El editor Josep Maria Castellet en 2009 JOSEP RENALIAS

El editor Josep Maria Castellet en 2009 JOSEP RENALIAS

Letras

Castellet, perfil sombrío con dietario

El gran mandarín editorial de la Barcelona de la posguerra muestra su lado más íntimo y angustiado en el ‘Dietari’, autorretrato de un abatimiento político y personal

9 febrero, 2021 00:00

En el año 1973 Josep Maria Castellet se decidió a llevar un dietario, lo escribiría durante doce meses y luego lo dejaría olvidado hasta su recuperación en 2007, en otra ciudad y en otro país, aunque llevasen el mismo nombre, y estuviesen alteradas por el tiempo. ¿Qué Josep María Castellet escribe el diario? La pregunta es menos ociosa de lo que parece: los intelectuales célebres con una vida larga y una carrera variada suelen presentarse ante el recuerdo como una suerte de palimpsesto tramposo dominado por el último tramo de sus apariciones públicas. 

Está imagen parasita el resto de pasajes de su vida, que debe ser desplegada y ordenada por el estudio, o cuanto menos por la atención a la cronología. Es relativamente sencillo dejarse llevar por la imaginación y pensar que en cualquier momento de su vida el intelectual al que hemos visto celebrar su ochenta (o noventa) aniversario era consciente y había cumplido con los trabajos por los que le conocemos. Y, claro, no es así. Durante décadas era el mismo hombre, pero buena parte de su obra (crítica, editorial) no existía.

josep maria castelletEl Castellet que se arranca con el Dietari es un hombre de cuarenta y seis años (y no sé si al constatar que era un hombre de mi edad me perturba más que siempre le he visto como un anciano o que no logro dejar de pensar en mí como un treintañero), casado, que va asumiendo con cierto desprecio las exigencias de la madurez (comprarse un casa), y resignándose a que su trabajo cada vez más prestigioso como editor devore las expectativas de impulsar una obra propia. El año también es significativo: 1973. Cerca del derrumbe del franquismo (en parte por los límites biológicos del caudillo, en parte porque el llamado escenario internacional” emite señales de no estar interesado en perpetuar una dictadura en el Sur de Europa), pero todavía sin el alivio de la fecha concreta que ahora sabemos, y con décadas acumuladas de penuria moral e intelectual que han desgastado las esperanzas políticas.

El Castellet que se arranca con el

dietari de 1973 9788429759136Aunque Castellet se esfuerza por dar cuenta de sus lecturas (dominadas de manera casi convulsiva en estos años por las de género negro, con las que trata de pavimentar los senderos salvajes del insomnio), de su actividad editorial, y ensaya (lleva al crítico en la sangre) una taxonomía de posibles diarios (inclinándose por el que da cuenta de los sucesos cotidianos, por encima de las reflexiones abstractas, el registro de los sueños o las notas de lectura) el Dietari arranca como el autorretrato anímico de un estado de abatimiento político y personal, que en el primer tramo se explora de manera muy cruda: grisura, aburrimiento, insignificancia, banalización, absurdo, grotesco son las palabras más repetidas. 

Aunque Castellet se esfuerza por dar cuenta de sus lecturas (dominadas de manera casi convulsiva en estos años por las de

El tono no deja de sorprendernos, como si se tratase de uno de esos llamativos errores de casting, cuando a media película comprendemos que tal actor debería interpretar el papel de otro, envolviendo la película con un halo de inverosimilitud. ¿No era Castellet miembro de pleno derecho de la generación más seductora y alegre de la posguerra en adelante, la escuela de Barcelona? ¿No merece la inteligente construcción de sus otros libros de memorias el adjetivo delicioso? ¿No fueron sus operaciones críticas y editoriales un éxito, influyendo en dos sistemas culturas distintos, aunque superpuestos: aupando a Espriu, rehabilitando a Pla, dialogando con la poesía social, lanzando a los poetas novísimos

