
Imagen de la portada del libro de Kaplan, 'Tierra baldía'
La advertencia de Kaplan de la mano de T.S Eliot: el mundo debe evitar un nuevo Weimar
El analista geopolítico constata en 'Tierra baldía' un cambio de época, en la que se podría llegar a un nuevo equilibro de poder, entre Estados Unidos, China y Europa, con Rusia siempre en el retrovisor, pero con un coste muy alto para las democracias liberales
Kaplan, Oriente Medio y la falsa idea de Occidente sobre la democracia
Realismo, a veces algo de cinismo. No es Robert D. Kaplan el mejor autor para percibir el mundo con alegría y optimismo. Pero es uno de los mejores analistas geopolíticos para entender, sin falsos idealismos, cómo ha funcionado el concierto internacional de naciones y cómo se deberían sortear los peligros del futuro. Con T.S Eliot de la mano, con ese extraordinario, largo y denso poema, La tierra Baldía, en el que exploró el mundo tras la I Guerra Mundial, Kaplan indaga en la situación del mundo actual.
Su primera idea, en la que percute una y otra vez, no agradará: el orden debe ser la prioridad, incluso por delante de la libertad. Sin orden no hay nada. Con orden se puede dar lo más preciado: la libertad individual. Advierte, por tanto, de que estamos inmersos en un “Weimar global”, donde las democracias liberales tienen las de perder porque todo se ha degradado, como ocurrió con la República de Weimar, la Alemania de entreguerras, que acabó con el régimen nazi en el poder.
Es el nuevo trabajo de este periodista, analista geopolítico y viajero, redactor constante en Atlantic Monthly, y que colabora con los grandes medios liberales norteamericanos. Se trata de Tierra baldía, un mundo en crisis permanente (RBA) en el que analiza lo que para él es una situación de decadencia, tanto de Estados Unidos como de China y de Rusia.
Desde una perspectiva conservadora –critica con dureza a los estudiantes norteamericanos en los campus universitarios contra el estado de Israel por la destrucción de Gaza—Kaplan quiere huir de la anarquía.
Defiende las monarquías de países como el Reino Unido, España o los países nórdicos de Europa. No es el momento de falsas esperanzas progresistas, insiste Kaplan, porque las amenazas son enormes y el cambio que reclama la mayor parte del mundo debe hacer reaccionar a Occidente.
Esa es la cuestión que enlaza con todo lo que parte en estos momentos desde la Casa Blanca. Trump trata de mantener, a su manera, pero de revertir al mismo tiempo –las cuestiones que no son beneficiosas para Estados Unidos—el orden que surgió tras la II Guerra Mundial. En ese lapso han sucedido muchas cosas. Entre ellas, China emerge como la segunda gran potencia, también India, y el llamado sur global que entiende que el mundo no se puede regir ya a partir de los privilegios norteamericanos: un dólar que reina como la madre de la mayoría de transacciones internacionales y que permite el endeudamiento de Estados Unidos, con una sociedad que no entiende o no quiere entender esos mecanismos que les han sido tan favorables.

