Wordsworth, elegías y romanticismo
Cátedra publica, en traducción literal de Antonio Ballesteros González, una amplia antología del poeta inglés que reúne desde piezas narrativas a poemas de corte político y cantos a la Naturaleza
17 julio, 2022 20:30Primero de los poetas románticos ingleses, William Wordsworth (1770-1850), fue con Samuel Taylor Coleridge el coautor de Baladas líricas (1798) y quien de los dos incluyó un mayor número de poemas en aquel volumen. Coleridge apagó más tarde el fuego de su genio en una balsa de láudano y no se caracterizó, a diferencia de él, por una obra extensa. La producción poética de Wordsworth es amplia tanto por el número de años que abarca como por la acumulación de versos que suma. Esto es, naturalmente, más un problema que una virtud, porque la poesía es en su raíz concentración, y la diseminación del autor de El Preludio no es precisamente un canto a la concisión, un dechado de síntesis.
En esto se asemeja a Jorge Guillén, que estuvo escribiendo poemas hasta una edad muy avanzada, sin que ello sea sinónimo de escribir buenos poemas. Pero Wordsworth dejó sin publicar en vida, de forma cerrada y definitiva, esa obra magna, esa especie de autobiografía literaria que es El Preludio, escrito de forma guadianesca a lo largo de casi medio siglo. Póstumamente ha habido ediciones que toman una u otra de las versiones existentes. En español solo se ha traducido una vez de forma íntegra la de 1850, a pesar de que las traducciones del poeta inglés a nuestra lengua son abundantes. Lo hizo, siguiendo la división en catorce libros, Bel Atreides en 2003 y la desaparecida editorial DVD. En 2020 remozó la traducción y añadió nuevas notas, más afinadas como los versos sometidos a reelaboración.
Baladas líricas fue traducido en Cátedra Letras Universales en 1994 por Santiago Corugedo y J. L. Chamosa. Fernando Galván y Andrés Sánchez Robayna trasladaron la versión de 1799 de El Preludio justo doscientos años después. En 1950, José Antonio Muñoz Rojas, lector de español en la misma Universidad de Cambridge donde estudió Wordsworth, ofreció en elegantísimos endecasílabos blancos La abadía de Tintern (sin duda, uno de los mejores poemas del inglés). Fue recuperada en edición de Álvaro García para las prensas del Centro Cultural de la Generación del 27 en 2009. Su comienzo ya es indicativo de la excelencia alcanzada: “Cinco años pasaron, cinco estíos, / igual en lentitud que cinco inviernos, / sin que oyera esta agua despeñarse / desde sus manantiales en los montes”…
También Gonzalo Torné publicó su traducción de La abadía de Tintern y otros poemas (Lumen, 2012). Jaimes Siles y Fernando Toda firmaron al alimón Poemas de Wordsworth en Editora Nacional en 1976. Y de gran calidad también son las muestras de Wordsworth recogidas en Poetas románticos ingleses (Planeta, 1996), de Leopoldo Panero y José María Valverde. Son estas las ediciones principales, entre las que se omiten varias traducciones al catalán.
A finales de 2021 apareció Antología poética en Cátedra Letras Universales. Se trata de una edición bilingüe de Antonio Ballesteros González que en 732 páginas reúne mucho de lo mejor de Wordsworth con una cumplida introducción. La selección, tan amplia, no hace del todo justicia al poeta, pues incorpora un puñado, acaso demasiado generoso, de poemas narrativos que hoy, la verdad sea dicha, no suscitan el mayor de los intereses. Ahora bien, ilustran la preocupación del poeta, y en adelante del Romanticismo, por los personajes rotos, descacharrados, orillados por la sociedad.
Ya la primera composición de la antología muestra a un anciano con esas características en un escenario tan del nuevo movimiento literario como es “La casa de campo en ruinas”, texto más tarde incorporado a La Excursión. Algo farragoso, como en general ocurre con los poemas largos, guarda tramos memorables como el de los versos 67-72, que aun en un español necesitado de poda emocionan por su tono elegíaco: “Contemplo aquí a mi alrededor / cosas que usted no puede ver: hemos de morir, Amigo, / y no solo nosotros; también aquello que todo hombre amó / y apreció en su peculiar refugio aquí en la tierra, / muere con él, o se transforma, y, muy en breve, / incluso de los buenos no queda memoria”.
Otros poemas de esta primera época reinciden en la idea del anciano, del errabundo, del mendigo, del retrasado o loco, como 'El hijo idiota'. Y aquí y allá, vislumbres de esa sensibilidad en ciernes que caracteriza el movimiento romántico: “Un instante ahora puede darnos más / que cincuenta años de razón”. Del carácter narrativo de un nutrido grupo de poemas, habla el hecho de que fueran incluidos en Baladas líricas, pues la balada era un relato en verso (con declarada intención lírica ya desde el título). No obstante, la variedad temática es amplia, y aunque el deseo de contar prevalece casi siempre en Wordsworth, que aunque cultivó el soneto no se prodigó en las formas más concisas, hay poemas que juegan con la emoción. Es lo que sucede con el poema 'Somos siete', que a este lector le ha recordado el poema más conocido del portugués José Luis Peixoto “a la hora de poner la mesa éramos cinco”, que concluye “a la hora de poner la mesa, seremos siempre cinco. / mientras uno de nosotros esté vivo, seremos / siempre cinco”.
