Sara Mesa / @JMSANCHEZPHOTO

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Letras

La verdad del artículo indeterminado

Sara Mesa escribe en ‘Un amor’, su última novela, desde dentro de los personajes, pero lo hace desprovista de juicios y deja que el tiempo y los lectores ejecuten la sentencia

16 octubre, 2020 00:10

Hay muchas maneras de provocar: si pensamos en un tocanarices profesional, por ejemplo Houellebecq, seguro que sentado a una mesa lo imaginamos haciendo un  striptease tan simplón como chabacano (sacándose la chorra, hablando en lenguaje del que él entiende), pero si hablamos de Sara Mesa su provocación es apenas un pinchazo, un sutilísimo abrir y cerrar de ojos que deja al lector (o posible compañero de bar) envenenado sin que sea capaz de haber visto venir lo que se le venía encima.

Todos poseemos un cuerpo moral desde el que asomarnos a la vida y construirnos confianzas. ¿Todos? Sara Mesa también, aunque lo deje en casa cuando como escritora se asoma al mundo. Su yo narrador –ya sea en tercera o en primera persona–  describe casi con asepsia las situaciones sentimentales mientras le desgarra al lector las tripas del confort y el consuelo de los finales felices. Lo hizo cuando descubrió atmósferas asfixiantes en Un incendio invisible y Cuatro por cuatro, y lo consumó en sus siguientes novelas, con los personajes imponiéndose ya sobre el paisaje emocional, CicatrizCara de pan

Y lo culmina ahora (aunque ni su vida ni su literatura se planteen nunca una carrera de obstáculos, ni por divertimento) con Un amor, título que a sus lectores, que la conocen bien, ya los habrá prevenido. El amor según Nat, mujer solitaria en un escenario de soledad y apartamiento, el amor según una mujer, el amor según Sara Mesa, que es nada más y nada menos que un amor, nunca el amor. Tan indeterminado como la vida.

Sara Mesa / @JMSANCHEZPHOTO

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Sara Mesa incomoda y fascina al mismo tiempo. La voz de Un amor, laboriosamente construida con rigor de arquitecta concienzuda, llega al lector sin aparentes filtros, desde la experiencia personal de la protagonista, donde caben los pensamientos oscuros y también los momentos de alegría esperanzada, sin que ni los unos ni los otros sirvan de muleta moral, sino al contrario. Por más que la palabra desasosiego (con aroma a Pessoa y a Saramago) se haya usado tan prolijamente, lo cierto es que la literatura de Mesa cumple con ese precepto más que con la voluntad de escándalo que persigue, por ejemplo, al mentado Houellebecq y algún otro imitador/a local. 

Tanto en Cara de Pan como en esta última novela, la escritora elige una situación sospechosa, un dilema que a simple vista puede provocar la alarma de los bienpensantes y el horror de los que siempre piensan mal del prójimo y que, de cerca, fulmina cualquier tentación juzgadora o, al menos, la pone muy difícil. Mesa tiene la capacidad de arrojar rayos X sobre la línea invisible que distingue lo moral de lo inmoral. Ítem más: explora las zonas de sombra en la que los seres humanos deambulan entre lo reprobable y lo inevitable. 

Con extraordinaria sobriedad (no se ha hecho el epíteto para las bocas exigentes) la escritora transita por las bocas del lobo de la sociedad, los semáforos en rojo que creíamos –más o menos– consensuados. La imagen de un hombre mayor junto a una niña desconocida en un parque, en plena ebullición de la reacción social contra la pederastia y los abusos a menores, la llevó a construir una historia en Cara de pan, allí donde los prejuicios resultan trampantojos y recursos de bajo precio. 

Sara Mesa, un amor

En este caso, Sara Mesa escoge la voz de una mujer para enfrentarnos al amor, al sexo y a todas las variaciones que entre uno y otro ofrece la matemática vital. Mejor dejar al lector descubrir el dilema moral que vive Nat, sin anticiparle el nuevo charco en el que ha decidido zambullirse la escritora sevillana. Es Nat quien se juzga y se perdona y es también la que solventa la culpa, aún en el caso de ser recriminada por el pequeño universo que la rodea, como buenamente puede. Tampoco hace concesiones la autora en el retrato del pueblo donde transcurre la historia, con todos los mimbres de la llamada España vacía (que existe con mayor insistencia desde que Sergio del Molino la nombrara o Santiago Lorenzo la eligiera como esperpento de Los asquerosos) y la escasa idealización del ambiente rural, en este caso atomizado y relativamente aislado de un pueblo un poco más grande, La Escapa, menos Macondo que escenario parejo a los de Carson McCullers  o Carol Joyce Oates. 

Poco amiga de apariciones públicas, aunque extremadamente educada y disciplinada con sus compañeros periodistas (estudió Ciencias de la Comunicación y Filología, y tiene una amplia experiencia como analista de medios audiovisuales y colaboradora en medios escritos), Sara Mesa ha hablado estos días de la envidia que le produce la aparente soltura y facilidad de escritoras como Lucía Berlín en sus relatos breves. Y sin embargo, aparte de la calidad indudable de la autora de Manual para mujeres de la limpieza, puede asegurarse sin empacho que algunos de los cuentos de Mala Letra o No es fácil ser verde igualan o incluso superan a los de la norteamericana, recientemente rescatada para el público español. 

Hay referentes anglosajones muy presentes en el estilo de Mesa: la propia Oates o el inevitable John Cheever, compartido con una buena parte de su generación, pero existe, desde sus inicios, un estilo propio, mezcla de sobriedad y sobreentendidos, engañosamente parco y tremendamente eficaz en el efecto que arranca al lector. Las novelas de Mesa quedan en la memoria (y en la conciencia) como surcos que rompen la complacencia y la visión uniforme de la vida. Es cierto que la ausencia de moralejas y discursos morales encofrados hace creer que su voz habita en un dron con una mirada cenital y fuera de lo narrado, fría, inasible, pero se trata de otra trampa. Sara Mesa escribe desde dentro de los personajes, desde el núcleo mismo de lo que nos cuenta, pero lo hace desprovista de juicios o, al menos, deja que el tiempo y los lectores ejecuten, si es que fuera necesario, la sentencia.

Un amor es un retrato crudo, emocionado, doloroso, febril de una superviviente. Pocas veces se ha leído una confesión (¿amorosa?) tan honesta de una historia sentimental y aún menos desde la voz interior de una mujer. Mesa lo es, pero sobre todo, y esa es una clave fundamental que convierte a la autora en imprescindible, Nat, la protagonista, lo es. Sin estereotipos ni disfraces. Tampoco con la intención de hacer apología o una teoría general del amor femenino. Con la verosimilitud de la verdad literaria que a veces resulta la única verdad posible y, tal vez por eso, imperecedera.