Trump y Harris. La presidencia de Estados Unidos en juego. ¿Qué país es hoy? ¿Cómo quedará tras esos comicios?
El Forrest Gump negro es un señor que se alista como médico en la Guerra de Corea y a la vuelta del Paralelo 36 escucha la promesa de Martin Luther King, atraviesa con él el Selma para luchar por los derechos civiles; escapa del Ku Klux Klan y asiste, bastantes años después, a la toma de posesión del primer presidente negro de la historia de los EEUU.
Otro veterano, Daniel, nacido en Virginia, enseña una foto de su padre, Abram Smith, nacido en una plantación, en plena guerra civil, dos años antes de que una enmienda en la Constitución, acabara con la compraventa legal de afroamericanos. En el Valle del Altar, que separa el Norte del Sur hay fauna salvaje, migrantes, y vaqueros. Sásabe es la última frontera antes de jugarse la vida en el desierto por donde un hombre de 75 años anda en fila índia con hijos y nietos, procedentes de El Salvador; huyen de las maras y de la miseria, y por el camino, hacen la voluntad de los narcos mexicanos, a 45 grados bajo el sol.
Estamos muy cerca de todo. Norteamérica recorta las distancias históricas y un buen día uno se da cuenta de que las peripecias en el Oeste de Buch Cassidy o de Jesse James parecen de anteayer. El Donald Trump que fue presidente habla igual en la actual campaña electoral; dice lo mismo, pero es mucho más bruto de lo que fue.
El tiempo se comprime y este es el gran descubrimiento de Cristina Olea, corresponsal de TVE en Washington, autora de La gran fractura americana (La esfera de los libros), forrado de anécdotas y trufado de consecuencias filosóficas sobre un momento clave de la democracia avanzada e imperfecta del país más poderoso del planeta.
Este 5 de noviembre, el futuro se dirime en la red, entre el fake y la emoción. Los periódicos ya no mandan. El New York Times (NYT) y el Washington Post, los dos grandes medios, que marcaron los comicios de la Casa Blanca desde el Watergate, hace ya mucho que no representan la dualidad republicana-demócrata. El Times, con su actual carta anti trumpista en la mano, ha modificado su slogan clásico, “todas las noticias que merecen ser publicadas” por “la democracia muere en el silencio”, denunciando la neutralidad del Post impuesta por su dueño, Jeff Bezos.
Choque de culturas
A pocos días de los comicios, el paradigma electoral repite el escenario de la última victoria de los republicanos: La libertad tutelada por un poder autoritario (Trump) puede algo más que la apuesta por la diversidad (Harris). La ligera ventaja de Trump se va concretando entre los compromisarios de los Colegios Electorales de los siete estados decisivos: Pensilvania, Georgia, Carolina del Norte, Michigan, Arizona, Wisconsin y Nevada.
Dada la complejidad, en vez de someter a sus lectores a un sesudo análisis político, Cristina Olea ha preferido mostrar retazos sintomáticos de la decadencia transversal en EEUU: el neoliberalismo proteccionista frente al nacimiento de una nueva coalición ciudadana.
La fractura es la expresión de un choque de culturas. Desde la corrección ortodoxa de Harris a la disrupción de Trump; desde el racionalismo al negacionismo; desde la misionera que condena el racismo hasta el provocador que lo justifica y lo glosa con descaro; desde la multilateralidad global hasta el America first; desde los derechos humanos hasta la cancelación del otro.
La inmigración decide el consenso político de un lado al otro del país, de Texas a Pensilvania, de Arizona a Wisconsin, de los estados fronterizos a los condados del centro, donde apenas hay inmigración, pero el tránsito de los recién llegados refuerza el instinto conservador de una mayoría blanca.
“¿A quién vas a votar?”, “Al muro”. En su primera presidencia, Trump levantó vallas en el cauce de Río Grande y Joe Biden las obvió. El discurso migratorio se ha ido endureciendo bajo la presidencia del veterano demócrata, pero en los últimos días de campaña, el tono de Trump dramatiza al salvaje que lleva dentro. Se aleja de la derecha compasiva de Georges Bush para hacerse, una vez más, implacable y crudo.
Alcanza su propio límite: asegura que será un dictador desde el primer día y amenaza con utilizar soluciones militares contra sus contrincantes, el “enemigo interior”. Y todo parece indicar que el tono autoritario de sus palabras anima a sus votantes. Kamala Harris vicepresidenta durante cuatro años no consigue representar el cambio.
La inflación, la inestabilidad geopolítica y las incertidumbres sobre el futuro, castigan a los instalados, el statu quo al que ella pertenece como Fiscal de profesión.
Un hortera
Trump es un rey y ”todo rey necesita un palacio”, nos recuerda Olea. Es naturalmente la mansión del déspota, Mar-a-Lago, en la franja millonaria de Palm Beach, que él descubrió cuando estaba levantando en Nueva York la Torre Trump, un símbolo del poder inmobiliario que esculpe la Gran Manzana.
Cada recaída de los mercados le hace más rico. Es una estrella de la televisión. Debe su irrupción como celebridad a El aprendiz, el conocido reality show en el que, al final de cada capítulo, repite su conocida frase: you’re fired (estas despedido), lanzada hace pocos días a Kamala Harris en el Madison Square, cuando los últimos mítines parecen alegatos en sede judicial y ante un jurado popular.