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Todo esto es cierto, pero se reordena y se resignifica al leer el Dietari. La simpatía personal de Castellet es indiscutible, aunque ahora sospechamos que solo se ponía en marcha al entrar en contacto con otra figura. No en vano su obra maestra, Escenaris de la memoria, se estructura en una serie de retratos indirectos de la propia vida, mediados por personalidades (Pla, Sacristán, Espriu, Barral, Rodoreda, Pasolini, Ungaretti); donde lo íntimo queda cubierto por lo histórico, y lo personal por un género insólito: la biografía con implicación. 

Liberado de estas atenciones Castellet puede remover sus propios posos de los que ascienden sustancias más amargas. En cuanto sus éxitos como mandarín de dos mundos, el Dietari atraviesa un año donde, más que dudar de sus logros como crítico (incluyendo la edición como una herramienta crítica preferente), juzga de manera implacable el valor de los espacios donde interviene: patios secundarios de la literatura europea, embarrados por las miserias personales, muy combatidos por la gangrena intelectual del franquismo, que emplea con cada sistema una estrategia distinta: de amputación y vaciado, vía prohibiciones, con el catalán, y de saturación de porquería intelectual y moral con el castellano (previa purga de los elementos más sensibles). El tono anímico de aquel año queda resumido en una formula inolvidable: “La intelectualidad castellana recuerda un baile de momias y vampiros, la catalana al aniversario de una tieta paralítica”. 

El contraste entre las fiestas y la seducción de la escuela de Barcelona y el tono amargo del Dietari se entiende mejor recurriendo al grueso de la escritura privada de su generación; memorias, diarios, cartas y cuadernos inciden en los mismo: lo que ha quedado para el recuerdo es la espuma de los días, las contorsiones y las componendas para esquivar o disimular una postración de décadas ante un régimen criminal, anacrónico y demente. Hacia 1973 la mayoría de intelectuales y artistas de la edad de Castellet que no son afectos al régimen se encuentran en una situación parecida: alarmados por el tiempo que han dedicado a una resistencia inútil, agotados de discutir bizantinismos políticos que no avanzan, temerosos de descubrir que envejecer y morir son los únicos papeles que les queda por interpretar en la vida pública, condenados a negociar con la conciencia de que se han convertido en infants envellits, obligados a renunciar a su madurez como ciudadanos

Edición de la antología poética Nueve novísimos

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Desde esta perspectiva el Dietari parece una solución personal a un problema colectivo, generacional si se prefiere, un alternativa a las drogas, la emboscadura laboral o el suicidio. Hay mucho, esta vez sí, de terapéutico en el arranque de su escritura. Después el Dietari avanza y entre catas de salón importado, visitas a la sauna y el renovado entusiasmo que se apodera de manera recurrente de cualquier sensibilidad intelectual la vieja cortesía de Castellet recupera posiciones al tiempo que su activísima mente alude y piensa asuntos políticos, lingüísticos, culturales, morales desde ángulos originales que siguen concerniéndonos. 

El lector termina el Dietari algo entristecido de que Castellet solo decidiese a escribir sobre un año de su vida, aunque entiende también (o decide engañarse) que este año vale como muestra de una actividad reiterativa en un mundo oscurecido. El lector termina desando tirarle de la manga al Castellet de 1973 para informarle de que solo le quedan tres años de padecimiento político, y agradecido de que a diferencia de la mayoría de su compañeros, tan combatidos por la muerte, la vida se le prolongase tres largas décadas donde se convertiría en la figura que suele moverse asociada a su nombre en nuestra imaginación, tan cercana y tan remota, del hombre de mi edad que decide en 1973 llevar un Dietari asfixiado por “la frustración colectiva” de una cultura “sin debate, pobre, provinciana”. Amenazas que siguen sobrevolando, con otras intensidades, sobre nuestras cabezas.