El escritor norteamericano William Lindsay Gresham (Baltimore, 1904--Nueva York, 1962) publicó en 1946 la primera de sus únicas dos novelas, Nightmare alley (El callejón de las almas perdidas), que al año siguiente se convirtió en una película de Edmund Goulding protagonizada por Tyrone Power, que suavizaba un tanto la crudeza del material original, pero respetaba lo fundamental de esa fábula sobre la ambición humana en ambientes marginales con un plus de malditismo, los que ofrecía el mundo de las variedades y los freak shows que el autor había descubierto en su infancia, cuando sus padres se trasladaron de Maryland a Manhattan y experimentó una extraña fascinación por las atracciones cutres y a menudo crueles del parque de (supuestas) diversiones de Coney Island, que, a día de hoy, sigue siendo igual de cutre, pero considerablemente menos cruel.

Gresham participó en la guerra civil española como enfermero en las tropas republicanas, donde conoció a un compatriota, Joseph Daniel Hallyday, que había trabajado en uno de esos carnivals que tanto le atraían y cuya conversación fue una fuente indudable de inspiración a la hora de escribir Nightmare alley (así como un ensayo sobre ese mundillo, titulado Monster midday e inédito en España, como su otra novela, Limbo tower), editada entre nosotros por Sajalín hace unos años y reeditada ahora, coincidiendo con la nueva adaptación cinematográfica a cargo de Guillermo del Toro, francamente decepcionante si la comparamos con el libro y con la versión de 1947: Tyrone Power no era un gran actor, pero Bradley Cooper dudo a menudo que lo sea.

El callejón de las almas perdidas es un relato soberbio que narra las andanzas (y el descenso al infierno) de un buscavidas de turbio pasado que, tras entrar en contacto con el inframundo de los freak shows, emprende una carrera de mago y adivino que funciona más o menos hasta que deja de hacerlo por su propia culpa. El final es atroz, pero no incurriré en el spoiler y me limitaré a decir que guarda relación con la atracción más tenebrosa jamás vista y que deja marcado a nuestro héroe para siempre: la de un pobre infeliz alcoholizado que se dedica a matar gallinas a mordiscos a cambio de una provisión inagotable de matarratas etílico.

Vida atormentada

Nightmare alley es una novela francamente sórdida y tuvo que ser suavizada ligeramente para pasar la censura en Hollywood. La vida de su autor también lo fue bastante. Tras volver de España, enfermó de tuberculosis y protagonizó un intento de suicidio. Siempre bebió más de la cuenta y vivió habitualmente a la última pregunta. Se casó con una judía llamada Joy Davidman, con la que tuvo dos hijos. A raíz de su admiración por el escritor inglés C. S. Lewis, Joy se convirtió al cristianismo y convirtió también a su marido, aunque éste siguió bebiendo y poniéndole cuernos sin tasa. Cuando Joy se fue a Inglaterra a visitar a Lewis, su prima Renée se instaló en el domicilio familiar para echar una mano a su cuñado con los niños, pero acabó liándose con él.

Guillermo del toro

Tras el regreso de Joy, los tres estuvieron viviendo juntos una temporada porque ninguno de ellos tenía dinero para alquilar un apartamento por su cuenta. Cuando Joy se llevó a los niños a Inglaterra y se casó con C. S. Lewis, Renée hizo lo propio con Gresham, quien empezó entonces a interesarse por el espiritismo y por la dianética de Ron L. Hubbard, que posteriormente se convertiría en esa funesta Cienciología en la que militan astros de Hollywood como John Travolta o Tom Cruise. En 1962, William Lindsay Gresham, arruinado, alcoholizado y enfermo de cáncer, se suicidó tragándose un montón de pastillas para dormir, poniendo así punto final a una vida atormentada y confusa como pocas. Solo escribió dos novelas y se le recuerda por una de ellas, Nightmare alley, que ahora acaba de destrozar Guillermo del Toro con una película tan bonita -¡la primera pesadilla art deco!- como equivocada cuya primera media hora cuesta atravesar sin dormirse (en Estados Unidos se ha estrellado en taquilla: vamos a ver cómo le va por aquí). Y si te mantienes despierto, aún te quedan dos horas más para disfrutar de la cara de palo de Bradley Cooper, el marfileño y tuneado rostro de Cate Blanchett y una colección de muebles y decorados magníficos que arropan con primor una trama que avanza a trancas y barrancas sin saber Vmuy bien hacia dónde. Los que confiábamos en que el cineasta mexicano hubiera aprovechado tiempos más permisivos para llevar hasta las últimas consecuencias la novela original, cosa que no pudo hacer Goulding en su momento, no hemos podido sentirnos más decepcionados.

Si todavía no se han retratado en taquilla, yo de ustedes me la ahorraría. Tienen en Filmin la versión de 1947 y en las librerías la novela del señor Gresham. La primera está bien. La segunda, muy, muy bien.