El malogrado Michael Dougan, en una imagen para una revista especializada

El malogrado Michael Dougan, en una imagen para una revista especializada Cedida

Artes

El malogrado Michael Dougan

El autor de apenas dos libros no hizo nada para que se le conociera, pero 'I can't tell you anything' o 'East Texas' deberían ser publicados en español

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En el ya lejano 1994 tuvo lugar un remake del mítico festival de Woodstock y el diario El País, para el que yo trabajaba por aquel entonces, tuvo a bien enviarme a cubrirlo junto al corresponsal en Nueva York, Juan Cavestany, quien posteriormente se dedicaría al cine y la televisión desde una marginalidad entre voluntaria y obligada por las circunstancias. El festival tuvo lugar a escasa distancia de Manhattan y consistió en tres días de paz, amor y barro no muy estimulantes (la explosión de los retretes portátiles no contribuyó precisamente al éxito de la propuesta), pero luego Juan me invitó a quedarme en su apartamento algunas jornadas más en las que hicimos amistad y hablamos de comics, que era una de nuestras pasiones comunes.

Juan me prestó un libro de un autor del que yo no había oído hablar jamás, Michael Dougan, titulado I can´t tell you anything and other stories (No te puedo explicar nada y otras historias, aunque nunca se tradujo al español), que consistía en una serie de espléndidos (y extravagantes) relatos gráficos que me atraparon de manera inevitable. De vuelta a Barcelona, me dediqué a dar la chapa con el señor Dougan a cuanto amigo y editor se cruzaba en mi camino, pero no conseguí nada: mi héroe nunca fue publicado en España.

Michael Dougan (Texas, 1958 – Japón, 2023) colaboró en un montón de publicaciones (The New York Times, The Village Voice, L.A. Weekly o Entertainment Weekly), pero solo nos dejó dos libros, el citado I can´t tell you anything (1993) y East Texas: Tales from behind the pine curtain (Texas Este: Cuentos desde detrás de la cortina de pinos, 1987), en los que quedaba meridianamente clara su visión del mundo como un lugar básicamente incomprensible y poblado por gente con serios, pero inevitables, problemas mentales. Gráficamente, el señor Dougan era una mezcla de Chester Gould y Martí Riera y practicaba un feísmo extrañamente atractivo que se ajustaba como un guante a sus tramas usualmente desquiciadas. Lo suyo, evidentemente, no era para todo el mundo, pero los fans que conseguía eran para toda la vida (entre ellos, el papá de los Simpson, Matt Groening).

Aunque nacido en Texas, Michael Dougan se plantó en Seattle a los dieciocho años, lo que le permitió años después integrarse en la escena grunge de la ciudad, aunque sin sacarle el partido comercial que sí se trabajó su amigo Peter Bagge. Quienes lo conocieron aseguran que el triunfo era algo que nunca formó parte de sus prioridades. Podría haber publicado más libros de los que publicó, pero no se movió mucho en esa dirección. Cuando su casa de Seattle ardió, llevándose por delante una obra de muchos años, optó por emigrar a Japón junto a su segunda esposa, Chizuko Nitta, y montar un restaurante-cafetería en la ciudad de Tono. Tras sobrevivir apenas a la pandemia del covid, un cáncer en el cerebro acabó con su existencia en enero del 2023.

Tras la iluminación que representó en 1994 la lectura de I can´t tell you anything and other stories, me tiré años esperando nuevo material del señor Dougan (e intentando inútilmente que alguien lo editara en mi país; pese a su voluntaria marginalidad, el libro que me había fascinado lo había publicado en el mercado anglosajón nada menos que la editorial Penguin). Nunca llegó y me fui olvidando de él, aunque a veces me preguntaba qué habría sido de ese hombre y me temía, como así fue, que ya no estuviera entre nosotros. Para mí, Michael Dougan habita el mismo olimpo indie por el que pululan Daniel Clowes, Peter Bagge o Charles Burns, pero casi nadie ha reparado en él ni en su extraño mundo narrativo lleno de situaciones insólitas y personajes desorientados o directamente perdidos.

Cierto es que no puso mucho de su parte para triunfar o, por lo menos, hacerse notar, pero los dos libros que dejó (especialmente el que leí en Nueva York en 1994, en casa del amigo Cavestany) hacen de él más que una rareza en el panorama del comic norteamericano contemporáneo. De hecho, aún estamos a tiempo de darlo a conocer en España. Así pues, lanzó desde aquí una última llamada a nuestros editores independientes para que ofrezcan al lector de nuestro país los extraños, fascinantes y estimulantes relatos del peculiar señor Dougan, uno de los grandes, pese a no haber movido un dedo para que se reconociera su talento.