Lectores que crean lectores
La lectura es un poderoso instrumento de socialización y mecenazgo cultural en el que trabajan desde hace años fundaciones privadas, librerías, activistas, instituciones, medios y bibliotecas
7 diciembre, 2022 19:30Los hábitos de lectura aportan datos esperanzadores: durante el 2020, con el confinamiento y las restricciones de movilidad e intercambio social, se produjo un incremento de lectores que se consolidó en 2021. Según los datos de la Federación de Gremios de Editores de España en colaboración con CEDRO y el Ministerio de Cultura, el pasado año 64,4% de los españoles leyó libros por ocio y el 52,7%, lo hizo con una frecuencia semanal. Además, en 2021 se incrementó de 0,6 puntos los lectores que compraron por un libro –sin contar los de texto– en los doce meses previos. Todos estos datos no deben hacernos olvidar, sin embargo, que un 35,6% de la población no lee nunca. Es un dato nada desdeñable si tenemos en cuenta que España está muy lejos de los índices de lectura de países como Suecia (89%), Finlandia (75%) o Reino Unido (74%). Por lo que se refiere a Francia, el 80% de sus habitantes se define como lector: los franceses leen una media de 17 libros al año.
Fomentar la lectura se vuelve una tarea indispensable que concierne a la sociedad en su totalidad, pero de forma particular al sector de la cultura y la enseñanza. En efecto, es precisamente dentro del ámbito cultural donde encontramos distintas iniciativas que lo que buscan es incentivar, a través de fórmulas y espacios distintos, la lectura entre la población. Fundaciones, librerías, revistas y blogs, talleres o asociaciones son algunos de los espacios desde los que se trabaja para ampliar la pasión lectora en un país donde no paran de crecer los talleres de escritura, pero en el que escasea la formación lectora.
Fundaciones
“El 60% de nuestro presupuesto anual se destina a actividades vinculadas al fomento de la lectura”, nos dicen desde la Fundación José Manuel Lara que, con tres décadas de vida, tienen actividades que llevan programándose desde hace ya diez años y cuya principal finalidad es acercar la lectura a diferentes grupos sociales, especialmente a los más jóvenes. A través de becas, donaciones anuales de fondos a bibliotecas escolares o del patrocinio de cursos y talleres de escritura, la Fundación de Planeta ha hecho del fomento de la lectura y la difusión de los libros su principal objetivo.
La Fundación La Caixa también tiene en los libros uno de los ejes de su programación cultural, con la organización de ciclos como Universos literarios o concursos de relatos. Junto a esta dos entidades, existen muchas otras que, con medios mucho más limitados, hacen del fomento de la lectura su actividad principal. Este es el caso, por ejemplo, de la Fundación Alonso Quijano, que cuenta con minibibliotecas, cursos de cuentacuentos y español para inmigrantes, o la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, plataforma de debate de expertos de diferentes ámbitos relacionados con la actividad lectora: escritores, bibliotecarios, animadores, editores, críticos, profesores. Prueba de su compromiso es que ambas fundaciones han sido galardonadas por el Ministerio de Cultura.
Y no hay que olvidar la Fundación Acuorum, entre cuyos proyectos tienen que ver con la formación y la divulgación cultural. Por un lado, tiene la colección “Nuestros clásicos” en los que reúnen biografías de destacadas figuras de las ciencias y las humanidades para que se conviertan en material didáctico y de soporte en las aulas. Por otro lado, son responsables del Diccionario del Español Jurídico y de su versión panhispánica con el objetivo de afianzar “el vocabulario técnico entre los profesionales del sector, jueces y magistrados” a la vez que lo hace “más accesible a las Administraciones Públicas, los medios de comunicación y las empresas”.
Librerías, mucho más que lugares de encuentro
Si alguien fomenta la lectura diariamente con una labor no siempre reconocida son los libreros. Es precisamente desde las librerías y, más en concreto, desde las librerías de barrio, donde los estos comerciantes de libro, a partir del perfil de sus clientes, hacen nuevos lectores. Si bien son escasas las librerías galardonadas por el Gobierno con el Premio Nacional de Fomento de lectura –Letras corsarias, Intempestivos y La Puerta de Tannhauser son tres excepciones–, su labor en este ámbito es indiscutible: a través de presentaciones de libros y clubes de lectura, las librerías se convierten en el punto de encuentro de muchos lectores, no necesariamente locales.
