La España que pudo ser o el espíritu de Toledo
Juan Pedro Aparicio traza en 'El sueño del Emperador' la idea de una España plural en la que lo que cuenta es ser español y no la religión, en una demostración de cómo se puede escribir una novela histórica
Tras La Novela de Lot, con la que Juan Pedro Aparicio hace un recorrido por la España que va desde la Guerra Civil a la democracia, y una prolífica obra dedicada a pensar nuestro país, el escritor leonés se sumerge con su última novela El Sueño del Emperador en el siglo XII o momento germinal de la España que conocemos.
Lo primero que llama la atención de este libro es el rigor y el gran trabajo de investigación que hay detrás para desvelarnos aspectos eclipsados por la historiografía oficial. Si a ello añadimos la pericia novelesca con la que se mezcla realidad y ficción, el resultado es todo un modelo literario de novela histórica diferente de aquellas que abarrotan las mesas de novedades.
Como todas las llamadas novelas históricas, El Sueño del Emperador mezcla realidad y ficción. Pero en ésta, los hechos ficcionados no tienen nada de gratuito. La ficción sirve para sacar consecuencias, reflejar lo que está implicito en los libros de historia pero no se dice. Se apoya en lo que es posible, lo verosimil, lo probable que pasó a partir de diferentes pistas o contradicciones del relato oficial.
La novela está construída a la manera en la que un arqueólogo recompone una pieza entera a partir de los fragmentos de un cráneo o una vasija encontrados, llenando los trozos que faltan. Todo ello con una finalidad: mostrarnos una España que pudo ser, la que quiso preservar el espíritu de las tres religiones de Toledo, y como fue frustrada por los templarios para dar paso a la España de la Reconquista.
Una España plural
Hay en El sueño del Emperador una profunda crítica al poder. En este caso al Vaticano y sus enviados que llegan para combatir y frustrar una España en formación basada en la convivencia de musulmanes y cristianos. Este es el sueño del Rey de Leon y primer Emperador de las Hispanias, Alfonso V, y que retoma su nieto Alfonso VII, lo que da título a la novela El sueño del Emperador.
Un proyecto de España que nace en el Reino de León y en el que participan no sólo otros reinos y condados cristianos que se declaran vasallos del mismo, como el de Portugal y el de Barcelona, si no varios reinos musulmanes, como el de la casa Ben Saud de Zaragoza con Zafadola. Una idea de una España plural en la que lo que cuenta es ser español y no la religión, sobre la que terminará imponiéndose una España guerrera y monolitica bajo la influencia de los llamados “bárbaros del Norte”, los cuales la toman por nuevo campo de batalla de las Cruzadas.
La novela se sitúa en el siglo XII, justo en medio de la Reconquista. Y, más precisamente, entre 1153 y 1155, durante la visita del legado papal, el cardenal Jacinto Bobone a España, tres años decisivos en los que se decidirá el futuro de la península y, con ella, de la cristiandad. Bobone viene para recorrer las diocesis y los diferentes centros de poder con objeto de valorar el peligro que supone para la ejemonía de la Iglesia el Imperio de las dos religiones proclamado por Alfonso VII.
El Reino de León convive con un Al Andalus donde se vive un tiempo de esplendor cultural que irradia al resto de la península. Lo que hace de nuestro país una excepción, por su tolerancia y herencia musulmana, así como por ritos que conserva de su época arriana, dentro de una Europa cristiana sumida en su época más oscura y metida en las Cruzadas.
Expulsión de todo lo musulmán
La península se encuentra así asediada desde el norte y desde el sur por dos fuerzas antagónicas y extremistas. La parte más retrógrada y montaraz de la Iglesia que llega con la orden del Temple, el Císter y los obispos y cardenales ingleses, franceses y vikingos nombrados o enviados por Roma desde el otro lado de los Pirineos. Y los almohades que llegan desde Marruecos, una nueva invasión de bereberes que llegan de Marruecos imponiendo las leyes más restrictivas del Corán. Salvajes del desierto que nada tienen que ver con los primeros musulmanes de procedencia omeya largamente asentados en la península.
