La Mar del Sur vista desde el Reino de Chile (1744). De Ulloa, Antonio y Jorge Juan. Relación Histórica del Viaje a la América Meridional.

La Mar del Sur vista desde el Reino de Chile (1744). De Ulloa, Antonio y Jorge Juan. Relación Histórica del Viaje a la América Meridional.

Letras

El mar y la literatura

Desde la Antigüedad, el océano ha sido el lugar del terror, pero también un espacio presto a la fascinación que ha inspirado sueños, deseos y aventuras

20 febrero, 2019 00:00

Decía Consuelo Varela, la máxima especialista en estudios colombinos, en una entrevista para la gran exposición Pacífico. España y la aventura de la Mar del Sur, que se celebró en Sevilla para conmemorar el V Centenario del Descubrimiento del Océano Pacífico por Vasco Núñez de Balboa que la historia de la navegación y de los viajes tenía que ver mucho con la imaginación. Si ésta no se hubiera proyectado, no se podría haber llegado a los confines del mundo, pues no se les podría haber dado forma o imaginado.

Y, sin forma previa, se habría permanecido errante, sin destino y no se habría llegado a ningún lugar (esto lo digo yo). Desde la Antigüedad, el mar ha sido el lugar del terror, pero también de la fascinación, y ha generado sueños, deseos y aventuras. Los humanos están hechos de agua. Ésta se encuentra presente desde los orígenes del mundo, pero de una forma extraña, singular y casi en negativo, pues representa el gran abismo y la profundidad impenetrable.

Las aguas cubrieron la tierra antes que cualquier otro elemento encontrara su lugar. El mar tiene un carácter dramático y culmina en las tormentas y naufragios, que le confieren dimensiones metafísicas. Con una personificación así, el mar adquiere textura, es pesado, tangible y esencialmente frío y húmedo. La Odisea es el gran ejemplo del mar en época antigua. Ulises es obligado a vagar errante por el deseo de los dioses. Navega durante tanto tiempo que la mayor parte de su vida transcurre en mar.

Ulises y las sirenas (1891) Óleo sobre lienzo de John William Waterhouse

Ulises y las sirenas (1891) Óleo sobre lienzo de John William Waterhouse

Ulises y las sirenas. Óleo de John William Waterhouse  (1891).

El mar y sus peligros son semejantes a las lecciones de la vida de la Odisea, llenos de un sufrimiento que no puede ser evitado. Homero concibe el mundo rodeado por el océano, considerado padre de todos los ríos, mares, fuentes y pozos. El primer mapa que describe el mundo conocido, es decir, Asia y Europa, es obra de Anaximandro (siglo VI a.C.), tiene forma circular y aparece rodeado por el océano.

El viaje de Ulises se mueve básicamente en la hipótesis mediterránea, aunque no debe descartarse la atlántica, pues ya existen noticias de dichas tierras. Los límites físicos no se definen. La imprecisión de los puertos donde recala Ulises es extraña pero característica. La Odisea, ya lo sabemos, está formada por un espacio mítico, una geografía real localizable y otra real y no localizada. Sin embargo, gracias a los poetas, el mar de la Odisea se hace maleable, de nuevo la imaginación fija el mundo. El poema de Homero es una leyenda pero su gran fascinación es que durante siglos oyentes y lectores se apasionan por un viaje que no tiene lugar. Y cómo no hacerlo, si Ulises es el propio mar: “Dobló Odiseo ambas rodillas y los robustos brazos, pues su corazón estaba sometido por el mar”. 

Una vez que el mar se hace maleable, el hombre se fija en su fondo inquietante y aparece un mundo sumergido que lo vincula aún más con el peligro. La expansión marítima europea lo convierte en un sujeto potencial, los naufragios se ponen de moda y surgen las llamadas Crónicas de naufragios. La irrupción de lo sublime en el siglo XVIII enriquece las miradas y las llena de emoción: haber visto el mar es haberlo visto pero siempre con tempestad. 

Moby Dick Melville

Moby Dick Melville

Edición de Moby Dick de Herman Melville.

La novela de Moby Dick es otra gran alegoría del mar. No hay página que no devuelva la resonancia del agua. Los americanos que llegaron desde Europa tuvieron que cruzar el Atlántico. El océano representa la figura del origen en la literatura norteamericana. Pero el Norte del continente sigue relacionándose más con la tierra que con el mar, aunque siempre se compare con él. Las grandes nubes en movimiento, las borrascas, el peligro de las olas... el lugar por excelencia es el de la frontera, una línea que se mueve entre el espacio salvaje y el descifrado.

Los conflictos entre la naturaleza y el hombre se desenvuelven en el escenario del mar. Moby Dick es una novela épica y natural, en la que la humanidad tiene que luchar para situarse en su relación con el mar. La ballena blanca es solo una fuerza de la naturaleza que lucha por sobrevivir, ajena a todo rencor y sentimientos humanos. Una novela alegórica que transcurre en el mar y que hoy tiene bastante que decir sobre la ecología y el poder.

El mar se vuelve previsible, se analizan sus movimientos, se descubre la flora, la fauna, el gran fondo, surge la playa y los poetas lo cantan a imagen y semejanza del alma. El mar es fecundo y benévolo, y ya puede estetizarse. Primero se atraviesa, después se canta y ahora se escucha. Surge una nueva amplitud melódica y rítmica.

Paul Valery

Paul Valery

El cementerio marino de Paul Valery. Posiblemente la obra de sensualidad marina y amplitud sonora más grandes. La precisión del poeta y la búsqueda de sonoridad dan lugar a un poema de un marinero en tierra. Desde el cementerio de Séte, su ciudad natal, contempla el mar, el cielo y el sol y llega a imaginarse esa visión cuando ya no esté, cuando haya muerto, y esté enterrado allí.

Visión de muerto hecha poesía, muerte y vida en un mismo ciclo natural y forma poética convertida en fondo. O si no, recordad su verso inmenso: “La mer, la mer, toujours recommencée”. El mar es visto desde la tierra por un observador que lo contempla y en la comodidad de una colina, dispuesto para ser mirado cuándo y cómo se quiera. No es el mar enemigo y contrincante de Ulises, escenario de un agon en el que ganan siempre los dioses. Ni, tampoco, el viaje deseado y elegido voluntariamente por los personajes de Moby Dick. Por fin, la visión del mar se hace marina, pero a costa del alejamiento del mar del  observador.