Identidades que matan
El escritor franco-libanés Amin Maalouf reflexiona sobre el repliegue identitario en todo el planeta en 'El naufragio de las civilizaciones', a partir de su querido Levante
20 noviembre, 2019 00:00Una vida dedicada a la superación de las identidades, y la constatación de que ha resultado un fracaso. El mundo se revuelve contra el sueño de Amin Maalouf (Beirut, 1949), que defiende su condición de libanés, pero también de francés, de occidental, y también de levantino, de cristiano, así como de ciudadano árabe que ha convivido y ama la religión musulmana en esa región del Oriente Próximo que sigue inmersa en un conflicto en el que los propios musulmanes se llevan la peor parte, desde Egipto a Palestina o Siria, sin descuidar el gran mosaico cultural y religioso que ha sido el Líbano.
Maalouf, a sus setenta años, es la imagen de la frustración, y lo detalla en un compendio de sabiduría, El naufragio de las civilizaciones (Alianza), un libro apropiado para los que quieren entender que las identidades son necesarias, pero que llegan a matar, recordando la gran obra de este escritor y periodista: Las identidades asesinas (Alianza). Maalouf ya no espera nada. El camino que lleva el mundo, aunque los filósofos optimistas, como Pinker, señalen que las condiciones materiales han mejorado, se caracteriza por un retorno de la identidad, por el refugio en el grupo, en la lengua y en la religión, y en el rechazo al otro, sin una oportunidad para una verdadera fusión, dejando claro que tampoco se ha dado nunca esa comunión cultural que el progresismo ha difundido alegremente. Lo que lamenta este escritor es que no haya nadie al timón, que Estados Unidos haya renunciado a su papel de faro de la civilización que fijó la Ilustración y que Europa tampoco sepa capaz de coliderar.
El sentimiento de humillación
Y la clave para valorar esa transformación es Levante. Muchos europeos se llevan las manos a la cabeza, porque han renunciado a entender qué pasa en Israel, porque ya no saben qué enésimo plan de paz se ha podido implementar. Porque sólo recuerdan unos lejanos Acuerdos de Oslo, en 1993, o unas palabras de Obama en El Cairo en 2009. Si esa región hubiera ofrecido un mensaje de conciliación, de superación de las identidades, para Maalouf eso hubiera supuesto un haz de luz potente al mundo, como modelo para dejar atrás el apego a las identidades.
Porque hay momentos determinantes. El sentimiento de humillación es crucial y explica la reacción de muchos pueblos. Lo señalan Ivan Krastev y Stephen Holmes en La luz que se apaga (Debate), en relación a los países del Este de Europa, que se distancian del modelo democrático liberal de la Unión Europea porque sus pueblos consideran que se les ha impuesto, sin muchos miramientos, desde la caída del muro de Berlín. Para Maalouf eso ocurre, respecto al mundo árabe-musulmán, en 1967. Y, desde entonces, no se ha podido levantar nada constructivo.
La Guerra de los Seis Días es uno de esos hechos históricos que tiene una trascendencia capital. Hay otros precedentes. “Para muchos entendidos en el mundo árabe la bajada a los infiernos no empezó con la derrota en 1967, sino en la de 1948, tras la que vino enseguida el nacimiento del Estado de Israel; e incluso, si nos fiamos de la opinión de algunos, treinta años antes, cuando, a finales de la Primera Guerra Mundial, las potencias ganadoras renunciaron a crear el reino árabe que le habían prometido los británicos al jerife de la La Meca por parte del coronel Lawrence”.
Sin embargo, prosigue Maalouf, “si deseamos dar con la génesis de la desesperación suicida y asesina de hoy, la fecha importante es 1967. Hasta ese momento, los árabes estaban airados, pero todavía tenían esperanza. Sobre todo en Nasser (el rais Egipcio). Fue después de esta fecha cuando dejaron de tenerla. (…) Fue el lunes 5 de junio de 1967 cuando nació la desesperación árabe”, sentencia el autor de El naufragio de las civilizaciones.
