Agulló, Manjón, Lluch, Puig Antich: sin memoria no hay democracia plena
- El libro ‘Víctimes en so pau’, de Àlex Romaguera, analiza con los familiares de víctimas de la intransigencia la necesidad de fortalecer un estado democrático
Hay conflicto, siempre lo ahí. Las democracias se caracterizan –o deberían hacerlo—por una gestión escrupulosa de los diferentes intereses. Hay mayorías y minorías y se debe respetar siempre la ley, o cambiarla si se considera injusta. Ahora aparecen de nuevo algunos nombres como el de Pilar Manjón, o el de Guillem Agulló, porque algunos conflictos del pasado que no se han superado. Y el ataque de unos contra otros tiene siempre efectos colaterales, que salpica a víctimas que merecen el respeto y el recuerdo. El periodista Àlex Romaguera lo ha hecho con el libro Víctimes en so de pau (Pagès editors), de la mano de familiares de algunas de esas víctimas en los últimos cincuenta años, en tiempos todavía del post-franquismo, y durante el periodo democrático. ¿El objetivo? El de conseguir una democracia plena que tenga memoria, que no deje nunca de lado a las víctimas, más allá de la bronca partidista.
Señala Romaguera que la intención es que “las futuras generaciones no carguen con este doloroso pasado sobre sus espaldas”. La idea es “impedir la deshumanización del adversario”, para conseguir “una sociedad asentada en los valores de la paz y la justicia social”. La realidad es que la propia dinámica del sistema político, con elecciones competitivas, lleva a que los partidos acaben olvidando a muchas víctimas. Y eso sucede justamente ahora, cuando se van a cumplir –el 11 de marzo—veinte años de los atentados de Atocha, con la autoría del yihadismo islámico. Pilar Manjón ejemplifica todo ese conflicto, dejada de lado y criticada por una parte de la sociedad española debido a su particular lucha para saber la verdad y mostrar la evidencia de que los atentados no habían sido cosa de ETA, como sostenía el Gobierno de José María Aznar, a sólo tres días de las elecciones generales del 14 de marzo. Manjón, en memoria de su hijo Daniel, víctima de esos atentados, ha trabajado para que todos los muertos dejaran de ser utilizados por la lucha partidista.
Hay muchos casos. Romaguera entra también en las víctimas durante el tardofranquismo. “Los verdugos no han sido juzgados o fueron exonerados a través de la Ley de amnistía de 1977, tal y como han denunciado las Naciones Unidas y Amnistía Internacional”.
Los testimonios son variados, y responden ante situaciones muy distintas. Todas ellas las debe recordar una democracia. En España se ha dado una paradoja, y es que la investigación académica, con multitud de foros, es ingente, y en todas direcciones. Otra cosa es la proyección pública o desde las instituciones. Pero prácticamente todo se ha investigado y se conoce en detalle. En el libro de Romaguera se da voz a Marçona Puig Antich (hermana de Salvador Puig Antich); a Eva Barroso (hermana de Romualdo Barroso), a Maria Rueda (hermana de Agustín Rueda); a Fermín Rodríguez (hermano de Germán Rodríguez), a Asier González (hermano de Yolanda González), a Iñaki García Arrizabalaga (hijo de Juan Manuel García Cordero), a Pili Zabala (hermana de Joxi Zabala), a Marga Labad (hija de Luisa Ramírez Calanda), a Guillem Agulló (padre de Guillem Agulló i Salvador), a Rosa Rodero (viuda de Joseba Goikoetxea), a Sara Buesa (hija de Fernando Buesa), a Rosa Lluch (hija de Ernest Lluch), a Pilar Manjón (madre de Daniel Paz Manjón), a Aitziber Berrueta (hija de Ángel Berrueta) y Mavi Muñoz (madre de Carlos Javier Palomino Muñoz).
El caso de Guillem Agulló es ahora especialmente sangrante. Víctima de grupos fascistas en Valencia, asesinado en 1993, Agulló se había caracterizado por formar parte del activismo antifascista. Con el tiempo, y a pesar de ser olvidado, el trabajo de su familia, de su padre especialmente, logró que fuera reconocido, hasta el punto de que se le diera su nombre a unos premios –El Premi Guillem Agulló contra la Xenofobia- y un paseo en Valencia. Ahora, con la influencia de Vox, las Cortes Valencianas han retirado el premio y Vox busca también que se retire el nombre del paseo, aunque en este caso el PP no secunda la iniciativa. “Hemos aguantado y aguantaremos lo que haga falta”, señala su padre, en relación a todo el proceso que sufrió la familia Agulló para que su nombre fuese reconocido como una víctima del fascismo que se había expresado con impunidad a finales de los años ochenta y principios de los noventa en Valencia.
Lo que intenta reflejar Romaguera en su libro es que las víctimas tienen colores, claro, pero todos ellos deben ser respetados frente a la voluntad de segar vidas, fuera ETA, el yihadismo islámico, los grupos fascistas del tardofranquismo, o incluso el propio estado español, con los GAL, o los revolucionarios de izquierdas del Grapo.
El caso de Rosa Lluch es ilustrativo de algo que no debiera haber sucedido. La hija de Ernest Lluch, asesinado por ETA en el parking de su casa en Barcelona, decidió no integrarse en la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), haciendo caso a los propios consejos de su padre, quien, desde hacía un tiempo, criticaba el cariz que tomaba la asociación. “Ni se os ocurra”, señala Rosa Lluch, que les decía su padre. En la manifestación ciudadana de repulsa al asesinato, la periodista Gemma Nierga había pedido “diálogo”, y la propia hija pequeña de Lluch, Mireia, había alzado un cartel con el lema “Diálogo ya”. Esa posición no fue entendida. Rosa, apunta, Romaguera, “tomó su propio camino, durante el que ha tenido los mismos altos y bajos que cualquier persona golpeada por un suceso tan brutal”.
Los relatos de cada uno de los familiares dejan constancia de injusticias, de incomprensiones. Una democracia plena exige el recuerdo de cada una de las víctimas, de sus historias. Hay otras, claro. Las que están en el libro ilustran, en gran medida, todo lo que ha sucedido en España en el último medio siglo. Y están para leerlas, para tenerlas siempre presentes.