'Homeless (1883)'

'Homeless (1883)' FERNAND PELEZ (1848-1913)

Letras

Una crónica del desamparo

El periodista Jorge Bustos retrata el rostro de la indigencia en Casi (Libros del Asteroide), un testimonio con voces que hablan en primera persona sobre los internos sin hogar del Centro de Acogida San Isidro de Madrid

8 abril, 2024 13:48

“Igual que estalla el fósforo en la lija entendí aquella visión cotidiana como una enigmática sugerencia. Como un eco de la recomendación de Strindberg que nos invita a mirar precisamente allí donde es normal retirar la mirada”. Jorge Bustos resume así el esfuerzo ético que ha hecho en su nuevo libro, Casi. Una crónica del desamparo (Asteroide). Tras mudarse a un piso cercano al Centro de Acogida San Isidro de Madrid, –el Casi, como se le conoce, uno de los más grandes de Europa, fundado en 1943–, el periodista y subdirector de El Mundo se topó varias veces, a la vuelta del trabajo, con los cuerpos tambaleantes de algunos de los indigentes internos. Y en lugar de cumplir con la rutina y mirar hacia otro lado, un buen día decidió dedicarle atención a esa parte invisible de la sociedad.

Lo primero que sorprende y admira del libro es la templanza y la sobriedad del juicio, libre de apriorismos ideológicos. El problema de la marginación social suele estar envuelto en diatribas políticas que terminan por ocultar la realidad en abstracciones deletéreas. Y a menudo la pobreza se utiliza para exhibir una sensibilidad y una bondad que delatan más egocentrismo que verdadera empatía. Aquí, en cambio, el tono neutro, de manos frías, interrogativo y especulativo más que asertivo, ayuda a que las personas excluidas hablen en su idioma, dejando al lector la posibilidad de extraer sus propias conclusiones. Como dice el autor hacia el final de su pesquisa: “Mantener vivo lo particular frente a las generalizaciones de la ideología: esta es la humilde batalla en la que hay que comprometerse”. 

Y la primera batalla que el autor libra y gana es precisamente la del lenguaje. En varias ocasiones –y es una de las cosas que más impresionan en el reportaje–, Bustos cuenta cómo muchos de los que viven en la calle terminan por perder el habla, ya que se pasan años sin que nadie les dirija la palabra. Otros, devastados por el alcohol y las drogas, encienden un día la radio y no entienden nada de lo que dicen las voces de los contertulios. Shakespeare nos enseñó hasta qué punto el lenguaje público y convencional puede estar lleno de falsedad y artificio. Basta el simple no de Cordelia para que todo el edificio se derrumbe. Entonces los que antes habían habitado la civilización salen al páramo y descubren el reverso de la lengua, el idiolecto del delirio, ahí donde no hay padres e hijos sino solo una humanidad reducida al despojo. Pero gracias a esa experiencia, luego la civilización y por tanto el lenguaje cobran una nueva significación mucho más cruda y verdadera.

'Casi', un libro de Jorge Bustos

'Casi', un libro de Jorge Bustos LIBROS DEL ASTEROIDE

Bustos reconoce hasta qué punto la mayoría de medios desatienden esa parte de nuestro mundo simplemente porque no es rentable. El lenguaje público no se comunica con los homeless y por eso esas personas se vuelven invisibles, incomunicados por la esclavitud de la calle. Al preguntarles e interesarse por sus vidas, el periodista logra una doble restitución. No solo ofrece una escucha y una oportunidad para dar forma a esa experiencia de exclusión sino que también dignifica el propio oficio, curando al lenguaje común de su sordera y enriqueciéndolo con la locura que se oye en el páramo. 

Bustos –que estudió Clásicas y Teoría de la Literatura– se inserta en la tradición de reportajes sobre vivencias traumáticas –Svletana Aleksiévich, Philip Gourevitch,–, un género que en sus mejores ejemplos se basa en la mínima intervención y en la máxima atención al testimonio. Pero sin dejar de reivindicar al mismo tiempo la crónica de la España negra de Solana, Valle o Baroja. El lector entra así en el Casi –y en otros muchos centros de acogida que se visitan– para escuchar historias de personas que un día fueron profesores, abogados, pintores o joyeros y a los que la mala suerte, el alcohol, las drogas o la desgracia les llevaron al arroyo. 

