El ‘engaño’ de la catedral de Notre Dame: de monumento histórico a 'atracción de Disneyland'
El arquitecto y escritor Pedro Torrijos cuestiona la reforma que se ha llevado a cabo en París, al recordar a Eugène Viollet-le-Duc, que apostaba por una representación imaginaria de las reconstrucciones del patrimonio francés
Un casino de Las Vegas, el castillo de la Bella Durmiente, Disneylandia... son algunos de los nombres con los que se ha bautizado a la “nueva” catedral de Notre-Dame. Nacen de un debate que se ha generado en los medios, sobre todo en redes sociales, y que ha llevado a los expertos en patrimonio a pronunciarse sobre una restauración que se ha llevado a cabo en tiempo récord. Cinco años después del incendio, Notre-Dame reabre sus puertas, inaugurada por el presidente Macron, y aparece reconstruida, limpia y embellecida… para volver a ser la misma de antes. Pero más allá de las apariencias, ¿se ha recuperado la Notre-Dame que todos conocíamos?
Los trabajos de restauración han estado a la altura de la importancia que tiene la catedral como símbolo del catolicismo francés, y como uno de los emblemas de la ciudad de París y de toda Francia. El monumento, visitado por 12 millones de turistas al año, ha vuelto a abrirse al público gracias al esfuerzo de más de 2.000 trabajadores que emplearon técnicas ancestrales y maquinaria de última generación para su reconstrucción. El resultado, considera el arquitecto y escritor Pedro Torrijos, es “una imitación perfecta” de Nuestra señora de París, aquella a la que una vez quiso dar relevancia el escritor Victor Hugo cuando el paso del tiempo y la acción del hombre amenazaban con degradarla.
Más allá de querer sentar cátedra o dar una opinión “experta”, Torrijos se lanzó a participar en un debate formado en redes, a raíz de las primeras críticas que surgieron sobre la validez de la restauración en términos históricos, para que sus seguidores tuvieran material para “cuñadear en la cena de Navidad”.
Sin embargo, los argumentos que esgrime para justificar por qué en su opinión se trata de una buena pero equivocada restauración, más allá de provocar algunas risas, son ya parte de una reflexión necesaria sobre la conservación del patrimonio, cuyo enfoque a menudo es más descortés con la historia de lo que debería.
La cuestión central de la discusión no pone en duda que el gobierno francés tuviera que actuar para repararla. “La catedral había que intervenirla porque hubo un incendio devastador que la dejó hecha polvo”. Las dudas surgen debido a las múltiples formas de proceder, que iban desde la decisión de reformarla por completo, hacerla volver a su estado previo al incendio, o bien un punto medio, contemplado por las normativas europeas en restauración, que se basan en el “principio de discernimiento”.
Las operaciones francesas de Viollet-le-Duc
“Desde la carta de Camilo Boito de 1883 hasta la Carta de Venecia del 64, todas las normativas hablan de este principio, según el cual hay que poder discernir lo antiguo de lo nuevo”. El escritor destaca que no se trata de una cuestión de gusto, sino de respetar la historia, en este caso la reciente, marcada por el traumático incendio. Para ello están dichas normativas, que existen para preservar la entidad de un bien cultural como un registro de la historia.
La decisión de limpiar y renovar la catedral sin diferenciar lo restaurado de lo original implica borrar todos los rastros de un incendio que fue fortuito e inexplicable, pero que sucedió. “Mi opinión es que una aproximación tan mimética en el año 2024 es equivocada”.
Porque en otras ocasiones, en el pasado, los gobiernos también optaron por empezar de cero y no dejar prueba alguna de las causas que motivaron la reconstrucción, pero en un contexto histórico muy diferente. Es el caso de la ciudad de Dresde después de los bombardeos aliados durante la Segunda Guerra Mundial, también de Varsovia, dos núcleos de población que fueron destruidos y que “con el trauma de la guerra” volvieron a erguirse de manera íntegra.
Borrar las huellas también fue una decisión que en el contexto de los años posteriores al nazismo fue propiciado por el “sentimiento de vergüenza nacional alemana”, que no permitió que quedara constancia del búnker donde se suicidó Adolf Hitler. “Hubo una decisión de despatrimonizarlo el máximo posible. No queda nada, para que nadie considere que es un lugar a recordar o a respetar”.
Pero, ¿por qué se ha procedido de esta manera con Notre-Dame? "Yo interpreto que hay una cierta lógica de intentar reconstruir los edificios con una imagen más o menos romantizada y edulcorada de cómo eran en realidad. De alguna manera esto nos lleva a las operaciones francesas del siglo XIX de Viollet-le-Duc".
Torrijos se refiere a Eugène Viollet-le-Duc, una figura esencial del romanticismo francés del siglo XIX que cambió para siempre la forma de aproximarse al patrimonio arquitectónico. "Hasta ese momento era un concepto prácticamente inexistente. La gente utilizaba las piedras de un edificio en ruinas para construir otro".
Viollet-le-Duc adoptó una visión en sus trabajos de restauración que ponía en valor el pasado, una nostalgia de tiempos mejores que en varias ocasiones le valió la crítica de sus contemporáneos. "Él consideraba adecuado crear una representación imaginaria de lo que estaba reconstruyendo".
