El único museo que no molesta es el que está vacío
La corrección política y el puritanismo han instalado en el mundo artístico y en los museos una tendencia a la moderación y la censura que nada tiene que ver con la historia y la libertad creadora
7 septiembre, 2018 00:39Varado en un extremo de la rua das Janelas Verdes de Lisboa, el Museo Nacional de Arte Antiga (MNAA) parece el testamento de otro tiempo. Abrió sus puertas en 1884. Y, desde entonces, nunca se ha detenido. A la alquimia de asombro y de silencio de sus obras maestras (El Bosco, Durero, Rafael, Nuno Gonçalves…), el centro portugués acaba de sumarle artillería al debate sobre qué deben o no exhibir los espacios artísticos. Y lo hace a través de la exposición Explícita, ¿arte prohibido?, que reúne hasta el 28 de octubre setenta obras –pinturas, dibujos y grabados, pero también libros, cerámicas y elementos decorativos– que representan desnudos y escenas de sexo. La propuesta trata de recrear las salas privadas de los museos del siglo XIX, donde colgaban las piezas deshonestas, obscenas, indecentes o, directamente, prohibidas por la moral de la época.
Entre las obras seleccionadas destaca La cortesana (1640), del pintor flamenco Jacob Backer, la única expuesta de forma permanente al público, ya que el resto ha salido de los almacenes de la pinacoteca para la cita. La tela representa a una mujer con sonrisa pícara y los senos al aire que exhibe en su mano derecha una moneda de oro, símbolo del intercambio de sexo por dinero. Vista así, con estos detalles, se trata del retrato en crudo de una prostituta. Sin embargo, el artista pintó, en realidad, a su amante como Lais de Corinto, una hetaira de la antigua Grecia célebre por su inteligencia y su belleza que llegó a acumular un gran poder. Además, dentro del juego de la exposición, los responsables del centro lisboeta han colgado una réplica del mismo en el emplazamiento que habitualmente ocupaba el lienzo que tiene una sola diferencia con el original: una banda oculta los pechos de la protagonista.
La cortesana (1640) de Jacob Baker, estrella de la exposición Explícita, ¿arte prohibido? / MUSEO NACIONAL DE ARTE ANTIGA
¿El cuadro de Jacob Backer es la representación de una prostituta o, por el contrario, de una mujer fuerte y libre? ¿Qué debe hacerse con él? ¿Acaso retirarlo de la exhibición pública por su tratamiento del cuerpo femenino? ¿Puede quizás juzgarse con los valores del presente obras que son el resultado de un contexto cultural de hace siglos? Además, ¿no es acaso la misión del arte desafiar al espectador, inquietarlo, removerlo por dentro? “La exposición tiene un lado divertido, pero también tiene otro de reflexión. Aspira a que los visitantes piensen en esta especie de nuevo puritanismo que parece invadirnos”, ha aclarado José Alberto Seabra, comisario de Explícita, ¿arte prohibido? junto a Paula Brito. La muestra viene así a tomarle el pulso a una tendencia creciente que ha convertido, en los últimos tiempos, a artistas del mainstream como Degas o Schiele en creadores incómodos y perturbadores, “sexualmente sugerentes”.
En esa ruleta ha caído, incluso, Rubens, uno de los nombres indiscutibles de la Historia del Arte. A lo largo de todo el primer semestre de 2018, Facebook retiró los anuncios turísticos de la región de Flandes que incluían lienzos con desnudos del maestro flamenco, llegando a bloquear pinturas como El descendimiento de Cristo, en la que Jesús está tapado apenas en sus partes íntimas por un trozo de tela. Como respuesta, Turismo de Flandes utilizó una cámara oculta para crear un pequeño anuncio televisivo en el que se muestra cómo los vigilantes de seguridad de la casa-museo de Rubens, en Amberes, obligan a los visitantes a dejar de ver los cuadros que muestran desnudos “para protegerlos”. “Queríamos mostrar lo ridícula que resulta la política de Facebook en la realidad, en el museo”, dijeron desde el organismo turístico de Flandes, que mandó una carta de protesta a su fundador, Mark Zuckerberg.
Sin duda, las redes sociales le han dado una nueva dimensión al debate sobre la representación artística del cuerpo humano. Facebook, por ejemplo, aplica algoritmos para analizar el contenido de las imágenes e identificar los desnudos para censurarlos, bloqueando, además, al autor de la publicación. Sin embargo, también en la vida real se detecta una fuerte tendencia a imponer el decoro en el mundo artístico, justo cuando parecían indiscutibles las conquistas sexuales que tuvieron su punto de explosión en los años sesenta y que llegaron a sus límites de irreverencia y provocación en las décadas siguientes. “Es el espectro de un pasado opresivo vistiendo ropas nuevas”, escribió el crítico de arte de The Guardian Jonathan Jones a raíz de un caso reciente: la retirada de una pintura de John William Waterhouse –Hylas y las ninfas (1896)– de una galería de Manchester. Según se desveló más tarde, la iniciativa formaba parte de una acción de la artista Sonia Boyce dirigida a analizar el papel de la mujer en el arte.
