Manuel Pedraz: "No hay libros malos o buenos, sino momentos y lectores"
El creador de ‘Historias de Papel’, Premio Nacional al Fomento de la Lectura tras treinta años de emisión en RNE, insta a hablar de libros sin falsa veneración y con absoluta normalidad
1 diciembre, 2022 19:45El primer libro que fue suyo lo ganó por ir a misa cada uno de los días del mes de mayo en el colegio de monjas femenino donde andaba encofrado con otros zagales de Villa del Río (Córdoba). Lo conserva: Los viajes de Gulliver. Para Manuel Pedraz, periodista y hombre de radio, hijo de panadero y costurera, fue el principio de todo. La primera piedra de una monumental pasión por los libros que ha convertido en su oficio. Acaba de jubilarse y despedirse de su programa Historias de papel, tras casi 30 años en antena en Radio Nacional de España. Un espacio para los lectores que fue galardonado con el Premio Nacional al Fomento de la Lectura.
–Siempre radio y siempre radio pública.
–Siempre. Alguna tentación tuve de hacer televisión, pero tardé poco en pensármelo. Siempre quise trabajar en la radio pública desde mis primeros pinitos en La voz del Guadalquivir (emisora del sindicato vertical franquista que con democracia pasó a formar la extinta Radio Cadena en un primer momento y, posteriormente. a integrarse en Radio Nacional de España) cuando estudiaba la carrera. Nunca he dudado de que la radio era y es mi vocación: la entiendo como un servicio público. La palabra, la oralidad me ha seducido, me ha ocupado y me ha dado de comer. Tuve la suerte de empezar en un momento histórico: los años ochenta y el principio de las autonomías. Fue una etapa del periodismo épica. Afortunadamente para mí eso duró lo que duró y luego he podido dedicarme a lo que de verdad me interesa.
–¿La cultura?
–Sí, aunque en mi caso debería subrayar que la literatura. Con la Expo del 92 tuve la oportunidad de fajarme en espacios dedicados a los espectáculos, al teatro, a la música, al arte. A partir de ese momento tuve la fortuna de poder elegir.
–Y eligió los libros.
–Diría que elegí a los lectores. A la lectura. A la radio como instrumento para predicar, propagar y contagiar esta pasión. Mire, me siento muy afortunado por haber conocido a escritores gigantescos, por tener como oficio algo tan maravilloso como estar al tanto de lo que se publica, pero mi auténtico interés siempre han sido los lectores. El programa se concibió, y se ha mantenido, por ellos. Con su voz y sus reacciones. Guardo anécdotas maravillosas de Borges o Saramago, pero una sola carta de alguien que me confesó haber leído un libro por primera vez al escucharnos, es lo que de verdad ha justificado el programa y lo que me hace sentir satisfecho. Ese es el premio.
–De premios y galardones anda sobrado. Y además es hijo predilecto de su pueblo.
–(Sonríe porque, aunque ha disertado sobre lo poco que le convence la idea del éxito, ese gesto de sus vecinos sí le emociona). Voy a donar parte de mi biblioteca a mi pueblo, sí. Para mí es muy grande que un niño de familia humilde, de padre panadero y madre costurera, haya podido dedicarse al sueño de su vida. Y no quiero ponerme solemne ni melodramático, pero es así.
–Su primer libro fue un premio.
–Y lo tengo. Fue una cosa surrealista. Las monjas del cole al que yo iba –éramos muy pocos niños rodeados de niñas– me premiaron con Los Viajes de Gulliver por haber ido a misa todos los días. Lo brutal es que a los niños nos daban un libro y a las niñas una banda de raso o algo así. ¡Qué disparate! Fue el primer libro que sentí mío. El segundo fue Oliver Twist, que me regaló la gran lectora de mi familia, mi tía Frasquita. Era de la colección de Bruguera, con una parte de dibujos y otra de texto. Tapa dura verde. Los conservo, desde luego, son mi memoria sentimental. Son mi magdalena de Proust.
–¿Y ese libro que le dio un revolcón?
