Victoria León: "A Mary Shelley, que como poeta está por descubrir, la devoró Frankenstein"
Premio Hermanos Machado de Poesía, acaba de publicar en la colección Vandalia de la Fundación Lara su segundo libro de versos: 'Flores de fuego'. En esta entrevista habla sobre sus influencias, la escritura y la traducción
24 agosto, 2023 19:00Victoria León (1981), traductora y escritora, atraviesa, según sus palabras, un periodo de madurez personal y creativa que coincidió en plena pandemia con sus primeros cuarenta años. Vive de la traducción, fundamentalmente del inglés, aunque habla también italiano y francés. Se ha dedicado sobre todo a autores clásicos victorianos desde Oscar Wilde y Conan Doyle a Rudyard Kipling, pasando por su preferido, Robert. L. Stevenson, y su ultimo descubrimiento, la poesía inédita de Mary Shelley.
No descarta escribir una biografía sobre la madre de Frankenstein a la que devoró su monstruo, como le ocurrió al doctor protagonista de su novela. La descubrimos como voz poética personal con el Premio Hermanos Machado (Secreta Luz, 2019). Ahora, la misma colección editorial que lo organiza, Vandalia, le ha publicado Flores de fuego, su segundo poemario. Un libro del que se siente –desde una inseguridad confesa– muy satisfecha, y que la consagra como una poeta con voz propia, de la misma estirpe de Bécquer y de Cernuda e hija literaria de Javier Salvago o Felipe Benítez Reyes.
–No sólo no ha matado a sus padres literarios, sino que se lleva bien con ellos.
–No, la verdad. Sé que es algo casi natural en la vida de las generaciones, pero a mí no me ha ocurrido, por algún misterio psicológico tal vez no resuelto, (sonríe). Lo cierto es que no he sentido en absoluto esa pulsión. Al contrario, me alimento de ellos, me siguen gustando mucho. Y a algunos además les tengo muchísimo cariño.
–Su segundo libro en apenas tres años, aunque se considera una autora tardía.
–He escrito siempre, incluso de forma compulsiva, aunque publiqué tarde, con 37 años, y fue gracias a Vandalia y al Premio Hermanos Machado. De hecho, ha sido también gracias a ellos, que confían en mí y me animan, que me he decidido a publicar éste. Llegué a pensar que sería una autora de una sola obra y tampoco me parecía mal. Les ocurre a muchos poetas, pero… ahora estoy satisfecha. Muy orgullosa.
–¿Por qué?
–Porque son diferentes y, a la vez, tienen una misma voz. Existe una diferencia fundamental, que es la madurez lógica desde el punto de vista literario. El primero tiene algo de tanteo, de exploración… En éste hay ya una conciencia de una poética propia. Más seguridad. Más conciencia de lmi voz y muchas ganas de experimentar sin miedo, de buscar otros tonos. Formalmente hay mayor diversidad en la métrica y en el verso.
–Y endecasílabos.
–El endecasílabo siempre me ha parecido muy natural, es casi propio de la lengua hablada. El octosílabo, por ejemplo, es pura música y resulta más difícil. El heptasílabo y el alejandrino viven también en la lengua y en la conversación. De todas maneras, para mí escribir en verso es mi forma natural de expresarme. Si necesitara esforzarme tal vez no lo haría.
–¿Poesía incluso en los wasaps?
–(Sonríe) Bueno, escribir es jugar y me gustan esos juegos, aunque no los explore de forma seria… Me encantan como divertimento. Con Luis Alberto de Cuenca, lo hago a veces porque él es genial en todo. Es el mejor, nadie como él sabe tocar todos los palos. Es maravilloso jugar con la lengua, todos lo hacemos con mayor o menor talento.
–Hay quien dice que hay poesía hasta en la publicidad.
–Está en todas partes, como la música. Tenemos un concepto falso de la poesía, como si fuera per se elitista. Solamente accesible para unos pocos, iniciados en la lectura y en la cultura. Sin embargo, la poesía está en el juego, en la publicidad, forma parte del lenguaje popular. Está en todas partes.
–Habla de la madurez de su poesía y también de madurez personal.
–Porque lo escribí justamente al cumplir los cuarenta años y en un momento excepcional, como fue la pandemia. Lo empecé en confinamiento, sin vacunas aún, cuidando a mis padres, que son mayores. Aparte de la edad, que no es una cuestión baladí en nuestras biografías, era muy evidente la fragilidad de la vida. Gran parte del libro tiene que ver con eso: una crisis externa y otra personal. Ese paso por el ecuador de la vida, ya lo decía Dante, el principio del río que habremos de cruzar. Aunque se haya ampliado la esperanza de vida somos conscientes de que ya estamos a la mitad.
