Carnaval sin fiesta
El escritor vasco, Iñaki Ezkerra, que no ha querido escribir sus memorias, refleja las diferencias entre los que se unen para luchar por una misma causa
3 octubre, 2021 00:00Hay algo pavoroso, y que yo no había visto antes expresado, en el nuevo poemario de Iñaki Ezkerra, Carnaval sin fiesta (Huerga y Fierro editores).
Ezkerra es un escritor vasco con una historia muy interesante a sus espaldas. Ha publicado una novela, varios libros de cuentos, diferentes ensayos sobre diversos fenómenos de la contemporaneidad política y sobre eso que Juaristi llamaba “un tiempo borrascoso de incontables / cabronadas políticas”; los últimos, sobre Los totalitarismos blandos y sobre la poética de Pío Baroja; se dedica a la crítica de la literatura española contemporánea desde hace treinta años; todo lo que escribe es por lo menos interesante y merece la pena leerlo, pero creo que donde su voz es única es como poeta, y, como poeta, lo más notable y particular de sus varios libros de poesía, casi todos publicados por la misma editorial y luego reunidos en Otra ribera (ediciones de la Universidad el País Vasco), son las docenas o incluso centenares de sonetos dedicados a cantar al caminar entre ruinas, por los paisajes degradados, postindustriales, teatrales y elocuentes, de la Ría de Bilbao, antes de que fuera reurbanizada y repoblada: una educación sentimental que, en uno de las composiciones más logradas, define como una herencia que ha recibido de su juventud: las rúas “de cieno y oligisto”, los caserones abandonados en ruinas, los hangares vacíos, los muelles roídos por el agua, los pecios de los barcos, los charcos, el óxido de ese paisaje bilbaíno abandonado, le han sido legados al poeta (y al lector) “como una variedad de la belleza”, si no recuerdo mal. El valor de esos poemas se multiplica por la desaparición de ese paisaje que describen. Sólo con haber escrito aquellos poemas el autor podría haberse tumbado y no hacer nada más, cumplida su obligación.
Pero Ezkerra además se comprometió ---con otros, claro está--, en política democrática, para estimular a la sociedad vasca, animarla con sus escritos en la prensa a ver con claridad la naturaleza perversa de ETA y la responsabilidad del nacionalismo “democrático” en la atmósfera de terror y en los asesinatos; a fraguar entidades cívicas para hacer frente a la banda terrorista. Durante largos años, hasta que ésta fue derrotada, se vio obligado a moverse siempre alerta y con escoltas. En esas trincheras de la democracia también asistió a “incontables cabronadas políticas”. Alguna vez le sugerí que escribiera unas memorias de aquellos años de hierro; se negaba, explicándome que, por un lado, haría daño a mucha gente si contase todo lo que vio y oyó; y, por otro, se lo haría a sí mismo si reviviera determinados episodios inolvidables pero en los que prefiere no recrearse.
"¿Qué hago yo con estos tipos?"
Sin embargo en este libro amargo y displicente que es Carnaval sin fiesta, que sigue lo que él llama una “poética metasocial”, algunas de cuyas composiciones podrían ser, en vez de poemas, aforismos y, otras, prosa discursiva, polemista, y en donde no falta el sarcasmo (“Me lo dijo risueña: no morimos, /simplemente nos transformamos en energía. / Lo que me faltaba, pensé: / morirme para acabar abasteciendo el alumbrado eléctrico / de toda esta chusma”), alude repetidamente a aquellos años de angustia y lucha, se refiere a determinados ambientes, personajes y experiencias; hablando de los compañeros de viaje en la lucha contra ETA y parafraseando la sentencia sobre el patriotismo formulada por el doctor Johnson y re-formulada por Ambrose Bierce, constata que “todas las causas nobles, o que aspiran a nobles / son el último refugio de los bribones”.
Hay, como empezaba a decir al principio de estos párrafos, algo pavoroso en la empresa colectiva o en la lucha, algo en lo que quizá uno no quiere reparar cuando está librándola, pero que luego, retrospectivamente, impone su evidencia: tus camaradas no te gustan; os necesitabais, tú a ellos y ellos a ti, pero en realidad tenéis muy poco que ver el uno con los otros. ¿Y cómo reconocer esta verdad tan triste sin traicionar el recuerdo de esa lucha, sin sabotear su propio valor, sin dar una alegría al enemigo? Es por eso que Ezkerra no quiere escribir sus memorias de los años de hierro y sangre. Pero escribe --para muestra un botón-- poemas como éste, titulado Años de patriotismo, acerca de sus muchos viajes por España para participar en actos o seminarios o pronunciar conferencias explicando la realidad amarga del País Vasco:
“El alcalde de ese lugar perdido en el mapa de mi país (allá esperándome / con su corbatón verde fosforescente / bajo un arco románico, / su rubia de bote oficial y su flamante mercedes, / que se dan de hostias con el suelo embarrado /y póvera de la plazuela rural. / El concejal de cultura, luego, / que sólo ha leído en su vida a José Hierro y lo recita / con un melodramatismo impostado y radiofónico, / el concejal de urbanismo, que lo lleva recalificado todo / hasta los injertos capilares, la omertá local en pleno… // Después, la conferencia sobre la tragedia vasca, / la metopa, las insignias del lugar, las palabras emotivas, el himno nacional (…) Años de giras y de trato con esos especímenes / de los que me habían advertido Johnson y Bierce. /Años de cenas interminables en las que un cacique local / con su corbatón verde fosforescente, su puro, sus cuatro secuaces, / su balde de whisky con Coca-cola, sus ojos entornados y lacrimosos /de ebriedad solemne, su voz de una afectada gravedad, / brindaba por España. // Años de desconciertos y perplejidades / en los que, en una de esas sobremesas, me preguntaba de pronto: / “¿Qué hago yo con estos tipos?”