Fueron muy famosos durante muy poco tiempo, especialmente en su lugar de origen, Estados Unidos. Entre 1965 y 1968, los Lovin Spoonful --folkies acelerados o rockeros tranquilos, según se mire-- facturaron un montón de hits que oscilaban entre la delicadeza acústica de Rain on the roof y la vibrante energía de Summer in the city (que, por cierto, le serviría a Wim Wenders como leitmotiv de una de sus primeras películas). Injustamente despreciados a posteriori por quienes los consideraban una pandilla de hippies costrosos, constituyeron una de las imágenes más fieles y nítidas de su época, inmediatamente anterior al célebre Summer of love de San Francisco en 1969, y legaron para la posteridad un montón de canciones que algunos no hemos olvidado nunca.

El alma de la banda fue desde un buen principio el cantante, guitarrista y compositor John Sebastian (Nueva York, 1944), quien encontró en el canadiense Zal Yanovsky el socio ideal para tirar adelante sus ideas musicales (ambos eran fans de Bob Dylan y corrían por el Greenwich Village neoyorquino que había visto nacer a Sebastian). Su primer grupo contó con la presencia de Mama Cass y Denny Doherty, que luego se harían famosos con The Mamas & The Papas. Formaron The Lovin Spoonful tras fichar a un bajista y a un batería y publicaron su primer sencillo, Do you believe in magic (un pelín tontorrón, pero muy eficaz y muy de la época), en 1965. A partir de ahí, se sucedieron los éxitos en la influyente lista de la revista Billboard: el folk rock surgido de la mente del líder de la pandilla funcionaba como un reloj suizo, incluso fuera del mundo de la música pop: en 1967, John Sebastian compuso la banda sonora de uno de los primeros largometrajes de Francis Ford Coppola, Ya eres un gran chico, que no he vuelto a ver desde su estreno, pero del que guardo un recuerdo tan tierno como liberador (en 1979, la formación original del grupo se reuniría para una secuencia de One trick pony, la excelente, sepulcral e ignorada película que escribió y protagonizó Paul Simon).

Los problemas empezaron en 1967, cuando Yanovsky fue detenido en San Francisco por posesión de drogas y largó el nombre de quien se las había vendido por temer a que lo deportaran a su Canadá natal. La cosa sentó fatal entre los hippies de la época y los Lovin Spoonful sufrieron una campaña en su contra por parte de quienes hasta dos días antes habían sido sus mayores fans. Yanovsky dejó el grupo y Sebastian hizo lo mismo al cabo de un año, iniciando una carrera en solitario que tiene su interés, pero nunca ha estado a la altura de lo conseguido durante esos tres años en los que estuvo al frente de la banda (los intentos de los segundones por mantenerla viva sin el tipo que escribía las canciones fueron, directamente, patéticos).

Aunque se separaron antes del festival de Woodstock de 1969, los Lovin Spoonful tuvieron presencia en tan magno acontecimiento, aunque casi por casualidad. John Sebastian estaba ahí de espectador y, como hacía falta algo acústico después de un chaparrón que desaconsejaba actuaciones electrificadas por un rato, la organización le invitó a subir al escenario, donde interpretó algunos temas de su viejo grupo y algunos del que sería su primer álbum en solitario. Lo hizo, eso sí, en un estado lamentable (como puede observarse en los discos grabados durante el festival), pues no sabía que iba a tocar y se había puesto hasta las trancas de alcohol y drogas. Yo lo vi actuar en el remake de Woodstock de 1994 y parecía estar sobrio, aunque también es verdad que ya se había convertido en un señor mayor (aún capaz, eso sí, de ofrecer una actuación muy digna).

The Lovin Spoonful siguieron el célebre consejo de morir joven y dejar un cadáver bonito. En solo tres años publicaron un material estupendo que, para quien esto firma, es de lo mejor de la época por lo bien que la define y los caminos que abría a todas las mezclas de folk, rock y pop que vendrían después. La digna carrera en solitario del señor Sebastian nunca le llevó muy lejos, pero los falsos Lovin Spoonful del bajista y el batería, que tuvieron que recurrir a compositores externos para seguir viviendo del cuento, se incorporaron a la historia universal de la infamia. La formación original brilló mucho durante muy poco tiempo, pero sí el suficiente para que una gran parte de sus canciones hayan alcanzado la categoría de himnos generacionales, lo cual no está nada mal para apenas tres años de gloriosa actividad.