Leopoldo María Panero en una escena de 'El desencanto' de Jaime Chávarri

Leopoldo María Panero en una escena de 'El desencanto' de Jaime Chávarri

Letras

Leopoldo María Panero, el último cadáver de la poesía

Anagrama publica una segunda edición actualizada, que se extiende hasta el momento de su muerte, de la biografía del más raro de los 'novísimos', hijo y hermano de poetas

21 agosto, 2023 19:33

De haber adelantado pocas décadas su entrada en escena, el hijo mediano de Leopoldo Panero y de Felicidad Blanc habría podido fácilmente formar parte de los recuentos de poetas atormentados, caraduras, excesivos, atrabiliarios, de los que han dejado testimonio Emilio Gómez Carrillo, Rafael Cansinos Assens o, más recientemente, Juan Manuel de Prada. También Ramón María del Valle-Inclán silueteó a Alejandro Sawa, aún con olor a ajenjo y con el nombre de Max Estrella, con esa mirada distorsionadora del esperpento, en Luces de bohemia.

Los desgarrados y excéntricos, por seguir con palabras de un título de De Prada, pueden resultar interesantes y hasta atractivos. Pero es mejor escudarse tras la página impresa, por fina que esta sea, porque en la distancia corta a todos ellos les ha fallado el desodorante hace ya muchos siglos, se les escapa un escupitajo cuando menos lo esperas, o tienen bien aprestado el sablazo para la pedigüeñía, el abuso de confianza de dimensiones estratosféricas, la tenaz filantropía hacia un único ser humano en toda la tierra: su yo, su ego, su egoísmo.

Así fue Leopoldo María Panero, poeta de una estirpe de poetas que acabó en su generación (si dejó descendencia, el vástago no siguió el camino de la poesía). Haber sido poeta tan rutilante en sus comienzos, aunque luego cayera en una composición maquinal de deyecciones (entre otras cosas, porque se las compraban) le exime en parte de todos esos desaguisados y excesos.

'Agujero llamado Nevermore'

'Agujero llamado Nevermore' CÁTEDRA

Hay quienes acudieron a él encandilados por su figura desportillada y por su estilo roto. Al imitarlo, pasaron de los poemas malos ajenos (los de él a partir de cierto momento) a los remedos pésimos propios. Y muchos más se acercaron por histrionismo y desmesura a Panero, rara avis en el mundo de la poesía, normalmente libre de esa plaga que son las celebridades o, para terminarlo de arreglar, las celebrities.

Podría haber ilustrado un debate calderoniano, Panero, sobre el libre albedrío. ¿Puede uno disponer del destino de su vida sin interferencias, turbulencias podríamos decir, que vuelquen el esquife? ¿Puede uno sostener las riendas de su vida sin que los caballos atávicos se desboquen y, si no el Hado o el Sino, a lo duque de Rivas, los genes y lo visto, lo mamado, impongan el gravoso peso de la herencia?

Leopoldo María Panero fue poeta como su padre Leopoldo, vate oficial del régimen, y su tío Juan (muerto durante la Guerra Civil en un accidente de automóvil y antes retratado en una fotografía con Luis Cernuda y María Zambrano durante unos de los viajes de estos con las Misiones Pedagógicas). Y tuvo mal beber como su progenitor (y muchas otras cosas más en las que no incurrió este). 

Su madre le legó un carácter fantasioso, y la familia de ella varios desajustes psicológicos y hasta psiquiátricos que él acrecentó con sus travesuras, primero, sus viajes con las drogas, más tarde, y hasta con las impuestas medicinas supuestamente dirigidas a paliar esos problemas, que también se cobraron su peaje.

Tampoco ayudó su ingreso en un centro destinado a vagos y maleantes en una cruda Zamora invernal, ni los rechazos amorosos de Ana María Moix primero y de Eduardo Haro Ibars después. Tampoco el trato con los locos –los otros locos– en sus sucesivos internamientos en manicomios de la España peninsular y hasta de la insular (de no haber tenido Generación del 98 y haber conservado España Cuba y Filipinas, quién duda que también de la de ultramar, en la Manila intermitente de Jaime Gil de Biedma).

'Carnaby Street'

'Carnaby Street'

Leopoldo María Panero fue mucho más que aquel tipo de estentóreas risotadas y el cerrado puño comunista fácil, el fumador empedernido y el no menos empedernido bebedor de cocacolas, el que por molestar y epatar decía algún piropo a Herri Batasuna como quien dice caca y pis (excrementos y orines abundan en sus poemas).

Loco, sí, como Friedrich Hölderlin, John Clare o Antonin Artaud (muy importante para él), Panero fue como ellos creador de deslumbrantes poemas, la mayoría escritos en los inicios de su carrera, antes de que la voz se le pusiera estropajosa y vidriosa la mirada, cayendo por la pendiente de las incoherencias.

Por el camino de Swann (su primera plaquette, de 1968) y Así se fundó Carnaby Street (1970) son excelentes tarjetas de presentación. Luego, como en un serrucho descendente (y a menudo igual de cacofónico), vino el zigzag de los altibajos, con momentos elevados como Poemas del manicomio de Mondragón (1987) y un montón de escoria entre trazas residuales de algún metal noble.

Ya al principio de esa trayectoria, la fijación con Peter Pan; es decir, no solo el personaje de J. M. Barrie sino lo que representa: el no querer crecer (lo cual, bien mirado, podría ser índice madurez). De esa Inglaterra victoriana, tensión entre la ortodoxia y el extravío, también su pasión por el nonsense de Edward Lear y por Lewis Carroll, a quienes vertió a nuestra lengua.