En los momentos más comprometidos para su imagen, Trump desafía al sentido común; redobla sus fiestas en la playa de las palmeras con modelos y chicas Playboy para mostrar a todos que tiene las llaves del castillo convertido en exclusivo club de golf. “Aunque algunos de sus vecinos ricos lo consideran un hortera rodeado de artesonados con pan de oro, él les invita una y otra vez hasta domesticarlos”, escribe Laurence Leamer, en su libro titulado precisamente Mar-A-Lago.
Europa, en tensión
Trump contrapone lo humano con lo animal, la inteligencia con el instinto, la vulnerabilidad con la fuerza bruta. Muchos de sus amigos lo consideran un monstruo, pero él les convierte en fans de sus monstruosidades. En sus guateques preside el Make America Great Again, el universo MAGA, con música de Céline Dion, Elvis Preley o Elton Jones y, en algún momento pletórico, canta junto a sus invitados Juticia para todos, una versión del himno nacional americano creada por un grupo de presos condenados por el Asalto al Capitolio.
Pese a sus numerosos imputaciones judiciales y condenas firmes, Trump refuerza su liderazgo en el partido republicano, una formación conservadora, defensora de la moral -nadie lo diría- y los valores tradicionales de la familia. Pura contradicción. Es la especificidad americana, la de un país de burocracia anticuada, altar de la desprotección inundado de armas y en el que una simple enfermedad puede arruinarte por ausencia casi absoluta de cobertura pública.
En el cierre de campaña americana, Europa mantiene el tino, pero revienta por dentro ante la amenaza arancelaria de Trump. Si las fronteras incrementan el coste un 10%, como ha prometido el republicano, la riqueza de la eurozona cae un 1% y el euro pierde un 3%; de producirse, el golpe proteccionista “afectará a 5 millones de puestos de trabajo en la UE”, señala Goldman Sachs.
Segundo viaje
Pero más allá de la amenaza, lo peor es la actitud desafiante de Trump, muy indignado con el superávit comercial de Europa -150.000 millones de euros en 2023- en sus relaciones comerciales con EEUU. Entre los socios europeos, un grupo cada vez más nutrido se alegra ya del posible sorpaso republicano.
Victor Orban, para celebrar la presidencia semestral húngara del Consejo Europeo lanzó un Make Europa great again (Hagamos Europa grande otra vez). Y detrás de este guiño entregado, marchan el neerlandés, Geert Wilders, el austríaco Herbert Kickl, el eslovaco Robert Fico, además de los ultras finlandeses o, paradójicamente, los gobiernos del Báltico amenazados por Moscú. El estado de ebullición en Bruselas manifiesta peligros mayores en sus dos cabeceras económicas: la Francia de Marine Le Pen y la Alemania descompuesta del SPD, frente el acecho de AfD, la raíz nazi que se come por los pies a la CDU.
Parece que toda Norteamérica crepita a igual distancia de la Casa Blanca, y algo parecido ocurre en el resto del planeta. Los mensajes reduccionistas lanzados a gran velocidad modifican la conducta de las gentes. La nueva sublimidad germina en la mentira. Sobre la red de Elon Musk, el instante del impacto se convierte en la única versión de lo real. Y sobre un enorme mecano de instantes, Trump ha levantado su segundo viaje al centro del poder.
Enemigos del pueblo
El dos de enero de 2020, tras haber perdido, llamó por teléfono a Brad Raffensperger, secretario de Estado por Georgia, para exigirle 11.000 votos que le harían ganador. No aceptó la victoria de Biden del mismo modo que, si ahora vuelve a caer, no aceptará la de Harris.
En 2020, Raffensperger le contestó que no podía modificar el recuento tras realizarlo tres veces. Y aquella fue la última derrota de Trump en el seno del partido republicano, después de haber superado por dos veces un impeachement gracias al voto conservador del Senado. La Georgia de Raffensperger marcó un antes y un después, porque allí, antes de Biden, no había ganado ningún demócrata desde las elecciones de Bill Clinton. Como es bien sabido, EEUU no es precisamente la cuna del sufragio universal; el voto no es directo sino que pasa por los compromisarios que nombran al candidato de cada Estado, donde ganando por un solo voto el territorio otorga la mayoría.
Trump empezó entonces su campaña de desinformación, llamando enemigos del pueblo a los miembros de su partido que no le obedecían. Inventó para ellos el acrónimo RINO (Republicanos Solo de Nombre). Y pese a su desgarrador frentismo, está más vivo que nunca.
Colorismo y razón
Kamala Harris desveló sus miedos en su biografía, escrita en 2019, The Truths We Hold: An American Journey, una aportación tal vez insuficiente como para convertirla en el fenómeno exitoso vivido al anunciar su candidatura y ganar por goleada el único cara a cara aceptado por Trump. Por imposible que parezca, ella tiene en contra su excesiva politesse ante el infamante fin de fiesta salvaje de su oponente.
La época en la que el mundo admiraba ser civilizado parece haber pasado. La estética populista de hoy crea imágenes perturbadoras de un significado impreciso que sorprenden al sistema nervioso del ciudadano antes de que la inteligencia tenga tiempo de resistirse a su impacto.
Los dos candidatos a la presidencia, Trump y Harris, actúan sobre la emoción; el primero saca su fuerza de un entorno culto que le resulta hostil, la segunda nace y muere en el fango civilizatorio. Es la vieja lucha entre el colorismo y la razón.