Dos extremismos contra los que aunan fuerzas el emperador cristiano y el rey musulmán Zafadola.
La novela de Aparicio relata la historia de un momento crucial para España, pero también para Europa. El Vaticano se juega su dominio sobre el resto de la cristiandad aquí. Como heredero sobre el papel del Imperio legado por Constantino casi mil años antes, Roma quiere hacer valer su poder sobre toda la cristiandad. Y qué mejor lugar que la península ibérica donde puede encontrar un enemigo común en el infiel.
Es esa Europa medieval, de obispos guerreros y del Temple la que caerá sobre el primer imperio español para desmembrarlo de la mano de los enviados de un Vaticano que exigen la expulsión o exterminio de todo lo musulmán o diferente, plantando la semilla de la futura Inquisición que veremos siglos después.
Un poder de la Iglesia que se ve cuestionado y retado ya por voces de notables pensadores en Europa, adelantando mucho de lo que ha de venir en siglos posteriores. Es aquí donde hace hincapié la novela de Juan Pedro Aparicio, dando especial protagonismo a los primeros movimientos renovadores de la Iglesia, representados por Arnaldo de Brescia entre otros, y que sólo cinco siglos después han de desembocar en la Reforma de Lutero.
Y para que entendamos el clamor popular que empieza a gestarse con la Comuna de Roma y otros ámbitos contra el poder del Vaticano, la novela no ahorra detalles sobre la opulencia, los fastos y boatos, la vida licenciosa, y hasta la crueldad y los crímenes cometidos en el seno de la Iglesia o por los mismos papas llevados por su codicia o ambición.
Según el autor, todos los personajes principales, con sus cuitas y peripecias, son rigurosamente fieles a lo que los anales nos han dejado de ellos. Alfonso VII, su hermana Sancha, el legado del Vaticano cardenal Jacinto Bobone, los papas del momeno, como Adriano IV, o los primeros teólogos y pensadores que aspiran a reformar la Iglesia, como Arnaldo de Brescia, entre otros. La ficción interviene con personajes secundarios como Marcelo, un aspirante a trovador y que hace de hilo conductor o narrador de los hechos, dando a la historia el formato o carácter de novela. O la trovadora musulmana Zayda, en la que Marcelo descubrirá el amor, y quien con su secreto sobre un magnicidio hace de motor de intriga de la novela.
Mirar a España desde todos los ángulos
A través de personajes y una acción que atrapan de inmediato al lector, Juan Pedro nos cuenta aspectos de su tiempo -como el gran movimiento de los trobadores- así como las intrigas palaciegas y en el seno de la Iglesia de las que son testigos de excepción o víctimas.
Haciendo de ésta una novela trepidante, invitándonos a viajar por castillos, monasterios y parajes en el séquito de reyes y cardenales, enfrentándonos a traiciones, emboscadas, producto de los tejemanejes y las intrigas de los que quieren hacerse dueños de una España que no les pertenece.
Todas las pasiones humanas pasan por ella: la bondad, la compasión, el amor, el erotismo, como contrapunto a la codicia, la hipocresía, la vida desenfrenada y criminal de la parte más corrupta de la Iglesia, la brutalidad de aquellos que quieren imponer su poder a sangre y fuego como los Templarios, y finalmente la crueldad con la que se ajusticia como hereje al que trata de devolver a la Iglesia a sus principios primeros de justicia y sencillez a imagen de Cristo.
Como leonés, Juan Pedro Aparicio nos muestra una mirada y versión de la historia independiente y diferente de los anales castellanos oficiales al uso. Su larga trayectoria lo avala. Nacido en 1941, y con notables galardones en su haber, como el Premio Nadal de Novela por Retratos de Ambigú; el Premio Setenil de Relatos por La Vida en Blanco; el Premio Internacional de Ensayo Jovellanos por Nuestro Desamor a España; así como el Premio Castilla y León al conjunto de su obra, lleva toda una vida mirando a España desde todos los ángulos y diferentes épocas.
Por lo que tal vez no sea exagerado decir que si para entender la revolución industrial inglesa hay que leer a Dickens, para entender a España habría que leer a Aparicio.