Esto es lo que sucede por ejemplo en el Mercat de Sant Antoni de Barcelona, que cada domingo se llena de lectores en busca de libros de segunda mano, cómics y piezas de coleccionismo, pero también de turistas atraídos por el mercado de segunda mano más importante de la capital catalana. Algo similar ocurre en Ureña, a pocos kilómetros de Valladolid: este pueblo es uno de los destinos preferidos de los bibliófilos por el enorme número de librerías que posee. De hecho, es el único pueblo en España donde hay más librerías que bares. Y es, además, la demostración de cómo el libro puede convertirse en un motor económico y de que fomentar el interés y el amor por la lectura tiene implicaciones a nivel cultural pero también económicas. Basta ver el éxito que tienen las distintas ferias del libro que se celebran en España –no es causal que la Feria del Libro de Sevilla fuera premiada por el ministerio de Cultura– o el éxito de afluencia y la repercusión internacional de Sant Jordi, clave para la industria en términos de venta.
¿Qué haríamos sin las bibliotecas?
En 2013, el Ministerio reconoció con el Premio al Fomento de la lectura a la Asociación de profesionales de Bibliotecas Móviles (ACLEBIM). El galardón reconocía el papel tanto de las bibliotecas tradicionales, desde las municipales hasta las escolares, como de aquellas que se desplazan de lugar. Las bibliotecas democratizan la lectura: los libros, lejos de ser un bien al alcance de unos pocos, están así cerca de todos los posibles lectores. El precio de los libros, elevado para los sectores más desfavorecidos, deja de ser un impedimento para su difusión. En el caso de las bibliotecas escolares, estas sirven como incentivo para aquellos estudiantes que provienen de hogares donde no es frecuente el hábito lector. Es en los colegios donde los alumnos pueden acceder a libros que, de otra manera, nunca llegaría a sus manos y hacer de la lectura una afición. Asimismo, las bibliotecas ejercen un papel esencial en la dinamización de la actividad lectora gracias a la organización de comunidades de lectura, ciclos de conferencias o encuentros con los escritores.
De la prensa a la red, otras formas de fomentar la lectura
Los suplementos culturales ya no tienen la influencia que tuvieron en los años ochenta y noventa. La crítica ha perdido su influencia en la configuración del gusto lector. Sin embargo, el papel que tuvieron los medios en la consolidación de un público lector durante las primeras décadas de la democracia mereció que publicaciones todavía en activo recibieran el premio al fomento de la lectura, como sucesión con las revista El Ciervo, Litoral o Turia o los suplementos Culturas de La Vanguardia y Cuadernos del Sur del Diario de Córdoba. En radio existen programas como El ojo crítico, Historias de papel o La estación azul, junto a espacios de televisión como Página Dos, que son bastiones de resistencia dentro una programación obsesionada con los índices de audiencia. A estos medios tradicionales, hay que sumar internet y las redes, que es el ecosistema nativo de los lectores más jóvenes. Si en un inicio destacaron blogs como Ana Tarambana (https://anatarambana.blogspot.com), redes sociales visuales, como es el caso de Instagram, conectan a interesados en clubs de lectura o en los cursos que muchos jóvenes escritores organizan a través de sus propias redes.
Enseñar a leer, una tarea pendiente
En los últimos diez años, los talleres y escuelas de escritura se han multiplicado. En alguna ocasión han sido un lugar idóneo desde donde fabricar best-sellers de cuestionable calidad literaria –véase el caso Falcones–, pero en su mayoría aún funcionan como un espacio de encuentro para personas que sueñan con escribir, incluso aunque carezcan de las habilidades necesarias para hacerlo de forma profesional. Muchos conducen a la autopublicación, aunque son escasísimas las ocasiones en las que de ellos sale un autor de excelencia. Estos cursos se han convertido en una industria cultural cuyos clientes prefieren devenir en escritores que ser buenos lectores. Se olvida, sin embargo, que no hay ningún gran escritor que no sea antes un excelente lector.
Es precisamente esta ausencia de formación lectora –un conocimiento que dota de sentido de la autocrítica a todo aquel que, posteriormente, se enfrente a una página en blanco– por lo que han comenzado a surgir iniciativas cuyo objetivo es enseñar a leer libros, al margen de la dictadura de las novedades y las listas anuales de los libros más vendidos. Los cursos de la librería barcelonesa No Llegiu, por ejemplo, ofrecen la posibilidad de adentrarse en la obra de determinados autores, acercarse a clásicos como la Divina Comedia o realizar recorridos sobre temas concretos. Siempre en Barcelona, la Escuela Bloom propone la lectura de un único libro a lo largo de todo un curso: una lectura atenta y crítica de obras como Tristram Shandy, de Sterne, que permita a los estudiantes conocer los mecanismos que la definen, su contexto y su autor. Propuestas esenciales no solo para difundir la lectura, sino para crear lectores más críticos y con un criterio propio.