La sala de fiestas de Barcelona Zeleste / WIKIPEDIA

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Letras

Caballo viejo

A Jordi Vendrell te lo solías encontrar por Zeleste a altas horas de la noche dándole al whisky que daba gloria verlo y repartiendo perlas de sabiduría entre todos los que se le acercaban

21 diciembre, 2020 00:00

Durante los pocos años que pasó en este planeta, Jordi Vendrell (Manlleu, 1947 – Barcelona, 2001) tuvo como principal misión divertirse y divertir a los que nos cruzamos con él, tocando para ello todos los palos que le pusieran por delante y que se distinguieran por aportar cierto entretenimiento a quien los practicara. Al Vendrell te lo solías encontrar por Zeleste a altas horas de la noche dándole al whisky que daba gloria verlo y repartiendo perlas de sabiduría entre todos los que se le acercaban. En teoría, lo suyo era la radio (había empezado en Radio Juventud en los tiempos de José María Pallardó y Jordi Estadella, alias Tito B. Diagonal, cuando aquella emisora de la Vía Augusta era lo más moderno que había en la Barcelona del final del franquismo), donde se hizo el amo a principios de los ochenta en la recién creada Catalunya Ràdio gracias a un programa titulado El lloro, el moro, el mico i el senyor de Puerto Rico, cuya sintonía --la canción del salsero cubano Roberto Torres Caballo viejo, a cuyo autor le cayeron los 80 el funesto año del coronavirus-- se hizo célebre y hasta llegó a ser versionada por el mismísimo Julio Iglesias (aunque en un medley, que solo entendía él, con el Bamboleo de los Gipsy Kings).

A Jordi le gustaban mucho la salsa en particular y los ritmos sabrosones en particular. Por eso, durante una de sus encarnaciones, la de productor musical, fue el responsable de Carabruta, el primer elepé de su amigo Gato Pérez (al frente del sello Ocre, también se encargó de publicar al valenciano Pep Laguarda con su álbum Brossa d´ahir). Eso sucedía a finales de los 70 en la Barcelona alternativa del underground de la transición, al igual que mis encuentros etílicos con Vendrell en Zeleste a horas impropias. Durante sus años de gloria en Catalunya Ràdio a los sones de Caballo viejo, ya no me lo crucé tanto. Con sus dos compañeros de programa, Quim Monzó y Ramon Barnils (que en paz descanse, él y nosotros) montó una entelequia artístico-profesional denominada La Mercantil Radiofónica y se fue convirtiendo --las malas compañías es lo que tienen-- en un precursor del lazismo que ahora impera en mi querida comunidad autónoma. Pero si te topabas con él, guardaba las formas, al igual que Monzó. No puedo decir lo mismo del señor Barnils, ex profesor mío en la universidad y ácrata simpático reciclado en energúmeno nacionalista, que siempre me mostró una profunda hostilidad (“A ti no te podía ni ver. Le sacabas de quicio”, me comentó en cierta ocasión nuestro común amigo Sergi Pàmies). No tengo la menor duda de que si alguien le metió en la cabeza al Vendrell todas las chorradas lazis habidas y por haber, ése fue Barnils, a quien mi amigo Ignacio Vidal-Folch aún recuerda entrando en el bar Thales dando gritos a favor de ETA tras el último asesinato de aquella banda de criminales patrióticos (una noche, en Bocaccio, aprovechando que todos estábamos muy cocidos, Sergio Vila Sanjuán y yo le pusimos la zancadilla tras una discusión no muy agradable y se dio un buen morrón: no es para estar orgulloso, pero así iban las cosas a veces en aquellos tiempos del cuplé).

Fuese por el lazismo o por otros motivos, fui perdiendo el contacto con Vendrell, que siempre me había parecido un sujeto sensacional. Las últimas veces que me lo crucé fue en la consulta de un acupuntor al que yo visitaba para dejar de fumar y él para ver si le echaba una mano con una enfermedad muy jodida que le había echado el guante encima y no lo soltaba. Tras meses sin saber nada de él, le pregunté al acupuntor y me dijo que acababa de fallecer. Lo primero que me vino a la cabeza fue la canción de Roberto Torres Caballo viejo.