjørnvig. Narrativa y ensayo se entremezclan en el catálogo de Gatopardo, donde conviven tradiciones literarias distintas que nos llevan desde Estados Unidos a Suiza, de Italia a Noruega, de Inglaterra a Grecia e, incluso, a Australia de la mano de Cory Taylor.
¿En qué contexto nace la editorial?
Nace de una manera un poco temeraria de la mano de mis abuelos, que entonces eran nonagenarios. Un día estaban hablando con una amiga editora de un libro menor de Lampedusa que les gustaba mucho, pero que estaba descatalogado. Entonces se les ocurrió que sería buena idea publicarlo, pero –les recordó su amiga– para hacerlo era necesario tener una editorial. Y ellos, que eran muy echados para adelante, comenzaron a pensar en crear un sello para así publicar ese libro. Este es el origen de Gatopardo, que empezó su andadura en 2015 y cuyo primer título fue el Alejandro Magno del escritor y ensayista italiano Pietro Citati. Entonces, al frente de la editorial estaba Mónica, una amiga de mis abuelos. Yo llegué más tarde puesto que, en ese momento, estaba trabajando en Penguin Random House. Pasé del mayor sello editorial, que es un transatlántico, a una chalupa, por decirlo de alguna manera.
¿Qué se encontró al sumarse al proyecto?
Cogí las riendas en el peor momento posible: dos semanas antes de la pandemia. En realidad, fue el peor momento y también el mejor, puesto que la pandemia me permitió tener tiempo –tres meses– para leer porque –irónicamente– tiempo es lo que a veces un editor menos tiene.
Montar un editorial no es fácil. Implica tener un capital económico para invertir y para mantener un proyecto que duranre los primeros años no da ganancias.
Decía Roberto Calasso que una editorial que gana dinero antes de 28 años de actividad es que está haciendo algo mal. Es una boutade, una provocación, pero también una gran verdad: construir un catálogo serio y de calidad y darlo a conocer lleva tiempo. Mis abuelos fueron los que me proporcionaron el apoyo financiero y moral, que también es importante para hacer que este sello fuera posible. Es cierto que Gatopardo tiene una estructura modesta, pero esto no quita que, para crear una editorial, por pequeña que sea, sea necesaria una inversión importante.
¿Sin sus abuelos usted habría podido embarcarse en la creación de Gatopardo?
Lo dudo muchísimo. Cuando comenzó Gatopardo estaba en Londres, trabajando en la sección comercial de Random House, era manager de ventas de un sello de libros ilustrados en el sudeste asiático. Siempre me había querido dedicar a la edición literaria, pero me parecía un camino difícil e ingrato. De ahí que nunca se me hubiera pasado por la cabeza la idea de fundar una editorial y convertirme yo en el editor.
¿Aprendió a ser editor siéndolo o tenía ya formación previa?
Como te decía, había coqueteado con la idea de ser editor. Fui becario de Luis Solano en Libros de Asteroide, lector editorial… Estudié Humanidades y siempre fui un gran lector en el pasado hice alguna traducción. En Penguin me ocupaba de libros de consumo masivo y comerciales, pero aprendí muchísimo del negocio editorial y descubrí que ser editor nada tiene que ver con esa imagen romántica que uno proyecta, sobre todo cuando no lo has sido nunca. Para ser editor, el elemento comercial es imprescindible y esto es algo que aprendí en Londres, viajando y hablando con libreros, descubriendo las partes del negocio con menos glamour, como puede ser la distribución. Dicho esto, es imprescindible tener un gusto literario creado, algo que (creo) yo sí tenía. Y el gusto solo se crea a través de la lectura. Ninguna formación que te lo da.
Gatopardo puede definirse como un sello con un catálogo exquisito. ¿Cómo se combina esta línea con el factor comercial y con el gusto personal?
Has dado en el clavo al utilizar el término exquisito, puesto que es el que muchas veces utilizaban para definir Gatopardo. Me siento honrado y me parece genial que definan así el catálogo, pero, al mismo tiempo, me preocupa esta definición porque no quiero que se entienda nuestro catálogo como algo solamente para los happy few. Si tus libros los leen cuatro gatos, tienes un problema. Existen editoriales que pueden calificarse de exquisitas –Acantilado, por ejemplo–. Sin embargo, su catálogo es exquisito y, al mismo tiempo, tiene un alcance importante. A esto a lo que se debe aspirar: apostar por un catálogo exquisito, pero sin renunciar a llegar a todos los lectores.