Pocos conocen que gracias a Viollet-le-Duc algunos de los elementos más representivos de la catedral de Notre-Dame (como la aguja que cayó durante el incendio, o sus gárgolas) no son medievales, sino del siglo XIX. Ahora sus trabajos forman parte de la esencia de la catedral. Su aproximación ("bastante agresiva", dice Torrijos) hace que sea muy difícil para un ojo inexperto distinguir un período histórico de otro en la arquitectura de Notre-Dame, como sucede en la actualidad con la reconstrucción tras el incendio.
Las ciudades, parques temáticos
Y no se trata de una restauración histórica, que pretende recuperar el estado original de la catedral eliminando el factor tiempo y su deterioro. "La han limpiado y han dicho 'Así era hace 800 años'. No, Notre-Dame no es una obra que se construye en dos meses, se tardó más de un siglo". Prueba de ello ha sido la voluntad del gobierno francés de recuperar la famosa aguja, las vidrieras y las gárgolas de Viollet-le-Duc que no formaban parte del conjunto original de la catedral.
Además, en el proceso de reconstrucción se ha optado por utilizar las técnicas ancestrales que permitieron erigir la catedral en el pasado, una elección que también demuestra una voluntad de romantizar lo antiguo en este caso. "La estructura nueva es de madera, pero es de madera contemporánea, cortada con máquinas, con pernos de acero contemporáneos y con unas impregnaciones ignífugas estupendas".
¿Cuál es el momento que estamos recuperando? Esa es la pregunta definitiva que se hace Torrijos. "¿El momento en que se consagró la capilla, cuando se construyó la fachada, o cuando se hizo la aguja de Viollet le Duc en el XIX?". Y todo apunta a una única respuesta: "Lo que han hecho es restituirla al estado anterior al incendio".
De manera más o menos consciente, el gobierno francés ha querido dar la espalda a la historia para devolver una versión higienizada y "mejorada" de uno de sus monumentos más importantes, sacrificando sus cicatrices. Es una tendencia a la "disneyficación", término que Torrijos rescata del sociólogo Peter Fallon para referirse a la degradación simbólica de las grandes ciudades, en especial a las europeas.
Para Fallon, las ciudades se convierten en parques temáticos cuando se desprovee a los lugares de su genuino carácter, y "al final lo que se ha hecho con Notre-Dame es una imitación moderna de un edificio antiguo".
Pero esto también tiene que ver con otra cuestión de fondo. A pesar de que la catedral parisina es el centro del catolicismo francés, "hace mucho tiempo que eso es lo menos importante".
"Las catedrales han dejado de ser espacios de culto, para convertirse en lugares de turismo". Y eso hace que en una balanza pese más su dimensión estética que la simbólica, en la que se incluye el componente histórico.
Se trata de algo característico de nuestro tiempo, la tendencia a la "disneyficación" podría explicarse en el futuro para justificar la restauración de edificios históricos como Notre-Dame.
¿Quedará para los anales de la historia que después del incendio de 2019 la catedral se renovó? "Sorprendería saber lo poco que dura. Al final es algo que dentro de cien años se habrá olvidado. Y la mayor parte de la gente dirá '¡Qué bonito, se conserva igual que hace 1000 años!'".
¿Se restauraría 'Las Meninas'?
Torrijos cree que revertir esta situación y conseguir que el gran público sea más consciente de la relación entre arquitectura, patrimonio e historia "es imposible". Por un lado, porque el lenguaje de los expertos no se dirige a la mayoría de la población y por otro, porque a "la mayoría le encanta Disneylandia. No saben que están rodeados de Disneylandia, y a muchísima gente le gusta que un edificio parezca súper medieval, pese a que no lo sea".
Un fenómeno que sucede en arquitectura y no en otras artes como la pintura. A este respecto, Torrijos se pregunta qué pasaría si por una catástrofe se tuvieran que repintar las Meninas: "No lo consideraríamos válido. Hay un valor de objeto en los originales. En cambio, cuando son edificios parece que aceptamos el barco de Teseo como una solución válida".
A problemas complejos, no existen soluciones simples. Y la restauración de la catedral no era una cuestión sencilla. Ya fuera por un intento de romantizar el pasado o de demostrar el poderío de la nación francesa, capaz de restaurar un símbolo de su cultura con una rapidez y precisión notables, no hay respuestas definitivas al debate que ha suscitado la reapertura de Notre-Dame. "Igual lo que han hecho es lo mejor. A mí me parece equivocado, pero igual había otra solución más equivocada".
"La humanidad es el sistema más complejo que existe y no se explica con opiniones fuertes. Hace muchísimo tiempo que no doy opiniones fuertes sobre prácticamente nada".
Y aunque no sea una cuestión trascendental que implique un declive cultural, aunque la solución no merezca (ni vaya a tener) sanciones de ningún tipo por desobedecer las normativas europeas, aunque el perfeccionismo, y la "disneyficación" sigan haciendo estragos en la historia, "seguirá siendo importante que a alguien le importe".
Alguien como Pedro Torrijos.