–La pulsión de la muerte. ¿De los otros o de la propia?
–Es inevitable en cualquier ejercicio de introspección. La muerte como parte de la vida propia y también de la de los otros, los que están más cerca. Esa es la realidad del tiempo. La conciencia de la aniquilación es inevitable. Y la creación poética es una manera de prepararse, aunque sea de manera inconsciente. Es la misma pulsión del amor, el eros y el tánatos. Son los vértices de cualquier proceso creador del artista.
–Escribir para perpetuarse.
–Para ser consciente de la propia vida, para no vivir en balde. No es tanto una ambición de eternidad como el deseo de no vivir sin contarse a uno mismo. Javier Salvago, que es mi maestro, habla del camino del conocimiento, del camino de depuración que hay en la escritura. De ir prescindiendo de lo superfluo y siendo conscientes de lo importante del hecho de estar vivo.
No se trata de la permanencia de tu nombre o de un deseo de inmortalidad sino de la vida eterna de las palabras, de las muchas vidas que muchos versos llegan a tener. Versos que se recuerdan desde hace siglos –como el Ser o no Ser de Hamlet– o que siguen circulando a través de otros poetas, viviendo varias vidas. Como un mensaje de una botella que llega a muchas orillas, que es leído y releído por generaciones de hombres y mujeres que los rescatan y los convierten en suyos. Ese es el sueño de cualquier creador: la permanencia de uno de sus versos.
–¿Cuál sería ese poema siempre vivo para usted?
–Uno de Cernuda, seguramente uno de los poetas que más he leído y que forma parte de mi lenguaje poético, de forma consciente o no. Es el autor fundacional de mi vocación poética. Me reconozco en su estirpe, que es una suerte de familia espiritual. Que es un linaje moral, más allá de un estilo o de un lenguaje. Una patria, si quiere llamarla así, un sentido de pertenencia. Siempre vuelvo al Soliloquio del farero y sus primeros versos: “cómo llenarte soledad / sino contigo misma” … De hecho, hago una referencia en este libro, lo cito en mi poema 'Soledad' (“Cómo encontrar valor para ponerte nombre / cuando eras cuanto hallaba en mitad del camino”). Lo uso casi como un rezo para tranquilizarme, cuando estoy desasosegada e inquieta.
–La poesía como parte de la vida.
–La vida leída es vida. No hay un cajón para la realidad y otro para lo leído. Hay huellas. Ocurre como con los sueños, que nos ocurren. Es absurdo trazar una raya entre la realidad de los hechos y la realidad de lo sentido o de lo soñado. Los seres humanos lo percibimos como un todo. Para mí algunos libros son parte de la vida que siento vivir.
–En otro poema, 'Canción de la noche', escribe: “Cenizas de un fuego que ya nunca”. ¿Qué ya nunca?
–Lo que está consumado, lo que no vuelve. Tuyo y de otros. Tú y los otros. Nunca voy a encontrarme con mis muertos, por ejemplo; tampoco voy a encontrarme con la que fui. Hay, efectivamente, alguna referencia a la infancia (muy cernudiana) pero va más allá. Es la pérdida de quien has sido y no serás nunca más. El tiempo te arrebata parte de ti. Lo escribo en otro poema: 'Manual de instrucciones para envejecer'. Se trata de reconciliarte con los huecos que te va dejando la vida, admitir que son huecos que no van a llenarse y convivir con esos vacíos. Hacer de ellos parte de tu equipaje.
–Hemos hablado de sus padres literarios: Fernando Ortiz, Javier Salvago, Jaime Gil de Biedma o Ángel Álvarez.
–(Ríe) Los dos últimos son más bien mis abuelos literarios. Sin duda, me siento parte de una estirpe, me da igual si se le llama poesía de la experiencia o nueva sentimentalidad. Creo que mi generación ha estado ajena a esas guerras entre novísimos o realistas. Yo adoro a Luis Alberto de Cuenca (le dedica el poema 'El Fondo'), que jugaba en las dos ligas, por decirlo de alguna manera.