Lo significativo de Acantilado es que consigue que una obra como la Divina Comedia de Dante sea uno de los libros más vendidos.
Este es el reto para todos. Pienso en otro caso: el editor Miquel Adam ha conseguido que Maria Antonieta de Zweig sea uno de los bestseller de su sello, Segona Periferia, donde publica obras rabiosamente contemporáneas. ¿Cómo se consigue esto? La respuesta es Acantilado, cuyo prestigio le permite ejercer de prescriptor y crear un fenómeno maravilloso: conseguir que sus libros circulen ampliamente entre los lectores.
¿El prestigio se construye con el catálogo?
Efectivamente. Este es el objetivo de cualquier negocio editorial y es lo más difícil de conseguir.
¿Cómo interviene el gusto personal en la construcción de un catálogo?
No sé cómo lo hacen otros editores, pero yo no me baso exclusivamente en mi gusto personal para decidir qué publico y qué no. Si publicara muchas cosas que me gustan, si publicara solo los libros que disfruto leyendo en mi tiempo libre, me suicidaría editorialmente cada mes.
¿Ha renunciado a publicar títulos que como lector le interesaban?
Claro, y a veces por razones banales o prácticas. Puede ser que te interese un libro que aborda un tema que ya está presente en el catálogo, o puede que te interese un libro que va en la misma línea de otros que ya has publicado y que no han funcionado.
¿Trabaja con lectores que le aconsejen a la hora de publicar?
-No. He tenido ocasionalmente algunos lectores de confianza y he encargado algún informe de lectura, pero casi siempre soy yo el que llega a los libros, los lee y decide. Evidentemente me fio de ciertas recomendaciones y estoy muy atento a todo cuanto se publica. Yo leo inglés, francés e italiano: esto me permite, por ejemplo, leer una novela nórdica cuando ya ha sido traducida a uno de estos tres idiomas.
La literatura nórdica, ahora que la menciona, tiene mucha presencia en su catálogo.
Esta presencia surge en gran medida del azar. Vivimos en un mundo muy anglocéntrico y el mundo editorial tampoco escapa de esta lógica; sobre todo en la narrativa contemporánea. Parece que todo deba girar en torno a lo anglosajón. Hay mucha competición entre editoriales para hacerse con las grandes novedades en inglés y, evidentemente, en esta competición Gatopardo tiene poco que hacer, sobre todo con los autores más reconocidos. Ante esta situación me di cuenta de que ahí tenía un recorrido limitado, pero que existía un terreno más inexplorado en el que podía abrirme paso. Y era el de la literatura nórdica, aunque es cierto que también ha habido una especie de fiebre, sobre todo a partir del fenómeno Knausgaard.
El primer libro nórdico emblemático de Gatopardo, que sigue siendo uno de nuestros títulos más vendidos, es Estado del malestar de Nina Lykke, una autora noruega popular y reconocida, que ganó el premio Brage, que es una especie de premio nacional en Noruega. Cuando decidí publicarlo, el libro ya había sido un gran éxito en Noruega, pero nadie se había interesado por él. Con este título se abrió la veda y, a partir de su publicación en España, comencé a descubrir libros nórdicos interesantísimos que aquí resultaban desconocidos. Por ejemplo, Los inquietos de Linn Ullman lo descubrí por casualidad, no recuerdo cómo. Me sorprendió que era un texto aplaudido por Rachel Cusk, Deborah Levy o Ali Smith, y cuyos derechos representaba Wyle. Y, a pesar de todo esto, nadie se había interesado por él.
Gatopardo ha puesto el foco en una serie de autoras del siglo XX que pasaron desapercibidas dentro del campo editorial y literario español.
