Decía Fellini que no había en el mundo otro actor que supiera remover tan elegantemente una ensalada como José Luis de Vilallonga.

Ahora se celebra en Italia el centenario de Fellini (1920-1993), uno de los cuatro o cinco gigantes del cine europeo clásico, con Bergman y Truffaut. Muchas de sus obras maestras están disponibles en Filmin, pero a algunos les da miedo volver a ellas; por ejemplo, I Vitelloni, en español Los inútiles, les da verdadero miedo, a pesar de que a diferencia de tantos cineastas el mago italiano fue permanentemente honesto con sus espectadores, tenía un alma lírica auténtica, tenía personalidad, un mundo propio; era un artista; pero si él da miedo sus descafeinados imitadores dan un poco de pena porque aprenden el cómo pero no el qué. Desde Bigas Luna hasta Sorrentino pasando por el Woody Allen de Stardust memories.

Algunos que en su día fueron deslumbrados por sus películas prefieren no volver a ellas, porque saben que han cambiado (ellos) y que probablemente la magia no ha estado allí esperando su regreso. Se habrá volatilizado como el perfume del frasco de Chanel número 5 que quedó en la mesita de noche de Marilyn Monroe.

Ser Fellini, otra vez 

Por eso se conforman con repasar sus escenas preferidas en el cine de su mente. La mía, mi escena preferida, es la primera de La ciudad de las mujeres: vemos a Marcello Mastroianni dormitando en un tren, a punto de entrar en el sueño de la película, y en off, desde lo alto, se oye la voz del mismo Fellini, Dios del cine, que en un tono a la vez cariñoso y fastidiado dice: “Ma Marcello, ancora tu?” (Pero Marcelo, ¿tú otra vez?)

Ya que Marcello Mastroianni, gracias a su apariencia atractiva y a la vez desvalida, era su intérprete preferido, su alter ego.

Esa disponibilidad a emprender una nueva aventura, una nueva película, temiendo que sea más de lo mismo; ese cariño cansado de la voz de Fellini, esas palabras… se quedan grabadas a fuego en la memoria de quien las escucha. Es Fellini decepcionado al ver que vuelve a ser él mismo, no hay manera de escapar del yo. Y también está la envidia de esa amistad entre esos dos niños grandes tan simpáticos.

Cartel de la película 'Ocho Y Medio' de Federico Fellini

Pero en fin, el tren se mete en un túnel freudiano y sale en la ciudad de las mujeres, que es para Marcello lo que para un niño el Chiquipark el día de su cumpleaños. 

Seguramente entre los mejores textos dedicados al cineasta italiano esté la entrevista que le hizo José Luis de Vilallonga que acaba de publicar Elba bajo el título Los espíritus de Fellini. Breve texto que antes se publicó en el hoy descatalogado libro Gold Ghota, donde Vilallonga reunió algunas de las entrevistas que sostuvo por encargo de la revista Paris Match.

¿Una desfachatez?

La entrevista con Fellini se presenta bajo la forma de una serie de conversaciones nocturnas, un paseo nocturno en coche por Roma, una llamada telefónica de madrugada, otro paseo en coche. Durante esos paseos que se prolongan hasta el amanecer, parando aquí y allá, Fellini evoca su infancia en Rímini, sus primeros asombros y descubrimientos de la vida, sus pinitos como periodista, y Vilallonga escucha atentamente para luego, según contaría en repetidas ocasiones, al llegar a casa, transcribir en sus cuadernos todo lo que había escuchado.

Algunos lectores, para quienes Vilallonga fue una debilidad, vieron crecer su admiración según pasaban los años y nos percatábamos que los graciosos artículos llenos de chispeantes anécdotas del gran mundo del cine, las finanzas y la política, que publicaba primero en El País, eran las mismas, apenas maquilladas, que años después publicó en La Vanguardia, y luego en El Periódico. Ese aprovechamiento total de la propia experiencia que a otros demasiado puntillosos podría parecerles una desfachatez, a aquellos les impulsó a leer algunos de sus libros y descubrir que no escribía nada, nada mal.

El placer de escribir

Es verdad que fue más listo que inteligente y a veces podía resultar un punto irritante, como cuando impartía lecciones del buen vivir que suenan a quincalla para lectores, precisamente, del Paris-Match. En Los espíritus de Fellini hay frases que suenan como una uña en una pizarra; así, por ejemplo, cuando Fellini le está hablando de la presencia del Adriático en sus películas, Vilallonga se siente autorizado a decir que el cineasta “piensa y habla del mar con esa humildad respetuosa que encuentran ciertos hombres distinguidos para recordar a una amante que los hizo muy felices”. Cuántas tonterías en una sola frase. ¿Y qué clase de observación sociológica de estar por casa es esta?: “La muerte de los demás alarga siempre los rostros de las sirvientas. Quizá no siempre debido a un dolor que a menudo ellas no tienen por qué sentir, sino, probablemente, por el aumento de trabajo que implica la presencia de un cadáver en casa”. Ganas de remover elegantemente la ensalada.

Caricatura de Federico Fellini / RULO

Sin embargo qué bien escribe cuando no intenta pasar por lo que no es. Por ejemplo cuando Fellini descubre la maravilla del circo que llega por primera vez a Rímini, o cuando recuerda lo mal estudiante que era: “Me pasaba el día durmiendo, la cabeza sobre el pupitre, acunado por la voz exasperada de un buen padre empeñado en educar mi incorregible nulidad. En el momento de los exámenes, mi padre sumergía los hogares de mis maestros bajo los productos alimenticios que él representaba, pero nada podía remediar esa sombría pasión por la ignorancia que yo ostentaba cono orgullo”. Muchas páginas como ésta denotan el placer de escribir, y ganas y paciencia para escribir con precisión, coronadas muchas veces por el éxito.

Se nos dirá que hay muchos que escriben bien, tan bien como Vilallonga, o más. Es verdad. Si nos fijamos tan insistentemente en él es por algún motivo particular, porque representa algo que intentaremos aclarar el próximo domingo, en este mismo espacio...  

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