La poesía puede tener muchos nombres, pero todo se reduce, al menos en mi caso, a la palabra vivida. Por mí y por otros. La literatura como una verdad de vida. Esa es mi manera de verlo y de sentirlo. Hay vanguardias geniales que han explorado los límites del lenguaje o de la musicalidad, geniales. Me interesan, me divierten, pero mi mundo literario es el que apela a la misma vida y a la muerte. A la fragilidad. A combatir la precariedad de la vida con las palabras.
–Guerra superada, pues.
–Bueno, sirvió para darle músculo, para estimular el cotarro poético. Pero le confieso que yo no vivo mucho ese ambiente estrictamente literario. No soy mucho de grupos ni acudo a cenáculos, a congresos o a reuniones. No me da tiempo. Mi trabajo me absorbe mucho y tiendo a llevar una vida introspectiva. Me relaciono con las personas casi de una en una. No le oculto que, a veces, esas puyas me divierten, pero las miro desde la barrera.
–Hablando de cenáculos y de círculos poéticos: ¿Dónde habita la mala poesía, en los ripios de salón o en la nueva poesía de las redes?
–En todas partes. Como la buena. En algunos casos la poética se rompe por el exceso, la pomposidad, la banalidad pretenciosa. En otros se debe a esos intentos ingenuos que nos recuerdan los balbuceos que hemos hecho todos de adolescentes. Pero hay poesía buena y poesóa mala. He leído alguna cosa, en Instagram o en Tiktok incluso, que me ha interesado o me ha conmovido. De todas maneras, tengo que confesar mi desconocimiento. Mi trabajo me absorbe mucho y seguramente me estoy perdiendo cosas de gente joven a la que a lo mejor descubriré dentro de unos años.
–¿Y a quiénes sigue, aparte de a sus referentes?
–A los que nunca me decepcionan por su magisterio, aunque ya no escriban, y a otros como Felipe Benítez Reyes, Álvaro Valverde, Eloy Sánchez Rosillo… A Felipe le debo mucho. Es fundamental en mi formación, con su humor tan inteligente y su brillantez. Y como amigo es impagable. Uno de los mejores conversadores del mundo.
–¿Mujeres?
–Me gusta mucho Amalia Bautista y también me gusta su hija María Martínez Bautista, su poemario Maniobras secretas (La Bella Varsovia) es extraordinario. Pero no busco voces femeninas deliberadamente. Me las encuentro. Ahora, cuando he traducido los poemas de Mary Shelley, sí he descubierto una voz que me era íntimamente familiar, una voz de mujer a pesar de pertenecer a otro tiempo.
–¿Una voz silenciada?
–A Mary Shelley la devoró el monstruo de Frankenstein. Ya es meritorio que, rodeada de tantos escritores geniales, esa novela los haya trascendido a todos. Pero también la ha devorado a ella como poeta. Soy consciente de la invisibilidad de las escritoras. En su caso, el de Mary, es increíble que apenas se haya traducido su poesía. Para mí ha sido todo un hallazgo. He descubierto una escritora que además de lo alegórico y lo épico, propio de la época romántica, fue capaz de abordar como nadie un tono y un universo intimista. Byron lo intentó, pero ella lo logró.
–¿Qué le aporta como escritora traducir a los grandes?
–Pánico (sonríe) y miedo. Responsabilidad. El reto es cada vez mayor a medida que conoces y sabes más. De joven escribía muchísimo. Pero cuando empecé a leer y luego a traducir a esos genios tuve una especie de parálisis. Tardé mucho en publicar, ya le he dicho. Era como intentar subir un ochomil que otros habían coronado ya.
–Ha traducido a los más conocidos autores de la literatura británica. ¿Alguno ha envejecido mal?
–Todos son grandes y aguantan buenas relecturas, pero tal vez, aparte de Wilde, para mí uno de los más vivos es Stevenson. Lógicamente es un autor de su época, pero es tan singular que trasciende a su tiempo. Incluso sus novelas de aventuras tienen una fortísima contemporaneidad. Ahora estoy tentada de traducir uno de sus libros menos conocidos (no quiere dar el título, dice que es un secreto) que es un tocho considerable, pero estoy muy ilusionada. Creo que puede dar muchas sorpresas.
–Se dice que las traducciones caducan.
–La lengua tiene una vida diacrónica. Hay que adaptarla a cada momento, es cierto. De hecho, muchos libros renacen con las nuevas traducciones.
–A eso no se le llama cancelación.
