William Blake en el jardín de Lambeth, por Farruqo

William Blake en el jardín de Lambeth, por Farruqo FARRUQO

Ideas

Jardines de estío (I): William Blake en el jardín de Lambeth

El poeta y pintor británico pintó más de veinte obras suyas en los jardines de Lambeth, un rincón paradísiaco en mitad de Londres en el que vivió John Tradescant, uno de los jardineros más famosos de Inglaterra

Primera entrega de una serie sobre los jardines, reales y ficticios, más famosos de Europa

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Lucas Cranach, el Viejo, pinta un jardín de ocio y transgresión cuyos visitantes, al acercarse a la puerta de salida, se sienten expulsados por Dios. En el lienzo se reconoce la hierba doncella de hojas amarillas y pétalos azules y una gruta de pedernal, anunciando nuevos senderos. Obediencia y pecado, sobre esta dupla William Blake levantó percepciones, teogonías y contactos con el Infierno. Lo hizo en Lambeth (Londres), un paraíso hortofrutícola situado en el interior de una iglesia victoriana abandonada y restaurada donde el poeta, pintor y creador total compuso 25 planchas, hoy diseminadas por el mundo en ediciones facsímil.

En la segunda mitad del ochocientos, Blake y su esposa Catherine abundaban sus paseos por el jardín, totalmente desnudos, en un estado asilvestrado, simbolizando una imagen protestante empática con Dios, sin mezclarse con la errática Iglesia romana. Lambeth fue un paraíso para el pintor Samuel Palmer cuando compuso su Edén inspirándose en John Milton y en el visionario Blake. Aprovechando la sustancia de los genios de las letras, Palmer refleja la fecundidad de la flor y del fruto prohibido, siguiendo el texto hipnótico de El cantar de los Cantares, el conocido libro del Tanaj y de la Biblia hebraica, pero curiosamente alejado de los textos sapienciales del Antiguo Testamento. La simbología de Lambeth sigue el camino emprendido anteriormente por los místicos españoles, quienes evocaron el jardín como un lugar de virtud y de transgresión: Quedéme y olvidéme, / el rostro recliné sobre el Amado, / cesó todo y dejéme, / dejando mi cuidado / entre las azucenas olvidado, dice San Juan de la Cruz en Noche oscura del alma.

'Agonía en el jardín' (1799-1800)

'Agonía en el jardín' (1799-1800) William Blake Wikimedia Commons

A veces, en el jardín, la tristeza refocila extrañamente al perdedor, como en Retorno a Brideshead (Tusquets), la novela de Evelyn Waugh, en la que su narrador, el capitán Charles Ryder, encuentra la mansión vallada y se deja dominar por la nostalgia; y, también a veces, la alegría domina el regreso a la felicidad artificiosa del jardín, como ocurre en el El gran Meaulnes (Random House), una experiencia evocadora de tintes proustianos sobre la iniciación a la madurez, los primeros amores y las lealtades de la amistad, entre delicias botánicas. La figura de Meaulnes data de los años de la Gran Guerra, tras la Batalla de Verdún, en la que murió el autor de la novela, Alain-Fournier.

El jardín es anterior a los jardineros

Lambeth, en el interior de un templo victoriano situado junto al Támesis, es el único museo de jardines de Inglaterra, un lugar secreto que florece de forma permanente haga el tiempo que haga en la ciudad. Y lo confirma una razón primordial marcada por la naturaleza antes de que llegue la mano del hombre: “el jardín es anterior a los jardineros”, en palabras de Thomas Browne (El jardín de Ciro; publicado 1858; edición en español en Ficticia; México), un texto de erudición infinita, medicina y antigüedad. Larbaud tradujo al francés El jardín de Ciro; Samuel Johnson lo admiró, Quincey lo elevó a los dioses de la poesía y Sebald lo utilizó como itinerario para abrirse camino en la cultura anglosajona.

El Garden Museum en Lambeth, Londres

El Garden Museum en Lambeth, Londres Wikimedia Commons

El emplazamiento de Lambeth no es casual; los arcos de vuelta puntiaguda poblados de verde y piedra fueron la última morada de John Tradescant, considerado por los británicos como el padre de la jardinería; Tradescant fue el horticultor de Hatfield House, la propiedad del conde de Salisbury, desde donde proyectó sus exploradores e inició sus largos viajes y descubrimientos; más adelante diseñó los imponentes jardines de St. Augustine Abbey para lord Edward Wotton. Allí echó el resto Tradescant inspirándose en la exuberancia de Sintra (Portugal), con palacios de inspiración gótica y morisca donde cohabitan encinas y madroños con multitud de especies. El Jardín Montserrate de Sintra, refugio de borbones desterrados, fue creado por William Beckford (Memorias biográficas de pintores extraordinarios (Sexto Piso). Es la maravilla real sobre la que la ilustradora Annie Faivre lanzó su carré, pieza de culto de la alta costura, bajo la marca Hermés.

El pintor y el jardinero

John Tradescant y su hijo trajeron de sus viajes aves coloreadas de las Indias Orientales, garras, nidos, colibríes, pelícanos, rémoras, lumpus, peces de luna y hasta un Dodo de la Isla Mauricio incapaz de volar debido a su enorme tamaño. Tradescant no visitó lugares remotos, los descubrió; no pertenecía a la ruta comparativa del turista, sino a la vía anatomista del viajero. Lejos de reducciones etnocéntricas, el viaje apela al deseo de alteridad.

Recorriendo la campiña inglesa, William Blake consiguió el mismo resultado; vio ángeles y demonios en las vaguadas y los bosques, sin necesidad de atravesar océanos. Compuso su conocido poema Tigre explorando la creación y la naturaleza del bien y el mal. Disfrutó en la herencia de los Tradescant en Lambeth. Dotó de vida a muchos de los objetos y reliquias almacenadas como arca encantada e  incontable, con muchos de sus atractivos conservados hoy en las vidrieras del jardín museo.

Cuando Cranach pinta el Edén o cuando Palmer pinta el jardín real, ambos rememoran lo que han visto. Tradescant, por su parte, recoloca las piezas descubiertas hasta alcanzar el lucimiento de los azafranes salvajes y las rosas trepadoras. El pintor y el jardinero, siendo dos caminos diferenciados, demuestran que el hecho recordado produce una emoción más refinada y compleja que el hecho vivido.