“Deja que tu maestra sea Naturaleza”, insta en un verso Wordsworth. Él desde luego siguió esa recomendación en la retirada vida de la Región de los Lagos, y es el impulso que guía El Preludio. En ese mismo poema amplifica la idea expresada más arriba, como Emerson y Thoreau al otro lado del Atlántico, de un repliegue a lo silvestre: “Un impulso de un bosque vernal / puede instruirte más acerca del hombre, / de la maldad y de la bondad moral, / que todos los sabios del mundo”. Es lo mismo que hallamos en varios de los momentos más afortunados del poema escrito tras visitar Tintern Abbey: “bien complacido al reconocer / en la naturaleza y el lenguaje del sentimiento / el ancla de mis más puros pensamientos”.
No solo lo narrativo y lo pastoral luce en la poesía wordsworthiana. También le debemos poemas de corte político y otros en los que, como en 'Resolución e independenciap, se medita sobre el arte de la palabra al que se consagró el inglés, de quien se puede predicar que “era el Verso con lo que se había casado”, como escribe en un poema. En 'Resolución e Independencia' leemos algo que es cierto de Coleridge, Clare y De Quincey, por no hablar de Blake: “nosotros los Poetas, en nuestra Juventud, comenzamos con alegría; /pero de ella se derivan finalmente el desaliento y la locura”. Asimismo suena no pocas veces la nota de la fugacidad de las cosas, el grave acento de lo transitorio, que vibra por ejemplo en 'Oda: indicios de inmortalidad a través de los recuerdos de la edad temprana'.
Antonio Ballesteros González ha optado por uno de los posibles métodos de traducción: la literalidad, muy probablemente la más insuficiente de las estrategias para llevar a otra lengua la poesía. Un traslado tal es como el de un buque en el que todos los cajones que guarda en su bodega ostentan, sobre las etiquetas originales que identifican la mercancía, otras escritas en la lengua del puerto al que arribará. Sin embargo, al abrir las tapas de esos contenedores se ve que no contienen ya lo mismo que se cargó en el muelle antes de zarpar. La humedad, los vientos, el meneo de la nave, el mero transcurrir del tiempo (todo lo que en suma es un viaje de un idioma a otro) han desvirtuado frutos, granos, especias.
Sirve, claro está, para leer el original sin tener que acudir mucho al diccionario. Pero si se puede leer directamente el texto inglés ¿para qué una traducción española falta de tensión poética, lacia, como un elástico que ha perdido su consistencia? No nos cansaremos de repetirlo: al leer poesía, uno no busca el qué separado del cómo; un poema no puede quedar en la monda narración o expresión de unos sentimientos, privados estos y aquella de los elementos rítmicos, estructurales, que elevan el verso sobre la línea. En algún caso, además, se podría haber afinado más la expresión. Preferible hubiera sido “portazgo” por toll-gate, en vez de “barrera de peaje”, que más suena, entre el ralentí de los motores en marcha, a la parada en una autopista. Errores hay pocos, pero los hay, presumiblemente resultado de una lectura apresurada y no de desconocimiento: “Hart-Leap Well” no es “El manantial del Salto de la Liebre”, sino el de la Cierva.
No hay traductor que se salve de algunas pifias, y no es por estas, cuando son ocasionales, por las que hay que medir su labor. Cuando Cernuda aún no dominaba del todo el inglés tradujo por “Cólera de un español altanero” lo que con exactitud Ballesteros titula “Indignación de un español de noble pensamiento”. En punto a aciertos, cabría mencionar el de la equivalencia “House of Pleasure”/ “Casa de Recreo”, que mutatis mutandis podría pasar a 'Kubla Khan', de Coleridge, donde la pleasure-dome puede verterse en consecuencia como “cúpula de recreo”.
Choca no obstante, por la citada literalidad seguida por Ballesteros, que en ocasiones se tome libertades que a nada conducen pues no las precisaba la prosodia y se alejan del sentido original. Pero sería injusto no reconocer que quien lea esta antología tiene en el traductor un firme y seguro guía por la poesía de Wordsworth, autor de versos que han tenido circulación en otros ámbitos. El sintagma “esplendor en la hierba” es, sí, título de una película en la que brillaba la belleza de Natalie Wood, pero parte de una oda del poeta. Surprised by Joy era el título de un libro autobiográfico de C. S. Lewis. Lo inspira el soneto de Wordsworth “Sorprendido por la alegría, impaciente por el viento”.