Balthus retrató en ‘Thérèse Dreaming’ (1938) a su vecina de trece años, Thérèse Blanchard / MET MUSEUM
Acaso mal digerida la polémica de la retirada del lienzo de Waterhouse en los medios de comunicación por su coincidencia con el movimiento #MeToo, surgido a raíz del escándalo que reveló una cultura de abuso y violencia sexual sobre las mujeres en Hollywood, la propuesta de Boyce generó reacciones diversas. Unos la aplaudieron como un acto de justicia al tratarse de una obra de arte que “cosifica” a la mujer; otros lo consideraron un acto de censura injustificable capaz de abrir un precedente peligroso. Casi en las mismas fechas, una campaña on-line reunió unas diez mil firmas para que el Metropolitan Museum de Nueva York (MET) descolgara de sus paredes el lienzo de Balthus Thérèse Dreaming (1938), que muestra a la vecina del artista, Thérèse Blanchard, con unos trece años, recostada y mostrando las bragas. El centro artístico neoyorquino desatendió, finalmente, la petición con el argumento de que siempre es preferible discutir a prohibir.
De cualquier forma, los casos de Waterhouse y Balthus vienen a plantear si se tiene que censurar el pasado. Y ejemplos hay muchos, seguro que demasiados. Acaso el más célebre el trabajo de Daniele da Volterra sobre el fresco de El juicio final que Miguel Ángel Buonarroti pintó para decorar el ábside de la Capilla Sixtina, encargándose de tapar las partes íntimas a las figuras, hecho que le valió pasar a la Historia con el apodo de Il Braghettone. Sin ir más lejos, la Iglesia católica ha basculado entre lo explícito y lo discreto, al igual que la sociedad de cada momento histórico. Así, los cuadros de desnudos o semidesnudos con destino a la decoración de las iglesias (muchos masculinos, como las representaciones de San Sebastián) se llevan pintado desde el Renacimiento, periodo que enlaza directamente con la escultura y, en buena medida, con la pintura clásica de Grecia y Roma, cánones ideales del cuerpo que aún funcionan.
Estas polémicas también han sacado a la arena pública la necesidad o no de una revisión crítica del arte desde la perspectiva de la igualdad que revise la representación artística de la mujer y su débil presencia en los relatos de los museos. Claro que, en este último punto, es importante recordar que el contenido de los centros y espacios artísticos son productos de convenciones que cambian mucho más de lo que parece. Por ejemplo, hace poco más de un siglo, Caravaggio estaba en el más absoluto de los olvidos. Además, hay que señalar que el ejercicio artístico estaba vedado a las mujeres prácticamente hasta el siglo XIX, de ahí que su rastro sea la excepción en fechas anteriores a dicha centuria. Con todo, recientemente, se ha puesto en valor el trabajo de Artemisa Gentileschi, Josefa de Óbidos y Luisa Roldán, La Roldana. Las tres, por cierto, fueron hijas de artistas y, por tanto, las tres arriesgaron en ese hábitat marcadamente masculino que era el taller de sus progenitores.
Campaña de la exposición de Egon Schiele, con el lema Lo siento, 100 años pero demasiado atrevido para hoy / CG
Otras veces la polémica ha llegado por la vía del sexo. Así sucedió en el otoño de 2017 en el Museo de Arte de Sao Paulo (MASP) con una exposición que proponía un diálogo entre los clásicos Picasso, Toulouse-Lautrec y Gauguin, entre otros, con artistas actuales –Guerrilla Girls, Adriana Varejão y Cristina Lucas– sobre esa sexualidad que “ha ocupado un papel central en el imaginario colectivo y la producción artística desde siempre”, explicaban en el texto de presentación los comisarios. En un primer momento, el centro brasileño prohibió el acceso a los menores de dieciocho años. Más tarde, rectificó y permitió la entrada siempre que fueran acompañados por sus padres. Hay quien achacó aquella reacción a la onda expansiva que tuvo meses antes la muestra Queermuseo, que cerró repentinamente sus puertas en Porto Alegre ante las críticas de grupos conservadores por “fomentar la blasfemia y hacer apología de la zoofilia y la pedofilia”.
Algo similar ocurrió en Reino Unido y Alemania con la campaña publicitaria lanzada por la oficina de turismo de Viena para dar a conocer la exposición conmemorativa del centenario de Egon Schiele. Las autoridades de ambos países rechazaron que los desnudos salvajes del pintor adornasen vallas publicitarias y paredes enteras al considerarlos “pinturas pornográficas”, pues “no es ético mostrar genitales públicamente”. Pese a la polémica, el ayuntamiento de la capital austríaca decidió seguir con la campaña, pero dándole una vuelta de tuerca. Así, una banda tapaba los genitales de las figuras pintadas por Schiele en la que podía leerse: “Lo siento, 100 años pero demasiado atrevido para hoy”, junto al lema #ToArtItsFreedom tomado de la misma fachada de la Secesión, cofundada por Klimt en 1897, en la que se lee “Der Zeit ihre Kunst, der Kunst ihre Freiheit” (A cada tiempo su arte, y a cada arte su libertad).
Todos estos movimientos avisan de una tendencia a la moderación en los museos y en el mundo artístico proveniente de los códigos del puritanismo y la corrección política. A veces, se apunta a la inconveniencia de la obra. Otras, se agita la oscuridad en la vida del artista, cuando se sabe que hay decenas de creadores que por su biografía no merecen ni un gramo de afecto, aunque en su obra volcaron una plenitud deslumbradora. El peligro está ahí. Quizá un día se prescinda de ciertos nombres o de algunas de sus creaciones. Las que más escuecen. Los ofendidos retorcerán más y más la tuerca, desalojando salas, evacuando galerías, vaciando estudios, hasta la extenuación. Tienen trabajo: el único museo que no molesta es el que está vacío. El único arte que no duele no es arte. Simplemente, es decoración.