Sí, es el caso de Ursula Parrott o Elisabeth Taylor. Como editor puedes publicar clásicos consagrados o autores reconocidos, que de alguna manera son una garantía, o arriesgarte y explorar terrenos nuevos. Reconozco que el primer título que propuse para la editorial fue La gente del abismo, un libro maravilloso de Jack London. Sin embargo, publicar autores tan consagrados y canónicos es un filón muy explotado en España, así que es más interesante descubrir cosas nuevas. Lo que sucede es que cada vez cuesta más. Como pasa con las minas de Asturias, llega un momento en que el terreno se agota. Como editor me da mucha satisfacción encontrar autores del pasado hasta ahora no publicados aquí porque implica no solo volver actual algo del pretérito, sino descubrir algo que se ignoraba.
Algunas de las autoras recuperadas ya habían sido publicadas, pero llevaban décadas sin reeditarse. Mujeres Excelentes se había publicado en Anagrama, que no había editado nada más de Barbara Pym. Muchos de estos libros son perfectamente actuales, como La divorciada o de Vidas Paralelas, de Phyllis Rose, que analiza cinco matrimonios victorianos. Ahora se habla mucho de las formas de matrimonio alternativas o del matrimonio como jaula, como instrumento de poder, pero esto ya lo cuenta Rose en su análisis sobre los matrimonios de la Inglaterra victoriana: el de Dickens, el de John Ruskin, el de George Eliot…
Pensando en autores actuales de su catálogo -Ariana Harwicz, Michael Bible, Bernardo Zannon– es difícil circunscribirlos a una etiqueta.
Me gusta pensar el catálogo como un cajón de sastre y definirlo por su eclecticismo. No es nada nuevo, sino algo bastante común en las editoriales actuales, muchas de las cuales tienen incluso una sola colección. Mi criterio es fundamentalmente literario, pero con el tiempo ha ido evolucionando. En los inicios las editoriales tienen unas constricciones muy férreas, aunque pueden ser útiles en cuanto a presupuesto para poder construir un catálogo desde cero. Nosotros empezamos con libritos cortos: Pietro Citati, Joyce Carol Oates, Joan Didion, Barbara Pym o Elisabeth Taylor, clásicos contemporáneos asequibles económicamente y que podían interpelar a un público que no sabía nada de una editorial como la nuestra, que llevaba pocos meses en el mercado. Antes de que yo llegara uno de los autores más importantes que publicamos fue Lawrence Osborne, cuyo ensayo El turista desnudo se convirtió en una especie de libro de culto. Diría que se trata de ir abriendo el compás sin desvirtuar el catálogo.
Desde hace algunos años se comenta que el ensayo es un género que cada vez interesa más.
Diría que es así. En mi caso, me ha resultado muy satisfactorio ver el impacto que han tenido algunos de nuestros ensayos en la conversación pública y contemplr cómo circulan los libros que publicas. En el caso de la no ficción y el ensayo esta circulación es todavía más agradecida porque vuelve más tangible el éxito de un libro. No publicas un libro por oportunismo o por la coyuntura política y social. Por eso, cuando uno de los títulos incide en la realidad o suscita un debate la satisfacción es máxima.
¿De qué manera el contexto político o social influye a la hora de publicar determinados títulos?
Es un peligro dejarse llevar por la coyuntura y, sobre todo, es peligroso que la coyuntura se imponga por encima de los criterios literarios. Creo que cualquier libro debería aspirar a emanciparse del momento y del contexto para que no termine siendo papel mojado al cabo de pocos años, algo que, dicho sea de paso, no es fácil. Los libros que aspiran a una cierta durabilidad, si no funcionan en los primeros meses, por la lógica del mercado y cómo funciona el sistema, caen en saco roto. En el área de la no ficción y ensayo, existe la tendencia de buscar mini-fenómenos que puedan hacer que un libro venda muchos ejemplares en un periodo de tiempo corto, que explote en ventas rápidamente, aunque dos años después ya no tenga presencia en los lectores y desaparezca de la circulación.
Usted ha rescatado títulos que se habían publicado décadas atrás y los ha actualizado con nuevas traducciones. ¿Se traduce mejor ahora?
