Emigrantes (1896) Eugene Laermans

Emigrantes (1896) Eugene Laermans

Letras

La memoria íntima de Álex Chico

El escritor reflexiona en ‘Los cuerpos partidos’ acerca de cómo el lenguaje influye sobre la realidad y la memoria de los emigrantes españoles en Europa

11 marzo, 2020 00:00

Durante mucho tiempo supimos más de la gran migración de los ñus que de la de nuestros abuelos. La primera se retransmitía en La 2, en extensos documentales, a través del viaje de más un millón de ejemplares que huían de la estación seca por las majestuosas llanuras del Serengeti. La segunda, una fuga en busca de pan y oportunidades hacia el Norte, era silenciada. Parecía como si nunca hubiera existido. Disponía también de sus dosis de aventura y del dolor de sus depredadores, bajo la forma del clasismo o la sibilina xenofobia. Como mucho, se camuflaba bajo la forma de un viaje de éxito en las reposiciones del NO-DO y, mucho más tarde, en su versión contemporánea: Españoles por el mundo, un programa de turismo low-cost donde era casi imposible encontrar a un compatriota al que le hubieran ido mal las cosas en el país de acogida. 

Durante muchos años, de puertas adentro, los protagonistas no soltaban prenda. Las historias de la migración de los trabajadores eran obviadas, quién sabe si por pudor, vergüenza o cansancio. Asumamos que sus herederos directos no le dábamos la importancia que realmente merecían. Los hijos de emigrantes –es decir, toda la humanidad– descubrimos que el pasado era como un artículo de lujo. Algunas familias –las más acomodadas– disponían de árboles genealógicos e ilustres abolengos. Podían consignar el movimiento de los suyos con precisión de metrónomo y un rigor memorialístico: los monumentos, calles, paradas de metro de sus ciudades llevaban sus apellidos. Al resto nos quedaba –con suerte– las canciones populares de Machín o Miguel de Molina, las películas de cine popular, la tradición propia –a veces rota, casi siempre incompleta– y la sensación de no pertenecer a ninguna parte. 

El escritor Álex Chico.

El escritor Álex Chico.

El escritor Álex Chico / CANDAYA

En los últimos años empieza a percibirse la voluntad de escuchar estas voces, poner por escrito lo que nos dictan. Es el caso de Nieve en los bolsillos, Alemania 1963, la hermosa novela gráfica de Kim, publicada el pasado año por Norma Cómics. Los cuerpos partidos, el nuevo artefacto lírico-reflexivo de Álex Chico, se dedica a escuchar el rastro de los pasos de su abuelo, Manuel Chico Palma, al que nunca conoció. El escritor se sirve de esta vivencia para reflexionar sobre las migraciones en general –a la manera de Sebald o Magris– y profundizar en el poder del lenguaje sobre la realidad y la memoria. Lo hace con una trama sencilla, que especula sobre las razones que llevaron a su abuelo a dejar su pueblo natal para irse primero a trabajar a una pequeña localidad en la frontera franco-belga, regresar de forma fugaz a su Andalucía natal y acabar con una estadía casi definitiva en Barcelona

Chico convierte sus recuerdos biográficos en memoria colectiva, habitable para todos de los que carecemos de ella, gracias a una prosa morosa, lírica y reflexiva. Tras sus valiosos libros de poesía y aforismos, el escritor extremeño parece haber encontrado su propia manera de narrar. Ya en su anterior libro Un final para Benjamin Walter –publicado por Candaya– demostraba su capacidad para la “novela de ensayo-ficción”. Una cajón de sastre donde cabe todo: el diario de viajes, la crítica cultural, la crónica personal, el ensayo o la ficción. Reflexión y sentimiento. 

Los cuerpos partidos es un libro importante que, sin levantar la voz, nos acompaña con una voz cálida y reflexiva. El texto fluye y se construye a sí mismo a medida que pasan las páginas. Cuando no encuentra evidencias físicas, igual que un Sherlock Holmes fantasioso, Chico se sirve de la ficción para completar la ausencia de memoria. Se reconcilia –y de paso nos reconcilia– con la emoción de un folclore excluido de nuestro recuerdo como si fuera una falsa moneda. Imagina las reflexiones de su abuelo delante de un fresco de Chagall. Muestra que somos lo que recordamos e imaginamos.

Los cuerpos partidos, Álex Chico

Todas las migraciones son, en el fondo, la misma. Desde Ulises hasta Enkidu, desde el Éxodo hasta los inmigrantes que topan con las vallas de Melilla o alcanzan la frontera de Texas. Como la de los primeros habitantes de Montjuïc. O la de la emigración transoceánica que vivió una de las cuidadoras de la abuela de Chico, que pasó sus primeros años en Barcelona para luego regresar a Plasencia, donde nació, y volver otra vez a la capital catalana. El autor ha sentido en primera persona el extrañamiento que causa el desplazamiento forzado. La marca del lenguaje mestizo que caracteriza a quien es un doble forastero. 

En una entrevista, Chico le confesó al poeta Xavi Rodríguez Ruera: “Las palabras catalanas que incorporaban a su habla los trabajadores emigrados, como tocho, ondia, rachola, significaban pagar un precio: al volver a su lugar de origen, el lenguaje los estigmatizaba. A mí me ocurrió tras pasar mis primeros diez años aquí. Al regresar a Extremadura utilizaba palabras aprendidas en Barcelona, como contáiner, chaflán o angunia. Eso me generó una identidad múltiple, compleja y rica”. William Faulkner escribió que el pasado no pasa nunca. Es mejor que tratemos de reconciliarnos y reconocernos en él. Lean a Álex Chico, aunque no crean en más fronteras que las que nos imponemos. Y piensen que las banderas no son más que trapos de colores.