Esa cuestión es de gran importancia. ¿Hay un momento en el que los pueblos ya no quieren construir, porque lo ven del todo imposible? ¿Habría renunciado la nación árabe a buscar vías posibles de entendimiento? Maalouf reflexiona sobre ello de forma constante en el libro, para comparar con otras realidades, especialmente con la europea, la que ha sido su gran civilización inspiradora. Y sus palabras resuenan con fuerza: “Hay algo quizá más grave: adquirieron (los pueblos árabes) la convicción de que el resto del mundo se había coaligado contra ellos, que no los respetaba, que se alegraba de verlos humillados y que no había ni que intentar hacerlo cambiar de actitud. Y ése es, seguramente, el síntoma más preocupante. Porque lo peor para un vencido no es la derrota en sí, sino que ésta infunda el síndrome del eterno vencido. Acaba uno por aborrecer a toda la humanidad y por destruirse uno mismo. Y eso es precisamente lo que le sucede en nuestros días a la nación de mis antepasados”.
Esa cuestión es de gran importancia. ¿Hay un momento en el que los pueblos ya no quieren construir, porque lo ven del todo imposible? ¿Habría renunciado la nación árabe a buscar vías posibles de entendimiento? Maalouf reflexiona sobre ello de forma constante en el libro, para comparar con otras realidades, especialmente con la europea, la que ha sido su gran
Pero se produjeron otras circunstancias que alejaban la posibilidad de unir mundos y culturas políticas distintas. Aunque lo ocurrido a finales de los años setenta forma parte de la historia de la economía occidental y hay un gran consenso sobre lo que supuso, Maalouf incluye otras perspectivas. Se trata del “año de la inversión”, en 1979, con la revolución conservadora de Margaret Thatcher en el Reino Unido, que tendría su réplica en Estados Unidos, con Ronald Reagan, pero también se produce la revolución islámica que decretó en Irán el ayatolá Jomeini. El capitalismo más descarnado, preocupado sólo de reducir la inflación y el poder del Estado, y la intransigencia cultural y religiosa tomaban las riendas de la historia a partir de ese momento.
Naufragio civilizatorio
¿Se trata entonces de una carrera cuesta abajo, hacia ese naufragio civilizatorio? Una década antes de la caída del muro, en Italia se está a punto de producir un hecho de un enorme calado político. Es lo que Maalouf ve con la actual perspectiva como una posibilidad perdida, y que ha quedado casi como nota a pie de página de los manuales de historia. Se trata del posible entendimiento entre la democracia cristiana y el eurocomunismo. Una comunión que se frustra con el asesinato de Aldo Moro, por parte de las Brigadas Rojas, en 1978. O se quería impedir que el partido católico legitimase a los comunistas y les franquease así el camino al poder, o se pretendía impedir a los comunistas que se ablandasen y traicionaran los ideales del marxismo-leninismo. Sea como fuera, Maalouf lo tiene claro: “Una cosa me parece segura ahora: más allá del asesinato de un hombre, era una utopía prometedora la que acababan de tirar al cubo de la basura de la Historia”.
No hubo fusión cultural ni política. No hubo conexión de mundos distintos, y sí se produjo la victoria e imposición del mundo capitalista occidental de carácter liberal hasta las últimas crisis de estos momentos. Con los países del este en contra de Europa, con la aparición de partidos iliberales, con un presidente populista en Estados Unidos, y con los grupos islámicos impidiendo procesos de democratización en el Levante querido de este escritor y periodista, se antoja difícil encontrar una salida.
Ante eso, Maalouf tiene algunas esperanzas, y las plasma de esta manera: “Cada generación tiene que hallar un equilibrio entre dos exigencias: protegernos de quienes se aprovechan del sistema democrático para promover modelos sociales que acabarían con cualquier libertad; y protegerse también de los que estarían dispuestos a asfixiar la democracia so pretexto de protegerla. Ahora mismo no me parece que ese equilibrio se haya roto ya, pese a algunos bandazos en alguno de los dos sentidos; pero las perspectivas de futuro no son nada halagüeñas”.