El 11 de septiembre como arte efímero
Manuel Trallero analiza las 'performances' de las últimas manifestaciones independentistas de la Diada
12 septiembre, 2017 02:49La primera en reconocerlo fue la ya desaparecida Muriel Casals, que por aquel entonces presidía Òmnium Cultural, una de las supuestas entidades de la sociedad civil catalana, quien definió las multitudinarias manifestaciones independentistas como “coreografías”. La manifestación del año 2012 fue la última que se celebró bajo un perfil tradicional, con el lema "Cataluña nuevo Estado de Europa". La del año siguiente, 2013, la "Vía Catalana", pretendía formar una cadena humana, como la efectuada en 1989 entre las capitales de los Estados bálticos reclamando su independencia de la URSS. En la Vía había que inscribirse, creándose una buena base de datos, con lo que se restaba espontaneidad, pero en cambio la extensión del recorrido reclamaba una alta participación, con lo que se consiguió dar al evento un carácter familiar y lúdico, una jornada festiva. Además, los participantes iban uniformados con camiseta amarilla, A parte de los ingresos por merchandising, se le dotaba de un carácter deportivo, casi un reto poder completar los 400 kilómetros del recorrido. La camiseta retrotraía al participante a la condición de seguidor que luce los colores de su equipo y que puede llegar a ser un hooligan del mismo. No en vano en Cataluña no solo se ha producido una politización del fútbol, sino lo que es más alarmante, una futbolización de la política.
La manifestación de 2014, que conmemoraba el tricentenario de la caída de Barcelona a manos de Felipe V, rompió definitivamente los moldes establecidos. En primer lugar porque pretendía dibujar sobre la trama urbana de Barcelona una v de victoria, en contraposición a la celebración habitual de una derrota. Ocupando para ello dos vías altamente simbólicas: la Diagonal --por donde entraron los nacionales-- y la Gran Via de les Corts Catalanes --por donde partieron hacia el exilio los catalanes derrotados-- con el vértice de la plaza de Les Glòries Catalanes. La ocupación del espacio público, la lucha por su utilización, ha sido una constante de la historia moderna de la ciudad desde las barricadas hasta las verbenas, desde las manifestaciones hasta los entierros. Además, la llegada masiva de autocares procedentes del territorio --esa geografía inventada por el nacionalismo para separar la verdadera Cataluña-catalana de la del cinturón rojo del área metropolitana-- resaltaba el sentimiento de reconquista de la ciudad perdida antes los españoles hace trescientos años o durante el franquismo a causa de la inmigración.
Conceptualismo
Estábamos ante una obra de arte efímero entendido como hace la Wikipedia a "toda aquella expresión artística concebida bajo un concepto de fugacidad en el tiempo, de no permanencia como objeto artístico". Los manifestantes eran sus propios consumidores aunque la imagen de unas columnas formando la bandera catalana, camisetas amarillas y rojas, fuera el icono perseguido por los organizadores a vista de pájaro. La propuesta se basa en dos tradiciones. Una cercana en el tiempo. El arte conceptual tuvo un gran arraigo en la Barcelona de los años 70 y especialmente la performance. La obra de arte no la constituye el objeto sino la persona. La otra enraizada en la tradición de construir con el propio cuerpo figuras geométricas bien a ras de suelo con el cirulo de la sardana o bien el aire con los castellers.
La manifestación del 2015 fue sin duda la que llevo a cabo una propuesta de mayor complejidad. El escenario no podía ser más emblemático: la Meridiana. Una verdadera autopista urbana en cuyos márgenes se hacinaba una población inmigrante. Los participantes llenaban tramos según procedencia geográfica y según ciertos conceptos tales como diversidad, democracia, sostenibilidad, etc. Un puntero gigante, llevado por atletas, recorría la concentración hasta llegar al Parlamento, y a su paso los distintos sectores mutaban el color blanco de sus punteros individuales por el color asignado. Ya se ha puesto de manifiesto la influencia que sobre estos eventos tuvieron las ceremonias de apertura y clausura de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, como la llegada de la antorcha olímpica al estadio y el encendido del pebetero.
Obra interpretable
El 2016 teatralizó de nuevo el evento esta vez gracias a un recurso muy empleado en los campos de fútbol: la formación de un mosaico con cartulinas que se movía al ritmo de la música a semejanza de los latidos de un corazón. Mientras que collas castelleres alzaban pilares a semejanza de los pilares de la futura República catalana. La columnas pétreas en la ya un símbolo del nacionalismo alemán en siglo XIX a la que acudían a rendir homenaje, depositando coronas de flores primero los gimnastas y los miembros de los clubes de tiro al plato y más los gremios y las entidades.
Este año se ha vuelto a la cuadricula urbana de Barcelona para formar con los participantes uniformados un gran símbolo de suma que quiere significar la suma de votos para alcanzar la independencia aunque en realidad puede ser vista también como una gran equis. Ambas grafías forman parte destacada del lenguaje utilizado en la obra de Antoni Tàpies, uno de esos “catalanes universales” a pesar de que el rey le hizo marqués al comunista que llevaba un Mercedes. El propio artista escribió que "el interés por la cruz es consecuencia de la gran variedad de significados, a menudo parciales y aparentemente diferentes, que se le han dado: cruces (y también equis) como coordenadas del espacio, como imagen de lo desconocido, como símbolo del misterio, como señal de un territorio, como marca para sacralizar diferentes lugares, objetos, personas o fragmentos del cuerpo, como estímulo para inspirar sentimientos místicos, para recordar la muerte y, concretamente, la muerte de Cristo, como expresión de un concepto paradójico, como signo matemático, para borrar otra imagen, para manifestar un desacuerdo, para negar algo".
La manifestación de 11-S no es por tanto, una obra cerrada sino una abierta sujeta a dispares interpretaciones más allá de la intención de los organizadores o las pusilánimes discusiones sobre el número de participantes.