Alberto Blecua: de 'El Coyote' a 'El Quijote'
La muerte de este cervantista, académico de la Lengua y vinculado estrechamente con la escuela de Barcelona, abre un vacío en la filología española
30 enero, 2020 00:00La educación es ornato en la prosperidad y refugio en la adversidad. Este principio de Aristóteles, que fue el preceptor de Alejandro El Grande, encaja con la idea de que la posición nutre a la forma, y por eso hay tanta gente que prefiere el gimnasio a la biblioteca y el circo al templo, como cuenta Juan Arnau en su Manual de filosofía portátil. Entre las verdades aristotélicas contrastadas en los hechos, el filólogo Alberto Blecua Perdices, cervantista brillante y académico correspondiente de la RAE, se adentró en la poética del Estagirita. Hoy, uno de los ámbitos más rigurosos del mundo académico español lamenta con estupor la noticia del fallecimiento de Alberto, gramático y pensador filosófico-lingüista, como demostró en sendos prólogos a las ediciones españolas de la Retórica y la Poética de Aristóteles. Recibió el bautizo de fuego, junto a su hermano José Manuel Blecua Perdices, exdirector de la RAE; hijos ambos del mítico José Manuel Blecua Teijeiro, gran especialista en poesia castellana del Siglo de Oro.
Fue en este humus familiar, y sin ningún resquicio de suficiencia, donde empezaron los dos hermanos Blecua Perdices. Se aficionaron a la lectura leyendo tebeos y literatura popular; especialmente las novelas de José Mallorquí sobre El Coyote. Ambos estudiaron en el Instituto Goya de Zaragoza, en el que trabajaba el padre como docente, donde tuvieron como profesores al lingüista Francisco Ynduráin y al poeta Ildefonso Manuel Gil. Hubo muchas mañanas de “monotonía de lluvia tras los cristales”, horas de lectura conducida y densidad en aquel bachillerato que tanto hemos denostado y al que tanto le debemos. Fue así, “en un país algo ineficiente, llamado España”, diría Gil de Biedma, cuando los buenos profesores te inyectaban la Generación del 27 en el hemisferio izquierdo del cerebro, por más que cada día se izara la bandera preconstitucional en el patio. Blecua padre les insufló a sus hijos el amor a las letras y compartió con ellos la pasión por la tierra aragonesa.
Alberto, profesor emérito de la Autónoma de Barcelona, entró de lleno en la sociedad civil catalana. Lo hizo en semi-silencio y con argumentos rigurosos. Fue miembro del jurado del Premio Planeta durante las tres últimas décadas y como académico de la Real Academia de las Buenas Letras, que presidió Martín de Riquer (fallecido en 2013), referente para los romanistas y medievalistas españoles. Alarmado por el bajo nivel de los matriculados en los primeros cursos de letras, Riquer decía que él nunca había tenido que aprender que París era la capital de Francia y que Hamlet lo escribió Shakespeare; lo supo siempre porque estaba en el mundo de las referencias comunes. Y se lamentaba: “En cambio, hoy los chicos tienen que aprenderlo todo”.
Al hilo de esta cita, comentada por el cervantista Francisco Rico, es de justicia decir que el Departamento de Lengua Castellana de la UAB tenía, hasta el pasado martes, tres puntales de nuestra gramática: el propio Rico, Carme Riera y Alberto Blecua. La pérdida de este último es un golpe sentimental para sus allegados y deja un vacío intelectual considerable. “Si tuviera que definirlo de alguna manera diría que fue, sin duda, el mejor discípulo de José Manuel Blecua Teijeiro. Compartía con él la pasión por la enseñanza, lo que le permitió formar a generaciones de discípulos que le adoraban, porque les ayudaba, aconsejaba y fortalecía”, escribe desde el dolor su colega Rosa Navarro Durán.
Con los actuales planes de estudio, que están abandonando las trincheras de la filología, se agranda la figura del resistente Alberto Blecua, un maestro de lectores, como confirma la edición crítica de Libro de Buen Amor o En el texto de Garcilaso. Dividió sus publicaciones entre las ediciones críticas de autores españoles –es el caso de La transmisión textual de El Conde Lucanor, un curioso contrafuerte del Conde Lucanor, editado por su padre-–y las aportaciones teóricas exclusivamente suyas, como Manual de crítica textual o Estudios sobre crítica textual. Alberto buscó y rebuscó en el mundo cervantino, especialmente desde que conocemos la casa de Madrid en la que vivió el autor de El Quijote. Lo que no ha encontrado, ni él ni nadie, son los huesos identificables de Cervantes, una pequeña patraña de exalcaldesa, Ana Botella, creada para el turismo de masas y su deriva cultural de postal y folletín.
En cada pérdida de un romanista se cae un poco más el edificio intelectual de la Cataluña pensante, azotada hoy por la inmerecida presión del soberanismo y por la mengua escandalosa de recursos destinados a las Humanidades. La radicalidad política disminuye la intensidad intelectual de nuestras aulas (la radicalidad, no la ideología). Empezó a verse con la muerte, en 1997, de Joan Coromines i Vigneaux, filólogo, lexicógrafo y etimólogo español, que hizo grandes aportaciones al estudio del catalán, el castellano y otras lenguas romances; y ocurrió de nuevo con la desaparición más reciente del citado medievalista, Martín de Riquer.
Por su parte, la despedida de Blecua padre fue básicamente nostálgica pero salpicada ya de incertidumbres que se han ido convirtiendo en obstáculos para el conocimiento desacomplejado. Uno de sus alumnos en el Instituto Menéndez y Pelayo de Barcelona recordó, el día del adiós al viejo profesor, el año en que en clase de literatura tocó leer y comentar el Polifemo de Góngora, ¡Un año entero para estudiar un texto incomprensible, aburrido y anticuado! “Pero, muy pronto, Blecua nos transmitió un interés y una curiosidad por el poema que nos hizo comprender que, con algo de paciencia, estaría a nuestro alcance. Fue así como abrimos una caja de Pandora que contenía tesoros inesperados”, escribió el doctor Jaime Ollé Gog, recordando además este dulce fragmento: “Éstas que me dictó, rimas sonoras/ Culta sí aunque bucólica Talía/Oh excelso conde, en las purpúreas horas/ que es rosas el alba y rosicler el día....".
El último en esta lista de bajas es Alberto, el profe que se aficionó a leer con un ejemplar de El Coyote y fue deslizándose por los ámbitos casi melancólicos de la página escrita hasta llegar a la figura del Quijote. Y tuvo que ser con Alonso Quijano, cuando Blecua agotó todos los ángulos imaginables del “universo mundo”.