Una de las ilustraciones de Alfred Roloff para las historias apócrifas de Sherlock Holmes

Una de las ilustraciones de Alfred Roloff para las historias apócrifas de Sherlock Holmes

Letras

El doble de Sherlock Holmes

David Felipe Arranz recupera una colección de historias apócrifas sobre el mítico detective creado por Arthur Conan Doyle publicadas entre 1907 y 1911

25 agosto, 2020 00:00

Un detective no se jubila jamás. Resolver enigmas es una adicción sin caducidad. Un juego en el que la intuición y la lógica, la observación descentrada y la deducción desde el ángulo del extrañamiento suponen un reto, la ineludible invitación a tomar una copa del potente elixir de la juventud: pensar, indagar, mirar, deconstruir y deducir. La esencia de esta alquimia compone el embriagador bouquet que deja la resolución del misterio de un crimen, de un robo o de una desaparición. Es por esto que todos los detectives alternan por igual la metáfora del fondo duro de quien domina beber sin perder los sentidos, y la austeridad del que sabe todas las consecuencias de hacerlo. 

Conocimiento, arrogancia, escepticismo. ¿Qué detective no exhibe las cicatrices de sus iniciales? Su condecoración es la mirada curtida y amarga del que es consciente de que del oficio no te retira una pluma literaria en primer plano. Tampoco el hartazgo del personaje que suele sacudir la inspiración y el trabajo de los que se labran fama a medias con su criatura de ficción. Ninguna bala, ningún abismo ni caída en el suspense abierto de una novela aparentemente definitiva acaba con la vida de un sabueso. Su inmortalidad es su condena. Sherlock Holmes es el mejor de los ejemplos. Su caso lo propone David Felipe Arranz con los Archivos secretos de Sherlock Holmes, después de que encontrase en sus pesquisas parisinas de flaneur de libros de cine, de joyas bibliográficas, un tomo de doce novelas en unos de esos zocos de las orillas del Sena en los que también Cortázar rebuscaba a un tal Lucas, mundos a los que darle la vuelta, quizás un trasunto de la Maga.

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Ilustración de Alfred Roloff para los apócrifos de Sherlock Holmes

Lo mismo que los buenos detectives literarios hallan versiones de quien supuestamente desapreció sin dejar huellas, Arranz gusta de rastrear ilustres héroes literarios después de la muerte de su mentor creativo de otros autores distintos. Igual que sucedió con la saga Millennium de Stieg Larsson, continuada a su fallecimiento por el periodista David Lagercrantz; con John Banville, seudónimo de Benjamin Black –usado para las novelas negras– que revivió al detective Philip Marlowe de Chandler en su novela La rubia de ojos negros, y sobre todo con la figura del espía James Bond, nacido de la pluma de Ian Fleming y recogido a su muerte en 1964 por otros novelistas más o menos autorizados, como John Gardner, quien escribió catorce novelas, y Raymond Benson, autor de otras seis. 

Además de ellos dos, Kingsley Amis, Sebastian Faulks, Jeffery Deaver, William Boyd y Anthony Horowitz firmaron un volumen con sus aventuras de seductor al servicio de Su Majestad. No perdió su esencia Bond, pero sí que cada uno matizó una cualidad, exploró un perfil nuevo y, en suma, enriquecieron la figura poliédrica del agente del M15. ¿Sucede igual con el Sherlock Holmes del volumen que nos ofrece David Felipe Arranz? La respuesta se encuentra en la firma de la editorial: Funambulista. Elegida seguramente a propósito por el escritor que sin duda ha disfrutado ejerciendo de detective dandy con las sombras de la autoría de los relatos de este libro.

Archivos secretos de Sherlock Holmes

El asunto también le hubiese divertido a Holmes, y más aún al adicto al espiritismo Conan Doyle, quién dejó que su personaje se liberase de su autoría. De hecho intentó en vano su muerte, precipitándolo en 1891 desde lo alto de las cataratas de Reichenbach en compañía de su némesis, el profesor Moriarty, en El problema final. Emergió el detective a demanda de sus lectores hasta que Doyle no aguantó más la presión aventurera del melancólico criminólogo del 211b Baker Street, y lo dejó ir a la deriva entre la niebla de Londres. El territorio ideal del que surge la simbología del doble, y por tanto el otro Holmes de una editorial alemana con ilustraciones de Alfred Roloff. 

Es lo que tiene de tahúr y de misterioso poder la literatura cuando permite que un mismo héroe tenga tantas vidas como las que exhiben las aventuras e investigaciones racionales de los relatos La hija del usurero, La Kodak traidora, El enigma de la casa de juegos y El vestido de la reina, que engloba el primer archivo secreto, fechado entre 1907 y 1911, apadrinado por Arranz y en cuyas páginas protagonizadas por misteriosas mujeres de alcurnia, prostitutas de Whitechapel, extravagantes condes, el nuevo ayudante de Holmes, Harry Taxon, y el audaz como atormentado detective con conciencia de que el diablo se esconde tras el detalle, que no hay nada más engañoso que un hecho obvio y que las cosas pequeñas son las más importantes.

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Ilustración de Alfred Roloff para los apócrifos de Sherlock Holmes

En cada una de estas piezas el estilo del autor Conan Doyle está presente: las pistas se configuran como notas musicales sobre un pentagrama, las cuales, al ser ejecutadas, conducen a la resolución melódica del enigma, y aunque las atmósferas de las tramas no tienen el mismo peso que las del aliento original de Doyle, si mantienen su brillantez  los diálogos adversarios, los distanciamientos narrativos para promover rápidas reflexiones psicológicas, las acotaciones escénicas y el carácter popular de la escritura y sus tramas. 

¿Quién es el Avellaneda británico que divirtió a Conan Doyle para que su cervantina pareja anduviese a sus anchas impresas y bajo su mirada alerta, quizá sonriente, feliz seguro de haberse liberado de un muerte viviente? Arranz siguió la pista hasta Berlín donde un taxi lo condujo a la biblioteca estatal y sus sospechas cobraron cuerpo: Kurt Matull, polaco de identidad y el alemán Mathias Blank son los negros, con una aceptable trayectoria en la trastienda de los guiones cinematográficos y las novelas populares, a los que la editorial española Atlante les publica sus versiones de Holmes, a pesar de que el detective se multiplica en los espejos de la literatura y sus aventuras se reflejan igualmente en su doble, el hilarante Sherlaw Kombs, creado por Robert Barr. 

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Ilustración de Alfred Roloff para los apócrifos de Sherlock Holmes

No son estos los únicos autores en la sombra o en los márgenes oficiales del detective inspirado en el doctor Joseph Bell, amigo de Conan Doyle, y con certificado de autenticidad en cuatro novelas y 56 relatos. Hubo otros sucedáneos contados por Ellery Queen en The misadventures of Sherlock Holmes alimentando la fascinación por los autores apócrifos que siguen contribuyendo a la inmortalidad de Sherlock Holmes. 

¿Se ha convertido Sherlock Holmes en el nuevo Dorian Grey del que desconocemos el estado de su retrato en el fondo del armario? Puede ser, la posibilidad es divertida. El enigma se mantiene, y mientras David Felipe Arranz promete proseguir nuevas entregas entre el funambulismo de las ficciones de la ficción que ofrecen nuevas lecturas y lo que otros consideran una manera de seguir cobrando la paga de jubilación de un personaje del que lo que realmente queda es el eco de su inmortalidad. O tal vez el doble de sus dobles.