La ‘moda’ transgénero, ¿las chicas en peligro?
La periodista Abigail Shrier irrita al colectivo LGTBI por cuestionar los procesos de cambio de género y evidencia la intensa guerra cultural que se vive en Occidente
22 septiembre, 2021 00:10Una alerta o una provocación. La guerra cultural ha cruzado todas las fronteras y la posibilidad de cuestionar una tendencia, una supuesta verdad, causa irritación y bronca. ¿Era esa la intención de Abigail Shrier? Lo que ofrece esta periodista de The Wall Street Journal, en su libro Un daño irreversible (Regnery-Deusto en español) es un auténtico choque con la realidad. Grupos de chicas adolescentes se embarcan en un cambio de sexo, para ser varones, condicionadas por una moda y la influencia de las redes sociales. ¿Se excede Shrier, o evidencia un problema grave para la juventud occidental?
La reacción no se ha hecho esperar. Aunque sin éxito, el grupo de afinidad LGTB de Amazon, denominado Glamazon, trató de retirar el libro de los estantes digitales de la compañía con “el chantaje sentimental típico de los estallidos de la cultura de la cancelación”, como señala el ensayista Juan Soto Ivars en el prólogo de la obra. Las acusaciones se suceden en las redes sociales y se tacha a Shrier de defender posiciones de la ultraderecha y de pretender elaborar un libro riguroso cuando, de partida, ya defiende posiciones contrarias a determinados colectivos.
Shrier, sin embargo, es una periodista progresista, que se muestra a favor de que determinados colectivos hayan dejado de ser demonizados, y considera que es una buena noticia que quien tenga un problema real con su sexualidad lo pueda ahora solventar, sin la mirada inquisitorial de la sociedad. Pero, ¿debe haber límites? ¿Se ha escapado de las manos un fenómeno que puede arruinar las vidas de miles de jóvenes?
Conferencias en las escuelas
El subtítulo de libro es meridianamente claro. Tras el título, Un daño irreversible, se añade: La locura transgénero que seduce a nuestras hijas. El fenómeno ha ido a más en los últimos años, hasta el punto de que ha sido capaz de ocupar la agenda pública. Hasta hace apenas unos años, asegura Shrier, el transtorno de identidad de género --la sensación de grave incomodidad en el sexo biológico propio-- era muy infrecuente. Se daba en menos del 0,01% de la población, y aparecía durante los primeros años de la infancia y afectaba de manera casi exclusiva a los hombres. Pero lo que observa la periodista de The Wall Street Journal es que en las universidades, en los institutos y en las escuelas primarias, grupos enteros de amigas afirman ser “transgénero”.
La influencia de miembros de esos colectivos, que dan charlas en los centros educativos, y que aparecen en las redes sociales llevan a muchas chicas a pensar en algo que nunca les había ocasionado un problema. “Son niñas que nunca han experimentado incomodidad alguna con su sexo biológico hasta que alguien da una conferencia en su escuela sobre su experiencia trans, descubren la comunidad de influencers trans o alguien les dice que seán más populares si se declaran transexuales”, verbaliza Shrier.
¿Es un exceso? El libro es una incursión en la evolución de la adolescencia en Estados Unidos. La autora compara las distintas formas en las que ha crecido el mundo adolescente. Y repara en la “soledad” de muchas chicas, que, con las redes sociales como sus únicas compañeras, va interiorizando los posibles cambios que deberían experimentar en sus propios cuerpos, sin tener en cuenta un problema previo: la falta de socialización, y de interactuación: “Sabemos que las redes sociales hacen que la gente se sienta ansiosa y triste. Sabemos que, como grupo, las adolescentes son las más afectadas por sus efectos negativos. Pero también hay algo más, es más probable que en la actualidad las adolescentes, que históricamente se enfrentaron a los desafíos de la vida en pareja y en grupo, los afronten solas”.
Cuestionar a los jóvenes
¿Hay casos reales, de chicas que, realmente, se ven encerradas en un cuerpo que no entienden? Sí, los hay, y Shrier no rechaza esa realidad. Pero debería haber límites. La cuestión es que la defensa de esos colectivos ha quedado en manos de una izquierda que ya no tiene referentes en el campo socioeconómico y que necesita ampliar su base electoral. Y los contrarios a esos grupos se identifica con una derecha aparentemente insensible, supuestamente anclada en valores pretéritos.
Es la guerra cultural que se ha establecido, alimentada por las redes sociales. Lo que plantea Shrier es poner un coto y pensar antes de actuar. En el prólogo, Juan Soto Ivars, que ha analizado esas nuevas guerras contemporáneas en La casa del ahorcado, lanza algunas preguntas, que todavía no tienen respuestas. En aras de la autoafirmación, con la idea de que no se puede rechazar lo que diga un adolescente, se han retirado trabas para abordar el cambio de género. “¿Por qué casi nadie cuestiona a la joven que manifiesta haber nacido con el sexo equivocado, cuando sí se cuestiona a la que manifiesta estar demasiado gorda incluso cuando pesa cuarenta kilos?”
Esa pregunta es crucial. No se cuestiona que esa joven pueda tener un problema diferente, que guarde relación con una posible depresión, con la falta de sociabilidad o por otras cuestiones.
Soto Ivars sitúa en el debate el caso de Keira Bell, una chica británica que se arrepintió de su transición a hombre, y que denunció al hospital que le había proporcionado tratamiento hormonal siendo adolescente. La Justicia le acabó dando la razón. A los 23 años, Keira Bell consideró que ninguna de las operaciones realizadas le había aliviado su angustia, y recriminó al hospital que no hubiera indagado sobre otras posibles causas como la depresión o la confusión.
¿Lo dice 'The Economist'?
Las autoridades médicas habrían renunciado a su papel. Soto Ivars lanza otra nueva pregunta: “¿Por qué las autoridades médicas han capitulado ante una reivindicación política y se limitan a acatar el autodiagnóstico de sus pacientes?”
Las razones hay que encontrarlas en la guerra cultural. En el rechazo a quienes sugieren que el movimiento transgénero obedece a una moda, a una fórmula para obtener mayor reconocimiento, en un mundo donde se necesitan a toda costa los ‘likes’ en las redes sociales. Esa guerra cultural lleva a dudar de las posibles bondades del libro de Shrier únicamente porque fue elegido por The Economist como uno de los mejores del año 2020, al asociar el medio con la derecha liberal.
A la periodista la acusan de hablar demasiado con los padres de esas chicas que aprecen en el libro, y no tanto con ellas mismas. ¿Un sacrilegio? La apuesta por situar a la niña o a la adolescente en el centro, con el poder suficiente para tomar sus propias decisiones, aunque sean tan drásticas como un cambio de sexo, lleva a esas situaciones.
Sin embargo, Un daño irreversible está en las librerías y ha provocado ya un debate que debe salir a flote, con todos los argumentos sobre la mesa.