Por supuesto, hay también muchos inmigrantes, huidos de países donde llevaban una vida aún más infernal. Estremece el caso de tantas mujeres que al dormir en la calle son violadas y vejadas una y otra vez, hasta el punto de que a menudo deciden quedarse con el más bestia para que las proteja de los restantes agresores. Hay indigentes que queman a otros para quedarse con el pequeño espacio bajo el puente. Otros que arrojan a los más débiles a las vías del tren. Casi todos se pasan el día borrachos, a pesar de los esfuerzos de los cuidadores sociales, los otros protagonistas del libro, dedicados a una labor ingrata que casi nunca da grandes resultados. La mayoría de los internos del Casi mueren o bien regresan a la intemperie y de ahí a la fosa común.

'Homenot' Franz Kafka

'Homenot' Franz Kafka FARRUQO

Kafka fue el primero en mostrar una de las características del mundo moderno: el hábito humano se vuelve función o bien sucumbe. En un determinado momento, Bustos recoge el testimonio de una de las trabajadoras del centro que duda de la eficacia de su método. El Casi, dice, consigue crearles a muchos acogidos una dependencia, pero no resuelve nada más. Cuando salen de ahí vuelven al horror. En ese sentido, es también interesante y elocuente la aportación de las pocas monjas que quedan en el centro, supervivientes de una época en que los desamparados estaban en manos de la Iglesia. A propósito de ello, Bustos se hace en un momento la siguiente reflexión:

“La diferencia moral entre un activista en favor de los Derechos Humanos y una monja es que la segunda nunca renunciará a la objetivación de la culpa en nombre de la empatía, que una monja continúa llamando caridad. Quiero decir que las hermanas compadecen al pecador, pero no transigen con la naturaleza diabólica del pecado”.

La cuestión sirve para reparar en uno de los puntos ciegos de la modernidad. Como vio Tocqueville en los albores de la democracia –sistema que él apoyó sin ambages, a pesar de ser un privilegiado miembro del Anciene Régime–, si el nuevo régimen se dedicaba solo a la producción, el comercio y la igualdad, descuidando las restantes dimensiones del hombre, la sociedad podía acabar devorada por el vacío. Hannah Arendt también observó que en el mundo moderno el hombre, allá a donde va, solo se encuentra a sí mismo.

Los intentos de detectar el mal y por tanto de ejercer el bien se han concentrado en nuestra era en cuestiones económicas o bien psiquiátricas. Las primeras suelen ser una pescadilla que se muerde la cola. El capital es el mal pero también el bien, la solución, como demuestra la propia existencia del Casi y de los demás centros de acogida, apéndices del Estado del Bienestar. En cuanto a las enfermedades mentales, la solución suele terminar en la farmacología, que procura un alivio transitorio, cosa por supuesto nada desdeñable.

'La naranja mecánica', Anthony Burguess

'La naranja mecánica', Anthony Burguess BOOKET

Pero Casi también es un libro que nos ayuda pensar en un mundo donde el alma ha sido sustituida por la psique, entendida como patología. Los casos que Bustos expone son lo suficientemente variados y singulares para que el problema adquiera una complejidad irreductible. ¿Son esas personas culpables de su suerte por no haber sabido enmendarse y dedicarse al trabajo y la familia, como quiere el liberalismo? ¿Son víctimas del sistema perverso del capitalismo, como predica la izquierda? ¿Nos recuerdan la atracción de la humanidad por la degradación y la indignidad, huéspedes a menudo del presunto orbe civilizado? ¿Están predestinados, como impone cierto calvinismo socioeconómico? ¿Se puede hablar de caridad en una sociedad en la que solo el Estado se hace cargo de esas personas mientras los demás sortean sus cuerpos en el cajero para no llegar tarde al trabajo?

Luis Buñuel retrató como nadie los peligros del amor al pobre. No hay ninguna bondad intrínseca en los desposeídos, capaces a menudo de una crueldad y una mezquindad propias de quien ha cruzado un límite cuya naturaleza resulta muy difícil de definir. Anthony Burgess, que en La naranja mecánica (1962) fue uno de los primeros en representar a una humanidad devorada por la violencia tecnificada, echó mano del dogma católico para defender que el hombre no está condenado y puede elegir tanto pecar como acercarse a la gracia. Lo que no sabemos es qué ha sustituido a esos conceptos. O si realmente han desaparecido. En cualquier caso, hay que agradecer a Jorge Bustos que nos obligue a pensar en estas cosas y a mirar esta nueva metrópoli mundial con otros ojos, aún deudores de Baudelaire.