Libros desde el extrarradio
Radiografía de las editoriales independientes, engranaje básico del sector editorial, que intentan competir en el mercado del libro desde la calidad y la diferencia
3 agosto, 2018 00:00En el extrarradio del sistema, fuera del foco principal de los medios, alejados de los grandes desembolsos y las presentaciones glamurosas se encuentra gran parte de la edición española, instalada justo en ese territorio (menguante) que van dejando los dos gigantes del mercado. De un lado, Planeta, capaz de desplegar un arsenal de sellos como Destino, Tusquets, Seix-Barral, Ariel, Temas de Hoy y Crítica; del otro, Penguin Random House, que atesora Debate, Lumen, Grijalbo, Plaza & Janés y Alfaguara, entre otros. A día de hoy, uno de cada tres libros que se venden en España pertenece a uno de estos dos grupos, que iniciaron hacia 2012, tras el estallido de la crisis, un proceso de concentración dirigido a generar volumen de negocio, aumentar el control sobre los derechos y levantar un catálogo para ocupar todas las áreas de la edición, desde los best sellers a las rarezas literarias, pasando por los libros de cocina, jardinería o autoayuda.
Esa estrategia ha provocado la progresiva desaparición en España de la clase media en el sector editorial, aquellos sellos que publican en torno al centenar de libros del año. Ahí resisten pocas: Siruela, Acantilado, Salamandra, Roca, RBA... Otras como Anaya acabaron integradas en un gran grupo, en su caso del francés Hachette, mientras que el italiano Feltrinelli controla el 99% de Anagrama. Sin embargo, junto a ellas, no han dejado de aparecer nuevas aventuras alrededor del mundo de la edición. Sólo en 2016 la agencia española del ISBN registró el alta de 281 nuevos agentes editores. Un buen número de ellos han optado por diferenciarse a través de la exploración de los mercados de nicho, dirigidos a un público específico, y la especialización temática. Abundan en ellas las estrategias de colaboración, han estrechado distancias con el lector y, en algunos casos, se han arrojado sin prejuicio a la edición digital. Son las llamadas editoriales independientes.
Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma, premio al mérito editorial en México / FIL GUADALAJARA
Pero, ¿qué es un editor independiente? ¿Hasta qué punto son independientes? Y, además, ¿independientes de qué? El veterano editor Enrique Murillo despachó una vez todas estas cuestiones con una afirmación rotunda: “Todo eso de la independencia no es más que márketing, una forma de vender”. Pero, al margen de esta afirmación, que contiene una abundante dosis de verdad, es posible hallar en muchas de ellas características singulares: búsqueda de la calidad literaria, cuidado de la edición, atención a géneros invisibles, promoción de nuevos autores… “El secreto del editor independiente es un proyecto definido y coherente, sostenido en el tiempo y sin bajar (al menos, conscientemente) la guardia de la calidad. No sólo debe construir un catálogo intentando escoger los mejores libros posibles, sino también publicarlos pulcra y bellamente y luego promocionarlos con la intensidad que merecen”, ha asegurado Jorge Herralde, quien acuñó, con éxito, la etiqueta de mohicanos de la edición.
Cronológicamente, hay que fijar esta explosión editorial a comienzos del siglo XXI, si bien hay antecedentes directos algunos años antes. Por ejemplo, Trotta echó a andar en 1990. Cinco años después, nació Lengua de Trapo, cuyo primer lanzamiento fue Malos tiempos, una colección de relatos de crímenes de Juan Madrid. Un año más tarde, desde Barcelona debutaron DVD Ediciones, con Sergio Gaspar a los mandos, dedicada a la nueva poesía hasta su desaparición en 2011, y Ediciones del Bronce, dirigida por Miriam Tey de Salvador, que tenía entre su interés “la literatura de países y culturas lejanas”. Ese amplísimo radio de acción llevó a su catálogo al escritor Gao Xingjian, quien lograría en 2000 el premio Nobel de Literatura: la apuesta, lógicamente, fue todo un éxito. Ya en 1999, Encarnación Molina y Juan Casamayor crearon el sello Páginas de Espuma, alrededor de la narrativa breve en castellano y el ensayo de humanidades.
Pero, en realidad, todo se aceleró al poco de arrancar la nueva centuria. En unos pocos años se produjo una oleada de nuevas editoriales caracterizadas, en general, por atender nichos de mercado demasiado pequeños u olvidados por las grandes compañías, por difundir géneros más o menos marginales y por el cuidado de los libros, presentados ante el lector como objeto. También el proceso tenía algo de relevo generacional, aunque en algunos casos sus responsables eran profesionales con experiencia en el mundo del libro que decidieron en ese momento iniciar una aventura más personal. Así, procedente del Grupo Anaya, el editor Santos Rodríguez puso en marcha Nowtilus en 2002. Por su parte, Blanca Rosa Roca creó en 2003 Roca Editorial al poco de salir de Ediciones B. Enric Cucurella, uno de los promotores de Alpha Decay en 2004, venía de la agencia literaria de Carmen Balcells, donde trabajaba como lector.