–Porque no lo es. Las traducciones no alteran el fondo sino la forma de expresión, que es algo necesario y bueno para que la obra siga viva. Pero sin traicionarla. La traducción carece de juicio moral. No tiene nada que ver con el falseamiento de una obra desde los ojos del presente. Hay que respetar la obra en su contexto y, si es preciso, se añaden notas al pie, se explica, pero sin alterarlas. Es distinto actualizar la lengua que el concepto, la idea o la mirada del autor en la historia y en su obra.
–Traducir poesía es escribir poesía, dicen los traductores. Y los poetas.
–Es una verdad incuestionable. Siempre se puede hacer una traducción literal para dar a conocer el significado, pero no se estará traduciendo la poesía, su música, su alma. De hecho, hay traducciones de poesía fallidas y auténticas obras de arte. Es muy difícil hacerlo bien.
–Usted se dedica exclusivamente a la traducción. Heroico.
–Es mi oficio y una profesión que me apasiona, aunque llegué a ella por casualidad. Empecé con un encargo y llevo ya más de veinte años. La editorial Renacimiento me propuso traducir del inglés un libro de la colección Isla de la Tortuga, unas historias de piratería. Hasta ese momento no era mi idea dedicarme a eso, de ninguna manera, pero me atrapó y ahora es mi vida. A veces me encargan proyecto y a veces ofrezco yo. Eso implica un trabajo de búsqueda.Es agotador, pero sobretodo es muy gratificante.
–Supongo que es inevitable el contagio.
No siempre, pero las influencias están. Lo que ocurre es que el autor no está capacitado para verlas. Se perciben mejor desde fuera. Aunque lo cierto es que en este último libro si no influencias, sí hay homenajes, por así decirlo. Ja sido el descubrimiento de un poeta italiano de finales del siglo XVIII, Ugo Foscolo, para mí casi una epifanía.
Le dedico un poema, Sobre un poema de Foscolo, que coge prestados unos versos suyos: "No soy quien fui, de mí murió gran parte". Me interesa muchísimo ese momento prerromántico en todos los aspectos, en la música también. Foscolo es como Beethoven. Para mi representa el mismo sentimiento, la misma actitud. Hay algo barroco y algo del romanticismo que viene. Es una época fundacional. El nacimiento de un mundo nuevo.
–Ahora la mayoría de las editoriales ponen el nombre del traductor en la portada, pero siempre se les ha tratado mal.
–Se les ha pagado mal, sobre todo. Y sin embargo qué sería de la literatura universal sin los traductores. Es un trabajo de una enorme responsabilidad. Yo leo sin problemas italiano o francés, pero profesionalmente me centro en el inglés, que es mi instrumento de trabajo. No se trata solamente del reconocimiento de un trabajo en sí, sino de la enorme responsabilidad que contraemos los traductores. Nos exponemos. Ponemos en juego nuestra honestidad y reputación. Se nos debe reconocer porque se nos debe exigir.
–¿Hay algo que no le guste de la literatura?
–La vanidad, que todo lo estropea. Me saca de mis casillas: es el óxido del talento. Salvago habla mucho de eso, de la autocomplacencia del autor y de los celos entre escritores y editores. Él mismo se pone la vacuna: no tomarse demasiado en serio. O tomarse en serio con cierto sentido del humor. Es la honestidad en la creación.
–¿Lee mucho, además de por su trabajo?
–Sí, poesía y ensayo, sobre todo. Biografías también, aunque confieso que menos. Ahora tengo en la cabeza escribir una biografía que creo no está hecha: la de Mary Shelley, pero no tanto como historia de su vida, sino con una mirada intimista, basada en la escritora que fue. Le estoy dando vueltas.
–¿Hay poesía en el perreo, en Shakira y en Rosalía?
No quiero parecer ñoña pero no salgo (se ríe). De Rosalía oí en su primer disco, creo, una versión de un poema de San Juan de la Cruz que me hizo gracia, pero confieso que no la sigo… Y de la famosa canción de Shakira… bueno, no es nuevo el fenómeno, se ha escrito mucho desde el despecho. Por ejemplo, Catulo. De todas maneras, no es mi caso. Lo visceral suele estropear la verdad poética. Hay que hacer la digestión de los sentimientos. No es un juicio moral por mi parte. Es que creo que es un lastre para la creación. (Vuelve a reír). El arte no debe der melodramático. Hay que filtrarlo.
–¿Para una poeta lo privado es político?
–La posición política de una poeta es el aislamiento. Puedo tener una posición política como ciudadana, como persona. Pero la política es la vida con los otros y el poema debe nacer de la soledad. Como nacemos y como morimos. Solos. Esa es la militancia de un poeta. La honestidad de su verdad.