La traducción se ha profesionalizado mucho más. Las condiciones económicas del traductor han mejorado, si bien siguen siendo precarias. A esto se le suma que hoy los traductores cuentan con recursos que antes eran inexistentes y que han llegado de la mano de internet. Me contaba Enrique Murillo que, después de traducir un libro de Conrad, tuvo que ir a la biblioteca del Museo Naval a buscar términos navales que hoy encuentras en la red. En Pasiones públicas, emociones privadas de Dickens, en uno de los artículos donde se habla de un hipódromo, aparece un acrónimo. El primer traductor, desperado por no saber a qué aludía, lo dejó tal cual, pero eto no tiene sentido alguno para el lector en castellano. Al revisar la traducción me bastó poner el acrónimo en Google para descubrir que las letras se referían a un palco especial que hay en las carreras de caballos. Incluso las mejores traducciones envejecen, lo que sucede es que, si los mimbres de la traducción son buenos esta se puede traer al presente con relativa facilidad. Otra cosa es que se quiera mantener como una marca de época. Las traducciones de Josep Carner de Dickens tienen una marca de época que es imborrable, pero ahí reside su gracia. Con ellas, no solo lees a Dickens, sino a Carner.
El concepto de sello independiente es tramposo, puesto que no hay editorial que no dependa de algo: cifras de ventas, títulos publicados… Asumido esto, usted que ha trabajado en un gran grupo y ahora está al frente de una pequeña editorial, ¿dónde ha encontrado mayor libertad?
Puede resultar paradójico, pero lo cierto es que, en algunos aspectos hay mayor libertad en un gran grupo, aunqie en otros aspectos estás mucho más limitado. Es falso pensar en el editor independiente como alguien con una aspiración pura y romántica por la lectura y los libros. El editor de una editorial pequeña vive igual o más obsesionado con los números que un editor que tiene el apoyo de un gran grupo. Cuando publicas doce, trece o catorce libros al año duele en todos los sentidos mucho más que un título no funcione,. Si publicas 500 títulos, como hacen los grandes grupos, ya se asume que muchos van a fracasar y los otros van a compensar estas deudas. La principal ventaja de una editorial pequeña como Gatopardo es que publico libros con los que me siento identificado, me apasionan y en los que me dejo una parte de mí, porque no solo los he leído, sino que me he implicado en el proceso. He elegido la cubierta, he escrito la faja, he redactado la contra, he revisado la traducción, se lo he presentado al distribuidor….El grado de implicación y de apego que llegas a tener hacia los libros que publicas es enorme y, precisamente por esto, da mucha rabia cuando ves que no funcionan.
¿Cómo ve el actual escenario editorial, con grupos casa vez más grandes, pero también con un gran número de editoriales independientes?
Como lector, el hecho de que haya una diversidad editorial gracias a las editoriales independientes me parece muy positivo. Por el contrario, considero que es preocupante la voracidad de los grandes grupos por ir creciendo sin fin. Tal vez hay una especie de efecto péndulo que hace que este fenómeno necesite complementarse con la presencia de pequeñas editoriales, en las que el editor tiene más margen de maniobra, puede arriesgarse y está menos sujeto a los imperativos corporativos y comerciales. Espero, por eso, que lectores y libreros, así como los periodistas y los críticos, aprecien esta apuesta personal que es Gatopardo, una apuesta que no está dictada por un algoritmo, sino que es muy personal. Este carácter solo lo pueden tener editoriales pequeñas o sellos con una tradición muy marcada, como Anagrama.
¿Jorge Herralde es un modelo para cualquier editor?
Lo es, pero no es el único. Carlos Barral me fascina como editor y como autor. Sus memorias son uno de los mejores libros escritos por la generación de los 50. Luego está Esther Tusquets, de la que no se habla tanto pero hizo un trabajo maravilloso. Sus memorias, además de ser divertidas, son recomendables para cualquiera que se dedique al mundo de los libros. Hay editores a los que les gusta echarse muchos laureles y darse golpes de pecho cuando trounfan, olvidándose de que no hay ninguna fórmula mágica y que muchas veces el éxito es cuestión de suerte. Esto nos lo recuerda Esther Tusquets cuando cuenta que publicó Mafalda y Apocalípticos e integrados de Umberto Eco porque Carlos Barral no los quiso y no parecían interesar a casi nadie. En poco tiempo,se convirtieron en auténticos best-sellers en todo el mundo.