–Pues… Juan Sebastián Gaviota es, sin duda, un libro que me dejo tocado, me hizo lector de poesía (se le dice que era un arma infalible para el ligoteo púber y lo reconoce entre risas). Yo era un chaval muy tímido. Le tenía un miedo atroz a las chicas, pero me las ganaba con el pico (se toca la boca) y en la distancia corta. Mi generación ha conquistado con la palabra, al menos yo. Y, efectivamente, la poesía era un arma casi infalible. Pero tal vez lo que me marcó de verdad como lector fue una enfermedad que me tuvo en cama tres meses. Ahí me salvaron Herman Hesse y Camus. Y me marcaron. Lo he hablado con muchos escritores y con otros periodistas culturales: los niños enfermizos nos hicimos lectores para curarnos y quedamos contagiados para siempre.
–Su obsesión ha sido incitar a la lectura. ¿se puede?
–Claro que se puede. Desde el programa desde el principio se concibió así. Primero en Radio 5, aunque a la vuelta de unas vacaciones vi que lo habían quitado de la parrilla. El director me dijo que era muy aburrido. Le pregunté si lo había escuchado y me dijo que no le hacía falta, que los programas de libros son aburridos por definición (pone cara de resignación). Entonces me empeñé conseguí que se emitiera en Radio 1. Han sido treinta años poniendo a los lectores por delante. No sabe lo emocionante que resulta que, por ejemplo, la escritora Elena Medel me confesara que me oía con sus padres y anotaba los libros que recomendaba… Increíble. No somos conscientes de la responsabilidad de tener un hueco en la antena y de todo lo que podemos hacer. Y ese es un caso, pero puedo contarle miles. Lectores que abrieron por primera vez un libro gracias al programa y que nos han acompañado todos estos años.
–No ha sido el suyo un programa para escritores o críticos literarios.
–Diría que no. Los autores son fundamentales en un programa de lectura, pero yo he preferido pensar en los lectores. En los libros. Siempre leemos un párrafo, siempre se ha leído poesía en la radio. La poesía nunca falla. Muy malo tiene ser un poema para que no quede bien con una buena voz y un buen montaje. La idea es que hablemos de libros con la misma pasión y la misma naturalidad con la que hablamos de fútbol o de cine. Sin miedo. Sin falsa veneración. Con normalidad.
–Y sin prejuicios.
–Eso es fundamental. A mí me han echado muchas broncas por hablar de literatura que algunos consideran menor. Hice un especial de Corín Tellado y me cayó lo más grande. ;e acusaban de divulgar mala literatura pero yo creo que si alguien logra leer por primera vez, sea cual sea la historia que se cuenta, eso ya es bueno. En mi pueblo yo veía a las mujeres leer a Tellado y a Marcial Lafuente en la puerta de la casa, mientras otras charlaban o cosían… Yo respeto muchísimo a los escritores que son capaces de hacer lectores. Creo honestamente que no hay libros malos o buenos, sino momentos y lectores. Claro que hay lecturas que se olvidan y clásicos que son eternos, pero si no empiezas, si no te atreves esa primera vez, nunca llegarás a leer eso que te dicen que es imprescindible. No sabe lo maravilloso que es ver cómo se estrena un lector.
–¿No hay libros detestables?
–Hay libros que difunden ideas detestables, pero aun así jamás los prohibiría. Nunca. Ahora: prefiero un libro mal escrito que un libro bien construido que divulgue ideas de odio o supremacistas. Es mi posición. Soy mas indulgente con un lector facilón que con un fanático. Pero ni siquiera tacharía Mi Lucha de Adolf Hitler. Al contrario, creo que hay que leerlo todo, que tenemos que conocer para refutar. Que tras esas barbaridades que se cometieron en la Alemania nazi hay un pensamiento que en su momento se hizo fuerte y hay que conocerlo para poder combatirlo. Nunca prohibirlo.
–Pero no en su programa.
–No. Historias de papel busca lectores y lectores que repitan. No hemos eludido ningún tema, pero siempre hemos puesto las buenas historias como enganche, algunas de ficción y otras no, pero siempre buenas historias.
–¿Cómo ha resistido a la tiranía de las novedades y las tendencias?
–El programa ha buscado su propio tiempo de lectura. Entiendo la premura de las editoriales, que hacen un trabajo extraordinario, pero nosotros tenemos nuestro propio calendario. He querido darle a los libros su propia vida sin la ansiedad ni la pulsión de la tensión comercial. He buscado un equilibrio entre lo nuevo y lo clásico. Se trata de leer a Isaac Rosa y a Flaubert, a Sara Mesa y a Homero.
–Además de lector es un bibliófilo. Tiene pasión por las ediciones singulares.