El editor de Nórdica, Diego Moreno, interviene en el Congreso de Libreros celebrado en Sevilla en marzo / CEGAL
Precisamente, Ana S. Pareja, una de las impulsoras de este último sello, se ha referido en alguna ocasión a aquel momento: “Había más sensación de espacio y una capacidad para hacer algo diferente que funcionara. Todavía no existía la crisis y éramos la primera hornada de editores que nos conducíamos bien en el mundo digital. Todo parecía más sencillo y las posibilidades inmensas". De ese caldo de cultivo surgieron Point de Lunettes, en 2002; Demipage, en 2003; Antígona y Alpha Decay, en 2004; Libros del Asteroide, Sexto Piso y Atalanta, en 2005; Periférica y Nórdica, en 2006; Delirio, Libros del Lince, Impedimenta y Fórcola, en 2007; Errata Naturae y Alfabia, en 2008. En 2009, cuando la crisis ya era una realidad, nacieron Capitán Swing y Blackie Books, a las que seguirían Gallo Nero y Libros del KO (2010), Automática (2012), Malpaso y Hoja de Lata (2013) y Stella Maris (2014). Mármara, El Paseo y Sitara son algunas de las más recientes.
¿Qué razones explican esta riada de nuevas editoriales? Luis Solano, de Libros del Asteroide, ha comentado la confluencia en esos años de diversos factores decisivos para descifrar tal proliferación de sellos y agentes editores. “Por un lado, había más lectores y más sofisticados que nunca, y en los lectores incluyo libreros y periodistas que saben de literatura y que saben distinguir el grano de la paja. Por otro lado, muchas de esas editoriales editaban y editan mucho mejor que las que surgieron (y desaparecieron) en la segunda mitad de los ochenta y durante la década de los noventa. Y, por último, creo que el desarrollo de internet y la informática fueron claves: dieron acceso a una información que antes era de difícil acceso, facilitaron mucho la capacidad de relación con agencias y editoriales extranjeras y abarataron también determinados costes de producción”.
Esa inercia continúa a día de hoy, aunque con matices. “Tenemos un criterio asociado a la calidad literaria y cierta independencia, pero en realidad no lo somos o no todo lo que quisiéramos: dependemos de nuestra cuenta de resultados”, ha confesado Donatella Iannuzzi, la editora y fundadora de Gallo Nero, un sello que busca “conjugar literatura y novela gráfica”. Emilio Sánchez Mediavilla, editor de Libros del KO –casa especializada en periodismo y no ficción: el libro Fariña de Nacho Carretero está entre las joyas de su catálogo- ha hecho hincapié en una idea común: “Buscamos lo que merece ser publicado”. Finalmente, Olga Martínez, de Candaya, ha admitido que “apostar por escritores noveles o por un tipo de literatura diferente no es fácil, y menos para las grandes editoriales que esperan beneficios económicos inmediatos”. De ahí, según ella, que “la labor de vanguardia recaiga en las editoriales independientes”.
Imagen del público en uno de los pabellones de la Feria del Libro de Frankfurt, en Alemania / FBF
Por esa rendija, estos sellos han abierto caminos alternativos al mainstream, a la tendencia o la moda dominante. Algo similar a lo ocurrido con los consumidores que pagan un precio más alto para comer alimentos sin pesticidas, el ciudadano que decide comprar en las tiendas del barrio y no en los grandes almacenes o los lectores que recelan de los libros que exhiben una rutilante fajilla con el lema: “Un millón de ejemplares vendidos”. En esta línea, estas editoriales han sido decisivas para dar conocer a nuevos creadores, sobre todo tras consolidarse cierta apuesta conservadora en las más señeras. Uno de los casos más representativos de estos “fichajes literarios” ocurrió con Nocilla dream, de Agustín Fernández Mallo, que editó en su día el sello Candaya. Una literatura supuestamente desenfada y afterpop fue bautizada por la prensa como Generación Nocilla, una etiqueta que disparó la popularidad del autor, quien pasó a editar después Nocilla Experience, en aquella ocasión ya con Alfaguara.
Así, todo parece ser ventajas para las editoriales independientes. Tienen la simpatía creciente de lectores y autores, de abundantes críticos y medios culturales, y de una considerable cantidad de librerías, que exhiben y recomiendan sus títulos. Son sellos que contratan libros sin pagar anticipos o, en caso de hacerlo, sólo lo hacen en pequeñas cantidades. No viajan a las ferias para comprar derechos, ni participan en ningún tipo de subasta, como las grandes compañías. Y no sólo porque no podrían competir, sino porque son otros los libros que les interesan. Con estructuras y gastos mínimos, logran que sus ediciones sean rentables vendiendo quinientos ejemplares de un libro, una cifra que, con un poco de suerte, no es difícil alcanzar. Como conocen bien a sus lectores, las tiradas son ajustadas, minimizando los costes de devolución y almacenamiento, logrando con cada libro un margen superior al de los grandes sellos.
Cualidades como el criterio, las lecturas, el olfato, la intuición y la pasión son indispensables para llevar un sello independiente. También, claro, la intuición económica y la oportunidad de negocio, pues las editoriales, como parte de una industria cultural, ofrecen unas necesidades estéticas y materiales e intentan que éstas sintonicen con su supervivencia económica. “Para montar una editorial hay que saber hacer un cashflow, leer balances… Puede que esa sea la mayor carencia en el perfil que solemos tener este tipo de editores”, reconoció, muy acertadamente, Pablo Mazo, de Salto de Página. Y, claro, estas carencias tienen su impacto en el devenir empresarial, tanto que “el número de agentes editores que han cesado en su actividad (846), bien por cese total o parcial, es superior al de altas”, subraya el estudio Panorámica de la edición española de libros 2016. A esos descuidos financieros se suman otros desafíos como las dificultades en la distribución, los problemas de visibilidad o el exceso de localismo. En fin, la calidad no garantiza un lugar bajo el sol. Ni siquiera en el extrarradio.