En 1999, el periodista cultural J. Benito Fernández publicó El contorno del abismo. Vida y leyenda de Leopoldo María Panero en la editorial Tusquets. Ahora la biografía ha salido en Anagrama en una nueva edición ampliada y revisada que recoge los tres últimos lustros del poeta, hasta su muerte en 2014. Entre algunos momentos de gloriosa hilaridad, el libro presenta un panorama desolador, con una galería de personajes disfuncionales de los que el poeta fue el rey.

'Los papeles de Ibiza 35'

'Los papeles de Ibiza 35'

Nacido el 16 de junio de 1948 (el mismo día, cuarenta y cuatro años después, en que se desarrolla el a veces alucinatorio Ulises), Panero comenzó a escribir versos cuando no llevaba ni mil días sobre la faz de la tierra. Luego vinieron cárceles, intentos de suicidio explícitos y concretos o vagos y continuados, adicciones varias, amour fou y sexo desesperado con mujeres y hombres, incluidos de pago como los habituales chaperos o, en su caso, enfermos mentales, compañeros de manicomio.

Fernández es meticuloso al extremo, y lo que en las primeras décadas resulta más interesante, la reconstrucción de una época y un lugar (la España franquista y el casi inverosímil Madrid de la Movida), posteriormente deviene hartazgo, con un presente histórico que casi se limita a poner en limpio los testimonios de los numerosos actores secundarios, una legión en la que hay aprovechados, víctimas, sufridos cuidadores, amantes y quienes escribieron con él a dos manos una obra tan torrencial como repetida o simplemente le ayudaron, santos y santas Job, a pasar a máquina o al ordenador sus escritos (Panero solía pedir un tanto alzado por poema).

El biógrafo basa su relato en un gran número de entrevistas y, en los años más lejanos, el acceso a documentos privados y cartas. No se le escapa un viaje, de los muchos que Panero hizo a Barcelona al principio y luego desde Las Palmas a Madrid. No deja sin citarse un acto, una lectura, una vomitona.

Llama la atención sin embargo que sean tan pocas las citas de poemas, aunque fuesen parciales. Ciertamente, los seguidores acérrimos de Panero habrán leído ¡Deseo de ser piel roja' (que le gustaba a Gil de Biedma) o 'El canto del llanero solitario'. Bien está de todas formas que haga gracia al lector de reproducir tantos versos atiborrados de excrementos y repetidas regurgitaciones, cada vez con un vocabulario más limitado, que caracterizaron al último Panero (último también en sobrevivir, inopinadamente, a sus hermanos Juan Luis y Michi, que también se las traían).

'El contorno del abismo'

'El contorno del abismo' ANAGRAMA

El contorno del abismo da cuenta de las muchas veces que Panero fue carne de celuloide, objeto de documental, ya fuera en un corto o en un largometraje: El desencanto de Jaime Chávarri (1976) o Después de tantos años Ricardo Franco (1994). Pero además, el poeta fue personaje en diferentes obras de ficción; por señalar solo algunas, Malditos (2010) de Luis Antonio de Villena (que lo trató bastante en el Madrid no solo de los ochenta) y de Roberto Bolaño, para quien no llegar a conocerlo personalmente no impidió que lo hiciera personaje su novela póstuma Los sinsabores del verdadero policía (2011).

El hijo de Leopoldo y Felicidad ya había aparecido unos años antes en 2666, novelón que el chileno había publicado siete años antes. El que para muchos era el mejor de los Nueve novísimos poetas españoles, la antología de José María Castellet, no fue en realidad tan buen poeta.

Ezra Pound, también internado durante algunos años en una institución psiquiátrica, una de sus figuras sacrosantas de Panero, se volvió a menudo incomprensible andando los años al  avanzar en el monumental ciclo de su Cantares, pero nunca perdió del todo la lucidez, y al final de su obra creó milagros de sencilla y serena concisión como el 'Canto CXVI' (tras haber pasado por el infierno de aquellos compuestos en una jaula en Pisa, al caer en manos del ejército norteamericano acabando la Segunda Guerra Mundial). 

'Traducciones y perversiones'

'Traducciones y perversiones'

Pero Panero se convierte en una voz mascullante e ininteligible. Compararlo con su padre no tiene sentido, pues aunque los separaron unos años, habitaron planetas diferentes (se diría que hasta emplearon dos idiomas no relacionados entre sí).

Hacerlo con su hermano Juan Luis es también inútil pues sus obras son bien distintas, pero Panero el loco dista mucho de provocar las emociones que su hermano mayor, el desengañado y también alcohólico, transmitió en uno de los libros de poesía española más importantes del último cuarto del siglo XX: la compilación Juegos para aplazar la muerte (1985). Pero aun así, su figura a la postre retorcida sigue cautivando a muchos como atraen las ruinas.

Da una pena enorme Leopoldo María Panero, y también quienes tuvieron que soportar sus calamidades. Sin embargo, su vida está llena de perlas como la desternillante que cuenta Fernández que tuvo lugar en París, con el alcalde Chirac, luego presidente de la República Francesa. U otra acaecida en los estudios de Antena 3, con Elena Ochoa. Constituyen los comic reliefs bien emplazados de un drama que en realidad fue tragedia.