–Es que hay cosas bellísimas. Es verdad que para mí el libro es un objeto completo, con su papel, su portada y en algunos casos sus ilustraciones. Hay cosas increíbles que se editan ahora. Por ejemplo La Odisea traducida por Carmen Estrada con ilustraciones de su hijo, Miguel Brieva. O La Ilíada de Blackie Books, donde tienen también en la misma colección una versión del Génesis.
–Siempre cita a los traductores.
–Es otra norma del programa. Me parece fundamental su trabajo. Tanto en los libros que nos llegan de otros países como en obras clásicas, que en algunos casos hemos conocido traducidas desde el inglés o el francés, no desde su lengua original. Es un trabajo imprescindible que suele ser invisible y está mal pagado. A mí me parece fundamental.
–De ebook ni hablamos.
–No soy capaz. Entiendo su utilidad y no lo demonizo. Se trata de leer en cualquier formato, pero yo no puedo. Necesito tocar el libro, vivirlo, convivir con él (Se le pregunta si sabe cuántos tiene). Tengo tantos que ni los encuentro, pero me hace feliz saber que están ahí. Mis libros son mi casa. Son la casa de mi familia. Del libro me interesa todo, desde el tipo de papel o la letra hasta el tamaño. Todo.
–Y los autores ¿es mejor a veces no conocerlos?
–(Ríe a carcajadas) Muchas veces. Yo le debo a este oficio haber conocido gente única, irrepetible. Pero no siempre merece la pena. Si te gusta una obra, quédate con ella. A veces el autor estorba. No soy muy mitómano, aunque tengo en mi memoria emocional algunos momentos inolvidables como cuando –era yo muy joven– Borges preguntó por el periodista que había escrito que él regresó a Sevilla para reencontrarse con el espíritu de Cansinos Assens. ¡Era yo! Los autores, que son humanos, pasan y las obras quedan. Hay perfectos canallas que nos han dejado obras magníficas que nos pertenecen a todos.
–¿Ha hecho muchos spoiler?
–Me hubieran matado los lectores. He procurado contar de qué va algo y por eso ha sido fundamental leer fragmentos escogidos del libro para ir engatusando al lector. Es como si trataras con un goloso: hay que enseñarle el pastel para que meta el dedo y lo pruebe. Pero sin darle más que pistas para que pique.
–¿Existe un ‘canon Pedraz’?
–En absoluto. Tengo mis gustos, que no son necesariamente universales (sonríe). Pero sí tengo un botiquín de emergencia para hacer lectores. Hablo sobre todo de las familias y los niños. Primero: hay que tener libros en casa a la vista. Segundo: tienen que ver que los lees. Tercero: lee en voz alta a los niños. Esta triple fórmula es infalible.
–¿Las lecturas familiares son posibles con las pantallas y los móviles?
–¿Y por qué no? Soy muy fan de encontrar estos libros que puede leer toda la familia. Los hay. Por ejemplo, esa Odisea de la que le he hablado o Quino. A Mafalda la hemos leído muchas generaciones y parece que fuera escrita ayer, no pierde actualidad.
–Fuera de la ficción creo que debilidad por la Historia.
–Sí. Tengo una amplísima colección de libros de Historia. De la Guerra Civil española, sobre todo. Siempre me ha fascinado lo bien que los británicos han escrito su historia. Y la nuestra. Afortunadamente, ahora hay grandes historiadores que escriben muy bien. A veces la academia ha pecado de escasa vocación divulgadora, pero ahora mismo tenemos libros buenísimos. Uno de mis referentes es Jorge Martínez Reverte, un periodista que se documenta y escribe crónicas del pasado más inmediato. En realidad, todo debería contarse para que lo pueda leer cualquiera. También he leído mucho a su hermano Javier, sobre todo los libros de viajes. Tengo una anécdota con ellos en un programa en directo en una feria del libro. Coincidieron los dos y yo entrevisté a Jorge como si fuera Javier. A mitad de la charla me lo hizo notar con mucha delicadeza. Creí morirme, pero me ayudó a salir del entuerto entre risas. La radio te da grandes oportunidades para meter la pata (Ríe comentando otros momentos embarazosos de sus inicios, lo peligroso del directo y lo mucho que engancha el botón rojo encendido).
–No parece un jubilado.
–Solamente me he jubilado del horario y del puesto de trabajo. Voy a aprovechar el tiempo para dedicarme a la Asociación de Periodistas Culturales José María Bernáldez y a seguir haciendo lo que me gusta, que es a leer y al flamenco.