
Alemania, de Weimar a Metz
El desafío conservador ante el vacío político de la UE: Alemania, de Weimar a Merz
Hay que fijarse en Jünger: el germanismo vive en su corazón; quiere asomarse al abismo y se da cuenta de que el abismo existe dentro de él
El desafío conservador ante el vacío político de la UE (1)
Ernst Jünger, el escritor nonagenario y cazador de mariposas, cuenta en su biografía que marcha bajo el signo del cometa Haley. En el momento de su muerte, Jünger deja tras de sí su literatura, su experiencia en dos guerras mundiales y su pertenencia ya lejana a la Revolución Conservadora, nacida en la República de Weimar.
Alemania, vanguardia económica europea desde hace medio siglo, ha perdido el liderazgo: la producción de coches ha caído un 25%, China se lleva a casa su automóvil eléctrico y es el fin de la energía barata. La Republica Federal recupera sus miedos ancestrales.
El nuevo canciller Friedrich Merz se deslinda del partido ultra AfD y ajusta su mayoría en el Bundestag. En el último momento, la puerta trasera del Este se cierra con la asimilación de Polonia a las tesis de Europa Occidental, mientras Italia y España -el Adriático y el Mediterráneo- deciden dirimir sus desacuerdos exclusivamente en el interior de la Comisión. El eje franco-alemán solo mantendrá su hegemonía si la comparte con los países del Sur.
La conciencia colectiva resulta disruptiva en Alemania, tal como ve en la La Nieta, la novela río de Bernhard Schlink, sobre la reunificación alemana, una narración en la que resulta imposible premeditar. Los cambios pueden ser repentinos e inesperados, tanto como lo fueron en 1929, cuando Alfred Döblin publicó Berlín Alexanderplatz, una coda dramática del gran experimento constitucional de Weimar, sacudido por la caída de Wall Street, que convierte a la capital alemana en una Sodoma en vísperas de la destrucción.
Cómo superar el pasado
El protagonista de la novela de Döblin, un antiguo estafador, vende en la calle periódicos de la extrema derecha, mientras la gente marcha a la guerra, cuando “el mundo está condenado al fracaso”. Después del III Reich, el conservadurismo alemán moderado se incardina en las universidades, en el mundo de la cultura, la estética o la industria; apaga la luz cegadora del pangermanismo para renacer con el aliento de figuras políticas europeístas, desde Konrad Adenauer hasta Helmut Kohl o a la más reciente Ángela Merkel.
Alemania se desprende del paradigma nacionalista para convertirse en potencia universalista, un cambio fundamentado ya en los peores años de Hitler, a medida que el holocausto hacía mella en la población autóctona y se ponía en marcha la Vergangeistwältigung, el trabalenguas teutón cuya traducción literal significa la “superación del pasado”.
En cualquier caso, el pasado germánico es una herencia intelectual de Weimar. La Revolución Conservadora, que tuvo lugar en el interior de la gran experiencia constitucional, estuvo influida por la visión de Oswald Spengler -La decadencia de Occidente- el teórico de la Kultur que aboga por el fin del igualitarismo, la democracia y la cultura comercial.
La anhelada y frustrada creación del Tercer Imperio Alemán marca los años de pensadores como Ernst Forsthoff o Juluis Jung, quienes postulan subordinar la ciudadanía al Estado absoluto, el Volk .
El ordoliberalismo
Jung, asesinado años después por sus propios camaradas nazis, en la Noche de los Cuchillos Largos de 1934, promueve la nación como una entidad ecológica singular, un cuerpo orgánico unido por lazos de natividad, similares a los de la actual América etnológica de Trump.
Durante el III Reich, la “superación del pasado” es expresada literariamente, en el exilio suizo, por el gran escritor Thomas Mann, con Doctor Fausto, una novela de horizonte admirable, una experiencia eclosionada al descubrir el horrendo crimen de Estado.
El final de la catástrofe nazi es también el origen del llamado ordoliberalismo, un pensamiento político-económico creado en la Universidad de Friburgo por tratadistas como Franz Böhm, Wilhelm Röpke o Ludwig Erhard, basado en la economía social de mercado.
