Steve Harley / WIKIMEDIA

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Músicas

Steve Harley

Al frente de su grupo, Cockney Rebel, contribuyó al breve reinado del 'glam rock' con dos álbumes sensacionales, pero el público y la crítica lo ha ignorado

12 julio, 2021 00:00

Aunque al frente de su grupo, Cockney Rebel, contribuyó al breve reinado del glam rock con dos álbumes sensacionales –The human menagerie (1973) y The psychomodo (1974)- el pobre Steve Harley (nacido Stephen Nice en Deptford, al sur de Londres, en 1951) ha sido bastante ignorado por estudiosos y público en general: para muchos, el glam rock se redujo a genios como David Bowie o Bryan Ferry, sin olvidar a lo más cutre y oportunista del movimiento, como Gary Glitter, que sale a veces en la prensa por su recalcitrante pedofilia, o The Sweet, cuatro armarios roperos vestidos de lagarterana que se beneficiaron del talento como compositores de hits del dúo formado por Nicky Chinn y Mick Chapman (padres putativos también de Suzi Quatro). Aunque en Inglaterra disfruta de cierta consideración de national treasure y goza de una parroquia escasa, pero fiel, en Europa y Estados Unidos, donde nunca se le hizo mucho caso, casi nadie se acuerda de él. Personalmente, cada vez que me cruzo con un fan del señor Harley --lo que no sucede prácticamente nunca--, tengo la impresión de haberme topado con un hermano del que me separaron al nacer.

Aburrido del circuito folk en el que se había iniciado --y que le permitía actuar sentado, detalle de interés para alguien con una pierna destrozada a causa de la polio infantil--, Steve Harley fundó a principios de los setenta Cockney Rebel con su amigo el violinista John, alias Jean-Paul, Crocker. El sonido especial del grupo se logró, precisamente, prescindiendo de la guitarra, elemento tradicional del rock, y sustituyéndola por el violín eléctrico, que llevaba las canciones en una dirección tan nueva como estimulante. Las canciones del señor Harley –que se empeñaba en cantar con acento cockney, o sea, de clase baja, cuando el material no iba dirigido precisamente a ésta, que ya tenía a Geordie o a Slade para hacer el ganso y beber cerveza sin tasa- podían ser líricas (e incluso sentimentales y melancólicas), épicas, melodramáticas y hasta operísticas: su primer éxito, Sebastian, es una larguísima letanía en forma de crescendo constante que conduce a un final arrebatado con todo lujo de orquesta y coros. La colaboración en los dos primeros discos de Cockney Rebel de Alan Parsons fue fundamental: aunque su obra personal se demostró lamentable, como arreglista bombástico, el hombre valía su peso en oro. Lamentablemente, muy poca gente recuerda The human menagerie y The psychomodo como lo que yo creo que son: dos de los discos más personales, extravagantes, renovadores y ambiciosos de la década de los setenta.

En 1975, el señor Harley y su banda publicaron un tercer álbum que no tenía mucho que ver con los anteriores, pero que le proporcionó el único gran éxito de toda su vida, la canción (Come up and see me) Make me smile, de cuyos royalties yo diría que sigue viviendo a día de hoy, cuando se dedica a actuar en formato acústico por el Reino Unido en compañía de sus escasos e irredentos seguidores, algunos de los cuales lo mantienen vivo en las redes sociales. Yo creo que todo el mundo –incluso los que no son conscientes de ello- ha escuchado alguna vez Make me smile, pues este tema de tintes eufóricos –tamizados por un solo de guitarra española en el medio que parece estar a punto de llevar la canción por otros derroteros- ha sonado en películas, anuncios de televisión y emisoras de radio desde que se publicó en 1975. Para muchos (de los pocos que lo conocen), Steve Harley es el tío que cantaba Make me smile y nada más, de la misma manera que Don McLean se reduce a American pie.

De la misma forma que el tercer álbum de Roxy Music, Stranded, abandonó el vanguardismo que imprimía al grupo Brian Eno, The best years of our lives fue también, en cierta medida, un regreso al clasicismo y la despedida del pop con violín de tendencias melodramáticas que había marcado los dos primeros discos del grupo, que se acabó disolviendo tras otras dos entregas. Vinieron después irregulares discos en solitario que no gozaron del favor ni del público ni de la crítica, pero que yo me seguí comprando y que siempre contenían algunas canciones sensacionales.

Las cotas de los tres primeros discos de Cockney Rebel nunca volvieron a alcanzarse, pero la triste realidad es que ni siquiera en su momento supuestamente álgido recibió el señor Harley la respuesta admirativa que uno siempre ha pensado que merecía. Dejarlo fuera del canon del glam rock es, asimismo, una de las mayores injusticias de la historia de la música pop. Pero es evidente que su propuesta nunca fue para todo el mundo y que mucha gente encontró algo ridícula su extravagancia sonora, su acento impostado, sus letras plagadas de referencias literarias y ese mundo como de pesadilla siniestra y humorística a la vez en el que se movían sus mejores composiciones.

A sus 70 años, Steve Harley se dedica a la cría de caballos, a ver crecer a sus dos hijos y a actuar donde le aceptan, casi siempre en formato acústico. Irónicamente, ha vuelto a ser el folkie de sus inicios. Y espero, por su bien, que haya superado la evidencia de que siempre ha sido un incomprendido.