Portada del libro de Kaplan
Kaplan ve el mundo pegado a la tierra. Constata que la democracia liberal se concentra en una pequeña parte del planeta, y que la autocracia va ampliando sus poderes. Es el caso de China. Escribe sobre Xi Jinping como de un “autócrata leninista”. Ya no se trata del poder del Partido Comunista, sino de un líder que ha asumido todo el poder, y que puede aprovechar la oportunidad de hacerse con Taiwán y controlar el mar de la China, en una operación que podría dejar en evidencia a Estados Unidos.
¿Guerras en el horizonte? Kaplan no quiere ocultar el peligro. Tampoco el que puede llegar de Rusia, tras la evidencia de la invasión de Ucrania. Con su insistencia en que nadie debería olvidar la Historia, y que el conocimiento de ésta nos prepara para el presente y el inmediato futuro, el analista incide en que nunca se debió pensar que Rusia acabaría siendo una democracia domesticada tras la caída del muro de Berlín.
La dejadez sobre Rusia, tanto de Estados Unidos como de Europa, con los duros y penosos años noventa para la sociedad rusa, explica la figura de Putin como el hombre fuerte que podía devolver el orgullo a los rusos. La lección de Kaplan es manifiesta: no se puede ni se debe prescindir de Rusia. Y quien menos lo puede hacer es Europa. Más pronto o más tarde volverá a reclamar su posición –al margen de la posible paz en Ucrania.
Sin centro político
Esa deriva hacia el orden se percibe también para Kaplan en cómo las democracias liberales han entendido las relaciones de poder. Condicionadas por las nuevas tecnologías, por las redes sociales, las democracias han perdido el centro político. Son sistemas políticos en los que se establecen dos grandes bloques que se radicalizan, a izquierda y derecha.
En Estados Unidos señala a un Partido Demócrata tomado por las elites universitarias y los movimientos de izquierda, mientras que el Partido Republicano es el pasto del populismo de derechas. ¿Dónde está el centro? ¿Qué ocurrió con la República de Weimar? La advertencia de Kaplan genera pavor, porque ese ejemplo, sin que se deba pensar de inmediato en la llegada de un Hitler, se está generalizando. ¿Hay un centro político en España? ¿Cómo se pueden acometer reformas económicas y sociales con un consenso amplio si no existe ese centro?
Kaplan sigue la estela de T.S. Eliot. Su poema “se lee como un sueño sudoroso y pesadillesco que se olvida al instante al despertar”, señala, con la idea de que el individuo se ve en una frágil situación, violentado por la necesidad constante de pertenecer a una masa, a un bloque, sin posibilidad de mantener una mirada individual crítica, sin agarraderos morales estables.

El poema de T.S. Eliot
Ese argumento lo remacha con una amplia interpretación de la figura de Oswald Spengler y su Decadencia de Occidente. Lo que está en juego, a su juicio, es un nuevo equilibro entre lo rural y lo urbano, porque las ciudades han tomado un peso excesivo. Kaplan asume la visión conservadora de Spengler, la defiende con los matices necesarios, porque –incide de nuevo—no habrá nada sin orden.
Dejarse llevar por Kaplan complace al lector que quiera ser seducido. Y cae en sus redes cuando este analista internacional señala sin ninguna duda que uno de los autores fundamentales para entender hoy el mundo es Elias Canetti y su monumental obra: Masa y poder. En gran medida, Canetti obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1981 por ese libro.
La libertad individual
Su obsesión era entender a la masa, es decir, al hombre que renuncia a su raciocinio cuando se ve inmerso en el seno del grupo, del bloque, de la secta. La tesis de Canetti es la que hace suya Kaplan. Es el hombre solitario, el que se siente aislado –pensemos en la influencia de las redes sociales para dejar a millones de jóvenes solos en sus habitaciones—el que quiere amoldarse con los otros y se entrega a la masa. “Dentro de la masa hay igualdad”, dice Canetti.
Y un objetivo de la masa es “dar caza a quienes no son suficientemente virtuosos”. En Alemania se escogió a los judíos como chivos expiatorios de una inflación nunca conocida.
Kaplan se refugia en un deseo, más que en una posibilidad real. Considera que la mayor creación de Occidente es la libertad individual. Y que se debe hacer lo posible por salvar al individuo de esa masa ciega, que corre a derecha e izquierda.

Portada de 'Masa y poder' de Elías Canetti
La mirada está puesta en autores como Edmund Burke, John Stuart Mill o Isaiah Berlin. Es decir, un liberalismo político que tenga presente, antes que otra cosa, el orden. Un liberalismo primigenio, por tanto, que ponga más énfasis en el equilibro entre poderes que en la potencialidad de la democracia. Un futuro, entonces, que recupere más a los padres fundadores de Estados Unidos que a los que quieran profundizar en la democracia deliberativa.
El analista juega sus cartas y advierte de nuevo:
“La dirección de la historia es imposible de conocer. No existe eso del progreso lineal automático. De modo que no tenemos más opción que seguir luchando, ya que el resultado no se nos da a ninguno por adelantado. Weimar se podía jactar de tener muchos liberales y un auténtico florecimiento intelectual. Había mucha esperanza en Weimar, pero insuficiente orden. Evitar el destino de Weimar es ahora la gran tarea del mundo”.