A su aplicación contribuyen un economista central de origen austríaco, como Friedrick von Hayek, y un pensador irrepetible, como Karl Popper. Ellos levantan el orden doctrinal y diseñan el hilo conductor de la convivencia alemana en la última centuria. Representan lo mejor del conservadurismo ilustrado que ha sabido unir las virtudes del mercado, en tanto que asignación racional de recursos, con los principios sociales.
La CDU alemana se expande a partir de esta doctrina. Ha sabido hegemonizar instituciones políticas basadas en los comicios y negociadas con el SPD, que protagoniza la ospolitik de Willy Brand (canciller entre 1964 y 1974), muy pendiente del equilibrio entre los bloques. Brand, un poderoso defensor de la Comunidad Económica Europea (CEE) y precursor de la UE, establece los primeros puentes de reconciliación entre Alemania Occidental y Oriental, la tarea culminada por el canciller Kohl en 1989, con la caída del Muro de Berlín.
Un país estancado
Alemania y Austría son el corazón de Europa. En Frankfurt, sede actual del BCE y anclaje tecnológico avanzado, el escritor Elías Canettii confiesa, en sus memorias, haber conocido de niño a Klaus Mann y a Joyce contando anécdotas de Tetuán y Tánger. A orillas del Mein recibe el influjo de Bowles, Larbaud y Foster, y habla con Kafka sobre Fukouka-Habata. La invención y el cruce de civilizaciones constituyen la fortaleza de Europa.
Alemania dejó de estar en la cuerda floja, hace más de 80 años, pero las dificultades regresan ahora a la locomotora, cuando, además, se hacen realidad los aranceles de Trump. Las clases salariales temen una inflación reptante, el viejo fantasma, pero de momento, confían en el rumbo anticíclico de la política capaz de resolver los problemas acuciantes.
El fin cantado del llamado capitalismo renano es un hecho; el viejo modelo vive la angustia del fin de ciclo. Ahora, el canciller Merz es el encargado de sacar adelante a un país estancado. Él trató de suceder a Merkel en el congreso de su partido en 2018 , pero perdió ante e a Annegret Kramp-Karrenbauer (AKK) y en 2021 cayó frente Armin Laschet, situado más al centro.
Le persiguen dos derrotas y la tensión frente al AfD, que le ha servido de sparring para alcanzar la cumbre. Merz es el ejemplo más vivo de que la penetración del populismo en el mundo conservador ha robustecido a los líderes.
Alemania es un país de “almas acorazadas” en palabras de Nietzsche. En los peores momentos de su historia, el pueblo sufre la presión de la política e internaliza su dolor, expuesto en metáforas irrepetibles como la de Oscar Matzerath, el protagonista de El tambor de hojalata de Gunter Grass. Es la historia conocida del niño de Danzig que durante la Guerra detiene voluntariamente su propio cuerpo, gracias a sus habilidades sobrenaturales. El niño toca el tambor y su ruido vitricida silencia los obuses. Es la alegoría más trágica y risible desde la aparición de La Metamorfosis de Kafka.
Entre el Rin y el Danubio
En la cultura germánica laten principios de resistencia y combate. El primitivismo hipnótico de Hitler explica en parte el colofón social de su recorrido hacia la fatalidad. “Ha llegado el momento de dejar la estrategia y en su lugar mirar el alma humana”, escribe Martin Van Creveld, experto en temas militares de origen judío, nacido en Holanda y autor de La transformación de la guerra.
Creveld desvela el papel de los No Estados, de los territorios sin legitimidad internacional, especialmente en el nuevo orden. Y rubrica así su análisis: “en estas sociedades, luchar de muchas formas no es un medio sino un fin”.
En centro-Europa, todo ocurre entre el Rin y el Danubio. Ernst Jünger, cumplidos los 95, visita las cuevas rupestres de Montignac, donde Georges Bataille escribió Lascaux o el nacimiento del arte.
El autor alemán es un hombre alargado y enjuto que, ante la inminencia de su desaparición, quiere conocer las galerías rupestres del hombre primordial. El germanismo vive en su corazón; quiere asomarse al abismo y se da cuenta de que el abismo existe dentro de él.